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Resistir, re-existir y re-vivir

Fotografía de Prensa UAEMFotografía de Prensa UAEM

El título de este conversatorio nació de un nuevo libro de Catherine Walsh: Pedagogías decoloniales. Prácticas insurgentes de resistir, (re)existir y (re)vivir, que explora la construcción de caminos de pensamiento y acción radicalmente otros en el horizonte decolonial.

¿Cómo resistimos, reexistimos y revivimos en el día a día? Con resistencia y dignidad.

En México se están gestando revoluciones moleculares, como la apuesta zapatista por su autonomía, eso, si entendemos por revoluciones moleculares aquellos acontecimientos cuya alteridad condiciona nuevos devenires, nuevos procesos de singularización y de agenciamiento.

En el día a día, sin pretensión de ningún tipo, otros sujetos colectivos han tenido la capacidad de agenciar su resistencia. Me refiero a los pueblos y comunidades de raigambre indígena, que desde sus lógicas diferenciadas, distinguen lo propio de lo ajeno, y a partir de la asunción de lo propio resisten ante el dominio de la hidra capitalista y también de la hidra estatal que nos devora.

Son los descendientes de los personajes que emprendieron la gesta revolucionaria aquí en el sur, en Morelos, y que, como John Womack refiriera en su libro: Zapata y la Revolución Mexicana, son “campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución”. De la misma forma y al igual que sus ancestros, estas comunidades y pueblos, cuyo quehacer cotidiano se entreteje en la urdimbre de la comunalidad, también hacen a su modo una revolución, ya que sin dejar de ceñirse a su propio formato, sostienen, desde su enclave territorial, desde sus usos y costumbres y desde sus saberes, luchas y formas organizativas ancestrales, tácticas y estrategias que les permiten resistir y perdurar.

Resistir, para estas comunidades, es dar continuidad histórica a un conjunto de prácticas de enunciación colectiva que se expresan en un marco: el de la comunalidad implicada. Ésta es una forma singular de organización social encuadrada en un territorio y en el ejercicio de una territorialidad en la que se reconoce el trabajo comunal, la reciprocidad y la compartencia entre iguales como los valores más significativos de la colectividad, pues “uno no es sin el concurso del otro”.

La comunalidad apuntala su capacidad de resistir ante la amenaza latente del despojo de sus recursos territoriales, ambientales e hídricos que la expansión capitalista actual esgrime a través de su modelo extractivo-exportador.

No es casual que la mayor parte de los conflictos socioambientales resultantes de la imposición de megaproyectos mineros, energéticos, hidráulicos y forestales ocurridos en el último lustro ocurran en comunidades rurales e indígenas enclavadas en 177 municipios del país, en donde los actores globales y sus entidades corporativas pretenden sin más agotar sus recursos hídricos, despojarlo de sus tierras y del sostén de su biosociodiversidad.

La lucha contra el actual modelo de acumulación extractivo exportador que enarbolan las comunidades rurales e indígenas contra las corporaciones transnacionales es encarnizada. Cientos de proyectos de extracción de minerales, de hidrocarburos y de energía hídrica, térmica y eólica se están sembrando en el país. Sólo como ejemplo, existen 32 000 concesiones mineras que hoy ya ocupan el 15% de la superficie del país.

Pero eso no es todo, ¡van por más! El modelo extractivo exportador también se disfraza de verde, como el actual proyecto: Gobernanza de la Biodiversidad, que establece un marco legal para garantizar que el gran capital acceda a los recursos genéticos y al conocimiento biocultural de las comunidades rurales e indígenas con fines de bioprospección y biopiratería. Todo ello, amparado en la suscripción de México al Protocolo de Nagoya sobre Acceso a los recursos genéticos y participación justa y equitativa de los beneficios que se deriven sobre la diversidad biológica.

Ante el desastre de la rapacidad capitalista, cientos de comunidades enarbolan ya la resistencia y son, hoy por hoy, el mayor vector de innovadoras revoluciones moleculares que se perfilan en el horizonte actual.

Pero si para las comunidades indígenas y campesinas, la máquina capitalística, como la denominó Félix Guattari, ha determinado el despojo, agotamiento y contaminación de sus territorios aderezándolo con su cuota de racismo y discriminación, para nosotros, urbanos clasemedieros, la máquina capitalística, con su registro de valores universales, nos insensibiliza de todo lo que ocurre en nuestro entorno, de los intereses que mueven a nuestros pueblos, de los otros significativos, preparándonos un festín

de consumo para cada fin de semana. ¡La solidaridad inconmensurable del capital empresarial actúa por partida triple: ayuda a la nación, a las familias mexicanas y en lo individual satisface nuestros deseos que, ellos auguran, sólo se reducen al consumo!

La publicidad empresarial no sólo tergiversa lo que es la solidaridad con otros como valor. También inocula y adultera nuestros deseos de realización postergados. Por ello, Guattari decía que: “La propia esencia del lucro capitalista está en que no se reduce al campo de la plusvalía económica: está también en la toma de poder sobre la subjetividad”.

Y si el sistema capitalístico es capaz de fabricar nuestra subjetividad, manufacturándola y serializándola a escala planetaria, si es capaz de decodificar nuestros deseos, enajenándolos, reificándolos y desnaturalizándolos, y si es capaz de propagarse y materializarse en nuestro cuerpo, es porque han vencido el último bastión de la resistencia política, al constituirse nuestro cuerpo (el individuo y el yo) en estrategia vital de acumulación a través de los signos y códigos del capital.

Así, inoculados por la hidra capitalista y despojados de un territorio íntimo singular, vivimos una suerte de esquizofrenia deshumanizante que anestesia nuestra sensibilidad.

Circulamos en el auto y la radio alterna dos flujos de información que inoculan nuestro imaginario. Por un lado, se anuncia en el noticiero que los campesinos han hecho un plantón que obstruye las principales arterias de esta ciudad –Cuernavaca–, ante la sequía que ha ocasionado la pérdida total de sus cosechas. ¿Qué es lo que estos campesinos demandan para causar tal caos vial? Que el gobierno emita la declaratoria de desastre natural en el agro morelense, para que se pueda gestionar el fondo que para este fin maneja el gobierno federal. Y nos preguntamos: ¿tiene que gestionarlo el Estado hasta que los campesinos lleguen al hartazgo, ya que por otros canales sus voces no fueron oídas, siendo de dominio público que la cosecha se perdió en ciertas regiones de Morelos? Luego, la radio nos anuncia una pauta comercial: ¡el buen fin está lleno de sorpresas y las mejores ofertas! ¡Prepárate para increíbles precios! ¡Promociones espectaculares! Continúa el noticiero: al menos 150 cadáveres fueron localizados en una fosa común donde la Fiscalía General de Morelos inhuma de manera clandestina restos que, aseguran, no fueron reclamados. Algunos ni siquiera cuentan con número de investigación o de levantamiento del cadáver. La denuncia fue realizada por familiares que llevan meses reclamando a la Fiscalía los restos de su hijo y que, finalmente, fueron exhumados de esta fosa clandestina.

Nuevo lapso comercial: ¡compra ahora y cuenta hasta con 36 cómodas mensualidades para pagar! ¡Compra a meses sin intereses! ¡Tu aguinaldo ha sido adelantado para este Buen Fin! ¡Los trabajadores de la educación –incluyendo la conflictiva sección 22– estarán participando en el “Buen Fin” de este 2015, al pagarles finalmente la primera parte de su aguinaldo.

El Buen Fin, como hemos visto, es un ejercicio colectivo de canalización de nuestros deseos humanos insatisfechos que encuentran un remanso en el consumo, pero la máquina capitalística va más lejos, es un ejercicio colectivo para anestesiar nuestra conciencia.

Así que la dignidad pasa hoy por crear subjetividades disidentes ante los modos de subjetivación dominante, como Guattari y Rolnik señalan, pasa por confrontarnos con la manera en que satisfacemos nuestras necesidades de autorrealización y pasa también por confrontarnos con nuestra capacidad de solidarizarnos con el otro, de urdir con otros la resistencia ante el proceso de serialización de la subjetividad.

Y unas preguntas para todos nosotros:
¿Podemos poner en práctica un tipo de proceso de subjetivación diferente del capitalístico? ¿Qué dispositivos estamos implementando para cambiar nuestra sociedad? ¿Cómo, desde donde estamos, podemos producir nuevas modalidades de agenciamiento colectivo en sus dimensiones micro y macropolíticas? ¿De dónde y de quiénes vienen los deslizamientos –que no quiebres– de las líneas de fuga para la recomposición de una sociedad viva? Y la pregunta clave: ¿estamos dispuestos a acompañarlos? ¿A acompañar algún agenciamiento colectivo; no nos sentimos todos insultados y rebajados por la máquina capitalística? Contestar a estos cuestionamientos, forma parte de nuestra capacidad de resistencia, de re-existencia y de re-vivencia.

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