Cuánto caminó su árida geografía, cuánto su terruño, cuánto entre los libros, el locutorio, la celda y su alma que todos esos pasos la han traído hasta nuestros días, quinientos años ha, y con ese temple y esa casta aseguro que por mucho más seguirá su andar y su camino. Una se pregunta de qué estaba hecha esta mujer, a qué ley o a qué leyes obedecía que con determinarse a “hacer eso poquito que era en mí”, ha superado en tiempo y en espacio lo impensado.
Vuestra soy, para Vos nací, / ¿qué mandáis hacer de mí?/
Soberana Majestad, / eterna sabiduría, / bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad, / a gran vileza mirad/ que hoy os canta amor así: /
¿qué mandáis hacer de mí?1Lira mística. Poesías completas: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 2006.
Dice Pablo de Tarso que lo extraordinario no es más que hacer bien lo ordinario. Qué será esto de hacer bien lo ordinario, a qué renuncia, a qué normas obedece o a qué mandato se rinde Teresa de Ávila. Dice una filósofa italiana de hogaño, Diana Sartori, que “la gran mística está fuertemente arraigada a la realidad y es realizadora”.
Doctora de la Iglesia y Santa, fundadora de más de 17 conventos, consejera y humilde escritora de las letras que encontraron el sentido en un sistema único y espiral, Las moradas, desde donde se tiende el cuestionamiento y la respuesta a ese gran Otro que la movió, contando veinte años, a salirse de sí, haciéndola fuerza y tormento cuando sentía que “se le descoyuntaban los huesos” para llegar una madrugada al convento de La Encarnación.
“Veisme aquí, mi dulce Amor, / amor dulce, veisme aquí: / ¿qué mandáis hacer de mí?”2Ibid.
La Encarnación porque encarnada iba Teresa, sucumbiendo de mundana pasión que sentía que le arrebataba el aliento hacia uno de sus primos en la recién estrenada juventud de su vida, tan ataviada con brocados y sedas que realzaban a una figura de mujer y hembra gozosa de serlo, el ser que por la gracia de Dios era, pasión abastecida de libros de poesía y las novelas que leía a la saga de su madre y a escondidas ambas, pues no era bien visto hacer tal actividad en aquel siglo en que las hazañas de los hidalgos descollaban en el escenario de los usos y las costumbres. De qué estaba hecha, a qué ley obedecía…
Y ella misma, en la experiencia y con sus letras, responde en las Primeras Moradas del Castillo interior, de esta guisa:
No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos almas. Mas qué bienes puede haber en esta alma o quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos; y así se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura: todo se nos va en la grosería del engaste o cerca de este castillo, que son estos cuerpos3Santa Teresa de Jesús, Castillo interior o Las moradas, Aguilar Editor, 1976, p. 25..
Lo “poquito” que hay en ella, Teresa, parece decirnos que es su alma, el Castillo interior de la que ella es sagrario, misma que abreva de la fuente, manantial de su inspiración, de su voluntad, de su entendimiento y de su deseo realizador; Ley que abastecía de ordenamientos su mente y su espíritu, llenándola toda después de haberse vaciado de sí misma, atendiendo y respondiendo con suma diligencia los asuntos inmediatos y mediatos, cambiando el orden del mundo de lo que era.
Deja claro que esa Ley a la que obedece es la Ley primigenia, la del Espíritu, la de Dios, y a través de sus versos claros desgrana su amorosa voluntad y afición a cumplirlos de tal forma sellada en su corazón la Ley, que por nombre se une en nupcias al Amor que la inspira y la sustenta y la sostiene, y así se bautiza monja, como Teresa de Jesús.
Muéstrame la ley mi llaga; “la incisión de amor”, como la define Efrén Hernández, esa herida que trae como marca todo ser humano por serlo, por estirpe, por haber sido arrojado del paraíso, del vientre, el corte, el dolor, la expulsión al nacer; la Vida esa Ley, es a la que obedeció y siguió con afición de abeja en el vergel de la Palabra, la mística española Teresa de Cepeda y Ahumada. ❧
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