Tolvanera (Ediciones Sin Nombre y Secretaría de Cultura, México, 2017), de Ángel Miquel, es una novela de largo aliento en la que se cruzan historias y recuerdos a través de la mirada de un crítico de arte que al mismo tiempo nos muestra su intensa historia personal, ligada a la enfermedad, la nostalgia y los viajes.
Una novela arrebatadora del aliento, del sueño, con la que dan deseos de tirar a un lado el trabajo para volcar la energía en leer y leer sin parar. La primera frase es la que me sacudió el alma. Leerla significó saber que iba entrar en la entraña de Ángel Miquel, que me daría una lección de vida, de amor, de sabores contrastados, de autobiografía entremezclada con… ¿qué más? La frase dice: “Mi madre es esquizofrénica”, y me parece que puede capturar la atención de cualquier lector que abra este libro: una frase lapidaria que da sentido a toda la novela y que crea gran parte de su ADN. La madre como ente, como personaje que guía, que da pero destroza, que dirige pero se pierde. La madre que brinda y luego lo quita todo. Es una de las esencias profundas del libro. El protagonista (el hijo) se presenta como literato y profesor, y podrá saberse que lleva el nombre del Arcángel Miguel, todo lo cual remite al autor, como un dibujo (¿fiel?) de sí mismo.
Poco a poco, el lector se sumerge con gran interés al ver los apartados de los tres capítulos. En cada personaje desplegado, en cada escena, se genera una motivación, una emoción y un planteamiento que mueve y remueve la conciencia. Así aparece un antepasado del protagonista –imaginario o no–, de varias generaciones anteriores, un español de nombre Francisco Caravantes, quien se desterró en México en años muy lejanos y que luego entenderemos tiene una presencia vital en el escenario del constructo literario. Por otro lado, Carmen y Alfonso son presentados como dos de los mejores amigos del protagonista. Casados y con hijos, se perfilan él como psicoanalista exitoso que después tomará su propio camino, y ella como pintora de medio tiempo que suele ser más bien ama de casa, con dos hijos que la ocupan deambulando por doquier, con el papel maternal insalvable de tener que dar la cara ante cualquier eventualidad.
Se muestra también a un personaje femenino que será sustancial en el escenario y que lleva por nombre Luz. Es curioso que un investigador del cine y su historia como Ángel Miquel llame así a un personaje, igual que la primera película que filmó el fotógrafo Ezequiel Carrasco en 1917. Ese personaje central mostrará una cara, un matiz, un revés que no conocíamos de Miquel, o pensábamos no conocer. Es éste uno de los personajes más sabrosos y candentes de la novela. Luz, provocativa y siempre activa, es el Eros, un Eros desbocado o sin compromiso, un Eros sin amor, un Eros sin deseo, un Eros que detiene a Tánatos pero se convierte en él. El amor erótico es así una de las funciones básicas que impregnan este material novelesco, con la que el lector puede acabar situándose en medio de la locura de la madre del protagonista y el miedo de éste a la propia.
También surge en el escenario Jorge, punta de lanza de la vida cultural de la Ciudad de México, de una fresca y unívoca homosexualidad, y quien gusta subvertir el orden y crear eventos a partir de ese orden subvertido. El padre del protagonista, al principio desdibujado, aparece de repente, cuando se habla del mundo de los libros y de la Biblioteca “León Tolstói”, lo que lleva a la guerra y la emigración española. Ese personaje vuelve a disiparse en la penumbra, ante la fuerza de una esposa que todo lo puede (ver, leer, escribir…) y quien también tiene el deseo de publicar, pues ella, la esquizofrénica, considera que sus escritos están destinados a educar y mejorar al mundo.
Ahí están los personajes principales de la ficción, entre otros que aparecerán para complementarlos, como la exesposa de Miguel, la inestable Teresa, la evocadora Adriana… Pero también hay otros que son propiamente producto de la investigación sistemática de Miquel: el actor mexicano de cine Ramón Novarro, el historiador del arte alemán Aby Warburg –mentor de Gombrich, Panofsky, Yates, Michaud, Benjamin, y quien emerge de la oscuridad mental con la escritura de su obra El ritual de la serpiente– y, sobre todo, la escritora, feminista y poeta canaria Mercedes Pinto, autora de las novelas autobiográficas Él (1926) y Ella (1934), convertida la primera en una película del mismo título por Luis Buñuel, en 1952. Con Mercedes Pinto, Miquel nos permite ver a un personaje femenino no atado a los vestigios del pasado, evocador de la libertad y de la justicia. Ella, que en 1923 dictó en Madrid una conferencia titulada “El divorcio como medida higiénica”, es un cierre que deja esa tolvanera convertida en torbellino, un personaje que evoca una realidad que parece ficción, una mujer que levanta la voz, escapa del maltrato de un marido demencial (Juan de Foronda y Cubillos), se exilia y en Uruguay se casa con Rubén Rojo, quien era su pareja de vida y con el que tendrá dos hijos, además de los otros tres que procreó con su primer marido: Rubén Rojo y Gustavo Rojo, convertidos más adelante con su media hermana Pituka de Foronda en exitosos actores del cine y la televisión mexicanas. Pinto es una mujer de talla, firme, roble, que vive su vida con el deseo evocado en la piel, con el esfuerzo de cargar con los hijos que sobreviven, pues el primogénito muere al salir de Portugal; una mujer cuya historia no tiene desperdicio, con aquel destierro en Chile donde conoce a Pablo Neruda, con su estancia en Cuba y su presencia en México, y también con su injusto olvido, que remedia ahora en gran medida nuestro autor Ángel Miquel. Es una mujer de una pieza que aprende a caminar entre la locura de su marido y el medio social que éste controla, y así evita la demencia propia. Aquí podemos detenernos a pensar que la locura es, como tal, un personaje más de esta novela y no sólo un hilo conductor; del mismo modo que, en apariencia, está presente y detrás de todos en algún momento de la vida.
En el curso de las acciones de estos personajes, Miquel dialoga de forma implícita o explícita con el argentino Julio Cortázar y con algunos escritores mexicanos de su generación. En cuanto al mundo del arte visual, presenta y analiza desde una perspectiva desacostumbrada obras como El entierro del conde de Orgaz del Greco y El matrimonio de los Arnolfini de Van Eyck, y nos ilumina con referencias al cine, que es su especialidad innegable, al contar anécdotas de actrices como Greta Garbo, Marlene Dietrich y Louise Brooks, o de directores como Joseph Von Sternberg y Luis Buñuel.
Al abordar la figura del padre del protagonista surge la frase más clara que expresa algunos de los valores trasmitidos en la novela, cuando describe su crianza en España con tres hermanos que “se encargaron de inculcarle los valores de los pobres: trabajo, disciplina, constancia, respeto por la tierra y también claro, en consecuencia, sobriedad, ahorro, contención”. Me parece que la frase retrata también de manera nítida al autor, así como es, sobrio, trabajador, contenido, amable, risueño y entregado al disfrute de la disciplina, la constancia y el trabajo. Lo imagino armando, desde la documentación y la ficción, la estructura de esta obra contada en presente con flash-backs e historias que se entrelazan, aderezando la vida profundamente humana de sus personajes, y espejeándonos con ellos entre el mundo que nos brindan Eros y Tánatos, la vida y la muerte, la locura y la cordura, con los límites ondulantes, diluidos y apenas contenidos por la pasión creativa, que tan bien define el autor.
La escena del episodio de locura que tiene el personaje principal de la novela en París, y también la del encuentro con su amigo Jorge, quien está en un estado de conciencia alterada por alucinógenos, me hacen pensar en que es posible dar salida, escribiendo, a las fuerzas oscuras que nos abruman como mandatos hereditarios; a la locura propia, que al final es parte de los monstruos que cargamos, que llevamos o sobre-llevamos encima de los hombros. En ese sentido, podría decirse que escribir es uno de los caminos que tenemos a la mano para conservar la salud mental. Sí, escribir y escribir, como hizo la madre del protagonista de esta novela en un ejercicio que la mantuvo, al fin y al cabo, con un pie en la tierra. Miquel brinda a sus lectores uno de los secretos para sobrevivir a la locura propia y a la ajena, a la pérdida de la memoria, a las adicciones, al sexo desbordado o contenido; a la ausencia del amor o su exaltación. Felicito a los editores por haber publicado este libro y permitirnos aprender que la locura también es, a veces, una creación innegable. ❧