51b6526ae66e8208e2e6edf2427f82f9Collage de Ayham Jabr

Aunque intermitente y poco difundida, la ciencia ficción mexicana ha venido enriqueciéndose con la obra de autores emergentes que apuestan por la literatura especulativa. Uno de ellos es Héctor Julián Coronado (ganador de la Convocatoria de publicación de la escuela de escritores Ricardo Garibay, 2017), quien mezcla elementos de la idiosincrasia mexicana y de la tradición de este género para mostrarnos realidades alternas donde aún hacen eco los hechos de nuestro presente.


 

La troca aterrizó en la cima escarpada de un cerro. Fabiola se apeó del vehículo y miró al valle. Los anillos del planeta gigante salían detrás de los cerros azules del horizonte. Drones cosechadores atendían las hectáreas de cannabis. La puerta del copiloto se abrió y el otro ocupante bajó. Era un viejo arrugado como corteza de ahuehuete y flotaba en una silla de soporte vital. El tío abuelo de Fabiola era el hombre más viejo de todos los mundos.

–No queda mucho tiempo para decidir –dijo el anciano. Su voz sintética espantó a las aves cercanas que echaron a volar.

–¿Me trajiste para ver que no hay nada más que esto? ¿Crees que así me iré?

–Sí. ¿Está funcionando?

–Mentiría si dijera que no.

–Debes decirlo en voz alta.

Fabiola hizo una pausa para tomar aliento.

–Sí. Regreso. Me jode vivir en esta luna en la que sólo veo cómo crecen las plantas. Me calienta que el gobierno nos metiera en una nave autopilotada y nos mandara a años luz de Sinaloa. Me zumba el bloqueo hiperespacial imposible de romper. Me hierven los tompiates que en la Tierra los dejen usar alcohol y tabaco, cuando todos saben que generan más adicción que el porro ocasional. Me pudre que a los fabricantes de armas les hayan dado Titán y prosperen, mientras nosotros vivimos apestados tras la Nube de Magallanes. Me caga que el bloqueo cueste más que toda la mariguana que has cosechado. Pero lo que más me zurra, sobre todas las cosas, es que me pidas que regrese yo sola. Sin ti.

–Sabes que no puedo ir. Encerraron a la Tierra en bóvedas de acero y la volvieron impenetrable para mí. Para mi ADN. Pero no para ti. Tu sangre no está registrada en su lista. Sólo hay que mandarte allá y tan tan.

–¿Tan tan? No me has dicho cómo romperás el bloqueo.

–No necesito romperlo: “cavé” un túnel de gusano. Un agujero en el espacio. Se me ocurrió mientras miraba el álbum familiar. De morrillo, mi bisabuelo me contaba la historia del escape de su padre. Es lo mismo. Nomás que en cuatro dimensiones en lugar de tres; en vez de una pala, astros. Es factible cuando tienes con qué mover masas planetarias.

–¿Por eso nos acercamos a la estrella y hace un calor de la reata?

–Por eso. El túnel está listo y la inercia vuelve imposible la marcha atrás. O abandonas esta luna o ardes.

–No quiero dejarte.

–También te traje aquí por eso –dijo su tío–. Para despedirnos, aunque no queramos.

Fabiola se echó a los brazos abiertos del anciano. Ambos aspiraron por última vez el aroma del otro. Entonces ella abrió los ojos como platos. La silla de su tío flotaba más allá del borde de la cañada. A sus pies se abría el vacío.

–Cuídate mucho –dijo su tío antes de soltarla.

La joven cayó. El alarido que echó le dio risa al viejo.

Contempló la caída hasta que Fabiola desapareció. Había pasado por el agujero de gusano abierto al fondo de la barranca. También arrojó una esfera que cargaba en un compartimento de su silla. Era un universo artificial miniaturizado que contenía toda la mariguana cosechada durante su exilio. Fabiola y el artefacto saldrían por el otro lado del túnel en algún lugar de Culiacán. Ella daría algunos tumbos pero la desaceleración en el agujero de gusano impediría que se matará al llegar a la Tierra.

El anciano volvió a reír. Regresó a la troca y metió su mano en una hielera. Sacó una cerveza artesanal. La había fabricado él mismo para ese momento: para esperar la cuenta regresiva del dispositivo termonuclear instalado en su silla. Debía de colapsar el agujero de gusano. No quería que su sobrina regresara.

Se preguntó si podría acabarse el six que llevaba antes de que explotara.

Casi lo logró. Bebía la sexta chela cuando su asiento incendió la luna. ❧

2

Héctor Julián Coronado Cervantes
Héctor Julián Coronado Cervantes
Escritor morelense, autor de "El frasco de uñas" (FEDEM, 2018)
Leave a Comment