Saramago no sólo fue un escritor polémico por los temas que trató en sus libros y su manera particular de contar historias, cuyo estilo le permitía evadir ciertas normas gramaticales, sino también por ser –en el mejor momento de su carrera literaria– una pluma crítica contra la Iglesia, la crisis humanitaria, el neoliberalismo y sus efectos y por estar a favor de las causas sociales. En esta conversación, que se llevó a cabo en 2001, cuando visitó México para presentar La caverna, con una lucidez inconfundible, el Premio Nobel de Literatura (1998) habla sobre la evolución de su escritura, la fama y la existencia de las ideologías.
ALREDEDOR DEL OFICIO del escritor siempre hay muchos mitos. Uno de ellos es que los escritores son seres humanos capaces de ver más allá que la mayoría. En ese sentido, ¿cómo definiría el oficio de escritor?
Bueno, eso de ver más allá que la mayoría, creo que es utópico. Tendríamos que tomar en cuenta que hay personas que no son artistas, que no son escritores, ni hacen música ni pintan ni nada de eso, pero son capaces de ver un poco más allá que otras. Además, seguramente hay personas que no son escritores que a lo mejor ven más allá que yo. No sé si los escritores vemos más allá, además, ¿qué significa ver más allá? Hay escritores que se caracterizan por tener la tendencia de enfrentarse a temas que consideran serios, pero hay otros que prefieren temas ligeros o superficiales. Si usted me pregunta qué opino de mí mismo en ese sentido, diría que el mundo me preocupa y, por lo tanto, también la situación de la vida. Somos seis mil millones de personas, esto significa seis mil millones de problemas y muchísimos de ellos, no diré que todos, pero la mayoría, son problemas muy serios que, incluso, tienen que ver con la subsistencia de la gente y más que eso, con su sobrevivencia. A mí, como escritor y como ciudadano, esas cuestiones me preocupan y de una forma más o menos clara las llevo a lo que escribo. Si eso es ver más allá, entonces me gustaría que todos nosotros fuéramos capaces de ver más allá, porque si eso ocurriese, quizá el mundo no estaría en tan mala situación.
Con frecuencia, a los escritores se les pide una participación política. En su caso esto es muy notorio: usted llega a México y de inmediato la mayoría de las preguntas que le hacen se concentran en el tema político, en Chiapas… ¿Cómo vive usted esa circunstancia y qué papel cree que debe jugar el escritor?, si algún papel tiene que jugar… ¿Usted se lo plantea?
En primer lugar, un escritor escribe y punto, se acabó. Algunos se quedan ahí, entienden que su compromiso fundamental es con la escritura, y es una opción que hay que respetar. Otros escritores, además de esa función de comunicación que quieren tener con sus lectores y con el mundo en general, desean tener un papel relacionado con la vida y sus problemas. Éste no es un papel que los escritores tengan que asumir automáticamente porque en el fondo quien lo asume no es el escritor, sino el ciudadano. Ahora, lo que no tendría sentido sería esperar que los escritores vayan por el mundo comprometiéndose en un momento y en una situación en que la sociedad misma no se compromete, eso sería un poco extraño. En los años setenta, sesenta y cincuenta, después de la Segunda Guerra Mundial, en todo el mundo había muchísimos escritores comprometidos, su compromiso habrá sido político, pero tenían un compromiso cívico. En aquel entonces toda la sociedad estaba comprometida; por lo tanto, de una sociedad comprometida es lógico que salgan escritores comprometidos. Pero de una sociedad que no se compromete con la situación general del mundo, ya es casi un milagro que salgan uno, dos o tres escritores que entienden que deben comprometerse y enfrentarse a las duras realidades de la vida. Además, con esa idea de que el escritor debe tener una solución, en el fondo se pretende que haga todo lo que no hacen los demás. Un escritor no es en sí el salvador del mundo, que con tres o cuatro palabras decide el destino y el futuro de millones de personas. No. Los que nos comprometemos con la realidad no estamos cumpliendo el papel del escritor, sino el del ciudadano, nada más. Cuando, aparte de ciudadano, uno es escritor, entonces el alcance de lo que se dice va más allá. Si nuestra palabra es equilibrada y sensata, entonces pasa de unos a otros, eso sí, pero no hay que esperar que los escritores tengan soluciones. ¿Por qué debo yo tener soluciones? Si digo que el techo está a punto de caer, me parece que tiene que resolverlo alguien que sepa; tendrá que subir a ver si es cierto lo que le estoy diciendo. Si es cierto, pues arreglará el techo, y si no, tendrá que decir que hay un imbécil que está diciendo que el techo está por caerse, pero realmente no es así.
A raíz del Premio Nobel se han incrementado las entrevistas, y por lo que podemos ver, quizá 80 por ciento de los que lo entrevistan no lo han leído, ¿le molesta esto?
No, hay seis mil millones de personas en el planeta. Si imagináramos que 80 por ciento de la población mundial no me ha leído, entonces yo sería seguramente el autor más leído del mundo porque estaría siendo leído por 1 200 millones de personas… ¡no es cierto, hombre! Uno tiene sus lectores, yo no imagino cuántos; quizá tenga en los distintos países un millón o algo así, pero esto de las cantidades no es algo que deba preocuparme.
Ricardo Garibay, escritor mexicano, decía que hasta el último día de su vida querría estar escribiendo su obra cumbre. Usted, como escritor, ¿qué buscará hasta el último día?
Bueno, seguramente no la obra cumbre. Uno puede creer que ha llegado a su obra cumbre y después puede que tenga la sensación de que finalmente esa obra no era cumbre y que, por lo tanto, tiene que seguir escribiendo. Yo creo que no vale la pena preocuparse por eso. Además, eso de las obras cumbres es cuestión de puntos de vista. Ahora mismo una obra determinada, de un autor determinado, puede que sea considerada una obra cumbre y dentro de 30 o 40 años será otra. Habrá quien diga que esa obra determinada no es una obra cumbre, porque ahí interviene cierto gusto y el gusto, cambia de una generación a otra. No hay que preocuparse con eso de la obra cumbre, lo que hay que hacer es seguir escribiendo y luego ya se verá. ¿Quiénes somos nosotros para decidir cuál será una obra cumbre? El lector puede tener una opinión totalmente distinta y decidir que la obra cumbre es otra. No vale la pena pensar en eso.
Ante afirmaciones como “no hay nada que esperar de este mundo” o “el ser humano es un ser estúpido que está muy lejos de superar esa estupidez”, ¿qué piensa? ¿Tiene esperanza en el hombre y en el mundo?
No sé si el ser humano es un ser estúpido; que a veces los de mayor inteligencia se comportan estúpidamente, eso está clarísimo, pero no creo que sea estúpido por definición. A lo largo de la evolución vamos haciendo cosas que no hacíamos antes, comprendiendo mejor algunos asuntos que eran misterios de los que no entendíamos nada. Creo que el problema no está tanto en ser más o menos inteligente, sino en ser más o menos bueno. Se trata de un problema de ética que no hemos resuelto hasta ahora. En tiempos en que lo tecnológico y lo científico se disparan, las relaciones humanas no han mejorado; ése es el problema. No tiene que ver con ser estúpido o no, porque la más genial de las criaturas humanas, seguramente en algún momento de su vida ha hecho algo estúpido. ¿Qué tan estúpida es la especie humana? Hay que tener mucho cuidado de no caer en generalizaciones porque parece que a veces se nos olvida que somos seis mil millones de seres humanos, y cada uno de nosotros es un pequeño universo. Debemos entender lo que somos y las relaciones que tenemos con los demás. No debemos clasificar así, sin más, al ser humano como estúpido o inteligente; eso sería una salida fácil.
Usted ha dicho también que la religión pide a los seres humanos que se amen los unos a los otros, pero lo que habría que plantearse, más bien, es que se respeten entre sí.
Sí, con tantos siglos de creencias, de fe, de religiones y todo eso hay algo que me parece que está clarísimo, pero nos comportamos como si no fuera cierto: ninguna religión ha servido nunca para acercar a los seres humanos entre sí. Jamás ocurrió, a pesar de la diversidad, porque son miles de religiones, subreligiones, sectas… Es realmente increíble la facilidad con que se manipula la necesidad que tiene muchísima gente de creer en algo, en la vida eterna, en la sociedad futura y todo eso. Así, la gente es manipulada y engañada todos los días. Se habla mucho de los encuentros del ecumenismo, es decir, la convivencia pacífica de las religiones, pero es otro engaño porque no ha ocurrido nunca y no hay ningún motivo para esperar que ocurra en el futuro. Ahora mismo los fundamentalismos están ahí; en Afganistán los talibanes están destruyendo obras de arte como las estatuas de Buda, en eso estamos. Entonces, seguir diciendo que la religión es necesaria porque el hombre necesita ser bueno y la religión está ahí para que la gente sea buena es una falsedad más. Lo vuelvo a decir, para que esto quede muy claro: las religiones no han servido nunca para acercar en términos pacíficos a los hombres. Y si vamos a seguir con esta comedia de engaños, pues a quien le guste que siga, yo no.
Si ni las religiones ni las ideologías han servido, entonces la esperanza, ¿de qué lado está?
Eso es otra cuestión con la que deberíamos acabar definitivamente: la esperanza, la utopía y todo eso. Mi utopía es para mañana, si se puede; lo que yo pueda hacer hoy tiene consecuencias mañana, y eso es lo que cuenta, no estar esperando la utopía del siglo XXIV o del XXV, porque ahí vamos a estar todos muy contentos y felices. No, además no vale la pena decir: “¡Ya han muerto las ideologías!”, porque no se puede vivir sin una ideología. Una ideología es un sistema de leyes, de conceptos, y nadie en este mundo puede vivir fuera de eso. Equivocados o no, todos tenemos un sistema de ideas en la cabeza, sin eso no sabemos quiénes somos ni qué relaciones podemos tener con los demás. Una religión es una ideología, ¿o qué se cree que es? El consumismo de hoy también es una ideología. Cuando se habla de la muerte de las ideologías, lo que se está diciendo es que una ideología determinada ha fracasado; eso es lo que están diciendo. Con eso se intenta convencer a la gente de que una vez muertos, no pasa nada más. Éstos son los problemas de las personas que comen tres veces al día y, por lo tanto, como tienen eso resuelto, se pueden entregar a especulaciones de este tipo. Además, los que pueden, los que tienen dinero para vivir y para vivir más o menos bien, tienen una ideología. Ésta consiste simplemente en comprar y en tener lo más que se pueda. Compran cosas que no necesitan para nada, y eso es una forma de ser. Hay un conjunto de ideas que tiene que ver con el triunfo personal, con la ambición: en lugar de un carro, dos carros; en lugar de una vivienda, dos; y en lugar de esto, aquello; más y más y más. Seguramente los indígenas de México no tienen esa preocupación, pues no saben si tendrán para comer hoy o si tendrán para comer mañana; por lo tanto, esos problemas para ellos prácticamente no existen. ¿Qué es eso de hablar de la esperanza como de algo abstracto? Probablemente si se le habla de esperanza a un millonario, dirá que su esperanza es que mañana sea dos o tres veces más millonario. La esperanza no es la misma para todo el mundo, es algo muy concreto. Yo digo que los pobres de México o de Guatemala, o del mundo, no están ahora preocupados por asuntos tan trascendentes como la esperanza o la utopía. Su problema está en saber si al día siguiente van a tener comida en el plato, por lo tanto: “no transformarás el mañana si no cambias el ahora” ésa es filosofía práctica.
En un mundo que al mismo tiempo niega y afirma la muerte, ¿qué piensa o qué siente hacia ella? ¿Le da miedo o prefiere ignorarla?
Creo que no podemos ignorarla, evidentemente; no se puede ignorar el hecho de que uno tiene que irse de la vida. ¿Miedo?, puede que sí. Para expresarlo en una forma más sencilla, yo lo resumiría de esta forma: no es tanto el hecho de morir, es ya no estar vivo, que parece lo mismo pero no lo es. Uno se va de la vida, nadie sabe lo que es estar muerto. Claro, si uno cree en la existencia del alma y todas esas cosas, lo entenderá de otra forma. Para mí uno se muere y se acabó. Sencillamente se ha salido de la vida, y si la vida te gusta, pues únicamente tienes pena. Sólo en el momento en que vamos a morir sabremos si tenemos miedo o no. Porque aunque yo diga ahora que temo a la muerte… son palabras; aún no llega el miedo. El miedo estará en el instante en que tienes conciencia de que te vas de la vida a la nada, y si ahí tienes miedo… pues aguántate.
Faulkner decía que entre la nada y la pena prefería la pena.
No sé lo que eso significa, pues uno no sabe lo que es la nada, la pena sí; la pena es una cosa humana, pero, ¿qué es la nada? ¿Qué experiencia puedo tener yo de la vida que me diga, o que me sugiera, qué es eso de la nada? Además, ¿cómo puede estar uno en la nada y tener conciencia de la nada? ¿Cómo es eso? Si tienes conciencia de la nada, alguna cosa tienes conciencia; por lo tanto no tienes la nada. Ésas son palabras… Con todo respeto para Faulkner, quien es un gran escritor, pero para mí por lo menos esa frase no tiene ningún sentido.
Ese contador de historias que es José Saramago, ¿cómo se ha transformado en el transcurso del tiempo? A ese joven que comenzó a escribir y a publicar, a tener contacto con un público contándole historias, ¿qué le ha ocurrido en el transcurso del tiempo? ¿Qué hay entre ese principio y este hoy?
Tal vez no me corresponda definirme a mí mismo, pero he crecido, he envejecido; ya soy un hombre mayor y creo que hay en mi vida una coherencia muy clara. No es que diga que no tengo nada de qué arrepentirme, porque seguramente sí, algunas cosas que quedaron atrás hoy no las hubiera hecho, pero en conjunto, si lo veo en términos generales, me parece que es una vida que se ha respetado a sí misma. Eso, para mí, es lo que cuenta más.
Usted hablaba del consumismo como una ideología de estos tiempos, algo que usted explora en su novela La Caverna; cuéntenos un poco más sobre esto.
La realidad es así, la sociedad humana ha sido empujada a no hacer nada más y a no pensar en nada más que en consumir. Se ve al hombre como un ser consumidor, esto es un poco sorprendente si se considera que hemos invertido siglos y milenios de pensamientos de creación, de reflexión filosófica, literaria y artística. Todo esto salió de nuestra cabeza, de la cabeza de grandes escritores, filósofos y artistas. Ahora llegamos a una situación en que el mundo se está convirtiendo en una especie de Disneylandia global. Antes todo era muy claro, estaban los actores y los espectadores; ahora los espectadores quieren ser actores. Todo el mundo quiere salir en la televisión, en la prensa, como si el destino del ser humano, si es que tiene un destino, fuera triunfar. Hemos llevado un proceso de evolución y ahora estamos renunciando a lo que me parece que es la función más noble del individuo, que es el pensar. La gente ya no quiere pensar, ahora se niega a cuestionarse: ¿qué es lo que pasa conmigo en el mundo? ¿Qué es lo que pasa en el mundo en relación a mí? ¿Qué hago yo? No, lo que queda es la ambición; ya lo hemos dicho antes, tener, tener y tener. Yo entiendo que reivindiquen el tener los que nada poseen. Ellos cuentan con el derecho a decir: “Tenemos el derecho a vivir de una manera digna”, de una forma que no sea la humillación de cada día, de no tener comida, de no tener educación, de no tener nada de nada. Son millones, tres mil millones de personas en el mundo viven con dos dólares diarios; en esto es en lo que debemos pensar. Después está una minoría que vive tranquilísima, que lo tiene todo y que, para peor, quiere más aún. A veces digo que Marte me importa un pepino, entonces me acusan de que estoy en contra del desarrollo tecnológico. No estoy en contra de esto, pero quiero decir que hay prioridades absolutas, y entre ellas para mí el ser humano es la prioridad más absoluta. Mientras los problemas de los seres humanos no estén resueltos aquí, en el planeta donde vivimos, el cosmos que espere. El cosmos ha estado allí donde está tranquilamente esperando durante millones y millones de años, no tiene importancia ninguna si debe esperar 50 o 100 años hasta que resolvamos los problemas aquí. ¿Ustedes no se dan cuenta de que nos engañan todos los días? ¡Todos los días estamos siendo engañados! Cuando los medios de comunicación anuncian que llega un aparato a Marte, ¡oh, qué extraordinario!, ¡qué geniales somos! Al contrario, deberían plantearse: ¿por qué nos interesa Marte?, mientras que en la Tierra la gente se está muriendo de hambre y de muchas enfermedades que podrían ser curables.
Para acabar con ese engaño hay que vencer la apatía, los pequeños egoísmos, la falta de solidaridad y pasar a la acción. Esto es lo que usted le dijo a la gente en el Zócalo de la Ciudad de México. ¿Le gustaría que sus libros fueran eso, una invitación a romper con esos factores y pasar a la acción?
Mis libros son lo que son, y el lector encontrará en ellos seguramente algo que yo he puesto, pero los lectores no son seres pasivos: leen el libro y sacan sus propias conclusiones. Si estamos de acuerdo en que la sociedad actual es una sociedad apática, que no se mueve, o que se mueve mal, o poco, o que se mueve fuera de tiempo, o que a veces se mueve por motivos fútiles y frívolos, entonces para pasar a la acción primero hay que preguntarse si el mundo en que estamos sirve. Entonces, si sirve, todos están muy contentos y no hay que cambiar nada. Si el mundo en el que vivimos no sirve, entonces hay que hacer algo, no podemos estar esperando a que el político en turno lo resuelva. Porque entonces nosotros, ¿no tenemos una palabra? ¿No tenemos una acción? ¿Los ciudadanos que pasan ahí en la calle tienen que resignarse a ser sólo lo que otros quieren que sean? ¿No tienen nada suyo? Eso es lo que yo creo, que tenemos la obligación moral y ética de intervenir en la sociedad donde cada uno de nosotros está. No debemos quedarnos esperando y decir: “No queremos hacer nada”, porque luego cuando las cosas salen mal, nosotros decimos que somos víctimas de un sistema, y parece que no nos damos cuenta de que somos al mismo tiempo víctimas y cómplices. Somos cómplices de un sistema por permitirle que se instale ahí y que haga lo que quiera. Ahora, si mis libros sirven para eso o no… no sé.
Usted es un escritor con fama…
¡Mi fama! Yo no sé si tengo fama; además, ¿qué es eso de la fama? Vamos a imaginar que mañana yo escribo un libro malo, ojalá no, pero puede ocurrir. Entonces, los lectores podrán pensar: “A éste ya se le botó, ya no tiene nada más qué decir, se acabó”. Pues sí, antes había escrito libros que no estaban mal, pero ahora… y poquito a poco eso que llama mi fama desaparece, se diluye. La fama es algo que viene, pero que viene y que va. Uno puede tener la suerte de ser reconocido hasta el último día de su vida, que lo lean y le hagan caso como escritor. Pero no puede estar nada seguro de que 50 años después la fama se mantendrá. Puede que lo que estoy escribiendo ahora no le interese nada, rigurosamente nada, a los lectores que estén por ahí en los próximos 50 años. Uno entra en el olvido, todo entra en el olvido, más tarde o más temprano. Mi fama ahora, quizá mis libros, quizá lo que yo digo, quizá mi propia vida, tenga alguna importancia para algunas cuantas personas en el mundo, pero lo vuelvo a decir: somos seis mil millones de personas en el mundo, si me conocen cien mil personas, pues quedan cinco mil novecientos millones que no tienen ninguna idea de quién es José Saramago; mire usted lo que es la fama.❧
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