Visiones

El cómic: una forma de hacer Historia

Entrevista a José Luis Pescador

Una de las propuestas más interesantes de la narrativa visual mexicana de la actualidad, merecedora de varios premios, es la del dibujante José Luis Pescador (Ciudad de México, 1979), radicado en Cuernavaca, cuyo trazo no parece tener fronteras: transita del cómic a la ilustración, de la pintura realista al mural, y explora temas tanto incisivos como necesarios para la realidad mexicana. En agosto de 2016, realizó el cómic-documental Tetelcingo, fosas del olvido, que puedes consultar de manera gratuita aquí.  


Todo el tiempo estás dibujando. Te he visto hacerlo en lecturas, presentaciones, charlas de café. Pareces dominado por el lápiz y el papel. ¿Cómo actúa el oficio, digamos, desde que despiertas?

Sí, es cierto, es una especie de vicio. Hay un dominio del artista. Tal vez sea un poco workahólico, porque desde la mañana me paro y lo primero que hago es poner café y dibujar. Despierto con una gran energía para hacerlo. Y en la noche, en general, me vienen ideas, pero las desarrollo temprano. A la mitad del día es complicado. Para distraerme de algún tema que estoy dibujando y que tengo que entregar, me pongo a dibujar otra cosa o a pintar, que es un proceso distinto. Tengo la disciplina de sentarme a dibujar. No reviso el Facebook ni nada. Pongo música nada más. Desarrollo muchos proyectos al mismo tiempo, porque me vienen ideas y las anoto, luego los dejo descansar.

Me gusta pensar que los creadores son una especie de mapas en los cuáles es posible definir sus coordenadas y fronteras artísticas. ¿Qué referencias (plásticas, cinematográficas, literarias) nos llevan al centro de tu obra?

Hay muchas referencias literarias. Ibargüengoitia es uno de mis favoritos, lo disfruto mucho y lo tengo completamente estudiado desde hace años. Y por temporada me elijo a algún artista. Admiro a Enki Bilal, artista de origen checo con un amplio abanico de técnicas, así como a Joe Sacco, Jessica Abel, Mike Allred y el fantástico Ricardo Peláez Goycochea. Algunos de los pintores que admiro y me influyen son Kent Williams (estadunidense), Charles Glaubitz (mexicano), Jenny Saville (británica) y Lu Cong (coreano). Tengo siempre en mente esos polos al trabajar. Después hay otras convenciones. Trato de ser muy cinematográfico, me fijo en los ángulos que usan los directores y trato de emularlos. En ese sentido, me gusta mucho Kubrick y Fellini.

Cuernavaca tiene una extraña fuerza de gravedad que atrae específicamente a artistas. ¿Cómo ha ejercido esta fuerza en ti, en tu trazo?

He vivido en ciudades amables, como Guanajuato, San Miguel de Allende, y Cuernavaca me parece que tiene todo al alcance. No cuenta con los problemas de las grandes ciudades, como Guadalajara y Ciudad de México. Me gusta que es un lugar a cielo abierto y de mucho color. Hay una luz distinta y eso sí influye. En ciudades como París, la luz es más aplanada; quizá sólo en la Toscana y en Cuernavaca he encontrado una luz muy especial que todo lo vuelve más vivo. Aquí parece que todo está en tecnicolor, y eso me ha influido a la hora de crear. Estoy muy cómodo. Esa luz recae directamente en el trabajo que uno realiza.

Tu obra reciente, que se enfoca en cómics, tiene una carga social profunda, ¿en qué momento de tu trayectoria comienza esta búsqueda?          

Pienso que estoy haciendo más bien Historia. Me gusta mucho el cómic histórico, y eso empezó cuando me di cuenta de que había narraciones fascinantes que no se habían contado tan bien y que a mí me gustaba rehacerlas. Por otro lado, lo histórico ha alcanzado el presente. Existen algunos episodios que se repiten. A veces digo: esto se parece a lo que sucedió en 1810, también es Historia. Por ejemplo, lo de las fosas de Tetelcingo. Fue un hecho en el que vi la necesidad de contarlo en este momento. Lo teníamos que exponer porque después la vivencia se podría perder con el tiempo. Me interesan los temas. Ahora ya no pienso si es histórico o social. La memoria sirve. La relación con Denisse, mi pareja, y su involucramiento con movimientos como el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, me abrió muchos caminos que no había pensado.

Ya que lo mencionas, en colaboración con Denisse Buendía hiciste un cómic que registraba la exhumación de los cuerpos de las fosas de Tetelcingo. Algunos dibujos, incluso, fueron bocetados ahí mismo, en el panteón clandestino de la procuraduría. ¿Qué te deja, como artista, haber creado un material tan denso y doloroso?

Aprendí mucho de las mujeres que estaban buscando a sus familiares, fue como un ejemplo de lo que se debe hacer en una emergencia, es decir, dejar de lado cualquier cuestión banal. En ese momento, la exhumación era una emergencia. Ellas me parecen unas maestras. Por otro lado, respecto al resultado, también me di cuenta de que es un material muy problemático. Se lo he ofrecido a varias editoriales, desde Proceso a Penguin Random House, incluso extranjeras. Nadie quiere entrarle. Les parece complicado; en México, doblemente. Este tipo de obras tienen otras maneras de entenderse, que van mucho más allá de lo plástico, y si es problemático es más valioso que si fuera de ficción y estuviera bien hecha y ya. Simplemente, está encontrando huecos que no se habían tocado, como lo hace el periodismo.

¿Será una especie de temor?

Más bien creo que es una cuña que toca temas incómodos y que tal vez pueda estar pisando callos a los intereses de ciertas personas. En ese sentido, entiendo que es una obra actual y, por tanto, me parece natural que cause esas reacciones. En ese momento de las fosas sólo pintaba con una urgencia de terminar y capturar. No pensé si eran tomas abiertas o cerradas, si eran arte o no. Quería capturar a los personajes y los sucesos; era como un rompecabezas. Después tuve que poner distancia como una semana para sentarme y ponerme a trabajar. Ahora que ya pasó un rato, el cómic tiene otro sentido. Pudimos ver que el trabajo es parte de un andamiaje más amplio. Cuando hago un trabajo así, no tomo distancia, al contrario, me acerco.

Con el Premio Nobel de literatura a Svetlana Aleksiévich y, posteriormente, a Bob Dylan, se abrieron varias puertas de cuartos inexplorados –tal vez a causa de cierta necedad– en los que también podía hallarse la literatura. Los escritores mexicanos Alberto Chimal y BEF han declarado que el guionista de cómics Alan Moore, creador de superhéroes que han influido a la narrativa visual contemporánea, podría ser un futuro candidato a este premio. Si la literatura puede habitar en una canción, ¿es posible encontrarla también en un cómic?

Totalmente. Los que leíamos cómics lo sabíamos desde hace mucho y distinguimos que había obras de arte en este género. Escritores como Gabriel Zaid o Rafael Pérez Gay lo han comentado desde hace mucho tiempo y validan esta idea que ya intuíamos los que ejercíamos el oficio. La literatura está en las series de televisión, en los cómics, en las canciones, desde siempre. Si están bien hechas y tienen un sentido profundo, ahí está. No me cabe la menor duda de que hay obras de arte en los cómics de Alan Moore o de Mark Millar (aunque no me guste nada porque es de derecha).

José Luis Pescador

En este sentido, ¿cómo trabajas las palabras en tus dibujos?

Las cuido mucho y las estoy cambiando todo el tiempo. Escribo un guion, como una película, por eso me tardo. Luego se lo doy a leer a varios amigos en quienes confío. Y lo trabajo. Trato de que las palabras sean lo más compactas posibles para que quepan en la viñeta. Al mismo tiempo, la viñeta va contando una cosa diferente al texto, para que se complementen y no redunden ni sea una lectura literal. Es un equilibrio muy delicado. Como un director de cine, debo hacer que los personajes actúen y las acciones digan otra parte del texto. Hago muchos borradores. Sólo de El Marambo en la Habana, que hice con una beca del FONCA, tengo siete borradores antes del definitivo. Los tengo engargolados y ordenados. Los primeros incluso me dan pena, porque, según yo, son muy malos, aunque puede haber cosas rescatables. Por eso los guardo.

Por otro lado, aunque en el fondo parecen las mismas, las injusticias van cambiando cada tanto, lo cual significa que los superhéroes, naturalmente, deben ser otros. Por ejemplo, los tuyos pelean contra Monsanto. ¿Cómo elijes las injusticias por las que deben luchar tus personajes?

Buena pregunta… El problema de los transgénicos lo venía estudiando desde hace algún tiempo. Y me pareció pertinente que ellos fueran los tipos malos. No sólo es Monsanto. Hay otras historietas inéditas en las que el enemigo es la Iglesia católica, los jerarcas o algunos empresarios transnacionales. Los villanos ya están ahí, sólo falta crear a los héroes que se enfrenten a ellos, como una especie de utopía. El enemigo no es el ladrón que va a robar el banco: ¡es el banco! Ya no se trata de un individuo, sino de una corporación que va aplastando los derechos de las demás personas. El héroe de mis cómics es un personaje llamado Marambo, quien no tiene ninguna posibilidad real de ganar contra ninguno de estos supervillanos; es sólo un resistente. Normalmente, el protagonista tiene una altura de héroe. Mis personajes no son así. Son demasiado humanos o frágiles y saben que no van a poder hacer nada, no tienen la altura del héroe, son como cualquier persona. Pero de todas formas deciden enfrentarse al enemigo. Son hormigas que saben que no van a ganar. En mis cómics no hay esperanza. Sin embargo, sirven para retratar de cuerpo entero al villano y exponerlo, para que de alguna manera todos lo enfrentemos desde nuestra pequeña trinchera, aunque tengamos la batalla perdida.

Para finalizar, quisiera que nos hablaras sobre las pinturas que presentas en esta edición. La técnica dista de la de tus cómics; me gustó encontrar ese contraste y esa versatilidad. Hay una clara fijación por el volumen…

Me interesaba el cuerpo humano y una temporada lo pinté mucho. Después me encontré con que me estaba fijando sólo en los clichés de la figura perfecta. Era una búsqueda anticuada. Alguien me dijo que me quedaban muy bien los cuerpos, pero que no sabía dibujar de otro tipo. Tenía un amigo que era obeso, también pintor, y le pedí que posara, y posábamos los dos, el uno para el otro. Me di cuenta de que el cuerpo humano llevado a esos extremos, no sólo es hermoso sino también estéticamente increíble. La gente delgada, los extremos de la anorexia y la bulimia, no me decían nada, pero en la obesidad encontré sensualidad, volumen, músculos que no sabía que existían. Presencié un desfile de belleza en Barcelona de mujeres gordas. Ésa fue la confirmación de estas ideas: la perfección está en la voluptuosidad y, ahora, es otro estatuto de belleza.  ❧

0
Roberto Abad
Roberto Abad
Escribe cuentos. Autor de Orquesta primitiva (Fondo editorial Tierra adentro, 2015).
Leave a Comment