Roberto Bolaño dijo alguna vez que Argentina es el lugar donde hasta los malos escritores saben escribir. Nada más cierto si tomamos en cuenta que en la actualidad varios autores albicelestes son clásicos ya de la literatura hispanoamericana. De Borges a Cortázar, hasta los novísimos narradores que con sus entregas en el siglo XXI siguen sacando la cara por el Cono Sur, encontramos a un escritor de culto que acaba de publicar uno de los libros más esperados de las últimas décadas: Ricardo Piglia, que con Los diarios de Emilio Renzi repite aplausos a diestra y siniestra.
Recordemos que el autor de Respiración artificial y Plata quemada no sólo ha recibido premios de un calibre excepcional, como el Casa de las Américas o el nada despreciable Rómulo Gallegos, sino que también es considerado como un clásico rebelde que con originalidad alarmante y una cultura enciclopédica que no rechaza lo popular ha forjado una de las denuncias y reflexiones más críticas sobre la identidad latinoamericana.
Los diarios de Emilio Renzi, publicado por Anagrama en el otoño de 2015, es la “novela de una vida”, como diría su autor. Pero es algo más. Se trata de una existencia que se desprende de otros libros, quiero decir que Renzi es el personaje en quien recaen otras historias de Piglia; su álter ego, pues. Lo cual, de entrada, ya es llamativo, aunque el recurso de repetir personajes no es nuevo; lo encontramos desde la tragedia griega hasta la novela policiaca, donde un mismo detective resuelve casos diferentes en circunstancias distintas. En América Latina, varios autores del Boom ceden a la tentación de colocar a un mismo protagonista viviendo aventuras diversas: Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y otros más.
Lo interesante de los diarios de Piglia es el entrecruzamiento de historias breves, el juego, la apuesta y, sobre todo, los años de formación que se narran porque sí, ¿quién no quiere enterarse de cómo se vuelve un escritor lo que es? Emilio Renzi es Piglia, ya se dijo, pero al mismo tiempo no lo es sin dejar de serlo. Perdone el lector este aparente galimatías, pero es que imagine usted un libro donde se asomen las primeras lecturas de un clásico, los cines, los cafés, las películas que un autor devora, sus preocupaciones, sus primeros amoríos, sus colegas, sus caminatas por el mundo, sus personajes, su forma de mirar la vida que irá mutando con experiencias del entorno. Imagine, quiero insistir, un diario que se piensa, en un primer momento, una iniciativa ridícula, completamente inútil, pero que se va revelando necesaria para comprender un mundo donde la ficción se derrama de los moldes de lo que hemos pensado es la forma, los géneros, el deber de narrar “como Dios manda”.
Si bien los diarios de escritores suelen ser fascinantes porque como lector descubre que estamos leyendo lo que ocurrió en una vida que, inevitablemente, está siendo ficcionalizada, “las cosas no son como ocurrieron, sino como se recuerdan”, decía el agudo Valle Inclán; el diario de Renzi, cuyo devenir Piglia fue capaz de inventarse al extremo –así como Fernando Pessoa hizo con sus heterónimos–, resulta extraordinariamente verosímil y suena algo raro porque los personajes deberían quedarse atados a una novela y no salir de ahí porque se escriben, ortodoxamente hablando, diarios de personas que sí existieron, no travestismos incómodos de autores que rebasan con su imaginación la “realidad real”.
Por fortuna, esas viejas tesis sobre lo que debería ser la ficción y la literatura están superadas. Ricardo Piglia vuelve con todo para que no lo olvidemos, para que entendamos de una vez por todas que con un día aburrido se puede construir un gran cuento; que un ensayo no tiene por qué pelear con una novela dentro de sus propias páginas; que un dietario son muchas horas vacías y muchos años juntos, pero andan revueltos, de ahí que Los diarios de Emilio Renzi formen parte de un proyecto ambicioso que se publicará en tres partes: Años de formación (del que estoy escribiendo acá), Los años felices y Un día en la vida.
El primer volumen va de 1957 a 1967 y describe a un joven de 16 años, un escritor en ciernes, que cierra con la publicación de su primer libro. Así que podríamos pensar que se trata, entonces, de un diario “encantador” en el que se nos presenta un muchacho ingenuo que no sabe ni cómo terminar una historia. Pero no, Piglia no es Roberto Bolaño, quien con personajes rebeldes y adictos también a la literatura nos muestra en Los detectives salvajes un almario muy divertido, el de García Madero; Renzi, en contraste, no es un romántico fácil de acartonar, se describe más lúcido y nada satirizado, por lo que sí se sospecha de Piglia, de su maestría para utilizar un recurso simple y a veces mal visto: el de un álter ego que pueda decirse sin tapujos, sin censuras; un yo narrativo como piel de zapa que fragmenta esporádicamente los días, que presenta capítulos a caballo de reflexiones en torno a posibles novelas, posibles cuentos, posibles libros, es decir, posibles sueños que irán cumpliéndose o siendo abandonados: literatura de la literatura, el gran tema que se creía no vende hasta que Enrique Vila-Matas sorprendió al mercado con novelas sobre escritores o novelas sobre novelas que se escriben dentro del libro a medida que el lector las lee; otro galimatías, otro enredo.
Quizá lo que más gusta de esta primera entrega de Los diarios de Emilio Renzi son los autores que se tocan, Kafka, por ejemplo, está presente y confirma la tesis de todos los estudiosos de Piglia que lo comparaban, que lo unían irremediablemente con el autor checo. Cortázar y Capote son otros escritores que al joven Renzi encantaban, sin descuidar a Shakespeare, por supuesto. Otra característica fundamental en Piglia es su prosa clara pero profunda, de ritmo impecable, y sus novelas que exigen atención porque siempre hay en ellas no sólo una segunda historia, sino también una tercera o cuarta que a su vez se bifurcan. Quizá por eso Ricardo Piglia escribe como Borges, pero señalando como Kafka. También diríamos que imagina como el autor de Rayuela y que presenta dramas a la altura de un Hamlet. Novelar o novela, he ahí la cuestión. ❧
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