En esta arqueología viva en la que he estado inmersa trabajando en la búsqueda de una genealogía femenina en el ámbito de la poesía y la literatura, en esta ocasión, atraída e inspirada por el nombre que lleva el Centro de Investigación de Mujeres de la Universidad de Barcelona en el que realicé la Maestría en Estudios de la Diferencia Sexual (Duoda), fue menester llegar al siglo IX y conocer un poco más de cerca a esta noble mujer y sus artes literarias.
Estamos hablando de los albores del año 800 D. C., en el que en México –todavía Mesoamérica– transcurría el periodo Posclásico Temprano, con una alta influencia tolteca en las tradiciones políticas, religiosas y culturales de la región, mientras que en Europa ocurría la Edad Media, en la que en territorio carolingio al sureste de la actual Francia vivía esta señora de mostrada inteligencia llamada Dhouda (c. 803 – 843), Duquesa de Septimania, hija del Duque de Gascuña y de Aznarez de Aragón, Sancho I López.
En el año 824, un 29 de junio, Dhuoda contrajo nupcias con Bernardo de Septimania, primo hermano de Carlomagno, con quien tuvo dos hijos, Guillermo y Bernardo, destinatarios de sus letras escritas desde la más profunda consciencia amorosa, en el vehículo de los specula1Specula: espejos, donde se refleja la imagen ideal que se ha de imitar; escritos tradicionalmente por clérigos. .
En el año 826, Bernardo de Septimania, nombrado conde de Barcelona y llamado a la corte de Luis El Piadoso, se ve obligado a dejar la corte de Dhuoda en Uséz, llevándose a Guillermo, su primer hijo, con él.
La pronta separación de su primogénito a quien el padre se lleva consigo apenas contando dos años de edad, fue el detonador de la inspiración literaria de una madre que lamentaba en lo más profundo tan temprana ausencia de su vástago, encontrando el consuelo en esas letras que iban, cada una, como un nutricio suspiro, caricia destinada a los ojos y a los oídos y al alma de Guillermo.
A modo de introducción, en su Liber Manualis, Dhuoda le dice a su hijo:
“La mayor parte de las mujeres de este mundo tienen la alegría de vivir junto con sus hijos, mientras yo, Dhuoda, me encuentro lejos de ti, oh, hijo mío, Guillermo; angustiada y deseosa de serte útil, te envío este manual, que mandé transcribir, para que tú lo leas y encuentres en él un modelo para tu formación”.
Manual para mi hijo o Manual para la formación de mi hijo (también conocido por su título en latín: Liber manualis Dhuodane quem ad filium suum transmisit Wilhelmum, es el título de la obra dividida en tres partes: una regla, un modelo y un manual; en la primera parte expresa las relaciones del cristiano con Dios; en la segunda hace referencia a las relaciones con el prójimo, y en la tercera muestra el camino personal de la perfección.
El Liber Manualis compuesto por 63 capítulos, sin contar el prólogo y la invocación, según la propia autora escrita entre el 30 de noviembre de 841 y el 2 de febrero de 843, sigue la usanza literaria de su tiempo. Sin embargo, Dhuoda marca una diferencia con los specula existentes, ya que además de ser una guía pedagógica de urdimbre moral y ética, abastecido con copiosas citas bíblicas, preponderantemente de Mateo y Pablo, y de los Padres de la Iglesia, cabe mencionar que en varias ocasiones Dhuoda las expresa admirablemente asimiladas y digeridas; este opúsculo parte de un orden materno en el que ella misma va haciendo acotaciones, inserta consideraciones, valoraciones e interpelaciones personales:
“Esta obra, cuando llegue a ti enviada por mi mano, yo quiero que la tomes en tu mano con amor; manteniéndola, hojeándola y leyéndola, busca de hacerla viva en tus obras lo más dignamente posible”.
Abastecida de inteligencia, alta teología y proveída de ternura, la obra de Dhuoda marca un paradigma en la literatura por ser el primer speculum escrito por mano de mujer y laica, en un tono que alcanza la finura de la dulce proximidad, y antes de iniciar a dibujar con el azogue brillante de su conocimiento los espejos en los que su hijo deberá mirarse. A modo de introito le dice a Guillermo:
A muchos les son evidentes muchas cosas que a mí se me esconden; de mis semejantas, de percepción turbada, que carecen de inteligencia, si digo de ellas que están escasas, más todavía yo. Pero está siempre presente el que abre la boca de los mudos y hace elocuentes las lenguas de las niñas y de los niños2(Sb. 10, 21).. Yo, Dhuoda, aunque de delicado sentido, viviendo indigna entre mujeres dignas, soy, no obstante, tu madre, hijo mío Guillermo, y a ti te dirijo ahora las palabras de mi manual, para que, como el juego de los dados les resulta por cierto tiempo a los jóvenes el más conveniente y adecuado entre todas las artes mundanas, o, también, como algunas mujeres tienen por costumbre examinarse el rostro en el espejo para eliminar las imperfecciones, sacando a relucir su nitidez, pues se esmeran en agradar a sus maridos en el mundo, así yo te pido que, cuando estés apesadumbrado por hordas de actividades mundanas y temporales, leas con frecuencia este librito que yo te dirijo y, en memoria de mí, como si fuera cosa de espejos y de juegos de dados, no lo descuides.
Aunque tengas cada vez más libros, date el gusto de leer a menudo esta obrita mía, y sé capaz, con la ayuda de Dios omnipotente, de entenderlo para tu propio provecho. Encontrarás en él, en breve, todo lo que desearás conocer; encontrarás también un espejo en el que podrás contemplar sin vacilación el estado de salud de tu alma, de manera que no sólo le gustes al mundo sino que puedas gustarle en todo a quien te ha formado del polvo de la tierra3(Gn. 1,7).: porque es del todo necesario para ti, hijo mío Guillermo, que en los dos negocios te muestres de manera que puedas ser útil en el mundo y tengas el valor de agradarle siempre a Dios en todo. ❧
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