El 4 de febrero de 2016 miles de ciudadanos marcharon por las principales calles y avenidas de Cuernavaca en demanda de recursos para diversas obras de infraestructura, así como del cumplimiento de compromisos establecidos a favor de la UAEM. Dicha actividad dio pie a un plantón en Plaza de Armas por parte de los universitarios, quienes, además de ocupar un espacio, llevaron una propuesta cultural y de diálogo frente a la sociedad.
Era jueves, el reloj que envuelve la muñeca derecha de mi brazo marcaba las siete menos quince de la mañana. Yo estaba preparado para impartir clases en la Facultad de Psicología de nuestra universidad y esperaba tranquilamente la llegada de los alumnos que asisten regularmente. En esa ocasión me propuse aprovechar un breve espacio de tiempo para compartir con los jóvenes alumnos los motivos y razones que subyacen a la jornada que días antes, a través de una conferencia de prensa, el rector había anunciado y convocado. Dicha jornada se denominó “Marcha de la Dignidad”. Sin embargo, además de envolver la naturaleza del acto que realizaríamos, dicho calificativo era insuficiente para enmarcar la esencia del evento; este suceso era también una forma de expresar un grito de rebeldía, un “¡Ya basta!” a las mentiras del gobierno de Graco Ramírez; un “¡Hasta aquí!” a la violencia generalizada y desmedida que afrontamos en el estado de Morelos; un “¡Ya estamos hasta la madre!” de la muerte como esperanza y de una “dulce certidumbre de lo peor”. Era, por otro lado, la expresión viva de una idea de universidad y universitarios distinta a la que promueven quienes detentan el poder económico y político. Era, en fin, el grito de los jóvenes, de los trabajadores universitarios, de quienes dirigen a la universidad desde la Administración Central y de representaciones de ciudadanos, pueblos y comunidades Morelos.
Otros tantos miembros de nuestra comunidad, como yo mismo, persuadidos de la justeza de las demandas y convicciones que planteaba y sustentaba la convocatoria, nos dimos a la tarea de explicar, convencer, invitar y, ¿por qué no?, atraer a miembros diversos de nuestra comunidad a la participación voluntaria y por convicción, en este magno acto político, académico y ético.
Siendo las nueve de la mañana, la gente comenzaba a concentrarse frente a la explanada del Edificio 1 del Campus Chamilpa y, conforme transcurrían uno a uno los minutos, contingentes iban llenando el lugar. Las diversas voces mostraban su convicción y emoción al participar en una gran Marcha de la Dignidad, que tenía como punto de partida el campus universitario de Chamilpa y, como punto de llegada, la Plaza de Armas, frente a Palacio de Gobierno.
La marcha dio comienzo cuando las manecillas del reloj marcaron las diez con treinta minutos. Al frente, el rector, los integrantes de la Administración Central, los miembros del Patronato Universitario, miembros de la Junta de Gobierno, líderes de los sindicatos universitarios, el presidente de la Federación de Estudiantes y los representantes de los colegios que conforman el Consejo Universitario, dieron inicio a una jornada de cuatro horas de caminata. Éramos más de 30 000 universitarios y ciudadanos expresando ira, emociones, sentimientos y aspiraciones de un Morelos distinto al que nos promete y entrega el gobierno actual.
Una vez que se instalaron los contingentes en Plaza de Armas inició un mitin con un único discurso, contundente, claro, mediante el cual el rector expuso los motivos y razones de la Marcha de la Dignidad, los propósitos y fundamentos, así como las demandas y condiciones necesarias para llegar a acuerdos con el gobierno.
También, como parte de esta magna jornada, se convocó a iniciar el “Plantón de la Dignidad”, allí mismo, en la Plaza de Armas, y se planteó permanecer en ella hasta que resolvieran el pliego de demandas de nuestra universidad.
Una sensación de libertad, de dignidad, de congruencia y de razón se esparcía por aquel lugar donde, más allá del espacio que pisan los huaraches, al decir del doctor Alejandro Chao Barona, la universidad y, desde luego, los universitarios se mostraron vivos.
Este Plantón de la Dignidad mostraba fehacientemente que la universidad no es sólo el espacio físico y arquitectónico de la infraestructura que posee; este plantón demostró claramente que la universidad está donde estén los universitarios, donde se hallen los actos de los universitarios, donde se encuentren las prácticas y convicciones; en fin, donde sea necesario y haya un ser humano que nos necesite. Este plantón era una herramienta que mostraba otra concepción de universidad. Una universidad comprometida con su pueblo, con los ciudadanos y con los valores éticos de una sociedad justa, democrática e incluyente.
El Plantón de la Dignidad era el espacio educativo que trasciende la educación bancaria, al decir de Paulo Freire; era y fue, el espacio de la educación como práctica de la libertad y, agrego, de la dignidad.
Asimismo, por primera vez fue muestra viva de que, en nuestra entidad, un rector, más allá del campus universitario, es capaz de colocar sus huaraches y pisar los terrenos de la zona intertidal que algunos creen la frontera infranqueable de la universidad. Se instalaron las oficinas de Rectoría en Plaza de Armas y ahí se recibió a quienes llegaron a brindar su solidaridad con el movimiento universitario de la dignidad, a diversas organizaciones, pueblos, ciudadanos, medios de comunicación. Se convirtió en un espacio que, a su vez, generó unidad de acción entre quienes acogieron a la UAEM como suya, a una universidad que, por convicción, determina caminar junto a los ciudadanos de nuestra entidad, región y país.
La Marcha y el Plantón de la Dignidad, como herramientas de la universidad y de los universitarios, fueron también el instrumento que por primera vez, en nuestro estado, convocó a un diálogo público y abierto con los poderes políticos para que, de cara a la sociedad, la comunidad expusiera sus ideas sin cortapisa. El gobierno de la Nueva Visión despreció y desperdició la oportunidad de dialogar; el Poder Legislativo también la hizo a un lado, prefirieron únicamente posicionarse políticamente. En cambio, la universidad y el rector, de cara a la sociedad, explicaron, argumentaron y demostraron que la verdad estaba del lado de los universitarios; demostraron que la mentira era el arte de la política del gobernador.
Lo que se obtuvo de esta jornada épica fue más, mucho más, que los incumplidos compromisos de un gobierno; fue más allá de lo que por derecho correspondía a la universidad y los universitarios.
Lo logrado, tangible e intangible, contiene valores, experiencia, aprendizaje sobremanera. Se mostró nítidamente una visión de universidad democrática, transparente, participativa, viva, crítica, fundada científica y éticamente en sus actos y caminando al lado de nuestro pueblo, de sus luchas, aspiraciones y sueños. ❧
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