Voces de la comunidad

La IV Brigada Nacional de Búsqueda

IMG_2714Gladivir Cabañas Gómez. Fotografía de Juan Francisco García Reynoso.

“Rascar la tierra es construir la paz”

 

 

Entonces no tuve ya ninguna duda, si es que alguna vez la tuve, de que el santo era él. Sin darse cuenta, a través del cuerpo incorrupto de su hija, llevaba ya veintidós años luchando en vida por la causa legítima de su propia canonización.

Santa, Gabriel García Márquez

A Ignacio Suárez Huape y Leonardo Compañ Jasso.

A mediados de febrero me sumé a la IV Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos. Estuve un total de cinco días, en los cuales escribí una serie de notas en una libreta que me proporcionó Pietro Ameglio. Tenía toda la intención de que en algún momento, a mi regreso a Cuernavaca, me sirvieran estas apreciaciones para escribir algo sobre esta experiencia. Especialmente tenía interés en mencionar a cerca de las acciones de noviolencia efectuadas durante la búsqueda. Pero no fue así. Con los días fui leyendo muchos trabajos, varios de ellos plasmados en diversos medios de comunicación electrónicos, estos, acompañados de fotografías, de manera escrita o en videos. Leí muchos de los comunicados que la misma brigada, y por medio de la red de enlaces nacionales, publicaron en sus redes sociales. Total que, siendo sincero, detuve la intención de escribir. Mis notas, a mi parecer en una primera leída, aportaban poco o nada novedoso a lo ya expresado por activistas, reporteros y personas que acompañaron a la Brigada. Los tiempos me habían rebasado. Nuevamente. ¿Pero acaso ésa era mi intención, ser leído en algún medio? ¿Tener la exclusividad? ¿Tener la verdad sobre lo que sucede? Algo y poco hay de cierto en cada pregunta. Pero mi respuesta llegó gracias a que me detuve a escuchar mi corazón. Y en parte, o mucho, ayudó lo que escribió un niño de una escuela en Huitzuco, Guerrero: “Rascar la tierra es construir la paz”. Frase que recordé, cuando el mismo Pietro en su video-columna, en el portal de RompeViento, la pronunció. ¡Claro, ahí está lo que tanto había buscado! Más allá de lo que diga, y retomando a Marcela Turati, la parafraseo: “Ante el horror que atraviesa a México, las historias de esperanza están a través de esas mujeres, en los familiares de víctimas, que se han organizado y han enfrentado al Estado…” ¿Cómo? Pues organizándose.

Ésta no es la primera vez que me sucede. Me refiero a que no puedo escribir lo que he vivido en esta lucha que ya lleva más de 8 años en México. Me explico, lo mismo me ocurrió en la caravana que salió hacia Ciudad Juárez. Aquella primera caravana que propuso el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, en la que me tocó ver y escuchar las primeras participaciones de María Herrera. Soy testigo de su transformación, de su bendita transformación que ha logrado. Una de las integrantes pasó de ser un familiar de una(s) víctima(s) que nos narraba tristemente la desaparición de sus cuatro hijos en los diferentes templetes de los estados del país que visitamos en el Norte, a ser ella, ahora, quien impulse la búsqueda de desaparecidos en el país (claro está que junto a otras mujeres y organizaciones en México). Aclaro, no es la única, pero sí una de las más representativas en la actualidad. De la misma manera que ahora, a mi regreso intenté narrar lo que había percibido. Pero no pude. Algunas sensaciones, pequeños pincelazos de lo que había sentido durante aquellos días, a causa de la narración de los familiares de víctimas, de los “peligros” que habíamos vivido en algunos momentos (más del producto del miedo que nada), terminaron en unos poemas. Ninguno de ellos memorable a mi parecer, pero que trajeron, sin duda alguna, tranquilidad a mi cuerpo y alma.

Fotografía de Juan Francisco García Reynoso.

Lo mismo ocurrió cuando fui a la caravana que fue hacia el Sur, llegando hasta los límites con Guatemala. Y más atrás también me ocurrió, cuando me sumé a la marcha en silencio que salió de Cuernavaca y cuatro días después llegó al Zócalo de la Ciudad de México. Ni qué decir de cuando nos manifestamos en el puente de Galerías, días después de que aparecieron aquellos cuerpos colgados, que además fueron balaceados. Nunca pude escribir de manera “objetiva”, de manera concienzuda, sólo hice algunos “poemas”, uno de ellos de manera circunstancial terminó exhibido en el museo Anahuacalli en Coyoacán, en una muestra representativa del estado de Morelos en el marco del Día de Muertos. De no haber sido por la ayuda de quien me lo pidió, Edgar Assad, no hubiese quedado tan claro y contundente. A veces creo que es más de él que mío.

El tema, es, que justo en este momento de mi vida, y tras reflexionar sobre lo que he vivido en todas estas acciones de noviolencia, reconozco que de mi parte, ese “yo” que ha querido complacer los menesteres de la academia, es la razón por lo cual he terminado por enfriar lo que a mi corazón pervive. No son los números, las estadísticas, pues, de cuántas personas desaparecidas hay en el país, lo que me mueve a solidarizarme y percibir a los familiares desde otro punto de vista, aunque sí sea alarmante reconocer que los datos que conocemos son de horror (las instituciones dicen que son algo así como 40,000; por otra parte, las organizaciones de familiares en búsqueda expresan que en realidad son más de 100,000 las personas desaparecidas en el país). Es decir, el horror es mayor. Pero no es eso lo que me mueve, y espero que no se malinterprete mi postura. A mi parecer, fue un hecho atroz el que provocó que empezara este movimiento, desde el 28 de marzo de 2011, con la muerte de Juanelo, como consecuencia de la violencia que vivimos a raíz de la supuesta guerra contra el narco. Desde entonces, y en acompañamiento al dolor de Javier Sicilia, fue que me sumé junto con amigos y conocidos, a lo que sería un peregrinar que aún no termina. Ese momento definió lo que hasta ahora ocupa una parte importante en mi vida, la necesidad de evidenciar que más allá de números y demagogias, la vida en México es de claro-oscuros. Por un lado el horror que implica los asesinatos, la trata de personas, las desapariciones forzadas, los jóvenes que ingresan al crimen organizado, ya sea de manera forzada o “voluntaria”. Y por otra parte, a mi mente vienen nombres de defensores de derechos humanos, organizaciones civiles, esfuerzos como el de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. El horror ha hecho que acompañe, de manera solidaria, los esfuerzos que muchísimas personas han decidido echar a andar. He preferido enfrentar que esperar, con la esperanza de que algún día termine esto. Pero también son los familiares de las víctimas los que siguen impulsándome para que no me baje de este tren de la historia. Son la gran razón de que yo permanezca en esta necesidad de construir la paz (lo poquito que me corresponde y asumo). Son ellas y ellos, que son niños y niñas; ancianos y ancianas; que son hermanos y hermanas; son madres y padres; abuelos y abuelas; que son vecinos, que son personas que saben que esta vida que nos tocó vivir, necesita de nuestro esfuerzo y perseverancia para construir un nuevo México. Son ellas, con sus pies y voces, caminando los vericuetos de la burocracia y la apatía de las instituciones. Son ellas, sí, son ellas, quienes tienen la posibilidad de mostrarnos el camino. Con o sin la ayuda de personas que están en el poder. ❧

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