La llegada de Denis Villenueve, un acercamiento desde la semiótica
Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.
Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus
En su libro La semiología, el lingüista Pierre Guiraud propone tres modelos de códigos: los lógicos, los estéticos y los sociales. Entendamos el código como un conjunto de signos que nos permite descifrar un mensaje. Entre más convencional sea el código más fácil será su lectura, interpretación y uso. El signo es una unidad de representación que hace alusión a otros signos; bajo esta lógica todo signo está asociado, en mayor o menor gradiente, a varios más. Precisamente, a esta red es a lo que denominamos código. Para la semiótica (que se dedica al estudio de los signos) todo actúa, por no decir que prácticamente todo significa; la tarea recae en seguir los hilos conductores de la red. Hay veces que el entramado se teje sin mayor problema, no hay nudos caprichosos. Cuando el código busca dar un mensaje claro, directo y objetivo podemos denominarlo código lógico: en este sistema de signos el mensaje es fácilmente legible. El lenguaje oral y escrito, así como las ciencias duras, se encuentran en esta categoría.
El lenguaje, aunque con sus variantes y ambigüedades, busca concretar un circuito de comunicación en el cual el emisor envía un mensaje para ser decodificado por el receptor. El circuito se completa cuando este último descifra el mensaje y genera una respuesta para abrir o negar el diálogo. Por ello, para Guiraud el lenguaje puede ser considerado un código lógico, ya que busca clarificar la comunicación que existe entre las mismas personas. Las ciencias, a su vez, son clasificadas por este autor como códigos epistemológicos, pues cuantifican, calculan y clasifican el mundo a través de datos duros, concretos y objetivos; se trata de convenciones fuertes y explícitas. Entre las ciencias (como las matemáticas o la química) y el lenguaje (oral, visual y escrito) existe un gran trecho. Las primeras no permiten equívocos ni interpretaciones subjetivas, las emociones no intervienen, mientras que en el lenguaje oral, por ejemplo, aparece toda una serie de variantes que aderezan el mensaje, tales como la gesticulación, el tono de voz o la cercanía de los cuerpos. Un saludo, un simple hola, puede llevar consigo distintas connotaciones. Sin embargo, ¿cómo podemos saludar a un ser cuyo lenguaje desconocemos en su totalidad?, ¿es posible generar una cercanía con entidades desconocidas, sin tener un referente silábico, visual o gestual como punto de partida y de comparación?, ¿cómo se forja un circuito de comunicación, un código?
Arrival (2016), traducida en México como La llegada, es una película de ciencia ficción dirigida por el canadiense Denis Villeneuve, adaptación del cuento La historia de tu vida (1998), de Ted Chiang. En ella, doce naves alienígenas llegan a distintos países del globo terrestre; no se podría decir que aterrizan, ya que se encuentran suspendidas a pocos metros del suelo. Dicha suspensión es un elemento simbólico: se acercan a la tierra pero no la tocan; sin profanarla, se encuentran ahí, presentes, ante la mirada de la humanidad. Cada dieciocho horas abren una escotilla para el acceso a investigadores y militares; algunos sobrellevan el contacto con los extraterrestres mejor que otros.
Los protagonistas de la película son la lingüista Louise Banks (Amy Adams) y el físico Ian Donnelly (Jeremy Renner), quienes representan al lenguaje y a la ciencia, respectivamente, dentro de los códigos lógicos. Ambos, reclutados por el ejército, intentarán comunicarse con los extraterrestres (posteriormente llamados heptápodos por el número de patas que tienen) y así preguntarles quiénes son y cuál es su propósito en la Tierra. Ian y Louise se complementan al abordar la problemática desde diferentes perspectivas, aunque en esencia es Louise la protagonista del relato. Los militares serán un guiño a ese cine de Hollywood al que tanto estamos acostumbrados, con sus bombas, prejuicios y cuadraturas. Guiño y subversión. Porque La llegada trata sobre extraterrestres, no de un conflicto bélico contra la humanidad. Tampoco se encontrarán en el metraje las denominadas “escenas de acción” o el patriotismo exacerbado por Estados Unidos; al contrario, habla sobre la creación de un nuevo código más allá del pensamiento preconcebido, así como del aprendizaje de un lenguaje que abra nuevas estructuras del pensamiento para llegar a una solución pacífica frente a un conflicto.
En esta tesitura la película es hábil, ya que retoma no sólo los códigos lógicos, sino también estéticos. Para Guiraud los códigos estéticos hablan sobre la emotividad, la sensibilidad y la poética, pero también se refiere a la morfología del relato: una serie de cánones, arquetipos y estereotipos que se repiten para generar en el espectador un horizonte de expectativas. El desafío que propone La llegada es una deconstrucción de estos códigos para visionar, en primera instancia, una película que va más allá de la típica historia hollywoodense de invasión extraterrestre, y posteriormente para plantear su problemática: la comprensión de un nuevo lenguaje que cambiará la percepción de la protagonista sobre el tiempo-espacio1En este apartado hay que hacer mención especial a otros títulos que han cuestionado los códigos estéticos desde el mismo lenguaje cinematográfico, películas comerciales que abrieron una brecha, como las dirigidas por Christopher Nolan: Memento (2000), Inception (2010) e Interstellar (2014), por mencionar algunos ejemplos en los que se empieza a apreciar una idea de tiempo y espacio como algo impreciso, incluso como un loop o bucle. Esta morfología del relato venía cosechándose desde finales de los años noventa con Dark City (1998), de Alex Proyas, la primera entrega de The Matrix (1999), de las hermanas Wachowski, y Donnie Darko (2001), de Richard Kelly. Sin embargo, es curioso comparar que el cambio de paradigmas se dio en el cine a finales de los noventa mientras que en la literatura de ciencia ficción era algo común desde finales de los sesentas., pues entre más cercana está Louise a un circuito de comunicación con los extraterrestres, más compleja será su manera de pensar: la forma en que percibe el tiempo ya no será de manera secuencial, sino omnipresente.
La actriz Amy Adams, quien encarna a la protagonista, ayuda con su actuación a que el tránsito sea convincente. Ella, entre distendida, en trance o sumergida en un sopor enigmático, personifica el proceso de comprensión de un nuevo lenguaje (un nuevo sistema de signos). La escena principal es crucial para la comprensión de la trama; en ella vemos, casi a manera de cortometraje, el nacimiento, vida y muerte de la hija de Louise, frente a una enfermedad que suponemos es cáncer. La secuencia inicial plantea no sólo la estructura del relato, sino también el trasfondo emocional de la protagonista (una estructura deudora del melodrama). Al final todo embona como en un rompecabezas, van apareciendo las piezas hasta que se tiene la imagen completa. Principio y final se conectan en un bucle, haciendo de La llegada una película redonda. Uno de los elementos fundamentales es la colaboración musical entre los compositores Jóhann Jóhannsson y el trabajo de Max Richter “On the Nature of Daylight”, partitura que funcionan como mecanismo de coherencia.
Gran parte del juego de la ciencia ficción, y del cine en general, es formular un relato verosímil para el espectador, una ficción creíble gracias a la congruencia de su propia estructura. Se genera un convenio entre película y público para que las escenas fluyan. Si en algo triunfa La llegada es en bordar un escenario de lo posible, al grado de hipnotizar al público para hacer creíble el proceso de traducción del lenguaje de los heptápodos. Se trata de una doble seducción: al intelecto y a la emotividad. De esta manera los códigos estéticos y lógicos se unen en la historia de manera consistente. El acto de convencimiento parte desde el proceso de traducción que emplea Louise.
El primer contacto de la protagonista con los heptápodos es sonoro: el coronel Weber (Forest Whitaker) la visita en su despacho de la universidad, activa una grabación de los sonidos que hacen los extraterrestres con la intención de que ella pueda traducirlos, algo imposible, pues no conoce su idioma, requiere de un primer contacto. ¿Es uno o dos seres los que hablan?, ¿tienen bocas, gesticulan? No será el audio sino los signos visuales los que generan el canal de comunicación.
Para la académica María Acaso, en su libro El lenguaje visual, las personas se relacionan a través de imágenes (con un bombardeo mediático) antes de entender el lenguaje escrito. Acaso sostiene que los signos visuales son cualquier cosa que representa a otra mediante el lenguaje visual. Por ello se puede generar un paralelismo entre el lenguaje de los heptápodos y el de los humanos. Luise ocupa su cuerpo, acciones e imágenes como referentes; no sabemos si los heptápodos tienen ojos, pero esto importa poco, porque en nuestra experiencia personal tenemos el recuerdo-referente del parvulario: cuando nos enseñaron a leer y escribir, relacionando sonidos con letras y éstas a su vez con imágenes (a es igual a árbol, acompañado de un dibujo que ilustre la palabra), se formó lo que Ferdinand de Saussure denomina signo lingüístico, la relación entre el significante (el aspecto material del signo, la parte física o acústica, el objeto o la palabra) y el significado (el contenido semántico, el concepto o unidad cultural que se otorga por medio de una convención socialmente establecida).
Los avances de Louise la llevan a obtener el sistema de escritura de los heptápodos: una serie de logogramas, similares a la función de los kanjis japoneses, pero representados como círculos. Es ahí donde se externa la idea de una lectura y redacción de manera circular, mas no lineal (como la entendemos en Occidente, lineal y sucesiva, similar a nuestra idea del tiempo). Para los heptápodos el tiempo será como su escritura: circular. La estructura del loop que retoma la película.
La llegada mantiene una postura pacifista con el lenguaje como herramienta de comprensión ante lo desconocido. Más cercano y evidente es el mensaje crítico sobre la humanidad: ¿por qué atacamos y destruimos aquello que no entendemos?, ¿por qué nos genera tanto pavor? Ante estos cuestionamientos, la película opta por el diálogo y el intercambio para comprender la mirada ajena. Porque antes de conjeturar es necesario preguntarse: ¿nos estamos comunicando? Por supuesto, si algo deja claro la trama (con ironía intencionada o no) es que parece más factible el comunicarnos con seres de otros planetas antes de generar un diálogo entre nosotros mismos como humanidad. ❧
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