“La mística, al igual que la poesía, ha sido un puente y un jardín para todas las culturas”, afirma Afhit Hernández (Tlaquiltenango, 1980), cuya pluma atraviesa ambos confines en el libro El sonido de la luz cuando se aleja, mención honorífica en el certamen internacional de literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2018, del cual se desprenden estos poemas inéditos. Ha participado en varias antologías poéticas del país. Actualmente, es profesor de literatura y español.
Hidelgarda de Bingen se desangra en un prado
No hay pulmón o barandal en estos miedos míos.
La lluvia es una aguja:
su ronroneo de paloma,
su martirio perfumado.
¿Dónde nace su alabarda?
No puedo sostener en mi vientre un manantial.
No cabe en mi mano una limosna.
Me tiendo en la estera y cubro mi piel con manuscritos
pensando que así me perdonarán haber nacido mujer y yegua,
manto de maternidades,
sin cuna y sin sendero.
Mundo:
No enaltezcas este sacrificio.
Por dentro, cuelgo mi sangre en un portal.
Ya lamo las astillas de madera que desprendió su luz
cuando la miro.
Padre,
carne sin sombra ni pecado,
hombre y flor circuncidada,
Amor mío:
He aquí mi habla vacilante.
Minnemystik, la mística del amor
Partes, aéreo, acuoso, sideral.
Invernal, nebuloso,
cálido.
Me regalas tu manera de ser bosque y de ser bruma.
Este es el sexo donde moras.
Esta
el alma que te enciende.
Escarbando en la noche una chispa traspasada
es imposible capturar tu forma en una arteria.
Tesituras que se enmallan;
la limadura permanece.
Ay, Amor, ¿por qué te muestras
si has de burlar mi jaula de nodriza avejentada,
el beso que te rodea,
como ese costillar al corazón del ciervo en la cocina?
Mensaje, mientras cae una tormenta
Te has ido y, así, has vuelto.
Y en esas jornadas llenas de humedales y estorninos,
has cambiado.
Has amado más a los muertos que a los vivos.
Como cuenco vacío de leche y luz.
Andando entre las arboledas pardas, un punzón
en medio de los gritos, amado,
limpiando los pies de los muertos en exilio,
amado,
mas experimentando en ellos
el amor divino
y sus nervaduras sucias.
Y ahora comprendes un nuevo idioma.
¡Y mira que no es sencilla su textura y su alimento!
Por decir pájaro dice polen.
Le llama sangre al sueño, boca al nacimiento,
miel al papel violáceo,
vena a la veta mineral donde se arrancan los destellos.
Pero a la luz.
¿Cómo llamarla sino luz?
Luz así,
sorda, silenciosa, dejando un rastro
cuando con la palma de la mano
te la roban.
O la elevan y dejan para lamer solo
su ruido o su silencio.
No ver y ver
Soy lo que soy dentro del muelle abandonado de mi carne.
En mi pozo fulgurado cantó un gorrión silvestre.
Recogí un hongo con nombre de doncella.
Reventé la llaga
y brotó un torrente.
¿Cómo nombrar lo que no me nombra?
Cierro los ojos en este siglo:
No ha cesado el hambre, el dolor,
la tesitura ardiente de la guerra y su millón de niños tristes.
El beso de la tisis nunca fue más invisible.
Cierro los ojos sin prisa ni esperanza.
Me abro a lo que soy y eres
para dejar atrás la música de los frutales,
su dentadura sin cal y sin coral dormido,
donde un día mordí la drupa
y se volvió mierda de repente.
Pero llega a mí el vacío.
No tarda ni se apresura.
No viene ni se va.
Está aquí, me diera cuenta o no.
Cierro los ojos, pero sigo viendo.
Cierro las manos, y no poseo nada.
Esto es lo que soy, y esto
lo que tengo.
La luz, su silencio perfumado
Una flor se expande en el entrecejo,
como un corazón o un continente que se despertara.
Quizá hayas conocido mil maneras.
Quizá hayas leído muchas más.
(Las leíste o las soñaste
o te las dictaron al oído y nunca lo supiste)
Y entre el tiempo de la cosecha y la siembra,
hayas encontrado otros recorridos,
que como el tuyo,
un día oyeron un cascabeleo en la ventana,
el ruido de la luz cuando se aleja.
Y quizá creíste que venía de afuera,
pero no,
cantaba en el cristal bruñido de tu vientre
y era venenoso y cándido
y tal vez creíste que era tu madre o un ciervo el que te llamaba.
Pero no atendiste.
Te hincaste pensando que la vida era una pérdida tras otra.
Y quizás conjuraste, “algún día será”.
Algún día.
Y ya estaba siendo. ❧
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