Minas, termoeléctricas, autopistas, obras inmobiliarias, entre otros, son algunos de los proyectos que ponen en peligro directamente a las comunidades, barrios y pueblos originarios; obras que son reflejo de la inconsciencia y la descomposición del gobierno, del Estado mexicano y de las instituciones en general. Con la intención de reflexionar sobre las problemáticas y diseñar alternativas y estrategias de vinculación, se realizó el Congreso de los Pueblos de Morelos en las instalaciones de la UAEM. Alij Anaya, quien ha participado de cerca en estos procesos de organización, nos comparte una lectura crítica sobre el encuentro.
Esa mañana de abril, la historia y la impaciencia se apropiaron del intento más reciente por articular las luchas de los pueblos de Morelos, en defensa del territorio y de la vida. La dificultad de escuchar, las ganas desmedidas de hablar, construir, organizarnos y transformar, además del azoro y lo complejo que de por sí ha sido siempre estar juntos, se amontonaron el miércoles 22 de abril en el auditorio Emiliano Zapata de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, al norte de Cuernavaca.
El Congreso de los Pueblos era el resultado de un proceso relativamente largo de diálogo entre luchadores sociales de algunas comunidades de Morelos y un grupo de trabajo de una universidad que, con la bandera de la inclusión y el compromiso de la responsabilidad social, ha intentado tejer puentes y proyectos de trabajo con actores que incluso pueden tener como marca de identidad resistir las iniciativas económicas y políticas del Estado. Es el caso del Congreso de los Pueblos de Morelos, que inició su trazo desde mediados de 2014.
La marca distintiva de este Congreso de Pueblos, que hasta ahora ha decidido llamarse así cuando efectúa sus sesiones ordinarias, pero el resto del tiempo se presenta como Asamblea Permanente de los Pueblos, es la defensa y la puesta en práctica de la autonomía como apuesta política. Tal punto de partida y declaración de identidad lo sitúan de lleno tanto en el terreno de la batalla por la vida como en un campo de guerra, cuyo enemigo evita y posterga su derrumbe a base de golpes, hegemonías teóricas e intimidaciones.
Ante ello, los habitantes de los pueblos y comunidades que integran el Congreso coinciden en defender la posibilidad de organizar de manera autónoma, sin injerencia de partidos políticos e iniciativas externas que ataquen a sus comunidades, sus propios modos de trabajo, justicia, alimentación y convivencia; además, coinciden en señalar al Proyecto Integral Morelos como el principal obstáculo de ese horizonte. Más aún: coinciden en argumentar que este megaproyecto destruiría la posibilidad de tejer ése u otros horizontes colectivos1Para un análisis detallado de las implicaciones socioambientales del Proyecto Integral Morelos, véase Flores Solís, Juan Carlos y César Vargas, Samantha, “La defensa de los pueblos del Popocatépetl ante el Proyecto Integral Morelos”, en Claudia Composto y Mina Lorena Navarro (comps.), Territorios en disputa. Despojo capitalista, luchas en defensa de los bienes comunes naturales y alternativas emancipatorias en América Latina, México, Ciudad de México, Bajo Tierra Ediciones, 2014. Este artículo también se encuentra en el blog de la Asamblea Permanente de los Pueblos de Morelos: www.apmorelos.org..
El problema en este choque de proyectos, el del desarrollo capitalista “integral” y el de la resistencia comunitaria, cuya disputa en Morelos es una más de las tantas batallas que definen el presente de América Latina, es que esta vez queda volando en medio de ellos nuestro futuro. Hoy más que nunca, la posibilidad de elegir nuestros modos de trabajar, convivir, alimentarnos, sanarnos e incluso pelearnos tiene por rival una maquinaria que, de manera descarada e inverosímil, muestra por rostro el despojo y por resultado final la devastación total.
Quizá la humanidad siempre está en juego, pero el grado de peligro contemporáneo impulsado por los megaproyectos es tan grande y avasallador que caminantes y escuchas tan serios como Raúl Zibechi se animan a utilizar metáforas apocalípticas en sus reflexiones:
Me gusta hablar del Arca de Noé. Creo que las arcas ahora son las comunidades en resistencia, estén en el lugar que estén, pueden ser los caracoles o la colonia autoconstruida La Polvorilla del FPFVI (Frente Francisco Villa Independiente), no importa. Me refiero a espacios y territorios donde podamos hacer la vida integral que mencionaba, donde seamos autónomos del modo más completo posible, desde el agua y la comida hasta la salud y la educación. La autonomía es el arca que nos puede salvar del diluvio capitalista2En Zibechi, Raúl, Latiendo Resistencia. Mundos nuevos y guerras de despojo, Monterrey, El Rebozo Palapa Editorial, 2015, p. 36. .
En noviembre de 2014, al final de uno de los años más brutales del largo y atroz inicio del siglo mexicano, al reflexionar en el Foro Internacional “Comunidad, Cultura y Paz” sobre el derrumbe del Estado como forma ideal de organicidad social, Gustavo Esteva dejo entrever que, así como se necesita una mentalidad monstruosa para querer controlarlo todo, querer cambiarlo todo quizás aloje también resabios mentales, conceptuales y operativos de aquello que queremos transformar3Esta participación puede escucharse en la dirección electrónica www.foroporlapaz.org.mx/participantes/gustavo- esteva..
En uno de los periodos más terribles para los movimientos sociales en México (2014 incluyó, por ejemplo, la intrusión paramilitar en Caracoles Zapatistas y la noche del 26 de septiembre en Iguala, Guerrero), y aun cuando las redes de solidaridad, apoyo y denuncias colectivas de nuevo estuvieron activas y fueron masivas, las rebeliones autonómicas apreciaron de manera nítida cuál era su límite de acción y cuál la posibilidad de cada cual. Quizá atinaron a leer hasta dónde llegaba su capacidad de hacer y transformar.
En Candelaria, Campeche, entre la humedad y la lluvia, después de tomar varios respiros y decidir si nos mantenía la mirada y por tanto su palabra, Omar García compartió una reflexión alejada de la resignación, muy cercana a una mezcla de humildad y fortaleza:
Qué mejor que algo de este tipo, algo del tipo de la autonomía, de la resistencia, desde abajo y a la izquierda, como bien se dice. Es el único mensaje que puedo dar, yo no tengo un mensaje ni de ánimo ni de desánimo. Y si verdaderamente hay voluntad de cambio, hay que traducirlo en hechos, todos, en todas partes. Se lo dije a la radio Ké Huelga: ya no se trata de mandarle frijolitos a los pobrecitos padres de Ayotzinapa, ni de mandarles una cobijita a los pobrecitos padres de Ayotzinapa. No, guarden esa cobijita y ese kilo de frijol para ustedes mismos, porque hay que generalizar la lucha en todas partes, hay que generalizarla; si no, después vamos a estar trayendo frijol desde Ayotzinapa para acá.
Y ese mismo diciembre de 2014, antes de arrancar la compartición del Festival Mundial de las Resistencias y las Rebeldías contra el capitalismo, en Amilcingo, Morelos, Samir Flores adelantó las siguientes palabras:
Los que ya estamos en este camino creemos que lo podemos hacer e invitamos a todos los que nos escuchan a reflexionar. No queremos que piensen cómo lo estamos pensando, ni que digan lo que estamos diciendo, sino que ustedes analicen lo que estamos pensando, analicen lo que está pasando. Ésa es nuestra verdadera intención. No nos interesa, como algunos otros gremios, convencerlos. No. Convénzanse ustedes mismos. Convénzanse a raíz de lo que ustedes están mirando o, de lo contrario, si no les convence, también están en todo su derecho, y muy respetable.
¿Las fronteras alojadas en estas reflexiones son límites y barreras? ¿O será más bien que aquéllos y éstas se evaporan para dar paso a posibilidades asequibles y reales? Si el Estado ha sellado con los partidos políticos, las cámaras de diputados y senadores, y las farsas democráticas no dan oportunidad de poner en práctica precisamente tales posibilidades; si las excusas organizativas, las imposiciones y las competencias homicidas comienzan allí donde se cree que no es posible estar juntos y organizarnos sin rendir ni pedir cuentas a instancias externas y jerárquicas, para quedarnos y estar en espacios controlados únicamente por nosotros mismos, ¿estamos siendo demasiado ingenuos e ilusos, o estamos conquistando nuestros límites y nuestras posibilidades?
¿Y si es la herencia del querer cambiarlo todo la que nos hace tildar como migajas los esfuerzos por priorizar las victorias y los avances de nuestras arcas autonómicas? Reorientar la energía, el ánimo, la pasión y el miedo siempre desconcierta, desde luego, ¿pero acaso tenemos que seguir jugando un juego cuyas reglas simplemente no nos permitirán evitar la derrota como especie humana? La distancia entre la perspectiva de organizarse y dar batalla para cambiar la vida hacia arriba –no desde arriba, sino hacia arriba, hacia “arribas” que además tienen otros “arribas” más voraces, depredadores e inalcanzables– u organizarse –¡y por si fuera poco: arriesgar la vida y la libertad en ello!–, para permanecer aquí y a los lados, pareciera abismal, pero a lo mejor es en esa decisión que late urgente y desaforada nuestra posibilidad de sobrevivir.
O quizá la devastación ha sido tan grande que, como apunta Naomi Klein al final de la imprescindible La doctrina del shock, es imposible omitir la sensación de que sólo estamos reconstruyendo los escombros del capitalismo del desastre4Véase Klein, Naomi, La doctrina del schock. El auge del capitalismo del desastre, Madrid, Editorial Planeta, 2007, p. 605. . Pero aquéllos que los protegen saben que en esos escombros laten las semillas de probables mundos nuevos, y de hecho intentan organizarse desde hace muchos años para no dejarlos perecer. Desde 2007, el Congreso de los Pueblos de Morelos de esa década adelantaba al final de su manifiesto lo siguiente:
Queremos que los pueblos que llevan años de no ser escuchados por los gobiernos se sumen a nuestro movimiento, sin importar las creencias o filiaciones políticas de los afectados. Lo único que esperamos es que todos seamos conscientes de que si tratamos de jalar agua para el molino de los partidos o de las organizaciones sociales, no vamos a lograr revivir nuestros lazos colectivos ni vamos a poder actuar eficazmente por nuestros lugares. Por eso necesitamos remover toda la cultura política que nos tiene hundidos como pueblos. Los pueblos necesitamos urgentemente unirnos entre nosotros y crear algo completamente nuevo (…) Llegó el momento de actuar. Tenemos que entender que si la lucha de cada pueblo está aislada, se condena a la derrota, al despojo, a la destrucción de su organización comunitaria, y a ver morir cada uno de sus recursos vitales y de sus sueños. Los pueblos que nos juntemos no podremos ser derrotados jamás5Fragmento final del Manifiesto de los Pueblos de Morelos leído en Xoxocotla el 29 de julio de 2007. .
Entonces, esa mañana y esa tarde de abril de 2015, la historia y la impaciencia –decíamos– se apropiaron del intento de esta década por articular las luchas de los pueblos de Morelos en defensa del territorio y de la vida. A pesar de tres asambleas regionales previas al Congreso realizadas para que las comunidades se encontraran e imaginaran propuestas de resistencia y acción colectiva, a pesar de los encuentros del 31 de enero en Alpuyeca, del 28 de febrero en Tepoztlán y del 14 de marzo en Amilcingo, el 23 de abril el Congreso de los Pueblos aún no tenía claro no ya cómo cancelar, sino cómo resistir al Proyecto Integral Morelos ni cómo construir la Autonomía de los Pueblos.
Ahora, a un mes de su siguiente sesión ordinaria en Huexca, Morelos, la Asamblea/Congreso de los Pueblos apenas tiene varias pistas y unos cuantos avances de trabajo y movimiento. Pero tiene también la resistencia y el coraje que ciertos habitantes de sus comunidades siempre han irradiado y heredado. Y le falta lo que siempre ha faltado: saber cómo hacer para contagiar la rabia, el anhelo y la esperanza de tener en nuestras manos un poco más de control de nuestro propio destino.
A pesar de la tragedia nacional y de ciertas cifras, datos, ciudades y hechos monstruosos, pero también a partir de grandes experiencias y esfuerzos concretos, varios de quienes hemos participado tenemos ganas de andar senderos colectivos y políticos más abiertos, participativos, ágiles y experimentales que cobijamos con la palabra autonomía; a pesar de nuestros distintos y variados enojos, victorias y derrotas. Y sabemos que nuestro camino es uno de los caminos más reprimidos, lentos –¡a veces peligrosamente lentos!– y vilipendiados, pero con todo y eso nuestros pasos, nuestros sueños y nuestros límites han decidido alimentar esa huella y caminar ese horizonte. Allá es que vamos.
Inicios de septiembre de 2015.
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