El mundo fotográfico de Toni Kuhn –quien radica en Tepoztlán– abarca varios temas, sin embargo, en su obra existe una constante exploración de las zonas urbanas; la arquitectura, las calles, los suelos, los muros y la peculiar naturaleza que surge entre éstos, son parte de su sello. Kuhn es, sobre todo, un creador incansable. Actualmente, está filmando su largometraje 43.
Hoy, cuando cualquiera puede tomar fotos y hacer que circulen instantáneamente por la web, las fotografías de Toni Kuhn (Suiza, 1942) destacan no sólo porque su autor recurre al sistema tradicional del negativo en color (“que te permite manejarlo en el laboratorio y lograr mezclas y contrastes, así como encontrar información que definitivamente se pierde con las cámaras digitales”), sino también porque sus imágenes nos revelan un mundo inusitado que, aunque muchas veces no podamos verlo, está en todo momento frente a nosotros.
Procedentes de ese mundo, las primeras series fotográficas que vi del artista suizo, en las que preponderan –inmersos en paisajes urbanos– elementos como la hierba, las piedras, el agua…, me hicieron recordar a Marcovaldo, de Italo Calvino, que “en medio de la ciudad de cemento y asfalto […] va en busca de la Naturaleza…”, e imaginar a Kuhn –igual que a Marcovaldo– descubriendo y, en su caso, fotografiando “una hoja que amarilleara en una rama, una pluma que se enredase en una teja, [sin que hubiera] tábano en el lomo de un caballo, taladro de carcoma en una mesa, pellejo de higo escarchado en la acera [que no notara]…”
Así, en la serie “El otro nido” un hoyo en la banqueta, lleno de hierba y basura, y rodeado de los signos dibujados en el concreto: una “A”, una “L”, la huella de un zapato… se transforma, primero en un yermo habitado por una paloma muerta coronada con hojas secas, que cabe allí perfectamente como en el hueco de una mano; luego, en un hoyo cubierto de cemento, y finalmente en una superficie de concreto agrietada de la que brota una brizna de hierba… ¡la hierba obstinada!, diría Calvino.
¿Finalmente? No. Como secuencias cinematográficas, las series de Toni Kuhn, quien estudió cine y es camarógrafo, muestran momentos significativos, sin importar cuánto tiempo ha transcurrido entre uno y otro, y cada serie podría continuar indefinidamente, como aquélla en la que seguimos el ascenso de una enredadera que, desde el pie de una vieja casa, abraza los muros, rodeándola, hasta estallar en hojas sobre un balcón donde aún se estira para trenzarse con los cables que atraviesan la azotea y continuar su recorrido…
Y así podríamos enlistar otras series o fotografías de este tipo en que “la naturaleza crece entre los escombros citadinos”, como la huella de un pie en el asfalto inundada de agua de lluvia, el gato adormilado sobre un escritorio junto al teléfono, los pétalos de distintas flores arremolinados sobre el pavimento, plantas que crecen entre llantas viejas de carros… Entonces percibimos que en otras series (si bien, todas las fotografías de Kuhn parecieran formar una única serie) los papeles se invierten y es la civilización la que irrumpe en la naturaleza…
“1969-1974”, leemos en una lápida negra sembrada entre la hierba –más que en medio de un panteón– en una ciudad de cercas de hierro abandonada en una montaña (¿rusa?). Sobre cada tumba hay un retrato de su habitante: un niño de cinco años que habla seriamente por teléfono… una anciana de anteojos que sonríe… A pesar de la fecha mencionada, ¿cuándo ocurre lo que vemos? Muchas de las fotografías de Toni Kuhn carecen de ficha técnica, ¿cuándo, entonces, y dónde fueron tomadas? No importa. Sus imágenes despliegan múltiples posibilidades de tiempos y espacios.
A esta segunda clase pertenecen otras fotografías, como las de una piedra manchada de pintura blanca frente al mar, una cama vieja abandonada en una playa; una cruz de madera roja sembrada en una milpa, un tenis arrojado al aire en un desierto; un anuncio en forma de toro al borde de una carretera; una ciudad vista desde lo alto, desde el momento en que brilla bajo el sol hasta que, toma a toma, desaparece bajo la nieve… Las fotografías son las huellas del fotógrafo, nos revelan lo que ha visto en su camino.
Otros paisajes por los que Kuhn ha transitado –salvo por su mirada y la nuestra– resultan virginales. De esta tercera categoría forman parte varias de sus imágenes más insólitas, logradas a partir del encuentro de elementos puramente naturales. El agua y la piedra, por ejemplo, como en la sugerente serie de más de 15 fotografías donde un yoni de piedra es inundado por el mar, que lo cubre con su espuma, lo colma, se vacía en él y se seca antes de volver, apasionado, a poseerlo…
También un pez muerto, flotando ya sin ojos, putrefacto, sobre las piedras lisas de un río; la carroña de un buey en la pradera, al pie de un volcán; una montaña de piedra que, al igual que una casa, tiene habitaciones o cuevas, puertas y ventanas por las que se asoman la tierra y la hierba que la habitan; y, ¿qué decir de los fantasmagóricos paisajes que, como formaciones de ágata, despuntan, blancos, verdes, traslúcidos y al mismo tiempo densos, como nebulosas, entre la hierba y el agua…?
Resulta estremecedora la serie del potrillo que trata de reanimar a una yegua muerta al lado de una posa en un paraje árido donde una roca, que parece una calavera con las cuencas inundadas de sombra y la lengua hundida en agua estancada, se ríe… Un hallazgo, sin duda, encontrado en el camino, pero también al momento de revelar el rollo, cuando –como sucede en Blow Up, de Antonioni– el fotógrafo descubre otra imagen, inesperada, ajena a su voluntad y a la nuestra…
Ocurre lo mismo en las fotografías de Kuhn , en las que se combinan elementos meramente urbanos, como el reflejo en un auto negro de un cuadro blanco pintado en el pavimento y una mujer que lo atraviesa; el rostro sonriente, soñante, formado a partir de las arrugas, el cinturón y las bolsas traseras de un pantalón caqui; la muñeca descuartizada que cuelga de una alambrada; la máscara de cerdo formada por una jerga sucia sobre una manguera verde; los maniquíes de un Cristo sobre un colchón rojo y de un santo acostado a su lado sobre la banqueta…
Tanto en éste como en los otros tres tipos de fotografía que realiza Kuhn mencionados anteriormente los elementos de uno o de dos reinos diferentes (naturaleza y ciudad) se combinan y dan por resultado una imagen inesperada, sorprendente… “Es la fotografía [dice Susan Sontag en uno de sus interesantes ensayos sobre este arte] la que mejor ha mostrado cómo reunir el paraguas con la máquina de coser, el encuentro fortuito que un gran poeta surrealista encomió como epítome de lo bello…”
Sólo que, a diferencia de la fotografía de Man Ray, por ejemplo, en las que vemos una manzana con un tornillo en vez de tallo o los rostros soñantes de una mujer de carne junto al de una máscara femenina de ébano, en la fotografía de Toni Kuhn dicho encuentro resulta genuinamente fortuito: los elementos de sus tomas ya estaban reunidos desde antes de que los fotografiara, combinados naturalmente, sin su intervención. Él sólo encuentra sus imágenes o como dice: “Son ellas las que me encuentran a mí…”
Para ello, recurre siempre a lo que tiene a mano: “En el pequeño huerto de diez pasos de largo [dice Seferis] / puedes ver cómo cae / la luz del sol en dos claveles rojos / en un olivo y una exigua madreselva…” Así, Kuhn encuentra las imágenes de un mundo insospechado en la inmediatez de su casa, de su huerto, del paisaje de Tepoztlán, donde vive; así como en cualquier lugar por donde viaja: sea el mar, la montaña, el bosque, el desierto o la ciudad; cualquier espacio, interior o exterior: lo mismo le da su habitación que los andenes de una estación de tren en Suiza.
En su libro Otros sueños (México, 1989), Kuhn dice que con sus fotografías pretende “un retorno a las primeras imágenes, a las primeras emociones visuales, a lo inmediato” y que le gustaría que “el observador descubriera que la eternidad de un instante todo lo vuelve relativo”. Es decir, que esas imágenes, obtenidas a partir de la cotidianidad del fotógrafo, hacen visible, así sea por un instante, otra realidad, profunda, primordial, hierofánica: “la manifestación [dice Mircea Eliade] de algo ‘completamente diferente’, de una realidad que no pertenece a nuestro mundo, en objetos que forman parte integrante de nuestro mundo ‘natural’, ‘profano’”.
Como si los objetos fotografiados fueran, a la vez, ellos mismos y otra cosa… O como si mostraran –por un instante que queda fijo en la fotografía– su verdadero rostro, sacro, bello o monstruoso… Para descubrirlo, Toni Kuhn va cámara siempre en mano (una Contax T) y los ojos bien abiertos, sensibles, entrenados: ojos de artista, de niño y animal al mismo tiempo. Tal vez de águila que mira desde lo alto, enfoca su objetivo y lo apresa: “Con todos los ojos [dice Rilke] la creatura ve / lo abierto. Sólo los nuestros están como invertidos…”
Si es evidente que los elementos de las fotografías de Kuhn se combinan fortuitamente, también lo es que él provoca ese encuentro; por una parte, buscando obsesivamente sus imágenes –como Marcovaldo–, hasta encontrarlas, aprehenderlas y mostrarlas; por otra –como Man Ray–, creándolas gráfica y poéticamente, editando y seleccionando las mejores en un laboratorio, las más bellas o logradas, las que mejor muestren lo que él quiere que veamos… Como aquéllas a base de luces que se filtran y dibujan en la sombra triángulos y cuadros, o tiñen de colores los muros.
En cuanto al efecto que las fotografías de Kuhn causan en quienes las observamos, ¿miramos lo mismo que él vio o vemos, a nuestra vez, otra cosa…? Lo cierto es que nos permiten descubrir ese otro mundo que está adentro o atrás de nuestro mundo, y que para verlo sólo falta que abramos bien los ojos… O que lo soñemos, como la madrugada que siguió a la tarde en que Toni me mostró por primera vez sus fotos, cuando, dormido, seguí viéndolas… ❧
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