¿Se va la poesía de las cosas
o no la puede condensar mi vida?
Ayer –mirando el último crepúsculo–
yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.
Pablo Neruda
Ansiedad, aletargamiento, opresión en el pecho; ganas de saltar por la ventana, mirar hacia dentro; divagar, hambre, mucha hambre; luz maldita que se refleja en un pizarrón, también maldito; el frío de las paredes de ese cuadrado-salón que muerde las articulaciones; si estiras los pies, ya pateaste al de enfrente; sudor corriendo por las axilas, apestando el ambiente; abulia, te faltan cinco horas más de clase, en el mismo salón, la misma banca, mirando únicamente al frente. El espacio, telar infinito, de dócil ductilidad, también puede llegar a ser una jaula insoportable.
Los salones en los cuales se suelen impartir las clases, son mímesis de lo estático, lo rígido, lo que no debe cambiar. En el ámbito educativo, mucho se ha discutido sobre el tipo de infraestructura que se debe de tener para crear un “espacio” digno que permita la enseñanza-aprendizaje del sujeto, conforme el contexto propio del sector de quien se pretende educar. Sin embargo, desde principios del siglo XX, en nuestro país se ha mantenido una cultura del espacio cuadrado, en donde hay un atrás y un adelante: atrás, los que menos saben, los relajientos, los tímidos; adelante, los que no temen la mirada del maestro. El salón de clases, por lo tanto, no es un espacio dinámico: es un área de austera comodidad, en la que el cuerpo se ve sometido a horas de inactividad y la mente es la encargada de moverse al ritmo que determine el profesor.
El espacio es “una de las tres dimensiones en donde se encuentra el ser humano como masa o materia, viendo pasar el tiempo en el mundo, esperando ver la cuarta dimensión”1Nos dice el Dr. Genaro Orozco Barba, docente de la Escuela de Técnicos Laboratoristas desde hace quince años, mientras acomoda un sinfín de exámenes en su escritorio. El doctor también opina que el espacio del salón de clases puede ser asfixiante, por la cantidad de alumnos que han llegado a tener. . Es por esto que adecuar un “espacio” para las necesidades educativas es vital e indispensable, ya que sin un espacio digno, el estudiante no logrará traspasar las dimensiones en las cuales se aprisiona su pensamiento –agregando a esto que también el docente sufre la opresión de la jaula-salón–.
“Dentro del espacio de un aula, llámese la materia a las butacas, los alumnos, las mochilas, el profesor, todas éstas se mueven en un tiempo para llegar a la anhelada cuarta dimensión, que podríamos sugerirla como la enseñanza-aprendizaje esperada”2Orozco, G., 2018.. Y el problema principal radica en que ese espacio designado para que toda la materia antes mencionada se mueva, es insuficiente. Aunado a que no está adecuado para que se imparta la asignatura deseada.
Marianella Castro-Pérez y María Esther Morales-Ramírez3Castro, M. Morales, Ma. E. Los ambientes de aula que promueven el aprendizaje, desde la perspectiva de los niños y niñas escolares. Revista Electrónica Educare [en línea] 2015, 19 (Septiembre-Diciembre). Fecha de consulta: 01 de junio de 2018. Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=194140994008, mencionan que “el ambiente está compuesto por elementos físicos, sociales, culturales, psicológicos, pedagógicos, humanos, biológicos, químicos, históricos, que están interrelacionados entre sí y que favorecen o dificultan la interacción, las relaciones, la identidad, el sentido de pertenencia y acogimiento”. Asimismo, resumen de manera formidable, uno de los grandes “pecados” del sistema educativo, es decir, la omisión a reformar la visión que se tiene sobre los “espacios”, de acuerdo a la complejidad que esto implica:
Debido a que el aprendizaje es multifactorial y complejo, demanda la existencia de condiciones ambientales mínimas, especialmente porque el ambiente enseña por sí mismo. Aspecto que se corroboró mediante las observaciones realizadas en los salones de clase de diversos centros educativos en el país [Costa Rica], las cuales evidenciaron las diferencias y carencias existentes en los ámbitos físico, emocional, metodológico y motivacional de los ambientes de aula, en elementos tales como: la temperatura, la ventilación, el color de las paredes, el cielo raso, la intensidad de la luz, las decoraciones sin objetivo pedagógico y poco acordes con la edad y etapa del desarrollo de los estudiantes, recursos y materiales limitados y precarios, limpieza deficiente; aunado a características socioemocionales que conllevan a desmotivación, problemas de disciplina, escaso sentido de pertenencia y compromiso en el cuidado del aula, así como de calidad de las relaciones interpersonales existentes; todos los cuales propician que el aprendizaje logrado por los niños y niñas no sea óptimo. Así las cosas, surge la necesidad de ampliar la información con respecto a este tema y aportar conclusiones, sugerencias y propuestas dirigidas a docentes o profesionales sensibilizados con la temática que favorezcan el cambio de las características de los ambientes escolares, todo lo cual se espera redunde en beneficio de los niños, las niñas y el personal docente.
Esta atinada crítica llevada a cabo por Marianella Castro-Pérez y María Esther Morales-Ramírez, podemos observarla en la terrible, absurda y mutilante decisión de separar la teoría de la práctica. Es decir, materias como física, química, biología, impartidas en el nivel medio superior, tienen su espacio para impartir la teoría y su espacio (laboratorio) para llevar a cabo una práctica. El maestro debería poder desarrollar su aprendizaje vinculando en todo momento a esta teoría-práctica; tener un salón-laboratorio. Además, que cumpliera con la demanda conforme la cantidad de alumnos a ingresar. Porque ahora –bendita lógica a nivel nacional sobre cobertura educativa que se le “olvidó” también dar cobertura en infraestructura y contratación de docentes y, ¿por qué no?, hasta docencia compartida– pueden darse una vuelta a los laboratorios de casi todas las preparatorias y bachilleratos bivalentes para observar cómo se amontonan en un grupo de 40 a 49 alumnos, en equipos de diez alumnos, sobre las mesas, para realizar una práctica. Si eres afortunado, te tocará mirar a través del microscopio la omnipresencia de la vida. Lo común será que te toque lavar el material o apoyar las manos sobre la barbilla para manifestar todo tu aburrimiento en una práctica que no practicas.
Marianella Castro-Pérez y María Esther Morales-Ramírez, citan a Romo4Romo, V., “Espacios educativos desafiantes en educación Infantil”, En V. Peralta y L. Hernández (coords.), Antología de experiencias de la educación inicial iberoamericana, OEI y UNICEF, 2012, pp. 141-145. Consultado en http://www.oei.es/metas2021/infancia2.pdf quien nos dice que los elementos los cuales componen un ambiente educativo son los que están relacionados con:
- Espacios éticos, estéticos, seguros, cómodos, luminosos, sonoros, adaptados a las discapacidades, con una unidad de color y forma, armónicos, mediadores de pensamientos y relaciones sociales, lúdicos, expresivos, libres, diversos, respetuosos; con recursos culturales y naturales.
- Con una comunicación dialogante, analógica, respetuosa y horizontal. Que atienda la diversidad de inteligencias y estilos de los estudiantes.
- Un objetivo educativo claro, compartido, retador y motivante.
Romo concreta en estos postulados, una verdadera poética del espacio educativo. Esta poética es la cuarta dimensión a la que debemos aspirar cuando pensemos en reformas educativas o en reconstrucción de nuestros espacios universitarios.
Marianella Castro-Pérez y María Esther Morales-Ramírez, reflexionan que:
en la mayoría de los centros educativos en Costa Rica, se ha percibido un aumento en la práctica de poner concreto en los patios de juego y zonas libres, o de hacer construcciones –algunas veces desproporcionadas– de aulas, bodegas, entre otros, que coartan la posibilidad de los niños y niñas de disfrutar del contacto con las zonas verdes. En contraposición, ha habido por parte de los centros educativos privados un incremento en las ofertas, cuyos currículos ecológicos ofrecen mariposarios, huertas, granjas y otros, como estrategias para atraer a los grupos de padres y madres que valoran la importancia del contacto físico de sus hijos e hijas con la naturaleza.
Este es otro punto vital en la crítica sobre los espacios educativos: lo público contra lo privado. Pareciera que la interpretación de los gobiernos e institutos sobre la educación ofertada por decreto constitucional, no contemplara que la educación que se ofrece no sólo debe ser obligatoria y gratuita, sino también digna y enfocada en permitir la interrelación con la vida circundante; a efecto de crear algo tan básico como lo es la empatía con diversos seres.
El M. en C. Pedro Romero Guido5Secretario de Escuela de Técnicos Laboratoristas de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, desde hace 8 años. Así como docente de la misma casa de estudios desde hace 19 años. hace la siguiente crítica:
Existen tres tipos de ambientes de aprendizaje. Uno, que es el áulico; otro, el real, y, uno más, que es el virtual. El “ambiente áulico” son todas aquellas actividades que se llevan a cabo en un salón; un espacio limitado con recursos mínimos, en el cual hay una transferencia de información y que tradicionalmente no favorece la retroalimentación. De tal manera que es cuestionable en esta era de la información, si realmente estos espacios (los áulicos) permiten los procesos de enseñanza-aprendizaje, o bien, el desarrollo de competencias. Por otro lado, el “ambiente real”, admite la interacción de pensamiento entre el alumno y el docente, principalmente a través de la manipulación de espacios-objetos que permiten la comprensión de los fenómenos a comprender y/o estudiar. El “ambiente virtual”, establece interacciones con un bagaje de información mundial y en constante actualización. En la última década, se le ha dado mayor énfasis al “ambiente virtual” como una estrategia muy poderosa para lograr el aprendizaje-enseñanza de las generaciones actuales de niños y jóvenes. Sin embargo, es imprescindible que a la par de pensar en cualquiera de los ambientes de aprendizaje antes mencionados, exista la presencia de un docente-guía, el cual consolide una estrategia educativa con elementos como la: creatividad, disposición, apropiación, entre otros, para generar un ambiente de aprendizaje apropiado. Es decir, se deben crear aulas ambiente y docentes capaces de crear ambientes de aprendizaje. Cuando se logran tener esos dos elementos, logras un “clima” adecuado. Es como tener una buena tierra y una buena semilla, pero sin un clima adecuado será imposible que se desarrolle la vida en sí. Es lo mismo para las áreas designadas a la educación. La tierra, será el profesor; la semilla, el alumno. El clima, es todo lo que compone a ese proceso de enseñanza.
Las escuelas refirman su existencia como selvas de concreto, en donde hay batallas tribales entre alumnos de primer semestre contra los de quinto, por ganar el espacio de la explanada y poder liberar la tensión de su vida adolescente con una merecida cascarita. Lo malo, ni hablar, es que esa explanada no es un área recreativa. Es el paso de varias personas, alumnos, administrativos, que suelen llevarse un buen balonazo en el lomo. Cuántos balones decomisados bajo la mirada fúrica –o bien, inundada de lágrimas sinceras– de los chicos; cuántas alegrías que se arrancan de raíz y por el bien común de que no haya un accidente en un área que no está habilitada para los juegos. Los políticos, cada sexenio, se llenan la boca con frases acerca de eliminar la delincuencia y apoyar la cultura, la educación. Pero no comprenden ni han vivido la selva educativa. No han pisado las jaulas-salones; no conocen la visión de Romo. No buscan una “Reforma Educativa” que realmente transmute las ruinas en la que se desarrollan las clases y la preciada vida de millones de personas.
Como diría Pablo Neruda
Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,
mordiendo solo todas las tristezas,
como si el llanto fuera una semilla
y yo el único surco de la tierra. ❧
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