Jóvenes, acuerpados y adinerados
El problema para nosotros no consiste en si nuestros deseos están o no satisfechos.
El problema es: ¿cómo sabemos qué desear? No hay nada espontáneo, nada natural en el deseo humano. Nuestros deseos son artificiales.
Slavoj Zizek, The Pervert’s Guide To Cinema
- Axiomas: teoría y praxis
Próximamente un alumno en artes presentará su trabajo final para titularse de la carrera. Él es pintor, hace collage, ocasionalmente instalación, tiende a la transdisciplina. Su trabajo irradia honestidad, la transparencia de un joven que se ve atravesado por ese deseo homosexual que bien desmenuzó Guy Hocquenghem en su libro con el mismo nombre, un deseo canónico por dialogar con la estética del pasado y también con las fijaciones teóricas del psicoanálisis tejido por Freud y Lacan; sin embargo, no iré muy lejos. Lo que esencialmente nos enseña Hocquenghem como homosexuales es que debemos desconfiar de las instituciones que catalogan y subjetivaban los cuerpos, ya sea desde la ley, la psicología, la medicina o la moral. Porque al final, ¿qué es el deseo homosexual sino un deseo construido?
Los discursos que permean la obra de mi alumno son los mismos que le atraviesan como persona y artista, más específicamente como joven homosexual mexicano, estudiante de una escuela de provincia, consumidor de un sinfín de productos culturales que le dicen, de varias formas, que los cánones estéticos europeos siguen vigentes. La misma historia del arte lo exterioriza y cuestiona. No puedo dejar de pensar en la exposición El hombre al desnudo. Dimensiones de la masculinidad a partir de 1800, que se presentó en 2014 en el Museo Nacional de Arte (MUNAL) de la Ciudad de México. En ella, la mayoría eran hombres que pintaban a otros hombres, desde el estilo neoclásico, que precisamente retoma los cánones del Renacimiento y de la época clásica (Grecia y Roma), hasta la erotización del cuerpo sensual y estilizado en diálogo con la homosexualidad, pero más bien con el contacto homosocial entre hombres, entendido como algo netamente masculino. Cabe mencionar que se expuso la obra de muchos artistas y de distintos tipos de representación del cuerpo, pero al final el canon eurocéntrico predominó, no por negligencia de la curaduría, sino porque la historia del arte se ha encargado de mostrarnos ese tipo de cuerpos: los cuerpos son perfectos y tonificados, El David de Miguel Ángel y El hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci no han caducado, sino que han permeado precisamente toda la estética del cuerpo masculino de inicios del siglo XIX, para posteriormente mutar en arreglos que van del papel al mármol y de la piedra a la carne.
Si bien mi alumno no quiere ser como esos cuerpos modélicos del arte, sí los reproduce en sus obras con total honestidad, un aspecto que en una asesoría no pude notar hasta que otra colega nos lo hizo ver. ¡La verdad es que en ocasiones se me olvida! Soy como el ciego que guía a otro ciego. O, más bien, me da una especie de glaucoma temporal que me impide ver lo que para otros es fácil de apreciar. Quizá también se me olvida que estamos cortados con la misma tijera. Ambos somos cuerpos atravesados por una sensibilidad homosexual que se construye través de lo estético. También he tenido otros alumnos que se identifican con el trabajo de Tom of Finland, no precisamente por su calidad en el dibujo, sino por su alto nivel homoerótico en los cuerpos musculosos y penes de gran tamaño.
Una vez, un amigo pintor me dijo que estaba cansado de su fascinación por los cuerpos musculosos, lo contrariaba pintarlos, pero era placentero. Le gustaba, pero sabía que existen otros tipos de cuerpos, muchas más representaciones olvidadas por la plástica; al final ese deseo por la belleza clásica se veía reflejado en su trabajo y vida amorosa. Mi consejo fue que siguiera pintando todos los hombres musculosos, guapos y atractivos hasta que se hastiara (ahora cambiaría la palabra “hastiar” por “desmitificar”), pues yo había escrito minificciones donde todos los hombres parecían sacados de la Dordoña o lo que creía que era la Dordoña, lo europeo, lo que pensaba como atractivo hasta que me cansé, cumplí la fantasía en la ficción. Era como tener sexo con hombres musculosos hasta darte cuenta de que no son más que personas de carne y hueso, un fetiche, en muchas ocasiones, censurado por nosotros mismos al remordernos la conciencia pseudointelectual: ¿cómo es posible que, si conocemos las construcciones idealizadas e imposibles de los cuerpos, igual caigamos en ellas?
De cierto modo, lo peor que puede hacerse es satanizar este deseo, porque al convertirlo en un imposible puede provocar frustración y transformarse en una cuestión negativa. Paladear los cuerpos blancos, tonificados y jóvenes está bien; desmitificarlos es aún mejor. Es necesario sacarlos del diván de lo imposible o lo hegemónico y por lo tanto nocivo; hay que quitarles esa patina de cuerpo eurocéntrico/opresor para gozarlo y después, quizá, desecharlo. También se puede atravesar la propia subjetividad con esta ideología y práctica del culto al cuerpo, es necesario intentarlo para saber qué reacciones despiertas en otros y sobre todo en ti; la verdadera filosofía o teoría es aquélla que traspasa tu subjetividad para aterrizarla en la realidad, en lo cotidiano.
Por ello, cuando mi alumno vino cabizbajo a decirme que le habían criticado su trabajo por representar cuerpos masculinos/hegemónicos, lo único que pude comentar es que no se preocupara y siguiera esa línea de trabajo, pero que fuera consciente al pensar de dónde se venía construyendo este deseo por dichos cuerpos y también hacia dónde lo quería dirigir él como artista. Le sugerí que hiciera un mapeo visual de sus referentes visuales y conceptuales, pues más allá del arte, como homosexuales estamos atravesados/bombardeados por aquello que Sheila Jeffreys denomina en su libro La herejía lesbiana como el ligue: la atracción basada en la apariencia física, la cosificación y el sexo, pero más que nada, en todo el sistema capitalista que le regula y justifica. La vida gay se mueve mediante el consumo específico, se conocen personas en bares gays, antros, lugares de cruising (espacios para sexo casual y anónimo, coqueteo en la vía pública con fines sexuales), mediante aplicaciones móviles que muestran a hombres que se encuentran a metros o kilómetros de distancia con la idea de tener sexo. El ligue se sustenta ante todo en la industria del sexo, lo que más critica Jeffreys es que la vida homosexual se media precisamente por el sexo y el capitalismo que lo atraviesa como dinámica de convivencia. Por lo tanto, no convives si no ligas, no ligas si no tienes un buen cuerpo, juventud o dinero.
- Axiomas cinematográficos
La variable se repite. Entre la juventud, el atractivo físico y el dinero decidí hacer mi propio mapeo mental con el pretexto de escribir sobre cine, pensé en un corpus de películas bastante módico con un recorte breve de argumentos de los filmes que han tenido éxito recientemente y por lo tanto siguen permeando nuestra subjetividad como espectadores. La película clave por excelencia es Call Me By Your Name (2017), de Luca Guadagnino, quien ha demostrado ser un esteta desde su portentosa Io sono l’amore (2009). Guadagnino relata en su última película el deseo ferviente que tiene el joven Elio hacia Oliver, un estudiante de posgrado que realiza una estancia en casa de su familia.
En el libro homónimo en el cual se basó la película (escrito por André Aciman) se entiende totalmente el deseo de Elio hacia Oliver (prácticamente todo el libro es la imposibilidad de acercarse a su objeto del deseo) lo quiere como figura intelectual, caprichosa pero también joven y atractiva; meticulosamente describe hasta el color de los bañadores que usa según su estado de ánimo. La prosa de Aciman es escrupulosa, no escatima en detalle y ayuda a que la imaginación vuele, el bañador se presiente ajustado en la piel bronceada de un veinteañero; mientras que en la novela Oliver ostenta veinticuatro años y Elio diecisiete, en la película el más joven sí cumple con la edad, pero Oliver parece ser más bien un maduro de cuarenta años. La dialéctica de esta disparidad de edades en la película aún se me escapa. Posiblemente se presenta así para exacerbar lo imposible del deseo y las distancias de los cuerpos, para ser más contundente. Aun así, la película funciona por Elio, no tanto por la figura de Oliver, que es más bien un inocuo catedrático al que hay que desear por ser una especie de figura de poder de cuerpo torneado y supuesta inteligencia.
Lo más criticable en Call Me By Your Name no son los cuerpos y sus representaciones estéticas, sino su tibieza frente a la proclamación del deseo homosexual de sus personajes principales. Se trata de una película de clóset, políticamente correcta, donde los personajes nunca se jactan de ser gay, sólo sienten deseo hacia otro hombre. En esta ambigüedad recae el éxito de la película, pues habla de un deseo sexual, un idilio entre dos personas; bajo esta tesitura no es necesario ser gay para identificarse con la pareja principal, tampoco requiere repensarse lo que significaría el que sus personajes realmente salieran del clóset. Así la película se libra de presentar una postura, se alimenta bien de la estructura de el ligue: nos vende el romance en la Riviera Italiana disfrazada de una atracción intelectual, cuando en verdad todo es apariencia. La película nunca aclara realmente cuales son las virtudes de Oliver más allá de lo visual o lo imposible: puro juego hedonista.
En este tono se instaura también el cine del director canadiense Xavier Dolan-Tadros, denominado el enfant terrible del cine contemporáneo, su postura es abiertamente gay en diálogo con las bellas pero terribles figuras del deseo. Quizá las películas que muestran con mayor hincapié las figuras hegemónicas del deseo son Los amores imaginarios (2010) y Tom en el granero (2013). En la primera, el objeto del deseo es el joven rubio Nicolás (Niels Schneider), del que no sabemos nada más allá de su atractivo. Un par de amigos se disputan su atención, ya no digamos su amor, porque la película apenas roza algo más que ese deseo idealizado hacia el rubio delgado pero tonificado, de rizos exquisitos y sonrisa prístina. Los amigos, Marie (Monia Chokri) y Francis (el mismo Xavier Dolan) se lo imaginan a su conveniencia; en una escena, ella lo asocia con El David de Miguel Ángel y él con dibujos de Jean Cocteau. Es un deseo que los destruye en la idealización del otro, sin embargo, deciden llevarlo al extremo. Lo mismo sucede con Tom en el granero, cuando el protagonista se enamora de un sujeto violento pero atractivo (musculoso, joven, masculino). Sabe que debe huir de la granja donde se está hospedando, pero en vez de ello decide bailar un tango con él… Así es el deseo, incontrolable, parece decirnos Dolan.
Estas figuras violentas pero atractivas jamás han sido retratadas con tanta sensualidad como el personaje de Stanley Kowalski, interpretado por Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo (1951), de Elia Kazan. Stanley es un macho agresivo, no por insensible sino por educación; al final tiene buen corazón, pero no termina de entender a su cuñada Blanche (Vivien Leigh), una burguesa en decadencia. Blanche desea –como nosotros ansiamos– verlo en camisa desmangada, empapada por el sudor, porque al cuerpo atractivo le perdonamos todo, a la belleza la dejamos ser por antonomasia violenta, por imposición y seducción. Me imagino a Tennessee Williams (el autor de la obra en la que se basó la película) viendo pasear a jóvenes atractivos por las calles calurosas de Los Ángeles. El deseo por la juventud es una constante en su obra, sobre todo desde la perspectiva de personajes no tan viejos, pero sí un poco mayores. Bien lo retrata en su novela La primavera romana de la señora Stone: una actriz venida a menos sobrevive emocional y sexualmente en compañía de un joven gigoló, él abusa de la desesperación de la protagonista ante su decadencia por sentirse vieja. No importa la fama y el glamur adquirido, Tennessee Williams nos muestra la fragilidad de la juventud y del éxito.
A Single Man (2009), de Tom Ford, muestra precisamente a George (Colin Firth), un catedrático de poco más de cuarenta años, deprimido por la muere de su novio Jim (Matthew Goode), un joven atractivo, una representación de la pérdida no sólo de la juventud sino también del amor. Aquí se plantea un proceso de duelo, un deseo por el fallecido, el revenante que viene una y otra vez en distintas formas para seducir a los vivos. En el metraje uno de los alumnos de George (aún más joven que su fallecido novio, pero como obvio desdoblamiento de éste) intentará motivarlo y seducirlo para sacarlo de la depresión. En una paradoja algo curiosa, el cine de Ford tiende a una bella frialdad, es gélido incluso cuando se trata de temas tan sensibles como la pérdida del amor; su trabajo podrá ser una referencia como diseñador de modas.
El deseo por la juventud es algo que siempre permea en el cine con temática homosexual. En Call Me By Your Name Elio (Timothée Chalamet) tiene cuerpo de adonis, un Apolo inconsciente de su grácil belleza y poderío. En el tránsito a la masculinidad hegemónica se le permite el jugueteo con su sexualidad, se acuesta tanto con su amiga como con su inquilino. Apolo siempre ha sido amigo de Eros, lo que los caracteriza es la irreverencia de la juventud. El referente inmediato de Elio es Tadzio en Muerte en Venecia (1971), de Luchino Visconti, en el que el deseo es unilateral, el de un avejentado Dirk Bogarde que ansía rozar más que con la mirada al joven sueco Björn Andrésen, quien interpreta en la película al delicado y apolíneo Tadzio. Se representa una vejez que anhela la juventud y a los cuerpos que ésta no podrá volver a tener, porque Tadzio anda muy despreocupado paseando por la playa como para percibir a los vejetes que lo desean. Es verdad, Venecia está en decadencia y, con ella, el personaje de Bogarde, la vejez.
Recuerda al mito de Apolo y Marsias. Marsias era un sátiro que, al heredar la flauta de pan de la diosa Atenea, se convierte en un experto con el instrumento, esto le lleva a retar a Apolo a una contienda musical, la cual pierde y es desollado por el dios del sol. En la mitología griega los monstruos mitad animal y mitad humano representaban el salvajismo o lo irracional, a esto hay que agregar que la pintura suele representarse a Marsias como un sátiro o un hombre viejo, por lo que la juventud coqueta, hedonista y todopoderosa puede desollar con facilidad a esta vejez impertinente por buscar competencia donde no hay posibilidad de ganar. El tiempo no perdona, y a la vejez pocos la reivindican. Ni siquiera autores tan consientes de estos hilos del deseo, como William Burroughs, Manuel Puig, Pedro Lemebel o Luis Zapata. La mayoría repite la misma estructura del deseo hacia la juventud y la masculinidad. Aunque, por otro lado, podemos ver que ellos sí se han acostado con el más atractivo, lo han desmitificado y expuesto en sus novelas.
- Conclusión
La obra de mi alumno, como la mía, se ve atravesada por todas estas construcciones de jóvenes de cuerpos torneado, rostros europeos y alto nivel económico. Las nuevas representaciones en el cine pesan mucho, se desea a Elio y, con él, al amor imposible, las vacaciones en Italia, la ropa de marca y el cuerpo joven. La imagen del catedrático importa, pero no tanto, porque es sólo eso, el pretexto para desear tanto y tan intensamente como lo hace Elio. Es imposible negar que nuestra sensibilidad se ha visto bombardeada por distintos productos culturales y la industria del ligue, un brevísimo recorrido por un par de películas muestra que más vale tener dinero en el bolsillo y disfrutar mientras el cuerpo aún es terso, o todavía más directo, si dejamos la juventud atrás más nos vale ser masculinos, de cuerpos torneados y no tender a la feminización. Pero ése es otro tema. Al final reproducimos lo que nos han enseñado a desear, sin embargo, podemos gozarnos en ello, deconstruirlo y realizar arte, cine, historias a partir de ello. Por lo que habría que revisar la contracara, aquélla que revisita al deseo desde una estética y práctica a contrapelo. ❧
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