Voces de la comunidad

The Normal Heart, entre la diplomacia y la rabia

Antes del conflicto (la revuelta, la lucha) no existen categorías de oposición sino solamente categorías de diferencia. Y es sólo cuando la lucha estalla cuando se manifiesta la violenta realidad de las oposiciones y el carácter político de las diferencias.

MONIQUE WITTIG, La categoría de sexo

LAS PELÍCULAS “PARA LA televisión”, el telefilme, suelen tener mala fama por la factura de su producción y la temática que manejan. En algunas críticas de cine aún existen ciertas comparaciones, enunciar que una película parece hecha para la televisión puede significar, en términos muy áridos, que dicho filme carece de alto presupuesto pero además carga con una mala factura y un contenido melodramático; también se le asocia a temas sensibleros y populistas. Sin embargo, la mayoría son prejuicios. Muchos telefilmes han servido de plataforma para historias con bajo presupuesto y de gran calidad. La clave se encuentra en explorar el contenido al margen del código para la televisión.

The Normal Heart (2014) de Ryan Murphy, adaptación norteamericana de la obra homónima de teatro, escrita por el activista gay Larry Kramer, es un telefilme relativamente populista a favor del país donde fue gestado. Con tintes melodramáticos y buena factura, se encuentra en un espacio intermedio donde la rabia y la diplomacia estrechan lazos. La historia se centra en los primeros casos del SIDA en los Estados Unidos de los años ochenta (específicamente en Nueva York), en la negligencia médica por parte del gobierno y la organización del colectivo gay en búsqueda de un reconocimiento político; así como en la solicitud de apoyo económico al Estado, sin perder la coherencia del movimiento activista.

La película es una producción de HBO, un canal de televisión privada que se caracteriza por la pulcritud de sus productos, dirigida por Ryan Murphy, creador de series como Glee y American Horror Story –su trabajo es mero pastiche, pero sabe armar collages visualmente entretenidos aunque vacíos en contenido–; el guión pertenece al propio Kramer y, en la pantalla, vemos como protagonista del filme a un enfurecido Mark Ruffalo.

En la primera secuencia, el protagonista desembarca en una comunidad gay de torsos desnudos y anacrónicos, desde el inicio se presenta una estética gay comercial deudora del siglo XXI, así como una ideología actual: los hombres son atractivos dentro de cierto canon de belleza, además de ligeros e hipersexuales, usan ropa bonita y se depilan el cuerpo. Poco involucrados en una política de género, son un guiño a la nueva generación alienada de homosexuales despolitizados, que incluso han perdido la noción del sexo y la teatralización del cuerpo como un acto político de visibilidad. No les interesa desestabilizar la sociedad heterosexual y burguesa: lo que más les apasiona es vivir la fiesta sin remordimientos.

El único interesado en un análisis consciente sobre la homosexualidad, así como en el amor, es el protagonista y escritor Ned Weeks (probable álter ego del autor), quien cuestiona en sus libros la banalidad del mundo gay, ambiente que debe su visibilidad gracias a los inicios de la revolución sexual y a todos los “anormales” que lucharon contra el mundo conservador. Donde lo privado es político y público, Ned apoya la homosexualidad con la rabia de saberse educado en una sociedad heretonormativa, en la que ser gay se ligaba a la enfermedad (la psiquiatría sale a relucir en más de una ocasión), lo oculto, lo punible y la muerte. Muerte social al salir del clóset y también orgánica al contraer el SIDA. Las pugnas del filme no caducan; más allá del paraíso gay que muchos creen vivir, la patologización de la homosexualidad, la opresión sobre los cuerpos y la creación de un imaginario colectivo por medio de la bipolítica y el lenguaje siguen vigentes.

Fotogramas de la película The normal heart, 2014

Ned es joven, debe apenas rozar los cuarenta años, pero anhela no solo una visibilidad gay donde se erradique la homofobia, sino también un romance y una relación duradera. Es aquí donde se encuentra el punto sensiblero de la trama. Como si se tratase de un joven recién salido del clóset que se adentra en el mundo mezquino del sexo casual, Ned quiere a alguien que lo trate con afecto. La historia se inclina en su vena más conservadora hacia las relaciones amorosas como punto de inflexión, con el fin de convencer al televidente de que las relaciones entre personas del mismo sexo no son muy distintas a las heterosexuales: al final todas las personas aman, dicha noción se sospecha desde el nombre del filme.

Se esconde entre el tejido una serie de guiños sobre la aceptación, la tolerancia, la igualdad y las equivalencias. Un discurso que no sería peligroso si no fuera bordado por un grupo de homosexuales que, más allá de cambiar la estructura social, desea ser aceptado por la misma sociedad que lo discrimina. El mensaje políticamente correcto de que “todos aman por igual”, no es más que un reflejo de las políticas del siglo XXI, más que de los años ochenta.

El hilo conductor es la vida privada de Ned, así como otros personajes que se unen en el metraje para dar solidez al argumento: la doctora, interpretada por una enérgica y no menos correcta Julia Roberts, quien entiende el tema de la discriminación, pues su papel es el de una mujer que a causa de la polio permanece en silla de ruedas. Ella atiende los casos del virus no identificado y lo liga al acto sexual. Este personaje no representa la institución médica, al contrario: también es una paria en busca de un apoyo económico por parte del gobierno. El escritor y la doctora dialogan con el sistema opresor entre tensiones que quizá los podrían llevar a traicionarse a sí mismos. La rabia no es suficiente, parece decirnos el filme, también es necesario mediar y ser astutos; sin embargo, surge la duda de cuántas vidas cobrará el diálogo con el opresor.

El proceso para obtener el reconocimiento y apoyo del gobierno es lento, al contrario de la película, pues adquiere un ritmo atractivo que atiende varias historias. Se discute la necesidad de los jóvenes gay de obtener un espacio de visibilidad para ahuyentar la violencia, la autocensura y el suicidio. La construcción de una nueva identidad sin vergüenza. Lo único realmente lamentable es la omisión del feminismo y las lesbianas, colocadas en pantalla con una mención superficial de apoyo a los enfermos.

Los jóvenes del colectivo gay sortean peligrosamente al estereotipo, lo que se agradece. Apenas se ahonda en ellos con pequeñas historias que los relacionan con un mundo lleno de homofobia; algunos aún dentro del clóset abogan por la intimidad, otros optan por la abstinencia sexual, mientras que los demás relacionan al sexo con su única arma liberadora. Por lo tanto, en su postura política, prohibirlo, por ser una posible causa de la enfermedad, es un retroceso. Dudan de su país, al cual dicen haber amado; temen una conspiración para erradicarlos por medio del virus, defienden su postura de igualdad como seres humanos. Es el acto paradójico anteriormente citado: los agentes del antisistema buscan cierta aceptación por parte del mismo, ser normales. La ambivalencia de sus argumentos, en la trama, es comprensible en un ambiente de completa incertidumbre.

Fotogramas de la película The normal heart, 2014

Sin embargo, el mensaje que podría ser antisistema se ve limitado no sólo por el dispositivo de exposición (el telefilme), sino por la estructura que carga en sí mismo. Es un estira y afloja donde se aplaude el ánimo y la rabia que inyecta el protagónico al exigir a todos los homosexuales que dejen su área de confort y se manifiesten; pero también cae en su propia trampa al pedir una domesticación del sexo en búsqueda de una relación heteronormativa.

No sorprende en absoluto la presencia de una película que abrace la negligencia de Estados Unidos desde la distancia, el tiempo junto con el olvido y la reinvención del recuerdo ayudan a crear películas que, si bien exhiben los errores del Estado, también se reivindica en imágenes consolatorias sobre la resolución del problema. En otras palabras: todo cine es político, sobre todo aquél que se transmite por televisión sin importar si es o no privada (con los años el melodrama se filtró por las hendiduras de la televisión abierta). Es verdad que el gobierno de Estados Unidos ignoró a los enfermos de SIDA, pero ahora retrata a los defensores del movimiento gay y les propone un espacio dignificado que se mueve entre la rabia y la diplomacia. Lo mismo sucede en películas como Dallas Buyers Club (2013) de Jean-Marc Vallée, donde se ataca también la negligencia médica del gobierno. A la distancia todo es más cómodo, ¿cuáles serán los temas por los que optará este tipo de cine en unos treinta años?, ¿qué problemas ahora encubiertos serán acogidos sin mayor sonrojo por el sistema dominante?

El lenguaje audiovisual copta y negocia. Con ingenio, The Normal Heart sabe explotar sus posibilidades al margen del discurso, negocia su existencia en el espacio público y comercial, como lo hicieron los activistas en su momento; habla sobre políticas del sexo y la oposición al sistema. Aunque sea un sistema de hace más de treinta años, los resabios de su ideología aún se encuentran latentes. La actualización del tema no sólo se centra en la homofobia, sino más cercano al núcleo familiar y conservador, se encuentra en el matrimonio entre personas del mismo sexo, la monogamia después del terror médico provocado por el SIDA, la domesticación del sexo y la fiesta. Ahí yace la frase: “mejor se quedan quietos, no sea que deseen infectarse”.

La película llama al matrimonio igualitario en una peligrosa dinámica heteronormativa y patriarcal, el efecto post-SIDA: todos tranquilos, todos en casa y con tu pareja, no más antisistema. En un giro inesperado, la historia es un arma de doble filo que no debe obviarse. Con todo ello The Normal Heart es un retrato interesante sobre la labor de los activistas gay, así como la opresión a la que tuvieron que enfrentarse. Todo movimiento social merece un retrato mediático para ser valorado por el público en general.❧

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Lucio Ávila
Lucio Ávila
Crítico de cine y Maestro en Estudios de Arte y Literatura por la UAEM.
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