Voces de la comunidad

Una revolución llamada Mary Wollstonecraft

edit-10172-1447866308-5_Mary Wollstonecraft pintada por John Odie

Ya es hora de que se haga una revolución en las costumbres femeninas, ya es hora de devolver a las mujeres su dignidad perdida, y que contribuyan en tanto que miembros de la especie humana a la reforma del mundo, cambiando ellas mismas.

Mary Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer1 p. 71, Debate, 1988.

.

Basta apenas hurgar un poco entre los libreros para seguir encontrando una genealogía femenina que duerme en el silencio de una historia a cada rato parcial, para encontrar las voces y las vidas que le han dado aliento situándola en lugar preeminente, para después, con un soplido de multitud de nombres, hacerla desparecer de la faz del mundo. Sin embargo, la fuerza de su respiro, que ha abundado en el pensamiento y en la lírica universales, resurge una y otra vez con todo su poderío manifestándose y descubriendo una revolución que ha germinado en sus entrañas y que no cesa. Es el caso en esta columna de poesía de la escritora y filósofa Mary Wollstonecraft, nacida en Gran Bretaña, en el año de 1759, en el seno de una familia en bonhomía que fue devastándose hasta la penuria por los humores etílicos y las costumbres ludópatas de su padre, situación que llevó a nuestra autora a tomar riendas y providencias, protegiendo a cada rato a su madre de la violencia del padre y apoyando la economía familiar con trabajos que iba consiguiendo con gran esfuerzo. Mary tenía ingenio de dónde cortar; cuando pequeña, solía pasar horas leyendo novelas, ensayos, cuentos, abriéndose paso a un universo totalmente ajeno al de su hogar, nutriendo y forjando al ser que ya venía re-evolucionado.

La joven Mary, con la carga tremenda de esas tamañas tareas, fue esforzándose más y más –como la habilidad insospechada en esos pies de aquellas japonesas, enjutados en minúsculos zapatos, dando veinte pasos de avecilla por uno que diera su compañero–, debatiéndose en un mundo adverso con la bruñida arma de la instrucción que no es más que el sustento de su inteligencia y de su espíritu, luz con la que hacía posible su paso en una Europa convulsa y llena de tinieblas, hasta que las páginas de los libros que leía se convirtieron en las alas para emprender el vuelo y dejar la casa paterna, sin dejar de ver –aunque a la distancia– a sus dos hermanas y hermano. Pasados sus treinta años de edad, Mary decide ir a París, ¡en plena época del terror!, y en alguna reunión de intelectuales, lo ve y se enamora de un estadounidense llamado Gilbert Imlay, oficial del ejército estadounidense, hombre de negocios y escritor, quien poco tiempo después, “aburrido” de la relación, deja a Mary cuando ella está a punto de parir a su primera hija, Fanny.

Mary Wollstoncraft desespera en la oscuridad del desamor, lo busca, va tras él, Imlay; el terror del terror también la sobrecoge en su propia casa, en la intimidad amenazada de un ser determinante, instruido y capaz, que se había abierto camino como escritora profesional, es decir, que recibía pagos por sus propios escritos: novelas, cuentos y más tarde por sus dos magníficos y bien bordados ensayos, que dejan huella actualizada hasta nuestros días. En cuanto a estos ensayos es necesario mencionar que antes de escribir la Vindicación de los derechos de la mujer, Wollstonecraft escribió la Vindicación de los derechos del hombre, porque en esa revolución de su alma y de su persona no cabía la discrepancia actual en la que se culpa con acritud a uno u otro género por la desigualdad. Ella señaló a lo largo de su ensayo y con absoluta responsabilidad el punto toral de su lúcida propuesta:

Para llegar a ser respetables es necesario que las mujeres ejerciten su inteligencia, no hay otro fundamento para la independencia individual; quiero decir, explícitamente, que deberían inclinarse únicamente ante la autoridad de la razón, en lugar de ser modestas esclavas de la opinión.

Ella sabía y entendía perfectamente que la injusticia social existía hacia hombres y mujeres y que todo lo demás concerniente a las diferencias que tenían que ver con la educación, tema en el que da rienda a su articulado pensamiento, con lúcidos disertos, asienta su indignación y desacuerdo con las tesis de Jean-Jacques Rousseau, básicamente aquéllas que hablan de la opinión pública y la ignorancia, que el filósofo ginebrino entrega como cetro a la compañera (Sofía) de su gran Emilio, dejándola fuera de toda posibilidad de instrucción.

En cuanto a la epistemología de la vida de Wollstonecraft, está entretejida la concepción de sus hijas –dos, por cierto–, en la que es importante mencionar que su primera hija, Fanny, muere joven, se suicida quizá vencida por el peso de los miedos de su madre quien ya en esos momentos vivía en la zozobra acuciada y aguijoneada incluso por la gente de su propio género, en la indefensión y bajo la condena de una sociedad dieciochesca reprimida por el terror sufrido en su propia experiencia revolucionaria.

¿Será acaso fortuito que de su segundo matrimonio, con el escritor y político inglés William Godwin, haya nacido el fruto de su esperanza, dejando en ella, en esta segunda hija, la gótica herencia de carne y huesos que hablaría de la monstruosidad de un mundo equívoco, desalmado, fragmentado y maloliente? Porque esta niña, huérfana de una madre de treintaiocho años que se desangra al parirla, es Mary Shelley, la feroz autora del temible y conmovedor Frankenstein.

15 de julio, 2016. ❧

0
Alejandra Atala
Alejandra Atala
Escritora mexicana y coordinadora del Programa de Cátedras de la UAEM.
Leave a Comment