La prosa poética de la escritora Alejandra Atala está dotada de la fortaleza de una viajera que ha recorrido caminos sinuosos; esto se ve reflejado en su más reciente novela Pies de trapo. Un duelo por mi madre (Porrúa, 2017), en la cual, con una escritura íntima y profunda, explora el dolor de la pérdida. El siguiente texto, escrito por una excelente lectora y poeta, fue leído en la presentación de este título en el Jardín Borda a finales de 2017.
El libro que nos ocupa hoy, denominado por su autora: Pies de trapo, expresa el desdoblamiento y contraste de dos personajes: madre e hija, que se enfrentan a una realidad ineludible: el cáncer terminal de la madre. La enfermedad va a producir en ella el viaje arquetípico: hacia la Muerte, y en contraposición, la vivencia de esa realidad por su hija, implicará un viaje especular: hacia la vida.
La novela demuestra fehacientemente esos caminos por recorrer de ambas protagonistas y el viaje del Héroe mítico tal como lo analiza Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, al decir que los símbolos paralelos entre religiones y mitologías muestran “una constante, vasta y asombrosa de las verdades básicas que el hombre [léase Humanidad] ha vivido en los milenios de su residencia en el planeta1Joseph Campbell, El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, 3ª. reimp. México: Fondo de Cultura Económica: 1984. 1ª. ed. México: Porrúa, 2017, p. 9..
Efectivamente, en Pies de trapo, madre e hija van reproduciendo en su trayectoria las etapas míticas: el cruce del umbral, las pruebas de iniciación, los encuentros, las tentaciones, las huidas, las ambivalencias frente al retorno, la negativa al llamado, la posesión y/o desposesión de los dos mundos, la fundación de la casa y tantas otras etapas, definidas por Campbell, antes de alcanzar la meta de su viaje y la aceptación de su nueva realidad. La dualidad en espejo de ambos viajes arquetípicos va a producir en la novela una cadena de desdoblamientos formados por distintas materias físicas o abstractas.
En un deseo de clasificar el viaje arquetípico, pueden señalarse tres categorías: el viaje obligatorio, el involuntario y el voluntario.
Viaje obligatorio
Llamo viaje obligatorio al que no puede eludirse por propia o ajena decisión. Es el caso del personaje de la madre, puesto que le ha sido negada la posibilidad de curación, y la enfermedad no ha sido producida por voluntad propia, por ello, su viaje es obligatorio, ya que la enfermedad no dependió de su deseo, sino de un destino.
Dentro de las formas de viaje obligatorio, pueden anotarse en el aspecto religioso, la expulsión con espada flamígera del paraíso bíblico, y en el mundo moderno, por ejemplo, el exilio de carácter político, tan usual en toda la historia humana. En esta forma de viaje, pueden darse los tres términos arquetípicos: Paraíso perdido, o Fundación del Paraíso utópico, y triunfo o fracaso del Paraíso recobrado. Algunas formas de viaje obligatorio no pueden delimitar sus fronteras con el involuntario. Esto ocurre cuando el “retorno al Paraíso perdido” puede llegar a ser posible. En el caso del exilio político, a través bien del armisticio o de cualquier otra forma de perdón político, bien del triunfo de la revolución. Sin embargo, en el viaje obligatorio de origen bíblico, la expulsión del Paraíso es incompatible con la instancia del Retorno. Esta forma de viaje es la única que puede considerarse exclusivamente como “irreversible en la vida”, ya que hay una incapacidad absoluta de volver al Edén después de la expulsión flamígera, sin embargo, para el ser humano religioso, ese retorno sí es posible, “en la muerte”. Ir al cielo equivale a recobrar el Paraíso perdido; de ahí, que para el ser religioso, el ofrecer la vida, más que una prueba de iniciación, o un sacrificio, la muerte puede representar una apertura a la posibilidad de Retorno al Edén.
Viaje involuntario
En cuanto al viaje involuntario, éste presenta muchas formas, la mayoría de ellas orbita en la periferia del viaje obligatorio, de ahí que las fronteras entre ambos pueden llegar a ser muy difíciles de delimitar, porque la diferencia con el viaje obligatorio es que cabe la propia voluntad para decidir no realizar el viaje, lo que no es posible en el viaje obligatorio.
Éste es el caso del personaje de la hija, ya que pudo haber decidido no realizar el viaje arquetípico y aceptar desde un principio la realidad de la muerte de la madre, pues la enfermedad fue producto de una imposición de la Naturaleza y dicha imposición queda fuera de su voluntad.
Cuando Fernando Ainsa, citando El principio de la esperanza de Ernst Bloch, anota que: “hay una relación binaria del hombre con un espacio antinómico: el real del cual se siente alienado, opuesto al anhelado que aspira y que proyecta a partir de los arquetipos del imaginario utópico. Al mismo tiempo, presupone un rechazo radical del presente (tiempo) y del lugar (espacio) en que se vive. La utopía es, pues, siempre dualista en tanto concibe y representa una contraimagen, lo otro que es, fue o será posible”2Ernst Bloch, El principio de la esperanza, Trotta, España, 2006, p. 1. .
Por ello, en la novela, la Naturaleza, en su visión de Muerte, se convierte en el antagonista invencible, hasta que la hija descubre al final de su viaje que ese Mundo Natural también contiene su opuesto: la Vida.
Viaje voluntario
Denomino viaje voluntario al que se produce como consecuencia de la decepción o, de acuerdo con la terminología de George Lukács: de una inadecuación entre el individuo y su espacio social, esto es, entre el Yo y el Otro. Desconstruyendo el sentido del signo, se advierte que en el viaje voluntario, el “Paraíso perdido” no tiene por origen una expulsión. Y si no hay espada flamígera, la pregunta es: ¿qué fue lo que originó la evasión del Paraíso? La respuesta lógica sería que tal Paraíso no era satisfactorio, y si no lo era, tampoco era “Paraíso”, puesto que la noción paradisíaca se identifica con la noción de lugar ideal y perfecto. Así pues, ni hay Paraíso perdido, ni puede haber “Paraíso recobrado”, dado que nunca se ha vivido en un “Paraíso”. En cambio, sí puede hablarse de una Fundación del Paraíso Utópico, de donde se deduce que en esta forma de viaje el Paraíso se simbiotiza con dos nociones: la Decepción y el Deseo. La salida en viaje iniciático, proviene de un rechazo de la imperfección y de un deseo de perfección, tanto del espacio que se habita como del propio Yo, ya que el viajante tratará de fundar la realidad de su utopía personal en dicha fundación; coincide con algunas facetas del viaje de la hija en Pies de trapo, en vista de que ella procura reconstruir en el nuevo espacio, su propia identidad.
Resumiendo las tres formas de viaje: obligatorio, involuntario y voluntario, puede decirse que los tres son “arquetípicos” e implican identificarse y aceptar la nueva realidad que se les impone, o que siguieron involuntariamente, o que eligieron voluntariamente.
En las tres formas enunciadas hay una coincidencia: el viaje arquetípico tendrá que pasar por varias de esas pruebas antes enunciadas, desde el cruce del umbral hasta la asumpción de los dos mundos y la fundación de la casa, esto es, las etapas, definidas por Joseph Campbell. Etapas que en la novela van siendo analizadas, vivenciadas y asumidas.
La novela puede analizarse igualmente de acuerdo con el arquetipo bíblico, tal como es definido por Mircea Eliade en su estudio de las religiones Lo sagrado y lo profano, al decir que la persona asume su humanidad a través de un modelo transhumano, esto es, trascendente: “Sólo se reconoce verdaderamente hombre en la medida en que imita a los dioses, a los Héroes civilizadores o a los Antepasados míticos3Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, Barcelona: Labor /Punto Omega. 6a. ed. 1985, p. 88..
Por supuesto, desuniversalizando la palabra “Hombre” que tan inadecuadamente se ha sinonimizado con “Humanidad” y devolviéndola a su delimitación genérica, hay que señalar que la “Mujer” como Sujeto de su propia aventura, también es capaz de asumir esa imitación de la divinidad activa, a la que se refiere Mircea Eliade –por cierto las diosas griegas no eran nada pasivas–, y es esta mímesis con la divinidad mítica lo que aparentemente está realizando Pies de trapo al buscar su fusión con el Todo Universal y Natural.
Para ello, la autora se vale de desdoblamientos no sólo con ropajes diversos, con formas, volúmenes, colores, distintos, sino también en diferentes tipos de duplicaciones contrastantes: en volúmenes, tamaños y sustancias diferentes. Hay imágenes desdobladas en sensaciones; nombres desdoblados en olores; nubes desdobladas en galaxias. Todo el universo físico y metafísico se desdobla utilizando relaciones entre culturas distintas, diferentes credos religiosos o artes: temporales o no… ¡imaginen el infinito! Cada humano, cada elemento: vegetal, animal o mineral se ve a sí mismo desde el otro lado del espejo, no exactamente a la manera hegeliana, de mirarse desde los ojos del Otro, sino desde todos los Yoes que somos cada uno de nosotros, en nuestras diferentes edades, vivencias o circunstancias. Cada uno de esos entes participantes, formados de materias: humanas, vegetales, animales, minerales, auditivas o tactiles se desdobla no sólo en su conjunto, sino en los fragmentos de las pequeñas, inefables materias que forman la materia global.
Madre ya no tiene tumor. No cáncer. Las embestidas nucleares de las quimioterapias de que fue objeto sacudieron su cuerpo como su alma, el hálito divino al que abrieron ventana sus entrañas. / Y entró la luz por su ventana. […] Qué se hace cuando un legado más nos es dado: la posibilidad de morir. Y no es que antes no haya tenido tal percepción, sensación, sentimiento… Es que ya no es nada de eso, es la líquida y espesa conciencia de que si mi madre pudo morir, yo también4Alejandra Atala, Pies de trapo. Un duelo por mi madre, Porrúa, 2017, prólogo de Clara Janés, p. 38. .
No es sólo Pies de trapo quien en momentos se desdobla en su madre, o su madre, quien, en momentos, se desdobla en su hija, ¡no! Es que cada uno de sus Yoes se mira desde infinitos Yo. Digamos, como ejemplo, que no es sólo ella en su totalidad de persona humana quien se desdobla, sino cada una de las partes que la forman: su voz se dedobla en otras voces: sus ojos, en infinitos ojos ajenos; su imaginario, en infinitos imaginarios que no le pertenecen o que formaron parte de ella en diferentes épocas de su vida.
Por ejemplo, cuando surge la metáfora de la herida, ésta se desdobla, de herida en el cuerpo a herida en el alma. Alma y cuerpo, a su vez, se desdoblan una en el otro, el otro en una, son una sola herida en dos formas distintas. Y esa herida, de costado, se desdobla en la herida en el costado sufrida por Jesucristo. La metáfora del desdoblamiento de la madre y la hija, con la madre y el hijo, consigue así el desdoblamiento del Tiempo. El Presente se desdobla en Pasado, y el Pasado en Futuro, así la muerte del Hijo, Jesús, es la muerte de la Madre, que anuncia un futuro de muerte para el Yo. De este modo, el Tiempo invertido da una proyección que convierte el dolor personal, en dolor universal e intemporal, lo que implica un desdoblamiento del Hoy que Fue y del Fue que Será, elevandolos a la potencia del infinito. La autora lo resume en dos palabras: “Cenicienta y Fénix”.
¿Complicado? No, sólo es una lectura de la realidad, en todos sus niveles relativos, no sólo temporales y eternos de una realidad cambiante, siempre en metamorfosis.
Alejandra Atala logra en este libro, la conjunción de todos los códigos metafóricos: culturales, religiosos, literarios, filosóficos, científicos, personales, universales. Con detalles, a veces, minúsculos, como la sola mención de un color: como el color tibutina, que convierte la noción de la flor en vislumbre cristiano. La evocación de los “molinos de viento”, para hacer sentir su lucha quijotesca contra la Naturaleza humana, o el talón de Aquiles, para hacer crecer a su mayor dimensión el llanto de los héroes, que no es capaz de evitar esa “muerte sin fin”, que Gorostiza anunciara.
Pasan por su texto, lo mismo los nanosegundos en comparaciones de imposibles matemáticas, con las galaxias de la ciencia, lo mismo que las aguas infinitamente renovadas de los ríos de Heráclito, y los nacimientos y muertes de la Madre, como infinitos los nacimientos y muertes de la Madre Naturaleza.
Los desdoblamientos que van desde el diálogo con su Ser múltiple y diverso, hasta el diálogo múltiple y diverso de la “Nausea en La” sartreana, capítulo en el que articula, desarticula y vuelve a articular cada uno de los momentos de su propia rebeldía; o el desdoblamiento de su propio dolor por la pérdida de su madre, al solidarizarse con el dolor de un amigo, el padre-poeta Sicilia, por la pérdida de su hijo en el capítulo de “Fuego”. Comparte lo mismo la curiosidad de Alicia en el país de las maravillas, que el estado febril de Raskolnicov, que el vislumbre de epifanías. Sus observaciones metafóricas de la realidd emocional propia y ajena, se despliega no en comparaciones, sino en sustancias, en adjudicaciones objetivamente plásticas, como cuando dice: “Rojo el silencio, en la incertidumbre, que ya no es desasosiego y sí paz en la pasión que acompaña nuestros días de penumbra y desierto”5Op. cit., Atala, p. 19..
El Jardín personal de cada ser viviente, su Jardín del Edén, con sus descubrimientos, nostalgias y dolores, pasa por todos los infiernos, por todos los espacios físicos o no, como: la casa, el hospital, la iglesia, la caverna, la ceiba, la lágrima, la risa, el abrazo. Dice: “Tres meses han ocurrio en el tiempo del cronómetro, y en el kairós, la eternidad”. Y ésos son los tipos de desdoblamientos que Atala realiza en cada uno de los momentos vividos, en los que convierte el instante del “Cronos” griego en una eternidad del Kairós bíblico.
El final de la novela, precisamente implica que sólo integrándose al Mundo Natural encontrará el fin de su viaje hacia el reconocimiento de su propia realidad existencial.
Cobijada por la inmensidad de la noche, Alicia Pies de Trapo descansa acunada en la raíces de su ceiba, se mira con cierta perplejidad un pie de trapo y luego el otro… y después de echarle un último vistazo al mistarioso domo celese, sonríe y empieza a murmurar suave, muy suavemente una gozosa y apacible tonadilla6Op. cit., Atala, p. 111..
El libro de Alejandra Atala es un libro universal, porque representa la conjunción de Vida y Muerte en una serie infinita de desdoblamientos en un caleidoscopio de emociones y sentimientos, profundos y sensibles ¡cuántas veces encontrados o contradictorios!, que surgen al contraponer los dos viajes arquetípicos y especulares de madre e hija, que las llevan al reconocimiento de la fuerza de la Naturaleza y de la Unión del Ser con el Mundo Natural. La madre al entrar al universo de la Muerte y la hija al contemplar el deterioro y la final partida de su madre, que la lleva a aceptar su integración a la Naturaleza: en la Vida, asumiendo así, el Todo que abarca el Mundo Natural. ❧
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