En su obra Cruel Modernity (2013), la crítica literaria Jean Franco examina a través de los libros de ciertos escritores las condiciones en que la crueldad extrema se convirtió en el instrumento de los ejércitos, gobiernos, rebeldes y grupos de delincuentes en América Latina. De la mano de las palabras de Roberto Ochoa, director de Derechos Civiles de la UAEM, en esta reseña el lector conocerá una obra que muestra de un modo contundente que la buena literatura no es la que nos entretiene, sino la que nos ayuda a comprender mejor nuestra realidad.
Nuestro ilustre y gran Octavio Paz hizo afirmaciones francamente bárbaras, como aquélla en la que, en medio de su análisis de la masacre de Tlatelolco, compara a los aztecas –por la presencia terrible del “tufo de la sangre” entre ellos– con “las sociedades totalitarias del siglo XX”1Paz, Octavio, Postdata, Fondo de Cultura Económica, Colección popular 471, México, 2004, p. 304.. Inmediatamente después dijo que no pretendía juzgar y “menos aún condenar” al mundo azteca, pero comparar a los aztecas con los totalitarismos del siglo XX resultó un despropósito tan grande que, quien merece ahora ser cuestionado a profundidad sobre su visión de México es el propio Octavio Paz.
Así lo hace Jean Franco, crítica literaria especialista en literatura latinoamericana, quien con su amplio conocimiento y tras una larga trayectoria, se dirige ahora, en su libro Cruel Modernity2Franco, Jean, Cruel Modernity, Duke University Press, Durham and London, 2013., a tratar de dar respuestas frente a la violencia en México que está teniendo francamente rasgos apocalípticos: la sangre a borbotones, los cuerpos desmembrados y desollados, la maleza necrófila que nos asfixia y las ausencias fantasmagóricas que nunca dejan de acecharnos en los sueños. Pero algunas de las grandes celebridades de la literatura latinoamericana, desde Rubén Darío hasta Carlos Fuentes, pasando por Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y el propio Octavio Paz, parecen no habernos dado las claves de lectura apropiadas para comprender lo que hoy nos agobia. Su persistencia en la búsqueda modernizadora de los pueblos los volvió ciegos a la enorme paradoja que, según Franco, es la que hunde a las naciones latinoamericanas en el abismo.
Para los conquistadores españoles “la práctica del sacrificio humano había sido la barrera que dividía a la civilización de la barbarie, la modernidad de la antigüedad. Sus relatos sobre las acciones crueles de los indígenas creó un miedo recurrente a un barbarismo que acechaba en el lado oscuro y que en cualquier momento podría resurgir como amenaza al hombre moderno”3Ibid., p. 8. (La traducción del inglés es mía).. El temor al lado oscuro de nuestro pasado azteca revela, según Jean Franco, no sólo el miedo de regresión a un estado previo, sino también una ansiedad provocada por la urgencia de alcanzar la modernidad y un racismo que hace a los indígenas pasar de ser una fuerza de trabajo a explotar a una masa en sí misma negativa e indeseable. El charco, el pantano que nos obstruye en nuestra carrera hacia el progreso.
Desde la visión de los vencedores, no de los vencidos (como él lo pretende), Octavio Paz sigue esparciendo sutilmente la justificación de una conquista militar. El discurso de Paz en Postdata dice ser noble y objetivo, pero al pretender explicar de manera metafísica la masacre de Tlatelolco, apenas un año después de ocurrida, cae irremediablemente en un anacronismo que confunde más de lo que clarifica. Al comparar a los aztecas con los regímenes totalitarios del siglo XX y abandonar los sucesos concretos del 68 (como si ahora un intelectual prominente tratara de explicar el ser mexicano a través de Ayotzinapa, en lugar de concentrarse en exigir verdad y justicia al Estado perpetrador) se puso del lado del encubrimiento. Señaló hacia nuestro ser mexicano, hacia la pirámide, en lugar del Estado, lo que lo colocó, tarde o temprano, del lado de quienes pretenden someternos en nuestra naturaleza y en nuestra historia.
La crueldad en América Latina, especialmente en el México de los últimos años, es lo que ha convocado a Jean Franco a escribir éste, su más reciente libro. Nacida en Inglaterra, se preocupa porque la crueldad de nuestro tiempo resulta incomprensible, cuando las perspectivas europeas se enfocan demasiado en un solo evento, el Holocausto, como el nec plus ultra. “Debido a que el Holocausto ha sido generalmente representado como único en su horror –dice Franco–, otros ambientes en los que la crueldad ha sido practicada han recibido menos atención”4Ibid., p. 4..
Según Franco, Hannah Arendt y Giorgio Agamben se muestran impacientes en afirmar no sólo la singularidad decisiva del campo de concentración, sino también mostrarlo como lo que simboliza el espacio político de la modernidad en sí misma. Sin embargo, “pasan de largo que el espacio político de la modernidad puede tomar muy diferentes formas”. En su Necropolítica, Achille Mbembe muestra claramente que la formación del terror adquiere distintas características de acuerdo con las historias regionales, sobre todo si se trata de países llamados del Tercer Mundo o subdesarrollados. Por tal motivo, “considerar el ejercicio de la crueldad en América Latina mueve el debate a un terreno complejo y diferente, que vincula conquista con feminicidio, guerra contra el comunismo con genocidio y neoliberalismo con violencia casual sin límites”5Ibid., p. 5..
Pero aunque conoce a los filósofos, Jean Franco avanza por el camino de su especialidad. Muestra de un modo contundente que la buena literatura no es la que nos entretiene, sino la que nos ayuda a comprender mejor nuestro ser, nuestra historia, las contradicciones culturales que nos atraviesan. Capítulo tras capítulo, una o varias novelas, uno o varios ensayos literarios, una o varias películas o documentales, sirven para ilustrar con claridad algunos de los fenómenos más relevantes de la crueldad en América Latina. Su relato va de la masacre de 20 mil haitianos en siete días, cometida en 1937 por el dictador de República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo, hasta los feminicidios de Ciudad Juárez y los macabros “espectáculos” de la guerra contra el narcotráfico en México, pasando por el canibalismo cometido por miembros del ejército en Guatemala, las prácticas de violación genocida y las torturas en las guerras civiles de Perú, Guatemala y El Salvador, las crueldades y el sexismo ejercidos por las guerrillas en Cuba, El Salvador y Perú, y las despariciones forzadas a gran escala en Chile y Argentina, aunque también empleadas ampliamente en Brasil, Uruguay, Perú, Colombia y en el México de la guerra sucia.
Al comparar a los aztecas con los regímenes totalitarios del siglo XX y abandonar los hechos concretos del 68… [Octavio Paz] se puso del lado del encubrimiento. Señaló hacia nuestro ser mexicano, hacia la pirámide, en lugar del Estado, lo que lo colocó, tarde o temprano, del lado de quienes pretenden someternos en nuestra naturaleza y en nuestra historia.
Utiliza las novelas de Freddy Prestol y Edwin Danticat para tratar la masacre de haitianos, la de Jonathan Little para acercarse a la tortura, la de Horacio Castellanos Moyá para presentar versiones de cómo los individuos pueden convertirse en máquinas de matar, y las de Roberto Bolaño, Estrella distante y Nocturno de Chile, para mostrar cómo la literatura puede implicarse e incluso colaborar con la atrocidad. Retoma a los novelistas Ricardo Piglia y Jorge Lanata para describir la tendencia de los grupos foquistas revolucionarios de ver en el débil a un traidor, y a las críticas literarias Iliana Rodríguez y Maria Josefina Saldaña Portillo para develar cómo en esos grupos el ethos masculino avasalla los atributos tradicionalmente femeninos de la “ternura, devoción y autosacrificio”. A través de Roberto Bolaño, de Gabriel Zaid, pero sobre todo de su propia novela, Pobrecito poeta que era yo, nos acerca al drama de Roque Dalton, atrapado en una revolución en que la “debilidad” del intelectual es un oprobio. En la biografía de Abimael Guzmán, líder indiscutible de Sendero Luminoso, en Perú, escrita por Santiago Roncagliolo, se muestra ya la transición de un discurso revolucionario hacia una ideología sangrienta de corte religioso, probablemente como el antecedente más próximo de los Caballeros Templarios o del culto a la Santa Muerte por parte de los Zetas.
Menciona finalmente las novelas Murder City y 2666, de Charles Bowden y Roberto Bolaño, respectivamente, que “ofrecen poderosas advertencias sobre el fin de la civilización y también sobre su loca carrera hacia la muerte”6Ibid., p. 230. .
El libro de Jean Franco pasa del análisis literario al sociológico de un modo tan natural, que lo que uno percibe el acercamiento a los eventos tal cual fueron, desde dentro, tensado por la tragedia que atraviesa nuestras vísceras. No es un análisis desde afuera y desde arriba, teórico, neutro e impoluto; nos sumerge en historias en las que luchamos como lectorespor mantener a raya la náusea y la depresión.
La hipocresía no nos sirve para comprender lo que nos ocurre, concluye. Si la crueldad ha invadido el espacio público en México para arrinconarnos y hacernos claudicar en el ejercicio de nuestra dignidad, lo único que nos queda es darle la cara, hacerle frente sin tibieza o resquemor. Lo que hoy explota en nuestras calles es el resultado de la marcha silenciosa, pero imparable, de una crueldad sin nombre que se ha apoderado de toda América Latina en su historia reciente. Es, según Franco, el lado oscuro de la marcha implacable del proyecto de desarrollo y modernidad que a tantos ha seducido. Si Cruel Modernity permanece en la observación atenta de este lado oscuro, explica ella, “es porque creo que, a menos que haya una mejor comprensión del vacío social que permite actos crueles, las soluciones políticas y los principios éticos quedarán en el reino de lo abstracto”7Ibid., p. 22..
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