Nos pregunta directamente el autor Rainer María Rilke (Praga, 1875 – Suiza, 1926) en el verso 43 de la primera de Las Elegías de Duino… Y una se quedaba perpleja, cuando aquella primera vez leía tal verso abismada en las letras que componían ese nombre, y ya con la pena a cuestas, cundida por la frustración y la impotencia al no encontrar fuente alguna, la información, el conocimiento y mucho menos el reconocimiento de la poeta citada que, ahora sé, que por ser poeta y del renacimiento, doble, por decir poco, fue su transgresión. Porque Gaspara Stampa fue más la tensión del arco, el arrojo y la potencia que se cumple para superar a la flecha como el vehículo que lleva en la punta fina de su canto, el escondido y claro encargo de trasponer el capricho humano atravesando su maltrecha forma, para alcanzar el amor divino. Si lo supo, no lo sabemos, pero tan importante fue la realización de sus versos que rasgó el óbice de los binomios perfilados en las imágenes de una Beatriz de Portinari (1266-1290), Laura de Noves (1310-1348), Elisa, Isabel Freyre (1507- 1536), de Dante Alighieri, Francesco Petrarca, Garcilaso de la Vega respectivamente; de objeto a sujeto rompió el hechizo de la idealización en las sofisticadas y engañosas cadenas del caldo de cultivo, imagen sin alma propia, ceñida etiqueta y “musa” inspiradora, para convertirse a fuerza de amor, impulso y entrega en la inspirada, en la ejecutante de sus dones en las habitaciones propias de la cortesanía que caminaba. Gaspara Stampa, sin duda, desgarra paradigmas: canta, escribe, ama y sueña, habla y dice dejando el harto pesado yeso o estuco del ser un objeto idealizado a cambio de un estar viva en el franco adentrarse en sí misma y en su pensamiento:
Si aun siendo como soy abyecta y vil / mujer, puedo llevar tan alto fuego / ¿por qué no lo hago arder, siquiera un poco, / y se lo muestro al mundo con estilo? / Si amor con nuevo, extraordinario ardor, / que no esquivé, tan alto me condujo, / ¿por qué no puedo yo, con juego insólito / hermanar en mi alma pena y pluma? / Y si no puedo por naturaleza, / por milagro podré, que tantas veces / vence, traspasa y rompe toda regla. / Yo no acierto a expresar si esto es posible, / pero empiezo a sentir, para mi suerte, / el corazón de un nuevo estilo impreso.
¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa?… Con el imperio y la industria de una mujer Stampa imprime el alma a la palabra que llega a nosotros cinco siglos después de que su pluma haya dejado más de trescientos poemas preponderantemente en el vestido del soneto que fueron cumpliendo a cabalidad con los usos de su tiempo, en su obra reunida intitulada Rime. Rime, como fue el caso de la poesía de Emily Dickinson y su hermana Lavinia, fue organizada y editada por su hermana Cassandra en 1554, poco después de la muerte joven de Gaspara. Asimismo, si en analogías estamos, Gaspara como Emily –ésta, tres siglos después–, apenas publicó tres o cuatro poemas en vida y su obra vio la luz gracias a este invaluable interés y cuidado de Cassandra.
Nacida en Padua en el año de 1523, Stampa muere a los 31 años en la Venecia también de Tiziano y de Tintoretto, dejando el sfumatto del vuelo de una flecha que hendió las formas de su siglo, como un venablo en el arte de decirse, para trascenderse a ella misma y con ella todo aquello que no es ajeno al humanismo.
Mujer concebida en cuerpo y alma, hija de prominentes joyeros de casta aristócrata, Gaspara Stampa tuvo dos grandes amores (y cuando digo esto, me refiero a la magnitud del amor que ella tuvo por ambos hombres, uno después del otro) cuya horma fue la libertad. A los 25 años conoció y estableció una relación intensa y breve con el poeta y militar Collaltino di Collalto y tres años más tarde con un caballero vienés llamado Bartolomeo Zen, cuya relación, aún más breve, acaba por catapultarla al arrepentimiento espiritual y religioso por haber encontrado como toda respuesta, la infamia del silencio y del vacío; sin embargo, dando secuencia al lírico entendimiento rilkiano: ¿No es tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y, temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco, para ser, unidos en el salto, algo más que la sola flecha? Gaspara descubre que si la resonancia a su pasión no estaba en el amado, sí en ese afelpado recinto que como de facto da de frente con el latir de lo sagrado en su pecho inspirado y libre:
Amor, cubre los ojos que me ataron /para que nunca vean la belleza,
/la buena educación, la cortesía/de las mujeres bellas que hay en Francia; / que mi vida, que ahora es dulce y grata, /no se llene de llanto y aspereza/ porque desprecio todo en este mundo,
excepto por su luz clara y serena./Y si él encuentra, por azar, alguna
/que sea digna de su amor y encienda/su corazón con fuerza y con constancia, / hiérelo con el plomo de tu flecha, /o dame muerte con tu flecha de oro, / que no quiero vivir de esa manera. ❧
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