Voces de la comunidad

Fuera del margen: el mundo fantasma

Everyone I know is acting weird
or way too cool
they hang out by the pool
so I just read a lot and rode my bike
around the school

AIMEE MANN, Ghost World

¿QUÉ OCURRE DESPUÉS de la tan ansiada graduación del bachillerato? ¿Cuál es la siguiente decisión a tomar? En el intermedio, durante las vacaciones de verano, ¿qué acontece en el tiempo de ocio? Ghost World (2001), de Terry Zwigoff, traducida en México como Mundo fantasma, es la adaptación al cine del cómic homónimo de Daniel Clowes, quien también ayudó a escribir el guión de la película. Protagonizada por dos chicas, Enid y Rebecca (fabulosa Thora Birch y una esquemática, aunque correcta, Scarlett Johansson) morena y rubia, jóvenes inteligentes pero cínicas, se encuentran incrédulas durante el discurso de graduación proferido por una compañera en silla de ruedas. La joven de birrete frente al micrófono, expone, no sin cierto dramatismo tan propio en las ceremonias de clausura, que “la escuela es como las llantas de entrenamiento para la bicicleta que es la vida real”, las protagonistas se miran entre sí con muecas de insatisfacción, al público nos sobrecoge una carcajada.

Ésta es la declamación del mundo fantasma de Zwigoff, la pequeña broma basada en la ironía: una joven en silla de ruedas, recita con metáforas que no le ajustan. Posteriormente subraya que a partir de su accidente automovilístico, provocado por el consumo de drogas y alcohol, ha tenido una especie de revelación sobre los excesos. Este personaje, el cual no vuelve a aparecer durante la película, ayuda a delinear en primera instancia que, Ghost World no es una película sobre adolescentes alocados dentro del instituto previo a la universidad, por lo tanto no habrá final moralino, incluyente o consolatorio; en segundo lugar, no hay mayor mentira que las promesas hechas detrás del micrófono institucional. Los discursos, las palabras de despedida con toda su ñoñería, así como la espectacularidad del aplauso al ponente y el ejercicio optimista de cumplir metas, celebrar los procesos educativos que se cierran y los próximos proyectos, todo esto no tiene cabida aquí. Por el contrario, lo que nos queda es lidiar con la cotidianidad, más allá de la linealidad consecutiva que nos han enseñado sobre escoger una carrera universitaria, buscar una vocación, entregarte a ella y al final conseguir un trabajo con derecho a jubilación.

De lo que habla Ghost World es de aquello que se ha quedado al margen, de la experiencia que no acontece durante el bachillerato y a la cual no se llegará durante la universidad, de lo que no te dicen los profesores ni el discurso en la ceremonia de despedida. La película habla de un verano durante el cual sus protagonistas descubren, sin dramatismos o sensiblerías, que probablemente no pertenecen a este mundo. Es una película de procesos que se presentan durante la juventud, sobre vislumbrar las acciones inclasificables que llevan a la supuesta madurez, el contacto con la vida adulta y el autodescubrimiento. Enid y Rebecca deciden no asistir a la universidad, planean vivir juntas y para ello requieren buscar un trabajo. Mientras esto sucede se cruzan en la vida de Seymour, un coleccionista de discos de vinilo, a quien le juegan una broma pesada.

Seymour, interpretado por Steve Buscemi (quien tiene aquí uno de los mejores trabajos en su carrera como actor), es un adulto inadaptado, amante de los discos, coleccionista de objetos, encerrado en su habitación de tesoros, lo único por lo que opta es hacer ventas de garage y aburridas reuniones con otros coleccionistas. Este personaje es el despliegue de Enid y contiene un mensaje poco adulador. La película comenta entre líneas que con los años la situación empeora, y probablemente las personas con un juicio crítico son mantenidas al margen. Un futuro que pinta desolador entre música de jazz, blues y cómics underground (con canciones de Skip James, Freddie Spruell, Joe Callicott y Lionel Belasco, en un soundtrack delicioso), se presiente cierto anacronismo, los personajes no pertenecen a su tiempo y, por lo mismo, son desechados sin piedad por la sociedad en la que les tocó vivir. No sabemos con precisión en qué década transcurre la película. Se instaura a inicios del nuevo milenio, mientras el cómic se publicó en los noventa, por lo tanto es deudor de este sentimiento melancólico, nostálgico, la pérdida de algo importante. Esto no implica que la mirada hacia los personajes sea consecuente o romántica; por el contrario, la historia evita dichas concesiones con el espectador. Enid, Rebecca y Seymour pueden llegar a ser muy crueles.

No hay reducciones de fácil digestión, no es una película de transición, tampoco habla sobre la valía de la amistad o el duro desempeño que nos lleva “hacia un mejor futuro”. Aquí sólo hay promesas que incluso nunca se proclamaron, nos encontramos ante la desidia social, y sus personajes, tan conscientes de sí mismos, desprecian hasta cierta medida la identidad que les ha cosido el entorno. Nada es gratuito en Ghost World, se pueden encontrar chistes encriptados en cada secuencia, donde lo más negro y crítico de su humor es cuando entiendes que la broma está aunada a nuestra cotidianidad, en los pequeños gestos obviados a diario, aquello que naturalizamos. Cuando se comprende el detonante de su comicidad, la broma puede ser placentera y a la vez incómoda, recuerda a lo lejos al director estadounidense Todd Solondz, con películas como Welcome to the Dollhouse (1995), pero lo que en Solondz es humor negrísimo para evidenciar la discriminación, en las familias y las escuelas, a los pequeños niños denominados como “raros”, “ñoños”, “feos” pero inocentes, en Ghost World se ha perdido en primera instancia la ingenuidad, para posteriormente dejar de lado la esperanza de ser acogido por la misma sociedad que les violenta y discrimina.

Puestas al margen, Enid y Rebecca van a la deriva, siendo ésta el motivo de su paulatina separación. La segunda se convence de encontrar trabajo para que pueda mudarse; Rebecca es una chica sensible y poco pretenciosa, por momentos busca evidenciar las contradicciones en el carácter de su amiga. Por otro lado, Enid no puede mantener una relación apacible con su padre (interpretado por Bob Balaban), un hombre pequeño de gafas, quien a su vez sale con Maxine, una señora similar a él pero aterradora, a quien le basta decir apenas dos líneas para generar un total desagrado ante la audiencia. Enid no tiene suerte con los trabajos, no funciona dentro de un sistema estandarizado de empresas transnacionales; de hecho, gran parte de las bromas corren a cuenta de los pequeños puestos que denigran a sus empleados.

En el marco de la desilusión laboral se encuentra el sofoco de vivir en una ciudad que no las comprende, donde al parecer no vale la pena estudiar una carrera universitaria, pues ni siquiera existen espacios para profesionistas. Otro personaje que lo pone en evidencia es Josh, el atractivo amigo de Enid y Rebecca, en piel del actor Brad Renfro, quien en otras películas ha sido el chico problemático y matón, aquí se presenta de manera sensible, hasta patética, atado al mostrador de una típica tienda de abarrotes, el mensaje es claro: no hay futuro aparente.

Sin embargo, el tinte es agridulce, una vez que la amistad entre las chicas se enfríe, Enid encuentra refugio en una relación singular y excéntrica con Seymour, donde se pone en evidencia la disparidad de edad en una tensión sexual latente, que quizá otros productos culturales (hegemónicos) nos han enseñado a detectar. Retomándolo, la película opta por evidenciar nuestras pequeñas perversiones y lo políticamente correctos que nos hemos vuelto. Se destacan comentarios al racismo en Estados Unidos: “La gente sigue odiando, pero sabe ocultarlo”, dice Seymour. Esto tiene su referente en el mundo del cómic. El personaje de Seymour se basa en el artista Robert Crumb, dibujante, historietista underground y músico, creador a contrapelo; en sus historietas exhibe la perturbadora idea de comulgar con el tipo de vida estadounidense, la noción que exhibe es misántropa, es el antihéroe de una sociedad asqueada. Crumb nos muestra aquello que no siempre deseamos percibir, pero que en sí nos atrae y angustia. El director Terry Zwigoff perteneció a la banda de música R. Crumb & His Cheap Suit Serenaders, donde tocó junto al caricaturista, incluso su película previa es un documental titulado Crumb (1994).

El referente al mundo de la música y del cómic se encuentra también en Enid, quien ha reprobado la clase de arte y debe tomar un curso de verano. En sus clases prima el arte conceptual, donde el discurso sobre los objetos reapropiados es decisivo. Zwigoff hace una crítica hilarante al mundo del arte contemporáneo, en el que los artistas carecen de cualquier tipo de técnica o metodología para gestar sus piezas. La profesora muestra su videoarte Mirror, Father, Mirror (Espejo, Padre, Espejo) para demostrar su concepto de identidad; el video no es más que una curiosa cita a la cineasta vanguardista Maya Deren, quien en su película Meshes of the Afternoon (1943) se decanta en un viaje onírico como crítica al cine clásico de Hollywood y su narrativa lineal.

Fotograma de la película Ghost World (2001), de Terry Zwigoff

La crítica que hace Zwigoff en Ghost World no es hacia Deren, sino hacia la nueva generación de seudoartistas y profesores, en apariencia alternativos, que viven de precarias citas y ocurrencias para insertarse en un mundo del arte regido por el consumismo y las figuras mediáticas sin mayor contenido. La profesora desaprueba los dibujos de Enid por considerarlos caricaturas sin gran calado y celebra el trabajo de otros alumnos que apenas saben bordar un discurso en torno a sus piezas. Puro sofisma contemporáneo, como escribió el crítico e historiador del arte Hal Foster: “La línea entre una tesis y un revoltijo o una obra de arte total y una porquería, frecuentemente es muy delgada”.

El cine siempre se encuentra en la delgada línea, ahora que estamos en una época donde los superhéroes inundan las salas, cual única adaptación del cómic, es necesario voltear al pasado, un par de décadas, para encontrar personajes realmente desposeídos de ilusiones, herederos del hedonismo propio de los años ochenta y el desencanto de los noventa, así como de la contracultura y del underground estadounidense.

Ghost World nace después de las revoluciones sociales reapropiadas por el sistema hegemónico y dominante, cuando la identidad se aplana en la modernidad líquida, se instaura un desencanto cínico y el humor negro; ahí se encuentra la película, como una especie de fuego oscuro, resplandece en el patetismo de la sociedad contemporánea tan alienada y conforme con lo que le ha tocado vivir. Aun cuando pueda parecer deprimente, Ghost World entusiasma por su arrebato en un desinterés auténtico, donde todas las posibilidades se van cerrando hasta la necesaria huida del personaje principal, esa fantasía de partir al azar hacia un lugar donde nadie nos conozca. Es mantenerse al margen, tocar el mundo fantasma, ser un inadaptado y gozarse en ello.❧

 

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Lucio Ávila
Lucio Ávila
Crítico de cine y Maestro en Estudios de Arte y Literatura por la UAEM.
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