Visiones

Esa isla que somos

2010071099

ENTREVISTA A PERICLES LAVAT

Con un rumor de violines de fondo, frente al ensayo de una puesta en escena que fusiona danza, teatro y acrobacia y que se presentará en la tradicional Semana de las artes, la cual es organizada por el Centro Morelense de las Artes (CMA), me reúno con el fotógrafo y músico Pericles Lavat –quien actualmente dirige dicha institución– para hablar sobre la serie Trash, un registro visual de la basura que naufraga a la vera del mar y que a través de la cámara se convierte en un elemento estético.


Si el futuro iba a estar construido de algo, iba a ser de una serie de elementos proporcionados por el consumismo.

J. G. BALLARD, Milagros de vida. Una autobiografía

CADA DESECHO ENCONTRADOen la intemperie es el registro del paso de alguien. Es decir, a todo lo que ha dejado de ser útil para su dueño y, por tanto, es abandonado, lo precede una historia. Desde tu perspectiva como fotógrafo, ¿qué hay detrás de lo que hallaste en la playa? 

Nací, crecí y jugué en Barra Vieja, que es la playa que sale en las fotografías y está muy cerca de Acapulco; antes era uno de sus municipios. Desgraciadamente, siempre está llena de basura, no sólo de la que arroja la gente que va a vacacionar, sino también de la que arrastran los ríos en época de lluvia. Por ejemplo, el Papagayo llega y trae mucha basura, desde Morelos hasta Guerrero, y desemboca adelante de Barra Vieja. El plástico se va al mar y regresa, con las olas, a las playas. Una parte de la basura de ésta es una huella de la gente que la visita y otra es resultado de la que –luego de un recorrido enorme– arrastran los ríos.

Como oriundo de ese lugar, siempre me ha molestado mucho esto. Hicimos campañas para que la gente no tirara basura; pusimos botes, pero unos se los robaron y otros los encontrábamos vacíos. Pude haber generado un portafolio de denuncia y retratar, por un lado, la cuestión ambiental, y por otro, el porqué al mexicano le gusta vivir en un chiquero. Pero hacer otra denuncia me parecía que ya no era pertinente. Hay muchos creadores que lo han llevado a cabo como fotorreportaje. El detonante fue preguntarme cómo podía tolerar ver la basura ahí, y la respuesta le dio un perfil estético, pasándola por mis propios filtros. Eso hice. Entonces, el pedazo de sandalia se convierte en una pieza escultórica. Compuse una estética de la basura, no para los demás, sino para que me dejara de molestar. El tema era, sobre todo, personal, porque ahí es donde me crié. Ver esa devastación me resulta espantoso. Traté de convertirla en un objeto deseable.

En el océano Pacífico norte, flota una isla artificial que se compone, en gran medida, de unicel y plástico1. Nuestro desperdicio empieza a imitar estructuras de la naturaleza; tal es la magnitud del problema. Hoy, estamos más cerca de lo desechable que de lo perecedero. El capitalismo nos enseña a desprendernos más rápido de las cosas, incluso de nosotros mismos…

Es cierto. Tengo 62 años. En mi época todavía no surgían los supermercados. Teníamos una canasta de mimbre para ir al mercado por verdura; lo único que te daban envuelto en papel era el pescado y ciertas frutas. No se tiraba nada, al contrario, cualquier sobrante era útil. Ahora vivimos en la época del empaque. Compras una memoria para tu cámara, que mide apenas unos centímetros, pero viene en una caja del tamaño de una computadora. ¡Es absurdo! Antes tenías que comprar leche y tomártela el mismo día, si no se te echaba a perder, porque era orgánica. Hoy compras un litro en tetrapack y, sin meterlo al refrigerador, te dura meses. ¿Qué será lo que estamos tomando?

No es sólo lo que nos metemos directa o indirectamente, como el humo de los carros y de los cigarros, sino también lo que nos untamos. Nos bañamos con un jabón que no sabemos de qué está hecho y nos ponemos cremas para el sol, para las arrugas, para la resequedad. Quizá todo eso que ponemos en contacto con nuestro cuerpo también es contraproducente.

Pericles Lavat

¿Crees que esta cercanía con lo desechable ha intervenido en la fotografía?

En todas las disciplinas, pienso. Aquí en el CMA, por ejemplo, una de las materias que llevan los alumnos de artes visuales es la de reciclaje, que se basa en usar materiales de desecho y convertirlos en piezas artísticas. No es una posición nueva: a principios del siglo XX, Picasso y Braque iban a los basureros a sacar objetos que los demás consideraban basura, pero ellos los convertían en arte. A partir de ese periodo se consideró como un elemento. Ese cuadro, por ejemplo [Lavat señala una pintura de la pared], a cierta distancia parece una pieza común, pero en realidad es un collage de muchos pedacitos de papel, copias fotostáticas y pintura. El reciclaje es muy común en el arte.

Trash es una serie que considero un paisaje metafórico. A fin de cuentas, puedes registrar un paisaje como una geografía, un elemento sociológico o una metáfora, o la combinación de las tres. Para mí, esta serie es como una visión del futuro. Ya no se trata de erradicar la basura, tenemos que convivir con ella, convertirla. Es un tema que, estéticamente, puede parecer atractivo, pero la idea es que también deje esa semilla de incertidumbre. ¿Qué pasa? ¿La basura también es arte? ¿Qué hacemos con ella, si no beatificarla?

La fotografía es el arte que más se acerca a la realidad. Si le pides a un dibujante que haga un perro, bien o mal, lo va a dibujar gracias a su memoria. En cambio, el fotógrafo no puede retratar al perro si no lo tiene enfrente. Entonces sí, se acerca más a la realidad, pero la función del fotógrafo es desplazar la foto de esa realidad y convertirla en una metáfora.

Hay un síntoma de desolación en las imágenes, como si nadie habitara ese mundo que retrataste, o como si quien las registró fuera el único sobreviviente del planeta. ¿Qué pasaba por tu mente cuando te encontrabas artefactos personales?

Que alguien tuvo que haberlos usado. Por ejemplo, la sandalia; alguien la escogió en una tienda, eligió el color, la textura… La desolación es un punto recurrente en todo mi trabajo, pero claro, eso no lo noté, no tengo tanta inteligencia para eso [risas]. Manuel Lavaniegos, un amigo filósofo del arte, escribió en una ocasión algo sobre mi obra. Él ya había visto varias piezas mías y fue quien primero me dijo que mi trabajo era sobre la desolación y el abandono. Sinceramente no lo había considerado desde ese punto de vista. Cuando veo una sandalia, me atrae la forma, el color y la manera en la que está encajada en la arena. En el momento en que tomo la fotografía siento que estoy en un mundo donde ya no hay habitantes y hago el último esfuerzo por registrar una huella.
El abandono y la desolación se han convertido en temas recurrentes. Si me meto con un psicólogo saldré muy golpeado, entonces mejor lo dejo así [risas]. Soy hijo bastardo; quizá todo empiece por ahí y ésta sea mi manera de exteriorizarlo. No conocí a mi padre, nunca lo tuve. Hay una forma de abandono de la que no eres consciente de bebé, sino cuando empiezas a notar esa ausencia. Lo he expresado más en la fotografía que en la música, es cierto. Pero tuvo que notarlo alguien más.

Si la decisión estuviera en tus manos, ¿te gustaría ser el encargado de registrar lo quede del mundo cuando la humanidad ya no exista? 

No. Qué aterrador. Soñamos, dormidos y despiertos, con estar en una isla desierta. A veces te abruma lo que te rodea, tanto que quieres ese aislamiento. Pero, la verdad, es que ya vivimos en una isla. Cada quien es una. El otro día fui a la Ciudad de México y tomé el metro. Vi que todos iban metidos en su celular, con los audífonos puestos; significa que esas personas no querían hablar con nadie. Nos hemos convertido en una sociedad aislada, lo cual resulta paradójico en una era de comunicación masiva. Por eso prefiero no estar en las redes sociales; no me interesa saber qué hacen los demás, no sé si por respeto a su privacidad o porque ya me cansé de tanta información. Soy otra isla.

Cuando llegas a cierta edad, todo se vuelve un reciclaje. Los chavos de 17 años se visten como tú a esa edad. Lo que está pasando en la política mundial es un retorno al oscurantismo de mitad del siglo XX, con Franco, Hitler, Mussolini… Cuando revisas la historia, te preguntas cómo fue posible que el mundo permitiera eso. Bueno, pues lo estamos viviendo ahora, y lo estamos permitiendo. No podemos o no queremos hacer nada.

Una de las cuestiones más astutas que ha realizado el Estado fue crear a la clase media –que somos nosotros–, porque es una clase temerosa: tenemos mucho que perder y, por tanto, no queremos salir de ese estatus y lanzarnos como don Fidel con un machete en mano y hacer una revolución. En cambio, el margen de lo que tiene que perder la clase baja es mínimo y el de ganancia es muy amplio, tanto que se arriesgan. La clase media está dormida.

La ventaja es que todo va a terminar. Pretender que nosotros vamos a acabarnos al mundo me parece el último acto de soberbia del ser humano. Basta ver un huracán, un terremoto o un tornado; lo que la civilización tarda en construir miles de años, la naturaleza lo destruye en cinco minutos. Un día seremos una anécdota más en la historia del universo. Todos los días desaparecen especies. No creo que seamos la excepción. Esa idea del planeta deshabitado ya está aquí y, a su manera, cada uno es ese último sobreviviente. ❧

 


1. https://es.wikipedia.org/wiki/Isla_de_basura.
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Roberto Abad
Roberto Abad
Escribe cuentos. Autor de Orquesta primitiva (Fondo editorial Tierra adentro, 2015).
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