EL DICCIONARIO DE LA Lengua Española ofrece, entre otras, seis definiciones para el término política1:
•Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los estados.
•Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos.
•Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto o de cualquier otro modo.
•Cortesía y buen modo de portarse.
•Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado.
•Orientaciones o directrices que rigen la actuación de una persona o entidad en un asunto o campo determinado.
La primera se define como una doctrina. Las dos siguientes como una actividad. La tercera como un comportamiento. Y las dos últimas como un medio para alcanzar un fin determinado.
Los llamados “políticos”, pertenecientes a una clase del estrato dominante de la sociedad mexicana, se identifican con las dos últimas definiciones –no sé si conozcan las otras cuatro anteriores–. Esta clase, que denominaré “políticos de ficción” por su limitación ideológica sobre la política, es una clase privilegiada gracias a que utiliza la actividad política como un medio para alcanzar poder y privilegios. Es decir, su objetivo se limita o constriñe a realizar sus objetivos puramente personales y familiares, resguardados dentro del grupo social al que pertenecen. Para ellos no importa lo que suceda con el resto de la sociedad, a excepción de cuando una minoría acude a las urnas para votar, generalmente de manera inconsciente.
LA POLÍTICA COMO DOCTRINA
La palabra política proviene del latín politicus y éste del griego πολιτικός, que se refiere a los asuntos de la ciudad. Y cuando se hace alusión a la ciudad, se tiene que pensar en los ciudadanos, es decir, las personas que viven en la ciudad: un conjunto de individuos que comparten sus vivencias dentro de un ámbito geográfico, que puede ir más allá del que limita a las ciudades.
Esto conduce a pensar que todos los grupos humanos, para sobrevivir, se organizan socialmente. Y ese tipo de organización requiere de reglas para la convivencia en grupo y, al mismo tiempo, de justificaciones. Eso es lo que se denomina doctrina política, un conjunto de reglas justificadas por la supervivencia del grupo. Y respecto a esto se han elaborado a través de los tiempos y las diversas culturas humanas diferentes tipos de doctrinas hasta llegar a las que en el presente se aplican en muchos lugares del planeta.
Todas esas doctrinas comparten rasgos similares. El más importante: la supervivencia y, por ende, la convivencia del grupo social. La convivencia del grupo social se rige por reglas, en otras palabras, por una ética, término que se define como: “El conjunto de normas morales que rigen la conducta humana”. Lo moral se refiere a las costumbres de las personas desde el punto de vista de la bondad y la malicia2, es decir, desde la perspectiva de lo virtuoso o vicioso. Por esa razón, una de las definiciones del término política, refiere al comportamiento humano dentro de la colectividad. Esta ética política puede ser civil o religiosa, muy parecidas entre ambas porque regulan las acciones de la sociedad, lo que significa que, por un lado, se encuentra un sistema de reglas impuesto por la comunidad o con el consenso de ella –cuando menos en teoría–, y por el otro, el comportamiento personal de cada individuo, que puede ceñirse a esas reglas o no.
LA POLÍTICA COMO ACTIVIDAD
Respecto a este punto deberíamos preguntar: ¿quiénes desarrollan la actividad política? Como primera parte de la respuesta, se puede decir que todos los miembros de la colectividad ejercen la política, pero de manera distinta, pues unos obedecen y otros la aplican. De acuerdo con cada tipo de sociedad, hay algunos miembros de ellas que se limitan a obedecer y no tienen derecho a ejercer la política por distintas razones: por género, por raza, por religión y por edad, entre otras. Otros miembros de la sociedad alcanzan el reconocimiento para ejercerla, lo que se convierte en un privilegio.
Pero esto conduce a pensar que la acción política puede ejercerse de tres maneras: opinando, eligiendo y representando, lo que significa que todos los que alcanzaron el privilegio de actuación política son políticos porque la ejercen. Sobre esto es común escuchar a muchas personas decir: “yo no soy político”, “a mí no me gusta la política”, o “no me interesa la política”. Esto significa que, simplemente, la persona no desea ejercer la acción política y renuncia a su privilegio, dejando la responsabilidad de este acto en manos de los demás que sí lo pueden ejercer. De hecho, se convertiría en otra forma de ejercer la acción política, es decir, renunciando. Así que probablemente opinará pero no elegirá ni representará.
En los sistemas políticos implementados por los estados modernos, llamados “democráticos”, la acción política de la opinión es limitada por muchas razones. En primer lugar, porque los representantes tienen el control de todos los medios de comunicación y, en ese sentido, manipulan la opinión; en segundo, por el derecho a opinar manifestándose públicamente, que puede ser tomado como un desacato al orden establecido. Así, pues, la opinión se limita a un pequeño sector de la sociedad, la familia y los amigos.
Este fenómeno es interesante porque la acción política de la opinión debería ser la más importante para el buen funcionamiento de la sociedad y de las acciones de los representantes. Deberían existir audiencias públicas mensuales o, quizá, hasta semanales, donde los representados y los representantes intercambien sus puntos de vista y se tomen las decisiones para el buen gobierno de la sociedad.
Por su parte, los representantes no solamente deberían de tomar en cuenta la opinión de los representados, sino también conocer sus problemas para resolverlos adecuadamente. Recuerdo unas palabras del libro “La República o de lo justo”, de Platón, en el que se dice: “…todo hombre que gobierne, considerado como tal, y de cualquier orden que su autoridad sea, no pondrá jamás, en aquello que ordene, su interés propio, sino el de sus súbditos3”. De lo que se deduce que los representados tienen que ejercer su acción política de opinión en asambleas públicas, donde den a conocer a sus representantes los problemas que los aquejan para buscar su resolución. En consecuencia, la acción política de la opinión empuja a que todos los miembros de la comunidad se obliguen a la participación constante, que es otro tipo de acción política.
Y en ese sentido, la participación sirve para corregir las acciones del representante, de tal modo que se gobierne con el pueblo y no con el supuesto de “en nombre del pueblo”, porque de ello deriva que los representantes ejerzan el poder para su beneficio propio o del grupo social al que pertenecen: las oligarquías. Sobre esto, Platón menciona que: “…el legislador no debe proponerse la felicidad de cierto orden de ciudadanos con exclusión de los demás, sino la felicidad de todos”4. De este modo, los representantes no son algo aparte de la comunidad, sino que siguen siendo parte de ella y se deben a ella. Y por otro lado, el Estado no es algo ajeno a la comunidad, sino que es parte de ella. Por esa razón la función de gobierno del Estado depositada en los representantes no debe divorciarse de la comunidad. La única forma de mantener el vínculo entre la comunidad y sus representantes es a través de asambleas públicas, en las que se ejerce la acción política de la opinión. Así, las acciones políticas de la opinión y la participación, conjugadas, permitirán extenderse hacia la restricción y vigilancia del poder otorgado a los representantes.
Para lograr una verdadera política, todos los miembros de la comunidad tienen la obligación de participar en las asambleas populares, que sirven de vínculo entre los representados y los representantes, para que los representados den a conocer sus necesidades e inquietudes políticas…
La restricción y la vigilancia tienen como objetivo normar las acciones de los representantes. Estas dos acciones son vitales para el buen funcionamiento de la política, ya que cuando los representantes acceden a algún cargo público, adquieren una enorme responsabilidad: gobernar para todos. Por lo tanto, esa responsabilidad no puede recaer en una persona cualquiera, sino en alguien que cumpla con la ética que norma a la sociedad. En este sentido, toda acción política es ética.
La ética tiene como objetivo el desarrollo de las virtudes del ser humano frente a su propia malicia promovida por los vicios o defectos morales en las acciones. La virtud es la disposición del individuo a proceder rectamente. Y en el caso de la política, a proceder rectamente en favor de la comunidad.
Hay cuatro virtudes denominadas cardinales, porque orientan a cada hombre en su proceder frente a sus congéneres: prudencia, templanza, fortaleza y justicia.
La prudencia consiste en discernir y distinguir con sensatez y buen juicio lo que es bueno o malo; en consecuencia, permite actuar con cautela y moderación.
La templanza, también conocida como temple, sobriedad o continencia, consiste en moderar los apetitos y deseos personales sujetándolos a la razón.
La fortaleza, que significa fuerza y vigor, consiste en vencer el temor a enfrentar los obstáculos y a huir de la temeridad de los actos insensatos.
Y la justicia inclina al ser humano a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. Por lo tanto, es un acto profundamente intelectual; no en vano sus sinónimos son el derecho, la equidad y la razón.
Estas virtudes deberán desarrollarse en cada uno de los miembros de la comunidad a través de la educación, que es otro tipo de acción política. De tal modo, inculcar en los miembros de la comunidad el respeto a la ética política, permitiría la práctica de una verdadera política, sin necesidad de sistemas ideológicos engañosos.
Por consiguiente, la acción política de la elección por parte de los representados se vería comprometida a elegir a los más aptos para el gobierno por sus virtudes reconocidas públicamente.
EPÍLOGO
En conclusión, la política no se limita a obedecer, votar y callar. Ni tampoco se ciñe a la definición clásica de que es un medio para alcanzar fines, en especial, los personales de los representantes y del grupo social al que pertenecen.
En primer lugar, la política es ética y es obligatoria. Es ética porque está ceñida a valores como prudencia, templanza, fortaleza y justicia, y tiene como finalidad alcanzar el bien de toda la comunidad. Es obligatoria porque todos los miembros de la comunidad deben guardar estos valores y aplicarlos en favor de sus congéneres. En consecuencia, la política comprende varias acciones: educar, opinar, participar, elegir y representar.
En segundo lugar, la política enseña que el representante no está fuera de la comunidad, sino que forma parte de ella. El representante no está por encima de la comunidad, está dentro de la comunidad; y, en este sentido, el Estado es la comunidad; y el gobierno del Estado, al que se incorporan los representantes, está para servir a la comunidad. De esta manera, el representante no debe servirse del cargo público, sino que el cargo público y, por ende el representante, están al servicio de la comunidad.
Para lograr una verdadera política, todos los miembros de la comunidad tienen la obligación de participar en las asambleas populares, que sirven de vínculo entre los representados y los representantes, para que los representados den a conocer sus necesidades e inquietudes políticas y para vigilar a los representantes y obligarlos a cumplir con su responsabilidad frente a la comunidad, la cual consiste en servir.
Para terminar: si la práctica de una verdadera política tiene como premisa el aprendizaje de los valores éticos, quiere decir entonces que hay que dar prioridad a la educación, pero a una educación humanística basada en los valores básicos de la prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia. Una educación que fomente el bien de la comunidad. ❧