En esta edición publicamos dos interesantes respuestas que de algún modo surgen del diálogo con los textos publicados en el número anterior de Voz de la tribu, que estuvo dedicado a la literatura, el lugar de la palabra. En primer lugar, compartimos un ensayo sobre el lenguaje y la palabra poética; y para cerrar esta edición, una estampa acerca del poeta y psicólogo Alejandro Chao, a quien recordamos a dos años de su asesinato.
NOSOTROS LITERATOS QUE
HABITAMOS EL LENGUAJE
Mucho ha experimentado el hombre.
A los celestiales, a muchos ha nombrado,
desde que somos habla
y podemos oír unos de otros.
Friedrich Hölderlin
El lenguaje impregna nuestra vida desde el nacimiento hasta la muerte, y nos da una experiencia original; él mismo es una experiencia originaria. Ya observaba Luis Villoro: “Cuando los griegos quisieron definir al ser humano, lo llamaron zoon lógon éjon; lo que, en su acepción primitiva, no significa ‘animal racional’, sino ‘animal provisto de la palabra’”1. El lenguaje es fenómeno de la comunidad humana, ámbito de comunicabilidad y disputa, pero no en función principal denotativa, antes bien como efecto virtual. La forma más radical de esta aparición está en el decir de la poesía. Paul Celan escribe: “Malecón,/ de sílabas, color/ de mar, bien/ adentro en lo innominado”. El lenguaje es el acontecimiento que nos conduce hacia el mundo, hace posible el aparecer del mundo, en su poder creador del acontecer lingüístico que se muestra tanto en el habla cotidiano como en el poético. Por lo que no hay un solo lenguaje para un mundo que contiene tantos mundos, que constantemente ensancha los límites de la experiencia, y en ese mismo movimiento crea un espacio y tiempo.
Habrá que alejarse de la idea de que el ser humano es creador y dueño absoluto del lenguaje, y más bien verlo como algo que tiene un extraño poder sobre él. Al ser humano le es dado el lenguaje. Hölderlin escribe: “Para eso se le ha dado al hombre el más peligroso de los bienes, el lenguaje”. La palabra es patrimonio del humano, sin embargo, el hombre y la palabra se determinan recíprocamente. Por ello el lenguaje no es una obra hecha, sino una actividad que deviene, se trata de construir como también de cuidar. Heidegger dice que somos palabra-en-diálogo. Es decir, el lenguaje sostiene algo que somos, que nos es irreductible a la utilidad. No es algo que tenemos, sino algo que nos tiene. Heidegger dice: “El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada”2. Así, pues, para Heidegger la palabra es poesía, así como para Nietzsche el lenguaje tiene un origen metafórico3.
Asimismo, Nietzsche consideró al arte como naturaleza del lenguaje metafórico. Lo interesante de él es que mantiene la visión estética de la realidad. Se está hablando de la capacidad de generar nuevas formas. Los modos de decir y de hablar no expresan más que relaciones de figuración, por lo que el pensamiento está enraizado en el poetizar, es decir, pensar poetizando y poetizar pensando acontecen al mismo tiempo, mediante un nuevo lenguaje lleno de elementos rítmicos y metafóricos que expresan la sensibilidad. Y para pensar poetizando es necesario escuchar el cuerpo, donde los aparatos sensoriales seleccionan e interpretan el mundo refigurando. Así lo observó Klossowski al denominar “semiótica pulsional” a la reducción de la semiótica del intelecto a la semiótica de los instintos, la cual no tiene ninguna meta ni ningún sentido establecido. Recuperar el cuerpo con el fin de incorporar las capacidades sensibles para crear sentido con la otra “gramática del cuerpo”, permite experimentar la literatura de otro modo.
La propuesta es abandonar aquel lenguaje que reivindica una alta categoría estética de las obras literarias, inscritas en la tradición de un pomposo estilo conceptual, en virtud de que todo lenguaje sensible es pensamiento poético y viceversa, además de que puede encontrarse en cualquier lado.
Federico García Lorca escribe:
La poesía es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen un misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas. Se pasa junto a un hombre, se mira a una mujer, se adivina la marcha oblicua de un perro, y en cada uno de estos objetos humanos está la poesía.4
La poesía es el acaecer de esos mundos misteriosos que evocan sensaciones y experiencias. La literatura vuelve poética la realidad; con ella cambia el mundo, pues crea otras imágenes y espacios. De manera que se aleja de la literatura, del pomposo estilo conceptual. Considero que se escribe y se lee literatura con nuestras vidas, no necesariamente al margen de ella. Hablo de escribir y leer con responsabilidad, pero más allá de la presión determinante que implica la estética disciplinar, a fin de una literatura que sea acompañada por la intención comunitaria, la inclusión, el talento, que despierta la imaginación y la voluntad de cambio.
La literatura puede reivindicar un sentido político liberador en cuanto favorezca el acontecer de la realidad en sus dimensiones múltiples, y que de algún modo construya relaciones y vínculos de solidaridad, fraternidad: interpersonales, interculturales, interdisciplinarios, comunitarios y ciudadanos.
La palabra tiene un sentido rentable puesto que conlleva la estimulación de los seres humanos para la creación de nuevas posibilidades, nuevos caminos. La palabra no instruye, sino que acrecienta o vivifica de inmediato la existencia. Las fuerzas que acontezcan en la plasticidad de la vida, puede expresarlas la literatura para que nosotros construyamos lo que ayer no éramos y no sabíamos que podíamos llegar a ser. ❧
César Octavio Cortés Velázquez
ALEJANDRO CHAO, CHAMÁN,
PSICOANALISTA Y MAESTRO
Todos tuvimos un acercamiento con Alejandro Chao de modos distintos: como el chamán o el psicoanalista. En mi caso, me tocó conocerlo como maestro, como aquella figura que transmitía el deseo por el conocimiento, y como chamán cuando me dijo: “Ese don que tienes, utilízalo para curar a los demás”. El don de la palabra, del silencio.
Hombre capaz de curar enfermedades tanto físicas como espirituales, capaz de recuperar almas perdidas, hablante de lenguas que se comunican con toda clase de seres, animales o espíritus; que se despoja del cuerpo y realiza viajes cósmicos, allí el tlamatki (chamán)…
Hombre de silencio, ese canto chamánico de los tzeltales de las tierras altas de Chiapas. Que canta el “ch´ab”, conjunto de cánticos cuyo significado es silenciar; hombre que canta con la delicadeza del cenzontle para recuperar las almas perdidas o extraviadas, las “ch´abayel”, hasta hacerlas enmudecer, contaminadas por los “biktal ch´ab”, allí el psicoanalista…
Se piensa al psicoanalista como ausente, callado, pero el silencio en el chamanismo es fuente de vida y de anhelos, equilibrio entre los humanos. Hombre callado que se difumina en la oscuridad, que está tendido en el diván; así los ojos del chamán ven mejor y sus manifestaciones sagradas se llevan a cabo en un silencio dulce.
Hombre de sabiduría antigua y nueva que en cada uno de sus actos, rezos, cantos u ofrendas aprecia la belleza de la humanidad, el fuego ardiente; hombre distante de los valores de aquéllos que predican y venden la idea de que nuestra vida sólo tienen una posibilidad y una forma de ser.
Hombre venado, venado que ha surcado caminos en las zonas boscosas, y sus huellas han quedado marcadas profundamente en la piel de la tierra. ❧
Leonardo Daniel Díaz