Quiero pedir permiso a los pueblos y ancestros de esta territorialidad, también a los colectivos con los que hemos venido trabajando en estos días y desde hace algún tiempo.
Nuestra conversación va a tener cuatro ejes de intercambio. Expondremos quiénes somos y desde dónde estamos hablando, del dolor y del mal olor del contexto actual, de la noción de la Casa Común y de los horizontes de lucha.
¿Desde dónde hablamos? Soy una des-aprendiz. Intento desaprender para volver a aprender de otra manera. Soy inmigrante del norte al sur, desde hace casi 25 años. Vivo en Ecuador. Abya Yala es el lugar en donde pienso, donde vivo, donde actúo. No soy académica, aunque trabajo en la academia. Tampoco soy izquierda-parlante ni cerebro-dirigente. Hablo desde mi lugar, el de desaprender, pero también desde mi trabajar con colectivos, comunidades y diversas organizaciones en distintos lugares de Abya Yala y del mundo, y desde procesos y organizaciones definidos de distinta manera, pues “desde abajo” no es un espacio homogéneo, sino diverso, distinto.
Me ha marcado, especialmente, mi trabajo con pueblos afrodescendientes. Un día, hace más de 15 años, apareció buscándome el abuelo Juan García, para decirme que me han estado observando desde muchos años atrás y que van a darme unas tareas. “Si tú cumples, te vamos a dar más; ésta no es una relación de un tiempito, sino que va por el resto de la vida porque son proyectos de vida”. Esta conexión es la que importa. Uno camina con esos procesos. No se reduce a hablar o escribir sobre ellos. Menos aún toma parte en el nuevo extractivismo que practica la academia. Los académicos extraen conocimientos y hasta la indignación y rabia que viven los pueblos y lo traen a discusión en eventos y seminarios. Desde mi lugar de lucha no puedo dejar de mencionar este proyecto de despojo, de muerte no solamente de cuerpos, sino también de saberes, de territorios y territorialidades, de cosmologías y espiritualidades y de la vida propia.
Las distintas cabezas y caras de la hidra capitalista que nos han venido enseñando los zapatistas están cada vez más presentes y difíciles de nombrar, y tal vez ésa es una de las tareas importantes de este evento: empezar a nombrarlas. Están presentes en las universidades. Las alianzas empresariales son una nueva forma de corporativizar la universidad, pero también lo es deshumanizar la universidad, eliminar las ciencias sociales.
La hidra también tiene cara progresista, como la que adopta en los llamados gobiernos progresistas de América Latina, como en Bolivia, Venezuela y Ecuador.
Todo eso para mí produce un nivel de dolor, pero también mal olor: huele, y huele feo. Los zapatistas nos dicen que la tormenta se está acercando, ya la estamos sintiendo en el cuerpo. Pero los centinelas del pensamiento crítico académico no nos dicen nada. Tal vez no sientan la tormenta. ¿Quiénes sentimos el dolor y cómo lo sentimos?
Muchos académicos hablan de la crisis. Pero la palabra, como dice Nina Pacari, no tiene sentido, carece de sentimiento, no la sentimos. Además, no tiene memoria. En la crisis de hoy se olvida la memoria colectiva de todos esos procesos y las luchas atrás. Para ella la palabra crisis es peligrosa. Propicia la lógica lineal de Occidente y niega las luchas desde abajo y su nivel de historicidad.
Debemos mencionar también la violencia dirigida a jóvenes y mujeres. El eje actual, el blanco de muerte, es el futuro. Cada cuatro días en Bolivia matan a una mujer, cada 31 horas en Argentina, 15 por día en Brasil, 54 por mes en Honduras y en México casi dos mil reportadas el año pasado. En el pacífico Colombiano, en Buenaventura, tenemos uno de los ejemplos más espeluznantes de esa violencia: cortan a las mujeres en pedazos y dejan sus pedazos regados en el suelo, en el río, en el mar…
Frente a todo eso, frente a esta hidra con su cara patriarcal, frente a la violencia y los proyectos del mal vivir, tenemos que hablar de la forma en que los Estados vacían de significado la idea del bien vivir y hablar, también del mal olor que despiden esos proyectos de mal vivir que son parte de las exigencias y codicias del capital. Algo que huele muy mal son las complicidades con esos proyectos, las formas de conspiración.
El sentido del mal olor hace doler el cuerpo. Hay quien se guarda esos sentires y se enferma de espanto. Pero también está el mal de ojo de la hidra capitalista. Y una enfermedad que tiene niveles de epidemia: la indiferencia, el silencio, lo que el compañero venezolano Edgardo Lander llama “el sonambulismo político-intelectual”, que quizás está presente en este mismo auditorio. Huele mal la presión de complicidades. Junto al síndrome del centinela, del que hablan el Sub Galeano y el Sub Moisés, está el síndrome de los extractivismos, la apropiación y extracción de los sentires de la gente para uso personal.
Los individualismos académicos y las alianzas institucionales-empresariales son parte de las complicidades. Debemos nombrar este dolor y olor. Cuando estamos en un espacio como éste, en una universidad, ¿cómo hablamos de eso y no quedarnos callados?, ¿cómo decir las cosas como son? Si no hablamos, no podemos luchar contra ellos.
La cuestión de la Casa Común implica una serie de preguntas necesarias. Juan García habla de la casa adentro y la casa afuera. Dice que el trabajo casa adentro requiere de ciertos procesos, algunas herramientas, algunos espacios propios, pero eso no elimina el trabajo casa afuera. En un momento casa afuera debe poner especial atención y escuchar lo que dicen los espacios casa adentro. ¿Cuál es la casa común aquí? ¿Quiénes son sus constructores, sus tejedoras? ¿Quiénes son sus centinelas, sus guardianes, sus dirigentes? ¿Quiénes deciden? ¿Quiénes deciden también a quién incluir? ¿Quiénes incluyen, quiénes están en la casa o quiénes no están? ¿Con qué criterios y con qué intereses? ¿Cómo asegurar que no hay infiltrados en la casa?
No se trata de criticar el encuentro, sino de hacer las preguntas que debemos hacer para ir construyendo sobre esas preguntas. El peligro de hablar de un espacio común, en un auditorio como en el que estamos es alejarnos de la realidad de los sujetos y procesos de luchas desde abajo y hasta promover los nuevos extractivismos.
Para mí, la casa común no es multiculturalismo, igualdad y democracia, conceptos desde arriba, desde los malos gobiernos, desde el Estado. Al pensar qué poner en las casas tenemos que pensar si existen razones de tener, tal vez, un tipo de patio en común, es decir, no una casa común, sino un espacio, un jardín comunitario. No es una decisión nuestra. Ha de venir desde las luchas de abajo, desde la gente, no desde un espacio mixto como éste. Si tenemos un patio o un jardín en común, ¿qué podemos sembrar ahí? La siembra, la semilla, son conceptos centrales al pensar en todo eso.
Las grietas también son centrales. Desde una ventana de la casa vemos, a veces, que en el concreto brota una plantita, algo de vida. Es otra forma de pensar el cambio. No es el que considerábamos desde las izquierdas hace muchos años, con la idea de la gran revolución, sino el cambio desde esas grietas pequeñitas en donde sucede algo.
Con la noción de casa hay un peligro muy grande, como se nota en el discurso que viene desde algunos gobiernos llamados progresistas de América del Sur, cuando se plantea el Estado como la casa común. Lo ha mencionado García Linera en Bolivia o el presidente de Ecuador, quien ha dicho: “Yo soy el Estado”, o el propio Chávez, de Venezuela, que aseguró: “Yo soy el pueblo”. Desde esos lugares supuestamente progresistas se establece un poder patriarcal y vertical.
Los zapatistas han planteado con claridad que no quieren el poder del Estado. Igualmente, los movimientos indígenas de Ecuador y Bolivia han manifestado que lo que quieren es construir otra visión y proyecto de sociedad, no “tomar el Estado”. El Estado plurinacional, presente en la constitución de Bolivia y también de Ecuador, es parte de eso, de una visión y proyecto de algo distinto, algo que nace desde abajo y donde los que no viven abajo pueden sumarse, respetando las reglas. En esos procesos de autodeterminación nace, no en las ordenanzas de autonomía conceptualizadas desde arriba; ahí, entonces, la diferencia entre autodeterminación y autonomía. En su conceptualización desde abajo, el Estado plurinacional permite o apunta a la necesidad de reconstruir el equilibrio, un espacio de vivir, de estar y ser con la Pachamama, con la madre Tierra, con mama Kiwe, de forma distinta, sin reproducir el capital, el capitalismo. Sin embargo, y en su práctica actual desde arriba, esta visión muy diferente que es el Estado plurinacional pierde significado y sentido.
El Estado es, actualmente, el horizonte central de las luchas en América del Sur. De un lado está la reflexión y la lucha sobre el Estado plurinacional, y del otro la reinvención del Estado liberal, creando el llamado capitalismo social, una visión en que el paternalismo y el patriarcado se manifiestan más fuertes. Esos estados “progresistas” utilizan la interculturalidad como un elemento funcional a su proyecto, bajo cuya sombrilla cometen un tipo de etnocidio, de muerte lingüística, epistémica y cultural. Con sus proyectos cometen un Pachamacidio, matan a la madre Tierra, con un extractivismo humano que facilita el de recursos, la necesaria desterritoralización y el despojo. Enfrentamos la eliminación de la resistencia y la criminalización de la protesta, con violencia especial contra las mujeres.
El extractivismo académico también es la comercialización cultural de saberes y vida. Una nueva ley en Ecuador, que sería la primera en el mundo, se concentra en lo que llaman economía del conocimiento. Con el pretexto de combatir el capitalismo cognitivo, se establecería un sistema en que los saberes ancestrales de los pueblos indígenas y afrodescendientes serían propiedad del Estado. El gobierno, incluso, promueve una enmienda constitucional en que se permite a individuos indígenas y afrodescendientes vender su saber ancestral.
No estamos hablando simplemente de proyectos de muerte o de vida, sino de todos los seres que están enraizados, con su espacio territorial, con los mismos conocimientos y saberes que nacen, siembran y dan fruto y brotan en la territorialidad. Estamos ante una guerra de existencia-vida. Hay que hablar no solamente de la casa común, sino además de la defensa de caminos y voces para defender la vida. En Ecuador hablamos de un nuevo tipo de TLC, del Tratado de Libre Conocimiento, que permite expropiar, extraer y vender saberes ancestrales, y con ello eliminar cualquier posibilidad futura de defender y sembrar vida.
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