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Gandhi, la idealización de un hombre

GANDHI (1982) de Richard Attenborough es un biopic que busca la beatificación del personaje retratado por medio de la imagen en movimiento. La película es recordada en la historia del cine por sus ocho premios de la Academia (el premio Óscar) en el año de su estreno, sin embargo con el actual visionado y la lupa aplicada a la distancia y el tiempo, quizá se pueda olfatear que esto no significa nada más que una inclinación políticamente correcta por parte de un filme que no buscó crear mayor conflicto en los espectadores, sino un homenaje al protagonista de su historia.

El biopic se refiere a un género cinematográfico que engloba películas biográficas dedicadas a desarrollar la vida de un personaje en específico, en este caso Gandhi. Se distingue por tener una mayor libertad de plasmar los hechos históricos bajo la tutela de la ficción y cierta licencia poética sin necesidad de justificar el desarrollo de la historia que retrata, no se sustenta en una investigación histórica-teórica rigurosa, sino en la resolución de problemas en términos cinematográficos entendidos como imagen, fotografía, sonido, narrativa, actuación, dirección artística, adaptación de la época, la producción, aspectos nada desdeñables y sumamente complicados, sobre todo en el acto de bordar una imagen que conmueva y convenza al público.

Dentro de dicho bordado se crea cierto monopolio de la historia. Paulatinamente Gandhi se convierte en una figura cinematográfica cooptada por una industria cultural, en este caso, la representación de un personaje hindú bajo la lente occidental. Quizá el error más grande de los biopics es la condescendencia y la idealización del personaje retratado; en este filme de los años ochenta, deudor de las grandes producciones de cine y la suntuosidad de los magnos relatos, Gandhi es un santo y no tiene fisura alguna.

La película inicia con la muerte de su protagonista y posteriormente retrocedemos en el tiempo, cuando Gandhi es un abogado expulsado de un tren en Sudáfrica por viajar en primera clase: “No hay abogados negros en Sudáfrica”, le dice convencido el personal del tren, un joven blanco. En la escena radica el interés por visibilizar las injusticias hacia una aparente minoría. Minoría simbólica en espacios geográficos como Sudáfrica y posteriormente la India, donde el peso del poder político recae en los europeos colonizadores quienes asignan, en aspectos muy áridos, quién puede o no ser abogado. Por lo tanto, Gandhi se pregunta por qué deben respetar y respaldar la opresión de un país extranjero. El discurso cinematográfico salta hábilmente de lo particular a lo general y a la inversa; una vez que Gandhi hable sobre la profesión de ser abogado, en el sentido más profundo no sólo se refiere a una profesión y la libertad de las personas para ejercerla, sino de un país y la búsqueda de una identidad más allá de la opresión.

Sin embargo, al invertir el proceso, la película sustrae la imagen de Gandhi como una figura indentitaria de la India. Es por ello que el protagonista es el único personaje con cierto grado de complejidad, el resto son meros estereotipos que ayudan a que la historia se desarrolle sin mayor problema: los británicos son burgueses descorazonados, asesinos a sangre fría, caricaturas de una maldad ambiciosa e irreflexiva; los dirigentes hindúes, sobre todo Pandit Nehru, son más juiciosos y sensibles ante las problemáticas sociales, mientras que Mohammed Ali Jinnah, uno de los fundadores de Pakistán, es un hombre intransigente y autoritario. Kasturba Makhanji, esposa de Gandhi, es un aderezo sensiblero, figura femenina que complementa al personaje masculino junto con la joven extranjera (y sobrina simbólica) Mirabehn. También se encuentra la actriz Candice Bergen como la fotógrafa estadounidense Margaret Bourke-White, un complemento moroso del interés norteamericano y la revista Life.

Fotograma de la película Gandhi (1982) de Richard Attenborough

La figura de la mujer es prácticamente inexistente en la película, por no decir risible. En algún momento Makhanji explica a la fotógrafa estadounidense que para Gandhi no existe mayor esclavitud que la de las mujeres y la de los intocables, y por ello son su gran preocupación; estos últimos pertenecen a un sistema de castas según la creencia hindú, los intocables, los parias, son destinados a realizar los trabajos más marginales. La película nunca explica el sistema de castas, lo evita furtivamente para simplificar el trasfondo religioso en un juego de palabras donde Gandhi cree en todas las deidades unificadas y en paz. Sólo retoma los problemas religiosos como un elemento que ayude visibilizar una disgregación evidente entre las personas; aún así las creencias religiosas de los pueblos son meros estereotipos panfletarios sin mayor profundidad. Por otro lado las mujeres, aún cuando se enuncie que su esclavitud sea un punto de interés para el protagonista, poco las vemos en pantalla en un papel activo; la película es un retrato de hombres discutiendo el futuro de sus tierras y propiedades. Las mujeres sólo ayudan a delinear mejor las distintas figuras de la masculinidad retratadas en la película.

El relato se construye con base en elipsis entre los momentos de inflexión en la política y las acciones de Gandhi: primero es el joven hindú que busca la igualdad frente a los británicos, crea un espacio utópico donde los miembros de esta nueva sociedad emprenden las mismas labores con la intención de abolir la jerarquización del trabajo y las castas; posteriormente busca la libertad de la India, asistimos a las negociaciones con los europeos y con el mismo pueblo que se divide en distintos credos y procedencias no sólo geográficas sino también religiosas. Gandhi se convierte en una figura pública y se maneja de forma astuta, aunque el espectador sólo perciba dicha habilidad entre las costuras del filme, ya que el protagonista es sumamente humilde, juicioso y desinteresado aun cuando es apresado en numerosas ocasiones. Es de gran valía la interpretación del actor Ben Kingsley, cuyo parecido físico con Gandhi es impresionante. Kingsley logra matizar a un personaje que en apariencia podría no tener mayor trasfondo al ser una figura sin fisuras. Habría sido más interesante correr ciertos riesgos por parte de la producción e incluir en la historia los argumentos de varios detractores de Gandhi.

Probablemente, lo más interesante de un filme que prácticamente beatifica a su protagónico es la búsqueda de acciones y gestos políticos, que acortan las distancias entre el cine como pura imagen y sus espectadores. Acciones como el ayuno de Gandhi en momentos de crisis, para apaciguar la agresión del pueblo entre hindúes y musulmanes; el llamado a la quema de telas británicas para que el pueblo elaborara su propio ropaje y no dependiera del comercio y la explotación extranjera; la marcha de la sal como manifestación con propósitos más allá de lo simbólico, ya que buscó romper el monopolio de la producción y distribución de la sal por parte del gobierno británico (la sal como producto de alta demanda por su uso para conservar los alimentos), evitando caer en el sistema de producción de aquéllos que los sometían.

Fotograma de la película Gandhi (1982) de Richard Attenborough

Esta serie de gestos pacíficos entre lo político y lo estético, al ser llevados al cine, pueden evocar un gran poderío que va más allá de la manipulación emotiva del público. Si despejamos el panorama en el cual se encuentra inmersa la película, con obvias inclinaciones de mercado, se intenta vender un producto-película, la imagen-figura-héroe y la búsqueda de una aparente reivindicación, ya que la producción (inversión monetaria) de la película corre a cargo del Reino Unido, así como la cosecha de premios y la búsqueda de un reconocimiento a nivel mundial. La película puede saltar del cuestionamiento, al conocimiento y finalmente a la acción; aunque no precisamente como pasiva, sino pacífica y sobre todo de desobediencia.

Sin embargo las tres horas de metraje se convierten en un reiterativo juego de imágenes. La postura de Gandhi se reduce a una actitud de pasividad, el estereotipo bien cimentado por el que muchos lo conocemos: la resistencia pasiva, que impregna el guión de emotivos discursos del protagonista donde llama a la desobediencia; la provocación sin violencia; soportar los abusos británicos y así evidenciar su vileza. Posiblemente a lo que más nos puede avocar, además del homenaje a Gandhi y las acciones políticas como gestos de trascendencia, es al mensaje de que las minorías son las que se encuentran en el poder, y si el pueblo, la mayoría, deja de responder, entonces la estructura se modifica. Quizás en este juego de palabras alguna acción pueda salir a flote.❧

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Lucio Ávila
Lucio Ávila
Crítico de cine y Maestro en Estudios de Arte y Literatura por la UAEM.
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