La gráfica de Rosario García Crespo retoma la esencia de las leyendas y de los mitos prehispánicos y la transforma en imágenes de la naturaleza, logrando que la figura de los animales, las plantas y los campos cobre un significado profundo y místico. Además del grabado, ha experimentado con la fotografía y la pintura; ha expuesto en Perú, Estados Unidos y España.
Ir al reencuentro con nuestro nahual, con nuestro tonal, depende de nosotros. De ahí surgen diversos mitos y ritos que en varios pueblos indígenas del mundo siguen inspirándonos a vernos en ese otro espejo que tenemos: el de todos esos seres vivos que hoy se encuentran en grave peligro de extinción.
El interés de Rosario por los mitos y ritos vinculados a la fauna es uno de los caminos que recorre para poder re-encontrar el lazo que nos une con todas las demás especies y que está presente en cada uno de esas historias. Para Rosario son –cita a Mircea Eliade–: “La verdadera historia del origen de todas las cosas”.
Al tlacuache le debemos ni más ni menos que el fuego que nos alimenta y da la vida; al Ocelote, la lluvia que nutre las cosechas. Ésa es la importancia que tiene cada uno de estos seres en peligro de extinción en los diferentes mitos, tanto prehispánicos como de todo el mundo. Pero, ¡cuidado!, nos advierte Rosario con las palabras de Italo Calvino: “Con los mitos no hay que andar de prisa; es mejor dejar que se depositen en la memoria”1Rosario García Crespo, Caminar para descifrar, CONACULTA, México, 2002, p. 71..
El otro sendero propuesto por Rosario para ese re-encuentro y re-establecimiento de nuestro vínculo con esas especies en extinción ha sido caminar, caminar principalmente en los bosques, caminar para descifrar, volver a la tierra, acariciándola a cada paso.
Sin embargo, como nos canta Matsuo Basho2 Matsuo Basho, Sendas de Oku, versión castellana de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 51.:
Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.
La obra de Rosario nos remite a Basho, pues sus pinturas, grabados y muy particularmente sus “pictografías”, son haikus visuales.
Al igual que sucede con Tablada, como destaca Octavio Paz: “En ellos el humor se vuelve complicidad de destino con el mundo animal, es decir con el mundo”:
El pequeño mono me mira
¡quisiera decirme
algo que se le olvida!3 Juan José Tablada, citado por Octavio Paz en su traducción a Sendas de Oku, p. 24.
De la misma manera que sucede con los poetas que escriben haiku, Rosario descubre “…algo que habían olvidado los poetas de nuestro idioma: la economía verbal y la objetividad, la correspondencia entre lo que dicen las palabras y lo que miran los ojos. La práctica del haiku fue (es) una escuela de concentración”4 Paz, op. cit..
Pero podemos preguntarnos: ¿qué tenemos nosotros que ver con el uacarí calvo de la cuenca del Amazonas, el tití león dorado de la selva de Brasil, el mono araña de la selva de América del Sur y Central, el orangután de Borneo… o bien, con el tlacuache o el lobo gris de México?
Todos éstos, que parecen tan lejanos, expresan la riqueza de manifestaciones de diversas formas de vida en nuestro planeta. Cada una de ellas está estrechamente interrelacionada, y la desaparición de una especie conlleva a la de otras, incluida, por supuesto, la propia.
Al mismo tiempo, su sobrevivencia se encuentra estrechamente ligada a la de los bosques, selvas y ríos en los que habitan y que, junto con ellos, se encuentran en riesgo. La nuestra depende de la de todos esos lugares y especies tan ricas en diversas manifestaciones de múltiples formas de vida.
Todos los seres vivos estamos íntima y estrechamente vinculados.
Respiramos, nos calentamos, bebemos y nos movemos en el mismo espacio en que la vida puede manifestarse. Éste es el mayor tesoro que tenemos en común: todos convivimos en este espacio y es el mismo para todos.
Respiramos el mismo aire, y en el instante en que inhalamos, nos volvemos uno con todos esos otros seres; el oxígeno es un patrimonio común. Al mismo tiempo en que nos movemos, nos desplazamos alrededor de esta casa común; la madre tierra sostiene nuestros pasos por igual. El calor que anima nuestros cuerpos proviene del mismo astro que nos alimenta y da la vida.
El respeto a la vida es el principio rector, y en el momento en que lo violentamos estamos creando un patrón de comportamiento, de formas de relacionarnos con todo lo viviente.
Hemos olvidado algo tan obvio, tan cercano, tan cierto, tan simple. Cada uno sigue buscando sólo su “bienestar”, como si el bienestar común no fuera nuestro.
Chuang Tzu escribe en El Tao de la naturaleza: “El cielo, la tierra y yo nacimos al mismo tiempo, toda la vida y yo somos uno”5Chuang Tzu, The Tao of Nature, Fourth Century BC, Penguin Books, 2010, England. .
Esta conciencia clara de que no hay una “naturaleza” que proteger y que está allá afuera, sino que nosotros somos también esa naturaleza, está en casi todos los pueblos originarios del mundo.
¿En qué momento perdimos el camino y transformamos nuestro medio, nuestro entorno, nuestra flora y fauna en algo que se pueden talar, destruir, matar, comprar, vender o comercializar? ¿Es difícil de precisar?
¿En qué momento el sufrimiento se convierte en patrimonio exclusivo del ser humano, como si los animales, la flora y la fauna no fueran seres vivos, que, al igual que nosotros, también sufren?
Chuang Tzu no sabe si él es Chuang Tzu soñando que es una mariposa, o se trata de una mariposa que sueña que es Chuang Tzu.
Yo tampoco sé si soy yo soñando que soy un uacarí calvo de la selva del Amazonas, o si realmente soy un uacarí que está soñando que soy yo.
Rosario García Crespo se ha compenetrado con cada uno de ellos y nos los presenta mirándonos de frente, a los ojos, con la esperanza de que algún espectador se vea reflejado, se pierda en su mirada y, así, logre recuperar el puente, el lazo indisoluble que nos une a todos ellos.
Dicho lazo sigue existiendo, ha existido siempre en la historia de la humanidad, pero una gran ceguera blanca, como la que nos describe Saramago en una de sus novelas, nos impide percibirlo. La soledad espiritual en que vivimos se encuentra estrechamente ligada a esa ceguera.
Rosario nos invita a romperla y ver que, pese al momento en que nos ha tocado vivir, seguimos vinculados a esos seres sintientes. Dejarse tocar, re-establecer el lazo que nos une a todos ellos, depende de cada uno. El puente entre ellos y nosotros es el que Rosario re-construye, lo hace nuevamente visible, palpable, no sólo con sus pinceladas, sino también con sus grabados y pictografías. Como destaca Basho en sus Sendas de Oku, ella también sabe que “ni el pincel del pintor ni la pluma del poeta pueden copiar las maravillas del demiurgo”.
Eso es también una forma de llegar a vivir y a sentir, como propone el monje Budista Thich Nat Hanh: “La Tierra no es sólo el medio ambiente que nos rodea. La Tierra somos nosotros. Todo depende de si tenemos o no esta comprensión”6Thich Nhat Hanh, Un canto de amor a la tierra, Editorial Kairós, Barcelona, 2014..
La ceguera blanca que describe Saramago nos ha llevado a la crisis civilizatoria que nos ha tocado vivir y que nos impide percibir que la tierra, el cielo y nosotros somos uno y que con la desaparición de cada una de estas especies somos realmente nosotros quienes nos vamos borrando.
Las consecuencias de someter a la naturaleza a las leyes de la razón y del “progreso” han sido devastadoras. Hay caminos para volver a la naturaleza, no para controlarla, manipularla y mucho menos comercializarla, sino para aprender de ella.
A cada uno corresponde decidir qué camino andar.
Tepoztlán, Morelos, a 5 de junio de 2016 ❧
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