POEMAS DE ALEJANDRO CHAO BARONA1
El 6 DE MAYO 2014, víctima de la incontrolable violencia que azota al país, Alejandro Chao Barona fue brutalmente asesinado junto con su esposa Sarah Rebolledo en Cuernavaca, Morelos.
Alejandro Chao Barona, no sólo fue un gran maestro universitario y un hombre preocupado por la vida comunitaria y pueblerina de Morelos, fue también un gran poeta y mi amigo.
Poco se conoce de lo que en ese hermoso oficio realizó. La mayor parte de su obra, abundantísima, permanece inédita aguardando a que la UAEM, a la que entregó gran parte de su vida, la publique.
Recuerdo la vez en que recién llegado a trabajar como director de Difusión Cultural de esa casa de estudios irrumpió en mi oficina con su gran bigote y su hermosa sonrisa preguntándome: “¿Qué haces?”. Envuelto en la infernal tarea de la burocracia le respondí: “Tratando de ordenar esta chingadera”. Sonrió aún más: “Vine a rescatarte. Vamos a leer poesía”. Mi corazón, que sabe de esas hermosas profundidades, se alegró. Abandoné todo y nos fuimos a tomar un café al Alondra.
Durante una hora permanecí preso de su voz que pausada, melodiosa, un tanto apagada, me recitaba los más recientes poemas que había escrito. Desde entonces, durante el tiempo que duró mi encargo, no dejó de visitarme cada semana para juntos, frente a una taza de café, compartir el misterio de la poesía.
Varios años atrás, en la primera mitad del año 2000, me pidió que escribiera un prólogo para uno de sus libros que publicaría en esa espléndida colección que él mismo creó y dirigió para apoyar la poesía de los jóvenes, Voces del Viento. Inmediatamente acepté. No sólo porque admiraba su poesía, sino también porque no era frecuente que Alejandro Chao publicara. La poesía para él era un acto sagrado que se compartía en la intimidad de un común.
El libro lleva por título Réquiem. Cuando lo escribió nunca imaginó –yo tampoco– que 23 años después sería no sólo su propia misa de difuntos sino también la de su esposa. Su Réquiem es una celebración de la continuación de la vida en la muerte, del inmenso e inagotable misterio que es la vida; es también una hermosa y profunda respuesta a la imbecilidad de sus asesinos y de quienes creen que podrán reinar sobre un mundo de osarios.
El prólogo que a continuación reproduce La voz de la tribu y los poemas que de ese Réquiem también publica son un homenaje a esa gran voz que, como dicen los alumnos de Psicología, ninguna piedra acallará nunca. Son también la afirmación de la vida contra la muerte y su espantosa presencia entre nosotros.
PRÓLOGO
El réquiem es una oración o una misa de difuntos. A veces, ésta, como en el famoso Réquiem de Mozart –que, sin haberlo escrito para él, se ejecutó por primera vez durante sus funerales–, se acompaña con una pieza musical que guarda en su estructura todo el canon del oficio de difuntos. El réquiem, dentro de la tradición cristiana, a la que este género pertenece, es la oración que los fieles realizan para acompañar el alma del muerto al misterio salvífico, para pedir por el perdón de sus pecados y pueda así alcanzar la bienaventuranza eterna.
Durante diez años, 1989–1999, Alejandro Chao Barona, elaboró dentro del género del poema (que es el espacio de la oración y del canto) su propio réquiem. ¿Pensaba, a diferencia de Mozart cuando realizó el suyo, en su propia muerte? No lo sé. En todo caso, celebrar la muerte, es celebrarla por todos y por uno.
Hay, sin embargo, entre el réquiem de Mozart y el de Chao una diferencia. El Réquiem que el poeta compone –de ahí el subtítulo, Oficio pagano de difuntos–, si bien toma su nombre de la tradición cristiana, se mueve en el territorio de la sacralidad pagana. Su celebración es ajena al movimiento de una misa. No hay en él un Introito, un Kyrie. Por el contrario, la composición de su libro está dividida en ocho cantos que acompañan desde el lavatorio del cadáver, hasta el esparcimiento de las cenizas, pasando por el amortajamiento del cuerpo, su entrada en el templo, y las ofrendas de flores y de copal.
A diferencia de Allen Ginsberg, que para celebrar la muerte de su madre compone Kadish, un canto fúnebre que, con el nombre del propio poema, no se parta de la tradición judía a la que Ginsberg y su madre pertenecían, Chao, retoma la tradición cristiana a la que pertenece, pero la aúna al mundo pagano. Su paganismo es sincrético. Chao, sin embargo, no se traiciona. Celebra y canta desde el vértice donde una doble tradición: la cristiana y la indígena, se unen. Hay así, en el Réquiem de Chao un doble juego, el de la celebración del cosmos, en el que el hombre vivió y al cual con la muerte se integra y el de la presencia de un ser trascendente que veladamente señorea el cosmos. Su mundo es creación que se apaga trabajosamente en ese Algo que aguarda tras la superficie del espejo que es el cosmos y que el poeta llama “Nada”. Esa “Nada”, supongo, no es la “nada”, de la que el poeta dice que partimos: “(…) el camino que nos lleva/ de la nada al Ser y del ser a la Nada”, sino el encuentro con ese Ser que es también Nada y, en consecuencia, misterio innombrado.
Sea lo que sea –el poema, cuando ha alcanzado ciertas simas, nos devela el misterio y nos enfrenta a sus inmensas capas de sentido–, estamos delante de un poema cósmico. El Réquiem de Chao nos coloca de cara a una realidad que el mundo contemporáneo ha desalojado del orden de sus sistemas virtuales: la experiencia de la muerte y, al hacerlo, nos introduce en el interior de las cosas, en el otro lado del espejo al que cada uno en su momento será llamado y donde el horror, el gozo y el sentido último de las cosas nos aguarda. Entremos, pues, en su umbral y celebremos con el poeta el más terrible de los misterios.
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Ay piel sensible al dolor de los misterios
supura tu gemido
Líbrate del dios enloquecido
Alma traslúcida
Esfera de berilio
Punto donde convergen
la matriz de los océanos
Axioma matemático
Arquitrabe de los cielos
Pétalo de la Rosa presentida por el sueño
Capullo perturbado por el río del Paraíso
Intentaron atraparte con
el sol
la luna
el corazón de las estrellas
Con encantamiento de
palma
nopal
pino de la sierra
Con águila y leopardo
espuma del mar en las arenas
Despierta
Abre el pecho
que penetre viento frío
y te libre del dios enloquecido
≈
Oye Tú que mi soledad reflejas
No digas nada
No prediques
No interpretes
Deja tu vacío
vacío en el mío
Nada tenemos que decirnos
≈
Hay tristeza en el poema
cuando la carne herida
intenta arrebatar el manto
a la Belleza esquiva
Por eso
amadísima nutria en primavera
Arroja la máscara hipócrita
la hirsuta piel
la garra curva
y deja que la llanura
se cubra con flores amarillas
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Corren termitas por los huesos
cuando grabo en mi lápida
la muesca cotidiana
Olvido los fantasmas que gritan
Todo o nada
y conspiran para tornar a lo perdido
Yo
a mordiscos
corto el cordón que me liga al universo
Cruzo el umbral
Caigo al vacío
y sin voltear a ver el Paraíso
robo a las hormigas
las semillas doradas de la noche
hasta que gozo
rebanada de mamey
la madrugada
≈
Espera muerte
Aún me atrae la salobre emanación
que trasmina de los cuerpos
Aún me cobijan hadas niñas
y hierve sangre en el alambique de mi vida
Aún reservo nostalgia por pecados
que adormecen a la víbora enroscada
Aún me excitan los demonios
y la arcilla se acurruca en noche obscura
Aún la urdimbre mágica del mundo
reserva sorpresa de ecuación
al pensamiento
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Si no hay certeza en la luz
ni en la oscuridad cerrada
Si el alarido recibe silencio
como única respuesta
Si todo se aleja del atrevido
pensamiento
Y sólo hay ciclos de miedo
espaciados por el vino
Entonces
¿por qué sabemos?
Y sabemos ciertos
¿O es que también la Certidumbre
es parte del delirio?
≈
≈
Escucho sin entender
el barboteo de gusanos
y suaves fantasmas fatuos
que alumbran el cementerio
Las campanadas agitan
los círculos concéntricos
por donde el alma resbala
a oscuridad infinita
Mientras pelean nítidas voces sencillas
con olor a adobe
carbón de leña
luciérnaga
Voz chinampina que huele a la bisabuela
diente de león
yerbabuena
Voz chicharra o golondrina
impregnan al camposanto
con tristeza repentina
El grito que nadie atendió
el sudor helado
el vómito negro
el llanto enfermo
la plegaria musitada
al culminar el rosario
de vejez que no se acaba
≈
Cuánta razón tienen los vivos
para huir del precipicio
Por eso escucho y escribo
escribo
borro
corrijo
Aún muerto no escapo a la imagen enervante
del yo
aunque esté
totalmente ya perdido
≈
≈
Tengo derecho a reír de por vida en esta vida
sin que la muerte roce
mis acciones cotidianas
Regar el patio
Preparar el chocolate
Ir al mercado de colores y arrebatos
Marcar las notas rítmicas del canto
Pisar descalzo la ribera del lago
donde una barca rústica
hiende las ondas
que destrozan el encanto
Así
hasta arribar con el bigote encanecido
por tantos memoriales cancelados
a oscuridades sin señales de universo
más allá del vaivén callado
del inmenso Océano
O a pasar la eternidad aquí en la tierra
acompañarla en su explosión
y su silencio
para transportarla en el ala del Arcángel
al iris de mi Ojo de oricalco
Y recrear así
perpetuamente
en mi vientre maternal
mi Adán de barro