A cien años de su muerte, la figura de Zapata es, quizá, la que tiene más carga simbólica para los mexicanos; como personaje histórico, pero sobre todo como mito, ha sido motivo de la pluma de diversos escritores, ya sea en cuentos o poemas. Este texto repasa algunos de los textos más significativos en la literatura nacional.
Para finales de los años veinte del siglo pasado, Emiliano Zapata Salazar había trascendido su condición de jefe revolucionario sin tacha y estaba convertido, después de su muerte en Chinameca, en ícono, en símbolo, en idea imaginada del hombre que algún día tendría que volver para continuar la lucha que se esmeró en acaudillar durante casi una década.
Cómo no recordar que las noticias publicadas para dar cuenta de lo sucedido aquel 10 de abril de 1919, destilaron veneno en periódicos al servicio de los intereses contrarios a los que defendía el hombre de Anenecuilco. El Demócrata, uno de los más virulentos, supuraba un artículo sin firma de autor alguno, en los siguientes términos:
La sociedad entona un Te Deum en acción de gracias por la muerte del terrible bandido. El ascenso del Coronel Guajardo, providencial castigador del feroz fetiche suriano, es escasa recompensa para el inmenso servicio que ha prestado a la causa de la civilización.1Sierra Brabatta, Carlos J., Zapata, señor de la tierra, capitán de los labriegos, México, Departamento del Distrito Federal, 1985, p. 16
A contrapelo, los hombres y mujeres apegados a las evocaciones de Zapata, mantuvieron el celo para conservarlo intacto en los ojos de la memoria. Así como cuando lo ensalzaban en los corridos de Marcianito Silva, entre otros:
Sublime general,
patriota guerrillero,
que peleó con gran lealtad
por defender su patrio suelo;
espero que ha de triunfar
por la gracia del Ser Supremo
para poder estar en paz
en el estado de Morelos.2Silva, Marciano, “Soy zapatista del estado de Morelos”. Consultado el 10-05-2019 en: https://www.bibliotecas.tv/zapata/corridos/corr14.html
Emiliano, desde entonces, fue veta para la inspiración literaria, a tono con las diversas motivaciones e intereses de quienes han recreado al personaje y al contexto en el que se movió. Hay, desde luego, un héroe oficial, mitificado, en consonancia con las razones del Estado posrevolucionario, que ondea palabrero y triunfalista los ideales del agrarismo usufructuados para intentar legitimarse.
Existe también la visión del “otro” Zapata, la de las miradas independientes, sin grilletes institucionalizados, ajena a las estructuras del poder público y político, afanada en verlo cabalgar libremente en las conciencias irredentas.
La creación poética ancla en esas motivaciones. En el primer caso, por ejemplo, José López Bermúdez, en su Elegía a Emiliano Zapata, da por hecho un país fruto de los grandes anhelos del caudillo suriano.
Señor, la patria que soñaste está naciendo
al calor de tu sangre y de tu hazaña;
firme y recia en el dolor irá creciendo,
y dulce y recta en el amor, como la caña.
Tu voz, señor, tu nombre, tu raíz,
crecen en ella; crece una patria donde asoma
su boca el girasol, sus dientes el maíz
y el algodón su breve corpiño de paloma.3López Bermúdez, José, “Elegía a Emiliano Zapata”. Consultado el 10-05-2019 en: https://www.bibliotecas.tv/zapata/corridos/corr59.htm
En cambio, Pablo Neruda, el gran chileno, quien por cierto anduvo algún tiempo por Morelos, deja brotar de su lúcida inspiración el Poema a Zapata, convertido en canto por el músico y compositor mexicano Tata Nacho. El poema nerudiano refleja el compromiso social y político, revolucionario y combativo, idealista y esperanzador:
Se encabritó en el alba transitoria
la tierra sacudida de cuchillos.
El peón de sus amargas madrigueras
cayó como un elote desgranado
sobre la soledad vertiginosa.
Zapata entonces fue tierra y aurora.
No esperes, campesino polvoriento,
después de tu sudor la luz completa
y el cielo parcelado en tus rodillas.
Levántate y galopa con Zapata.4Neruda, Pablo, “Poema a Zapata”. Consultado el 10-05-2019: https://mxcity.mx/2016/11/3-poemas-sobre-la-revolucion-mexicana/
En otros casos, el ansia del poeta se traduce en rebeldía e inconformidad, en elocuente intensidad, en ganas de estar allí, junto al caudillo, para sumarse a los ecos flamígeros que repetían los sonidos del fragor campesino. Eso infiero en el poema-prólogo “He visto amanecer a Zapata”, del ecuatoriano Gonzalo Humberto Mata, escrito en 1929 para el libro de Germán List Arzubide titulado Emiliano Zapata, exaltación:
Me arde en la boca un hacha de venganza
al izarme el aliento con tu nombre
Emiliano Zapata […]
Te siento derrumbado de visiones en el corazón
de tus indios
y a la cabecera del lecho fúnebre eras el dios
a quien se entregaba el alma para tener derecho
en un hotel del cielo.5Mata G. Humberto, “He visto amanecer a Zapata”, en Germán List Arzubide, Emiliano Zapata, exaltación, México, Costa Amic, 2005, pp. 9 y 11.
Probablemente, List Arzubide es uno de los primeros escritores mexicanos en descifrar con su prosa lo que Zapata fue en el ánimo de aquellos que atendiendo a su llamado lo siguieron en medio de esperanzas, incertidumbres y penurias. El polifacético escritor poblano apuntaba en la obra antes referida:
Quienes tuvieron la alegría de tratarlo, dicen que en la firmeza de su mirar, había una infinita dulzura. Se adivinaba en él, al hombre que lleva encendido de altitud el espíritu y había en su voz, al hablar de los indios, una suavidad de infinito amor. Por esto, todos lo siguieron adivinando en él al que había de salvarlos.6List Arzubide, Germán, Emiliano Zapata, exaltación, 10ma. ed., México, Costa Amic, 2005, p. 56.
Las referencias sobre Emiliano se prodigan en toda clase de obras. Carlos Fuentes, en El espejo enterrado, escribió un breve texto alusivo en el que afirma que hasta los niños de escuela creen que Zapata sigue vivo.7Fuentes, Carlos, El espejo enterrado, México, FCE, 1994, p. 331. Se dice que Fuentes había prometido escribir una novela que titularía Zapata en Chinameca, pero la muerte se le adelantó.
Al respecto, para el crítico literario Geney Beltrán, aún no se ha escrito “la gran novela” sobre nuestro personaje,8Castellanos, Juan Carlos, “Existe abundante literatura sobre Emiliano Zapata, destaca Geney Beltrán”, en Notimex, 2019-03-08. Consultado el 10-05-19 en: http://www.notimex.gob.mx/ntxnotaLibre/674609/existe-abundante-literatura-sobre-emiliano-zapata-destaca-geney-beltr%C3%A1n no obstante que la figura de Zapata es muy llamativa.
Me parece que primero se escribieron relatos situados en contextos zapatistas y después aquellos referidos prioritariamente al Caudillo del Sur. El intento de novelarlo habría de esperar.
Se le adelantó El compadre Mendoza de Mauricio Magdaleno, cuento que después se llevó al cine por Fernando de Fuentes en 1933 y cuya trama se desarrolla principalmente en Huichila, Morelos, en donde el cacique Mendoza intenta quedar bien tanto con la tropa federal, como con un grupo zapatista, con la intención de mantener a buen recaudo sus bienes y pertenencias.
La negra Angustias de Francisco Rojas González, publicada en 1944, es acaso la primera novela de la Revolución mexicana en la que el personaje principal corresponde a una mujer. Angustias Farrera, mulata ella, se incorpora al movimiento zapatista al mando de un contingente integrado mayoritariamente por hombres. Es posible que Rojas González haya tenido conocimiento de combatientes zapatistas como Carmen Robles, “La costeña”, capitana en las tropas que comandaba el general Jesús H. Salgado. Originaria de Guerrero, de origen afromestizo, Carmen Robles sobresalió en acciones de guerra, como sucedió en la toma de Iguala en 1913, cuando se combatía en contra de Victoriano Huerta. Hay un parecido considerable de Angustias Farrera con Carmen “La costeña”.
El prolijo escritor B. Traven también incursionó en el tema de la revolución agrarista. Su novela El general, tierra y libertad inicia refiriéndose a un grupo de indios que dejó las montañas del sur de la república para acabar con la opresión y conquistar la tierra y la libertad. Los conducía el joven general Juan Méndez y eran como 600. Con ellos luchaba el profesor Celso, tenido como un hombre valiente y culto. El símil del vínculo entre Emiliano Zapata y Otilio Montaño se da con estos personajes. Sólo que sus acciones emancipadoras las desarrollaban en el hermano estado de Chiapas, en donde el zapatismo, hay que decirlo, tuvo poca influencia.
En Tierra (1932), de Gregorio López y Fuentes, el autor inicia su historia describiendo la situación precaria de los peones en una hacienda porfirista, propiedad de un tal Bernardo González, amo y señor de la región, quien va atestiguando, muy a su pesar, el proceso de reivindicación que se volvió bandera de lucha de los campesinos, y posteriormente se congratula de los esfuerzos federales para reprimirlos. La figura de Zapata va cobrando relevancia en la obra, hasta dominar el hilo de la trama que termina con su infortunada ejecución en Chinameca.
Por 1978, Alejandro Íñigo se atrevió a novelar al señor de la tierra y capitán de los labriegos, como lo nombra Carlos J. Sierra Brabatta. Íñigo, periodista, sobre todo, incursiona en el género y publica Emiliano, vertebrando la novela a partir de la versión muy difundida de que Zapata no había muerto. Mientras otro era el inmolado en Chinameca, él, junto con uno o dos asistentes se remontaba hacia al sur, pasaba por las últimas poblaciones morelenses, para después internarse en la montaña de Guerrero, quedarse en alguna población ignota cercana a Tlapa y por allá hacerse viejo dignamente.
Pero años después, cuando pocos o nadie podría reconocerlo, Íñigo supone que Zapata regresa decrépito a Morelos y se entera de que su nombre, su figura, su lucha, es pasto para alimentar homenajes oficiales, para verse en infinidad de pancartas, para contemplarse en camisetas estampadas o en carteles y fotografías tras los aparadores insensibles. Pero lo que le caló hondo fue constatar que nada por lo que había luchado estaba de pie. Hasta su hijo Nicolás desandaba su ejemplo y copiaba las actitudes de los déspotas que tanto combatió.
Íñigo jugó osadamente con el recuerdo del líder suriano, al situarlo en la Ciudad de México, anciano y enfermo, confundido y recibiendo el desprecio de los otros:
¿Ésta es mi revolución?, se pregunta. Un policía se acerca:
—Mira, viejo, mejor te vas yendo. Aquí está prohibido pedir limosna. ¿Por qué ese afán de siempre estar molestando a los turistas gringos? ¿No ves que se llevan una mala imagen de nosotros.9Íñigo, Alejandro, Emiliano, México, Grijalbo, 1979, p. 309.
El atrevimiento le costó algunas críticas a Íñigo en Morelos, pero habría que pensar si quizás el autor acudió a un recurso alegórico para inferir que ésa pudo ser la suerte, el desprecio, el abandono y el olvido, de los hombres y las mujeres que a Emiliano le siguieron fielmente.
Por su parte, Pedro Ángel Palou escribe la novela Zapata (2006), de la que, se advierte, es la historia de un hombre, no la de un héroe de cartón. La novela se desarrolla como un gran corrido, declaró alguna vez el autor durante una entrevista y se refirió principalmente a Marcianito Silva, quien era trovador de las cosas vividas, reales, que conformaron el hacer y el decir de Emiliano y del Ejército Libertador del Sur.
Palou se interesa por reflejar el sino trágico de Zapata, porque en el transcurso de la revolución pierde amigos, familia y compadres. No desmerece los alcances del líder suriano, pero insiste en describir cómo va muriendo pausadamente, sin permitirse retroceder en sus decisiones. Se va derrotando y lo van derrotando.
La debacle anunciada, como se sabe, llega con la guerra de exterminio autorizada por Carranza. El horizonte ennegrecía en los pensamientos de Zapata, lo que hace formular al autor dolidas preguntas que le endilga al caudillo:
¿Qué hacer ahora cuando todo ha sido arrasado por un odio secular incomprensible, por la ignominia de quienes teniéndolo todo no pueden permitir que quienes nada poseen vivan un poco mejor? ¿De dónde aprende la gente tanta maldad?, se pregunta el general a punto de la extenuación, mientras busca un árbol, una sombra, un poco de fresco para cobijarse del coraje.10Palou, Pedro Ángel, Zapata, México, Planeta, 2006, p. 187.
Hay otros relatos que indagan filones ciertos o imaginados de Emiliano. Algunos de ellos son los cuentos incluidos en el opúsculo Los regresos de Zapata. Fue un ejercicio colectivo a partir del supuesto de que tarde o temprano Zapata regresaría, alimentado por el imaginario de quienes nunca se resignaron a su desaparición. Bajo esa premisa, coordinados editorialmente por Carlos Francisco Gallardo Sánchez, Roberto Abad escribió el cuento “El espíritu del sur”; Efraím Blanco, “Con la lluvia en los ojos y el machete en alto”; Dzoara Delgado, “Aquella noche desapareció”; Montserrat Ocampo Miranda, “El espanto”; y Luisa Montes, “Vientre de barro”.11Abad, Roberto et al., Los regresos de Zapata, Cuernavaca, Cimandia, 2014.
Resta citar otros empeños literarios, como Emiliano Zapata, un soñador con bigotes de Guillermo Samperio y Diario de Elodia, la revolución zapatista contada por una adolescente de Silvia Cuesy. Junto con otros títulos constituyen un acervo interesante cuyos lectores primarios podrían estar prioritariamente entre un público infantil y adolescente. Valdría la pena comentarlos también. Ya será para la otra. ❧
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