Voz del lector

opiniones sobre la universidad

Voz de la tribu convoca a todos los lectores interesados en publicar a que nos manden sus textos o comentarios al correo electrónico vozdelatribu@gmail.com. Esta vez, Miguel Cisneros, Eduardo Islas y Luis Martínez nos hicieron llegar algunas de sus impresiones sobre la edición pasada dedicada a la Universidad y la Sociedad, y Rafael O. Sainz escribió un relato interesante contextualizado en las marchas estudiantiles del 68. No lo olvides: la “Voz del lector” es tu columna.

En la presentación del primer número de la revista Voz de la tribu el escritor Ignacio Solares expresó que “la violencia es el veneno y la cultura es el antídoto”. Nada más contundente y cierto que esta frase. Mi propia teoría es que existe una relación inversamente proporcional entre el nivel educativo-cultural de un país y la violencia que expresan los individuos en sus terribles facetas (desde la lacerante agresión intrafamiliar hasta pandemias sociales como el secuestro). Voz de la tribu es un prodigioso miligramo en esta lucha educativa y cultural, encabezada por los incansables Javier Sicilia y Francisco Rebolledo. Bien por ambos y por todo su equipo de colaboradores respaldados y apoyados por la UAEM, y por la edición del notable artículo de Iván Illich, “El texto y la Universidad”. Espero que continúe la publicación de esta revista por muchos años y que también hagamos lo necesario para que llegue al mayor número posible de lectores.

Eduardo Isas Pérez
Cuernavaca, Morelos

 

Una manera de enfrentar las crisis es detenernos un poco a examinar nuestras debilidades y fortalezas; tratar de enmendar las primeras y echar mano de las segundas para superar las situaciones difíciles y tensas. Las universidades del país, y en el caso de Morelos, la UAEM, sin lugar a dudas, son parte importante de nuestras fortalezas y en ellas nos tenemos que apoyar para organizarnos como sociedad para recrear el ambiente de paz, seguridad, justicia y libertad tan necesario en la convivencia diaria. Desde este punto de vista, es un gran acierto de la Voz de la tribu haber iniciado sus ediciones dedicando su primer número al tema “Universidad y Sociedad”, para tener presentes el origen, la historia y la esencia cultural de la Universidad como gran institución pública y, asimismo, reconocer su carácter socialmente responsable.

Felicidades a todos los que dedican su tiempo y sapiencia para comunicarnos la belleza de la palabra a través de esta revista, y gracias por permitir que se escuche nuestra voz, porque la “Voz del lector” es también la voz de la tribu.

Q.F.B. Miguel Cisneros Ramírez
Instituto de Biotecnología UNAM

 

Luego de leer el primer número de Voz de la tribu, me vinieron diversas ideas sobre el actual modelo educativo universitario. Considero que ése es el principal objetivo de publicaciones como ésta, generar nuevas ideas y, sobre todo, propuestas y alternativas. Una de las cosas que pensé fue que la Universidad, en la actualidad, a pesar de tener tantos claroscuros, es uno de los pilares que generan esperanza; de todas las instituciones, siento que es la que puede renovar a la sociedad para el bien. Asimismo, celebro que a través de las páginas de dicha revista, podamos conocer nuevas propuestas del arte y la literatura, así como las actividades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Ojalá que en un futuro puedan desarrollarse temáticas que toquen puntos centrales del México que nos tocó vivir.

Luis Martínez
Temixco, Morelos

 


LA BOCACALLE Y EL 211

Rafael O. Sainz Zamora

A FINALES DE AGOSTO hicimos nuestra entrada triunfal al Zócalo. En los días siguientes las escaramuzas con los granaderos se convirtieron en parte de la cotidianidad. En un ejercicio preolímpico, corríamos delante de los granaderos, pero si te agarraban, lo mínimo era una golpiza. En una de esas ocasiones, de repente apareció al fondo de la calle una valla de granaderos que esperaban nuestra llegada, por otro lado, nos seguía un pequeño grupo de uniformados, aunque no tan agiles como nosotros, pero se encontraban a poca distancia. Poco antes de llegar, donde nos esperaba el destacamento pude ver la bocacalle de una transversal. Calle donde se venden libros viejos y figurillas religiosas, algunos entramos por ésta, la mayoría continuó de frente.

Al ingresar por esa estrecha calle, vi estacionado un camión destartalado de redilas. El compañero que corría delante de mí, probablemente estudiante de medicina, por su traje y zapatos blancos, como jugador de baseball que se barre en home, despareció debajo del camión; no tenía yo otra opción, y también tomé base.

La sorpresa fue que debajo del vehículo se encontraban otras personas más. Los minutos que parecían horas acompañaban la caída de la tarde. De alguna de esas casonas viejas convertidas en vecindad, se escuchaba a todo volumen una canción de Massiel.

Un reloj con treinta horas
el cartel de no funciona
una piedra en el vacío
otra piedra en el sentido
una lluvia en el alma
un incendio en las entrañas
aleluya…

Uno de los estudiantes que estaba más cerca de mí, tenía entre las manos un pequeño tanque de guerra de juguete con un letrero que decía “este diálogo no se entiende”. Empezamos a platicar de nuestras vidas, no teníamos otra cosa que hacer y el tiempo no tenía sentido; de repente me dijo: “Esos güeyes ya se van, se acabó su turno”. Efectivamente, fueron llegando camiones que los granaderos abordaron con pesadez. “Espera, estos siempre dejan alguien, mejor damos la vuelta por Donceles”. Salimos del escondite y acordamos vernos para asistir al próximo mitin. “Me llamo Javier”, dijo al despedirse.

Después de estos acontecimientos, asistíamos a casi todas las manifestaciones, hasta la del 2 de octubre. Cuando los mítines en Tlatelolco, llegábamos temprano y nos colocábamos, no recuerdo bien si en el tercer o cuarto piso del edificio Chihuahua, para estar cerca de los oradores y ver toda la plancha. Con esa costumbre, llegamos ese miércoles a buena hora, cuando nos encontramos a Pablito, líder de Economía, quien nos detuvo en la escalera: “Es mejor que se vayan, nos están buscando a los del CNH y hay muchas personas armadas alrededor”. Más que las palabras de Pablito, fue su semblante lo que nos hizo saber que esto iba en serio.

Por primera vez había tenido miedo, me imagino que Javier sentía lo mismo. De inmediato propuso que fuéramos al cine. “Sí”, contesté, “en el Metropolitan están pasando Nacidos para perder”. Partimos buscando entre nuestros bolsillos hasta completar los ocho pesos que sumaban las dos entradas. Al salir del cine, poca gente caminaba por las calles y el airecito frío de un eminente invierno se hacía sentir. Algo flotaba en ese ambiente enrarecido, no sabíamos que las cosas jamás serían como antes. De Javier sólo sabía su nombre y que vivía en la colonia Moctezuma. No lo volví a ver.

No fue sino hasta el otro día que me enteré de lo que había sucedido en Tlatelolco. A mi abuela y mi tío la noticia les llenó de gusto: “Por andar de revoltosos… y qué bueno”, me decían. Durante varios días no me dejaron salir de casa. Finalmente me enviaron unas semanas a la “ciudad de los treinta caballeros”, Córdoba, donde acorralaba vacas y descubría el temperamento de las jarochas.

Al principio de los setentas, y después de mucho y de todo, fui aceptado en Voca 4. Tanto mi abuela como mi tío se oponían a que continuara estudiando y yo a cortarme el pelo, lo que provocó que me corrieran de su casa.

Dentro de un libro de segunda mano de Hermann Hesse, saqué mi talón de inscripción y lo confronté con la lista de salones de la vitrina de la Vocacional. Subí hasta el segundo piso, caminé por el pasillo hasta encontrar el salón 211, la puerta estaba entreabierta, el barullo era en grande. Tímidamente me asomé, vi a varios jóvenes que platicaban, ninguno de ellos me pareció conocido, hasta que alguien me saludo: “Quihúbole…”, dijo Javier.❧

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