El escritor Jesús Gardea concibió una obra sólida que está en el centro de un canon alterno de la literatura mexicana del siglo XX. En la misma órbita que autores como Rulfo y Onetti, las novelas del chihuahuense tienen como escenario una geografía imaginaria, desértica y fantasmal, cuyos valores narrativos se analizan en este ensayo.
Cielo/de sol/por dentro.
ol/de tierra/en su piedra de polvo.
Cuerpo/y ojo de los soles/que ruedan.
Jesús Gardea, Canciones para una sola cuerda.
A casi veinte años de su muerte, la obra de Jesús Gardea (Delicias, 1939/Ciudad Juárez, 2000) no ha perdido el destello de su particularidad, ésta brilla cada vez un poco más fuerte. Entre otras cualidades, lo que la hace única son las exigencias de su sintaxis, a un tiempo copiosa e impenetrable, el uso de recursos narrativos experimentales y el haber sido desarrollada, por decisión del autor, a espalda de una corriente o tradición.
En las doce novelas que Gardea escribió entre 1981 hasta su muerte, un lugar ficticio denominado “Placeres” figura como escenario principal. Aunque él se negó a admitir en entrevistas que esta característica estuviera ideada como proyecto unitario, la crítica llamó a este conjunto de obras “la saga de Placeres”. Desde El sol que estás mirando, novela preponderantemente autobiográfica, hasta Tropa de sombras, casi bienalmente Gardea publicaría un libro situado en ese sitio imaginario; si bien esto le permitiría consolidar a largo plazo el carácter y estilo del conjunto de su obra, también lo encasillaría paulatinamente en la categoría de autor uniforme y monotemático. Es indudable, por otra parte, que Placeres hace referencia a su natal Delicias, en él se evocan los llanos polvorientos, los insectos y la flora, el mercado, la plaza y la convergencia de elementos como el viento, la luz y la tierra, cualidades que aluden permanentemente al desértico paisaje del sur de Chihuahua.
La construcción del espacio narrativo de Placeres se nutre de un conjunto complejo de evocaciones y recursos: por un lado, aparece como un lugar alejado en el tiempo y en el espacio. Iluminado por la memoria, es el pueblo de sus primeras novelas (El sol que estás mirando, La canción de las mulas muertas y El Tornavoz), un lugar al que las anécdotas de ritmos nostálgicos moldean y dan forma. Por otra parte, suele ser un pueblo remoto y hermético imbricado al destino y empresas de sus habitantes (Soñar la guerra, los músicos y el fuego, Sóbol y El diablo en el ojo). En su condición de espacio de intrigas y estrategias tácitas es comparado a tableros de damas y ajedrez que, si bien potencialmente son infinitos, tienen normas y delimitaciones precisas. Finalmente, Placeres es presentado como lugar íntimo y doméstico, comúnmente habitado bajo una visión mediada por objetos representativos: el espejo, la cuchara, el reloj, la máscara. Entonces se convierte en una suerte de limbo narrativo donde sucede y no sucede nada simultáneamente (El agua de las esferas, La ventana hundida, Juegan los comensales, El biombo y los frutos y Tropa de sombras).
Comunicadas por poéticas propias y compartidas a la vez, la construcción imaginaria de Placeres atraviesa por lo menos tres etapas en las novelas referidas: A) la etapa autobiográfica está cifrada en la permanente alusión a la luz y al fuego, pero no se trata de una luz cualquiera sino de esa que proviene del sol de mediodía en el desierto, luz que abrasa la piel y la mirada; B) en un segundo momento, presuntamente iniciado en 1984 y finalizado en 1990, el viento ocupa un lugar primordial en las descripciones de paisajes o situaciones particulares, producto del esfuerzo por sintetizar la lengua éste esculpe una prosa más decantada; C) la última etapa gira en torno al elemento de la tierra, quizá por ello la más condensada técnica y estilísticamente hablando. En la obra en general, los tres elementos componen el margen simbólico de lo que se podría denominar una “microépica del desierto” gardeano.
Me gusta decir que el espacio y el tiempo narrativo en Gardea, es afín a la filosofía de Husserl, particularmente al primer momento del método fenomenológico denominado “reducción”. Este momento considera la posibilidad de estudiar la experiencia en cuanto tal, pero para poder hacerlo hay que modificar el modo ordinario de vivir transformando la actitud natural o ingenua, viciada por valores culturales, por una actitud fenomenológica que busque despertar la consciencia a intuiciones originarias dirigida a los objetos del mundo. El tiempo gardeano es fenomenológico en tanto su preponderancia es por momentos absoluta: los personajes y narradores, y con ello la diégesis misma, son elementos secundarios que únicamente importan para la aportación del encuentro con la intuición del tiempo puro y su despliegue. En las doce novelas de Gardea existe una evolución no necesariamente lineal en la conformación total del proyecto de escribir Placeres. Limbo, purgatorio u oasis de la memoria, hay una tendencia críptica asociada a las intenciones del lenguaje, cada vez más apegado al hipérbaton y a la abundancia léxica. Ascendentemente, la abstracción sintáctica en la obra, afecta al espacio narrativo imponiéndole, principalmente, escrupulosos recursos visuales relacionados al tiempo, como si Placeres estuviera narrada en fotogramas sucesivos de enorme expresividad plástica. ❧
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