Entrevista a Jean Robert
Parte 2
Transcripción: Virginia Zavaleta y Marco Tapia
Este diálogo aproxima a los lectores a las ideas críticas sobre la realidad del progreso que Iván Illich desveló hace décadas. Ideas que encuentran cierto eco en las de los movimientos que luchan por evitar el desarrollo industrial en comunidades rurales. Uno de sus puntos más concurridos es el concepto de herramienta como punta de este tópico.
Jean Robert: Mira, para no dramatizar, hay que tomar ejemplos muy simples. Fui fumador. Una vez dije “no, gracias” al tabaco y dejé de fumar. Es un ejemplo de pequeños actos de renuncia selectiva que no tienen impacto político, pero manifiestan lo que los griegos calificaban de hexis, una palabra que se puede entender como actitud, hábito. Al dejar de fumar manifesté una actitud frente a la realidad del tabaco: no puedo luchar contra las empresas que producen cigarros, pero puedo decir “no, gracias”. No cambia nada políticamente, soy impotente frente al poder de las tabacaleras, pero puedo decir que no, yo no fumo.
Otra pequeña renuncia de mi parte es a ser dueño de un coche. En este país, sobre todo con mi edad, sería utópico decir que voy a vivir sin la ayuda de vehículos de motor. Tomo taxis, autobuses, entre otros vehículos, pero no quiero ser dueño de un automóvil, es una actitud que manifiesta mi idea de lo que es bueno y lo que es malo. Y hay algo de eso en el “no, gracias”. Puedo decir “no, gracias”, cuando me quieren enseñar lo que es un sistema. Una vez le pregunté a un grupo de profesores de la universidad qué es eso que llaman sistema. Contestaron: “No entendemos lo que no puedes entender, si todo es sistema”. Me dejaron con una especie de tautología del concepto: si todo es sistema, a lo mejor, los sistemas existen ante todo en las cabezas. Ahora, en el pensamiento de Iván Illich, la palabra sistema ocupa un lugar en la historia de la evolución de la herramienta desde el Medioevo. Si tú quieres, podremos hablar previamente de eso, pero nos alejamos un poquito de Huexca.
Juan Francisco García: ¿Por qué?
Eso es una herramienta [señala hacia diferentes objetos que se encuentran en la mesa], eso es una herramienta y eso también. Herramienta en griego se dice organon. ¿Qué era para Aristóteles un organon? Era lo que ayudaba a un ser a volverse sí mismo y a ser mejor, lo que aumentaba su virtud, su areté, y en ese sentido se pensaba la relación entre el cuerpo y lo que hoy llamamos herramienta. Casi hubiéramos podido decir que la herramienta estaba en el quiasma entre el cuerpo y el cosmos. Cuerpo se dice soma en griego, y el concepto de herramienta tenía una dimensión cósmica. Cosmos no tiene necesariamente que ver con la cosmología, sino con la forma de relacionar las cosas de tal manera que una cosa pueda existir, porque existe algo que le corresponde. Por ejemplo, se puede decir que la relación entre la madre y su hijo es cósmica en este sentido, porque la madre no es madre si no hay hijo y viceversa. Y es este tipo de relación que se expresaba en la filosofía de Aristóteles, mediante la diferencia que se hacía entre la causa formal, la causa material, la causa final y la causa eficiente. Esas cuatro causas no eran “causas” en el sentido moderno. La palabra de los clásicos para decir causa era aitía, de ahí viene la palabra etimología. La palabra aitía quiere decir, literalmente, culpa. Imaginemos que hay aqui un jarrón de barro. Los griegos podían preguntar: “¿quién tiene la culpa de la existencia de este objeto?” Primera respuesta: el barro, que es la causa material. Pero si este objeto tiene la forma de un jarro, la forma del jarro que se inscribió en la materia tiene también la “culpa” de su existencia. Pero el artesano que hizo el jarro también tiene la “culpa” de su existencia: es su causa eficiente. Finalmente, el propósito del jarro se concebía como su causa final.
La causa final, ¿podría ser “servir de florero”?
Lo que sea. En este contexto podríamos decir que en la causalidad clásica prevalece la relación entre la herramienta y el cuerpo, concebidos como entidades proporcionales: los griegos llamaban organon una herramienta: el martillo en la mesa era un organon, pero también lo era el martillo solo y lo era la mano sola, “órgano de todos los órganos”. Pero en el siglo XII se empieza a manifestar otro concepto de lo que es una herramienta, quizá por una influencia árabe. Se introduce una separación conceptual entre la herramienta y la mano: eso es un lápiz, eso es una mano; ni la mano es parte del lápiz ni el lápiz es parte de la mano. La cosa está separada de la mano, la puedo alejar de mi cuerpo. A partir de este momento, la herramienta ya ni se considera como un órgano. Para designarla, los escolásticos del siglo XII inventaron la palabra instrumentum que la designa como algo separado del cuerpo. Ahorita, la herramienta se puede considerar algo fuera de la mano. Eso indujo a los filósofos a añadir una quinta causa, que es la causa instrumental. Vamos a tomar un ejemplo: hubo un perfeccionamiento del arado a partir del siglo XI que consistía en equiparlo con una reja curva. El arado tradicional de reja recta sólo abría el suelo. Había que formar el surco con la fuerza de las muñecas. La reja curva parece asumir la tarea de vertir la tierra de una lado para formar el surco. Había un dicho que decía que con el nuevo arado hasta un campesino tonto podía labrar su campo. En cierta forma, la causa pasó del labrador al arado. Antes de esta innovación, el labrador había sido la causa eficiente del labrado. Ahora el instrumentum, en este caso el arado, se puede concebir como la causa instrumental del labrado. La causa instrumental, hasta cierto punto, quita la causalidad de las manos y las deposita en la herramienta.
¿Cualquiera puede utilizar esa herramienta?
Ése es otro aspecto, cualquier puede utilizarla.
¿Y ya no necesita el labrador ser la causa de la labranza?
Lo sustituye la causa instrumental, que podemos ver como un ancestro del concepto de fuerza productiva asociado con el concepto industrial de herramienta. Creo que actualmente conceptos como causa instrumental, fuerza productiva y hasta el de herramientas, distan en tela de juicio. Illich sugiere que desde los años 70 o 80 hubo un cambio radical de las ideas sobre las herramientas. Aparecen artefactos que estrictamente ya no tienen las características clásicas de una herramienta. Ya no existe esa distancia que Illich llamaba distalidad entre la herramienta y el cuerpo. La distalidad es un concepto que se usa en fisiología, la vista es un sentido distal; al contrario, el tacto no es distal. Illich usa la palabra distal para definir a la herramienta. Define una separación entre el cuerpo humano de la herramienta.
¿Y la distalidad es lo que me permite decidir si voy a usar o no la herramienta que me ofreces?
Te puedes permitir esa opción. Pero hoy proliferan artefactos que sólo puedes usar si te sometes a ellos. Illich dice que ya no podemos llamar herramientas a esos artefactos, sino sistemas, y tú solamente puedes usarlo haciéndote un subsistema de ellos.
Por ejemplo, Jean, ¿nosotros seriamos un subsistema de un teléfono inteligente?
Sí, o hasta cierto punto cuando manejas los programas en tu computadora te vuelves un subprograma o subsistema de ellos; es la cuestión de las intenciones. Las herramientas en Europa han correspondido a intenciones bastante precisas; un hacha, por ejemplo, es una herramienta para cortar leña. Hubo espíritus curiosos que creían que podían inventar herramientas con intenciones imposibles de satisfacer, por ejemplo la de volar como un pájaro en el siglo XVI. Leonardo da Vinci construyó máquinas para volar, pero nunca voló realmente; la voluntad de crear una herramienta que pueda satisfacer la intención de volar como un pájaro, existe desde mucho tiempo atrás. Igual la intención de crear una imagen mecánicamente en vez de pintarla y muchos de los artilugios que permitieron la fotografía ya existían antes como sistemas de proyección de imágenes, o sea, hay toda una historia que precede a la fotografía. Esa relación de la herramienta con intenciones precisas se pierde al tiempo que desaparece la distalidad. Si tienes una computadora sobre la mesa, pues debes de prepararte para que esa computadora te espíe; por lo menos esa computadora sacará datos generalmente de naturaleza estadística, saca datos de ti y hasta les da un valor comercial, se pueden vender.
¿Dónde ubicas geográficamente este cambio?
La tesis revolucionaria de Illich es que Occidente, Europa, está pasando por un verdadero sismo epistémico que sacude sus cimientos. Este mundo cristalizó en gran parte alrededor de la herramienta cuyo concepto se remonta al siglo XII, un artefacto que corresponde a intenciones personales y mantiene una relación de distalidad con el cuerpo de su usuario. Nosotros decimos familiarmente las técnicas, las tecnologías. Europa y luego Occidente se volvieron el centro de la expansión tecnológica: se esperaban nuevas herramientas de Europa, era muy generosa en la divulgación de sus artilugios técnicos, no sé si muy generosa, pero la suponían.
Y justo leí que si no lo adquirías eras catalogado como alguien que no acepta el progreso, como subdesarrollado. Además existe toda esta serie de artefactos y técnicas, la obligación de adquirirlas por esta pretensión de vivir de manera occidentalizada, por así decirlo… Hace uno o dos años, el documental Demain (significa “mañana” en francés) mostraba una serie de alternativas para generar electricidad de manera menos agresiva, o sin serlo, para el medio ambiente. Pero me llamó mucho la atención por esa idea de querernos occidentalizar o de vernos obligados a ya no seguir siendo subdesarrollos. Adquirir este tipo de inventos, artefactos, ¿deberíamos considerarlo como una alternativa? En Europa están generando opciones, y las que queremos utilizar acá, en algunos países de allá son determinadas como obsoletas o no viables. Hablan de cómo obtener energía con el sol, el mar, el viento. Es una enorme contradicción vernos ahora en Huexca con alternativas obsoletas, que ya no están funcionando del todo en Europa.
¿Como qué, Juan? ¿Como eventualmente eólicas? Pero yo mismo tenía mucha esperanza entre esas alternativas ecológicas.
¿Y ya no?
No, porque vemos lo que pasa con las eólicas.
¿Como las de Oaxaca?
Sí, esa zona de parques ecológicos, o donde hay una cultura de pescadores, porque ahorita dejan de pescar porque viven de lo que el Estado paga a los dueños de los terrenos.
Terminan modificando la vida comunitaria, ¿no te parece, Jean?
Eso es.
Digamos que sería lo más triste, justo que el pescador ya no va al río, ya no va a la laguna y se queda ahora sentado esperando.
Gustavo Esteva tenía una expresión, decía: no se trata de hacer lo mismo de otra forma, sino de hacer otra cosa. O sea las eólicas producen kilovatios como las presas, las termoeléctricas. ¿Para el usuario cuál es la diferencia?
Ninguna, lo único que le interesa es que llegue la energía.
Así es. Había un halo de esperanza que rodeaba esas ideas de tecnologías alternativas; había una cuestión de escala, se trataba de hacer pequeñas turbinas eléctricas, por ejemplo. He tenido simpatía por el proyecto Longo mai. Sus miembros van a regiones rurales, donde ha habido un éxodo de campesinos. Visité un proyecto que tenían en Suiza, en Undervelier, un pueblo que era de campesinos, pero se habían ido. Entonces ahí, Longo mai adquirió un rancho deshabitado. Había un río que pasaba al lado, construyeron una pequeña turbina para tener electricidad en la casa. O sea, esas alternativas tenían una idea de escala y esa idea se perdió. ¿Has oído hablar de las ideas de Leopold Kohr, Juan?
Lo leí, el justo tamaño, la justa medida, lo apropiado.
Sí, es justo lo que se perdió con esa industrialización de las alternativas, los parques eólicos. Mañana van a hablar de parques de energía solar, ya existen ejemplos y se van a producir kilovatios como lo que se producen en termoeléctricas.
¿Por eso la desesperanza de Illich? Pareciera que no hay algo que detenga esta…
¿A qué llamas desesperanza en este caso, Juan?
No sé si sea la palabra apropiada pero retomando las ideas de Illich sobre los sistemas en la cabeza, lo imagino a él viendo con agrado acercarse el fin de la era del instrumento o de la herramienta y, al mismo tiempo, recibiendo la llegada de un orden más despiadado, la era de los sistemas. Por eso me atrevo a hablar de desesperanza. En las discusiones que se planteaban en los años 70, 80, había esperanza, ¿no crees, Jean?
En los años del Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), había una palabra que se pronunciaba mucho: porvenir o futuro. Incluso vinieron dos cineastas a hacer un documental sobre el CIDOC, no recuerdo la fecha pero a mediados de los 70, una francesa, Marie-Claude Deffarge y su compañero, Gordian Troeller, oriundo de Luxemburgo, donde hay dos idiomas oficiales, el francés y el alemán. Hacían documentales en alemán porque trabajaban para Radio Bremen, la radiodifusora de esa ciudad alemana. Cuando hablaban entre ellos, lo hacían en francés y se referían a su proyecto como “la cocina del porvenir”. Parte de su proyecto era entrevistar a Illich y a Valentina Borremans (también a mí me entrevistaron brevemente). Illich se prestaba a eso, él tenía una visión del porvenir. Decía: no es posible que el siglo XX se acabe sin que se fomenten grandes debates públicos sobre el modo de producción industrial, tenemos que preparar esos grandes debates. Yo estaba escribiendo un libro con Jean Pierre Dupuy, una crítica de los transportes motorizados y una exposición del concepto de contraproductividad. Se llamó La traición de la opulencia. También nos entusiasmaba la idea de que estábamos preparando los grandes debates del fin del siglo XX. Éstos no tuvieron lugar.
¿Por qué, Jean? ¿Habrá sido por el cierre del CIDOC?
No. Creo que la respuesta a tu pregunta se debe hallar en un cambio de actitud hacia el lenguaje. Creo que a partir de los años 1980 empezó una especie de invasión del lenguaje por palabras que se originaron en los círculos en los que se gestaban los conceptos de la cibernética, pero son disciplinas científicas puestas en circulación como lo que Uwe Poerksen llamo “palabras de plástico”, intercambiables como piezas de Lego. La gente empezó a utilizar palabras como input, output, lo que entra y lo que sale de esta caja negra; información, comunicación, interfaz, ¿qué más?
Software, hardware…
Sí, se comenzó a usar metáforas que son de la cibernética para hablar de la propia mente, del cerebro. Se popularizó un lenguaje donde la cópula cae en desuso. La cópula es lo que liga, la palabra tiene una especie de consolación sexual, pero en realidad la palabra dice lo que es: eso es un lápiz. Otra tendencia que se reforzó en estos años fue la de usar más sustantivos que verbos, una pérdida del verbo en el lenguaje. Este lenguaje volvió difícil hablar de cómo a mí me afecta cuando tumban casas en un barrio para hacer autopistas, por ejemplo. En vez de usar términos que hablen de lo agradable que es el barrio, de lo vivaz, de las relaciones de soporte mutuo que se tejen entre vecinos, se usan grandes sustantivos para designar cosas más importantes que las cuestiones diarias: el desarrollo de las infraestructuras de transporte, la accesibilidad, el empleo generado por los transportes. El desarrollo de las infraestructuras de transporte va a reducir el tiempo de vida que los transportes se tragan. Va a aumentar la “accesibilidad” de tu barrio (lo que seguramente va a hacer subir los valores prediales, hasta que sus habitantes más pobres ya no puedan pagar su renta y tengan que irse). ¿Eso te conviene? Para nada, pero las grandes palabras dicen que sí. Illich lanzó la hipótesis de que estamos frente a un cambio cultural de dimensiones gigantescas, el fin de algo y a lo mejor el inicio de otra cosa que no sabemos cómo agarrar conceptualmente: el fin de la era instrumental y el principio de la era de los sistemas, precisa en sus conversaciones con Cayley. Pero la palabra era es engañosa porque si hablamos de una era de las herramientas y ubicamos el origen de la herramienta como separada del cuerpo en el siglo XII, hablamos de una era instrumental de ocho siglos. Si por contraste hablamos de una era de los sistemas, oponemos a esa primera era que tiene peso histórico, experiencias humanas, y le contraponemos una franja de 20, 30, 40 años que no tiene espesura ni peso ni carne. La palabra era no designa lo mismo en el primer caso y en el segundo. Estrictamente hablando, no deberíamos referirnos a una era de las herramientas y a una era de los sistemas usando la misma palabra. Illich lo hace porque hay que permitir que se entienda el cambio sobre él que quiere atraer nuestra atención, pero pienso que deberíamos reflexionar sobre el fin de la herramienta más que especular sobre el inicio de una era de los sistemas; también, para que la evocación de una era de los sistemas no sea una invitación a aceptarla sin cuestionarla, cerrando los ojos sobre la deshumanización y la desencarnación que la acompañan. Una era de los sistemas sería una era de pérdida de significado de las intenciones humanas, de insinuaciones a actuar respondiendo a mandos sistémicos. Una era de interacción con sistemas que transforman a su usuario en parte de ellos.
Y el tema de la pérdida de la ética, al estar inmersos en los sistemas.
Sí, sí, se van a perder de vista. El autor de 1984, Orwell, hablaba de la decencia fundamental. Tenía una expresión para esa ética que nos enseña que es inmanente a la vida en comunidad.
¿Te gustaría decir algo más Jean?
No, quisiera que tú dijeras algo más de lo que sacaste de tu lectura del ensayo de Illich sobre los sistemas.
Hay varias cosas que me llamaron la atención. Illich percibió la importancia de lo que implicaba entender las herramientas y eso parecía un estudio muy novedoso, como si nadie hubiera reparado en ello, como si se hubiera detenido para entender la relación entre la herramienta y el cuerpo. Creo que es un claro ejemplo de lo que implica tomar un martillo y hacer algo. Esta cercanía, que efectivamente establece una relación directa sobre algo que yo quiero y para qué lo utilizo, y cómo esta relación se va perdiendo tiene que ver con el cuerpo. Esa relación se diferencia con lo instrumental en otro proceso y en otros artefactos donde ya no importa esta relación. A lo mejor soy muy fatalista y evito palabras fácilmente como desesperanza, caos. Es un error de formación, lo acepto.
¿Por qué?
Quizás es muy determinante. Tú mencionas las palabras porvenir, futuro. Hay más palabras que faltan por armar dentro de un discurso en este rompecabezas que voy armando en mi vida y mi conocimiento. ❧
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