Magali Lara es una artista que se acerca a lo más profundo, a lo más íntimo de las experiencias, para generar piezas polisémicas que en algunos casos evaden la técnica, pero en todo momento obedecen al instinto creador. De lo cotidiano de la urbe a la complejidad de la naturaleza; de la pérdida de la memoria a la búsqueda de la palabra; de las texturas a los diálogos sonoros, la obra de Lara se mueve con fluidez y busca otros cauces que le permitan interactuar con diversas disciplinas y, a través de esto, plasmar un lenguaje propio.
LA PRIMERA EXPOSICIÓN DE MAGALI Lara (Ciudad de México, 1956), según recuerda Mónica Mayer, realizada en 1976 o 1977, en la Academia de San Carlos, tuvo como tema unas tijeras despiadadas, referencia a la violencia que el público no consideró adecuada a los fines del arte. Así entraban en su obra los contactos con un momento fundador en el que la escena mexicana fue precursora respecto de otras de América Latina: el arte de las mujeres o arte feminista, del que Mayer fue protagonista fundadora y Lara una de sus fuerzas movilizadoras –como organizadora de una exposición de artistas mujeres que itineró por Berlín a finales de los años 70–. Era el momento en el que el arte de mujeres comenzaba a coexistir con el arte feminista; cuando la visualización de nombres y cuerpos de obra borrados de sucesivas historias –la del arte moderno, la del arte mexicano– se combinaba con la iconografía y la militancia feminista, con la indagación de zonas de experiencias tabúes y con la acción transformadora. Se trataba no sólo de dar visibilidad a las artistas mujeres desplazadas del canon del arte mexicano, sino también de irrumpir con temas inesperados, que asaltaran la paz de lo cotidiano para generar un sentido político, como sucedía con las tijeras de Magali Lara. O como con los objetos más domésticos desde los que escribió un tratado de la cotidianidad.
Objetos dibujados, bio-lados (bio-lan/bio=vida, land=país / bio-lan=país de la vida o vida de los lados). Una poética del uso vinculada a la experiencia femenina de todos los días (olla, cafetera, cuchillo, tijeras, bocas). Avanzar, también, sobre el valor cultural de la sangre como tabú reconvertida en sagrada, sobre los juegos íntimos del sexo, sobre los espacios en los que uno está con uno. Los encuentros personales. Una fenomenología del ámbito cotidiano.
Pero lo principal no era, tan sólo, reponer nombres ausentes o develar canteras de temas no explorados. Se buscaba hacerlo con un lenguaje involucrado en la investigación, un lenguaje de sutilezas e inflexiones. En Magali Lara el dibujo siempre estuvo cerca de la palabra. No sólo por los sucesivos proyectos de colaboración con escritores y poetas (como Carmen Boullosa) que dieron lugar a un conjunto deslumbrante de libros de arte que reescriben la tradición de Felipe Ehrenberg o de Ulises Carrión, sino también porque sus propios textos comparten el espacio del plano con el dibujo. Una narrativa visual. Imágenes que nos cuentan una historia y la palabra, frases desgranadas, sin una relación descriptiva respecto de la imagen. Acordes paralelos, que suceden al mismo tiempo, imagen y texto apresurado. Como si todo refiriera al momento de una experiencia disgregada en el grafismo/imagen y en la palabra/escritura. Escribir dibujos delicados, abrir el espacio para pequeños textos.
La naturaleza siempre ha tenido un lugar central en su obra. Desde la identificación con los árboles podados que sintió mirando por la ventanilla de un tren cuando se convirtió en viuda, después de la muerte del artista cubano Juan Francisco Elso, hasta la recurrencia del motivo de la flor (floración, vida, muerte) y de las formas arborosas, rizomáticas, que se desplazan entre las tensiones y los silencios del blanco sobre la superficie del papel. Herbolarios. Objetos y vegetales.
Naturalezas sexuadas. La monocromía del grafito, la exaltación del color, la tradición mexicana de la pintura evocada en materiales tenues, frágiles. Deslizamientos hacia lo incompleto en dibujos en los que una cosa se transforma en otra.
Magali Lara ignora la demarcación de la técnica. Dibujo, grabado, pintura y textil coexisten tensando la manualidad con la representación de un motivo en tránsito permanente. Lo mínimo, abocetado, comparte territorio con el espacio de lo monumental. Es ésta una tensión que exploró con sus tapices imponentes o con la serie de dibujos murales efímeros que realizó como una evocación más de una experiencia cercana, el olvido que el Alzheimer provocaba en su madre. Perder los nombres. “Cuando se olvida una palabra, se olvida una cadena de palabras. Se olvida una relación”, señala Magali. Dibujos efímeros, una evocación de la memoria en estado de evanescencia. Una memoria amenazada que se expresa en su dibujo con la reiteración de una espiral infinita.
Los dibujos y grabados requieren un tiempo prolongado de observación. Hay que viajar entre sus detalles e inflexiones. Trémulos, son depósitos de experiencias. Como en la narrativa de dibujos que realizó ante la belleza monumental y majestuosa de los glaciares de Perito Moreno, en el extremo sur de Argentina y del continente.
Se trata, en un sentido, de un problema de transportación en el que retoma la fricción entre lo monumental, lo inmenso, y lo pequeño, lo precario. El trazo veloz, reiterado en ritmos paralelos, enredado en espirales, inscribe sus ritmos en el papel, registra el recorrido de un desmoronamiento traducido al ritmo abstracto de la línea. El viaje de los fragmentos de hielo que se despeñan.
La naturaleza es recurrente en su obra. En este caso se trata del impacto de la contemplación de una naturaleza majestuosa que estos dibujos leves citan de forma metafórica. En el derrumbe del hielo se descalza la visualidad y el sonido. El estruendo no siempre tiene el eco de una imagen. Cuando el hielo se desprende en algún lugar subterráneo. El ruido sordo de las rupturas y los derrumbes carecen de imagen. Son “ecos de derrumbes distantes”, escribe Magali. En algunos dibujos utiliza el azul cobalto, el tono absoluto de los glaciares, aquél que no se parece a ningún otro color en la naturaleza o de la paleta. Contrapuesto a las expresiones abreviadas del grafismo, un video anima los dibujos y los activa desde la música compuesta especialmente por su hermana Ana Lara (Y los oros la luz). El diálogo es con la música y también con la poesía. En la cascada de palabras de Roberto Tejada redoblan los desmoronamientos y los ritmos del dibujo. Lo breve y lo inmenso activan esa exasperación de las proporciones que tantas veces encontramos en la obra de Magali Lara. El registro demora la emoción de la contemplación de un paisaje majestuoso.❧