UNIVERSITARIOS CONTRA EL MALTRATO ANIMAL
A partir de la iniciativa de varios estudiantes de la UAEM, preocupados por el abandono animal que se vive desmesuradamente en la zona de Chamilpa, ha nacido un grupo llamado Universitarios Contra el Maltrato Animal, dedicado a ofrecer alimento y cuidado a los perros que han adoptado las instalaciones de la universidad como su hogar. En este artículo, la bióloga Rocío Mejía Ornelas nos demuestra que los grandes cambios pueden crearse a partir de acciones humanas, que a su vez se convierten en detonadoras de consciencia social.
Mientras haya
alguna ventana abierta,
ojos que vuelven del sueño,
otra mañana que empieza.
Fragmento del poema Confianza.
PEDRO SALINAS
LA SOCIEDAD DE nuestro país anhela desesperadamente ver disminuida la violencia que día a día carcome la sonrisa de sus familias y, como un árido viento replegado en el vacío de la indiferencia, azota la esperanza de los sueños. Por desgracia se cree –herencia del paternalismo político– que un cambio radical que brinde paz y serenidad a nuestro país, vendrá por parte de los acuerdos y acciones que el gobierno en turno realice. Es decir, la reestructuración del tejido social dependerá de aquello que otros digan y hagan. Sin embargo, después de convivir un año con jóvenes de la Escuela de Técnicos Laboratoristas y estudiantes de diversas facultades como Biología, Artes, Psicología y Arquitectura, me atrevo a decir que el tejido social se crea en esos pequeños actos que a diario realizan personas comunes. La esperanza es tímida y le gusta ocultarse en los detalles.
El historiador y dramaturgo estadounidense Howard Zinn, mencionó que:
La historia está llena de ejemplos de momentos en que la gente se unió, superando obstáculos enormes, para luchar por la libertad y la justicia y ganó. No con demasiada frecuencia, por supuesto, pero sí lo suficiente como para sugerir que es posible más veces. Los ingredientes esenciales de esas luchas por la justicia son seres humanos que, aunque fuera por un momento, aunque estuvieran acosados por el miedo, rompieron con lo establecido e hicieron algo, por pequeño que fuera. Y aun los actos más antiheroicos se suman a esa reserva de leña que puede encenderse por alguna circunstancia sorprendente y empezar el incendio de un cambio tumultuoso.
En la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, varios jóvenes están rompiendo con una actitud perfectamente establecida en nuestra cultura: indiferencia ante el maltrato animal. Y, con esto, promueven un estado de consciencia en el cual el sufrimiento de otra especie implica un motivo de reflexión y de estipulación de nuevos valores morales y éticos, ya que todo ser importa.
Citaré algunas de las experiencias que he presenciado en el tiempo que he formado parte de la administración de la Escuela de Técnicos Laboratoristas, para tratar de mostrar cómo un pequeño acto compasivo de un joven, puede ser el disparador para que se manifieste lo estipulado en el Plan Institucional de Desarrollo (PIDE) 2012-2018, en donde se menciona como visión de nuestra máxima casa de estudios que se debe:
[…]formar integralmente ciudadanos a la vez que profesionales libres, críticos y socialmente responsables, capaces de construir conscientemente su propio proyecto de vida; de contribuir a la construcción de la democracia y desenvolverse en un mundo sin fronteras, incierto y paradójico, reconociéndose como miembros del género humano y como parte de la naturaleza; de actuar ética, comunicativa y cooperativamente para contribuir a resolver los problemas y satisfacer las necesidades de los distintos sectores y grupos poblacionales del estado de Morelos y, en general, de la sociedad globalizada en la que están insertos, así como de participar en la producción, recreación y transformación de la cultura.
La Escuela de Técnicos Laboratoristas es hogar de varios adolescentes y, como se comprenderá, es necesario darse unas cuantas vueltas por los pasillos para ver que todo esté en orden. En los recorridos que daba en septiembre del año 2013, noté que siempre había una alumna de quinto semestre ofreciendo, en su tiempo libre, croquetas a los perros que transitaban por la Unidad Biomédica. Tiempo después supe por sus compañeros que desde el primer semestre todos los días había llevado alimento para los perros de la universidad. La joven Ingrid Martínez, mientras iba rumbo a la escuela, repartía un poco de felicidad a todo aquel cánido que se atravesara en su camino. Eso me conmovió profundamente. Sobre todo porque no era una persona que le pidiera a los demás que hicieran lo mismo. Ella simplemente hacia lo que quería hacer y, con eso, me permitió conocer lo que era la compasión. Hacerme consciente de lo que Ingrid realizaba tuvo repercusiones en mi vida. Después de ella, descubrí a otros alumnos que hacían lo mismo: María Fernanda Onofre, de la Escuela de Técnicos Laboratoristas; Alejandra Lagunas, Estefanía Ríos y Areli Mundo, de la Facultad de Artes; Brenda Brug, Julieta Guerrero, Alejandra Ramírez, de la Facultad de Ciencias Biológicas, y Antonio Miranda, estudiante de doctorado en el Centro de Investigaciones en Biotecnología.
Darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor crea, invariablemente, una sinergia, un magnetismo entre soñadores que nos obliga a unirnos, formar redes humanas socialmente responsables. Poco a poco se conformó, con los chicos antes mencionados, un grupo denominado UCMA (Universitarios Contra el Maltrato Animal), a través del cual buscan realizar acciones para disminuir el sufrimiento en los animales que se resguardan en nuestra casa de estudios. Después de diez meses de trabajo, han rescatado, esterilizado y puesto en adopción, a más de 70 perros y tres gatos que estaban en situación de calle dentro de la universidad o en la zona de Chamilpa. Sin embargo, estas gestiones no se han logrado exclusivamente con los miembros de UCMA: aunado a ello, hay una cantidad enorme de personas involucradas que donan croquetas, dinero para esterilizaciones y tratamientos médicos. Es decir, los integrantes de UCMA se convierten en un punto de convergencia para que decenas de personas, tanto de la universidad como fuera de ella, a su vez realicen actos que transforman vidas. Haré mención del caso de Shina, para hacer mayor hincapié en la cantidad de seres que, de manera silenciosa, son héroes anónimos en nuestra universidad. Shina fue una perrita que tuvo por hogar la UAEM. Muchos la conocieron; era tímida con las personas pero de un espíritu fuerte, indomable, alegre. También algunos la ubicarán por el terrible cáncer que padeció por dos años: Tumor Venéreo Transmisible (TVT). Por la alumna de arquitectura, Daniela Landero, supe que en diversas ocasiones ella y varios de sus compañeros intentaron hacer algo al respecto, pero resultaba difícil capturar a Shina –nuestra pequeña amazona de mirada triste– para llevarla a tratamiento médico. En el periodo que vivió en las instalaciones, Shina tuvo un ángel guardián: la maestra Natalia García, quien se encargó de darle alimento y cariño hasta el día que fue capturada por Acopio Animal. Afortunadamente, el día de la captura, varios alumnos se dieron cuenta y avisaron a miembros de UCMA, por lo cual se pudo gestionar su rescate. Esto permitió llevarla al veterinario para hacer la valoración médica. Por desgracia, el especialista comentó que Shina estaba ya en estado terminal. Tenía metástasis. El paso siguiente era permitirle descansar. Hubo un largo silencio con la noticia y, antes de permitir que Shina se convirtiera en polvo de estrellas, se habló largamente con ella, agradeciéndole por todo lo que había enseñado con su fortaleza y deseándole un buen viaje. Varios estudiantes de la Facultad de Psicología brindaron el apoyo económico para que fuera cremada. Ahora, las cenizas de Shina reposan a un costado del edificio 19, en donde solía recibir el amor de la maestra Natalia. Shina descansa en su hogar: la universidad.
Hay más casos que podrían ser narrados en donde se demuestra que se ha iniciado un cambio en nuestro actuar ante el sufrimiento del otro, no sólo por parte de alumnos, sino de toda la comunidad universitaria que busca unirse para brindarse apoyo mutuo, como lo fue el rescate de un ave silvestre por parte de la Sra. Silvia, encargada de intendecia de las diversas direcciones de la Unidad Biomédica; los múltiples cachorros rescatados por varios integrantes de protección civil –nuestros queridos venados– y estudiantes de biología; las donaciones constantes de croquetas por parte de estudiantes y personas civiles; el apoyo económico recibido por parte de alumnos de técnicos laboratoristas y el Dr. Víctor Martínez del CEIB, para Shanti, perrita que padece también TVT pero que se encuentra en vías de recuperación gracias a las quimioterapias recibidas en la Asociación Protectora de Animales Philip Kahan; los amables jardineros de la Unidad Biomédica que no dudan en llenar el bebedero para perros cuando lo ven vacío; el Sr. Óscar Hernández, Coordinador de Servicios Generales de la Unidad biomédica y el supervisor de la misma unidad, Fernando González, que están al pendiente de la comunidad canina y orientando a los jóvenes para que los traten con respeto; los vigilantes del campo experimental de la Facultad de Ciencias Agropecuarias, que dieron refugio y apoyo a una de las perritas universitarias, la Negra, cuando se llevó a esterilizar, y tantas personas que faltarán mencionar en estos momentos que día a día hacen la diferencia y “se suman a esa reserva de leña que puede encenderse por alguna circunstancia sorprendente y empezar el incendio de un cambio tumultuoso”.
El realizar acciones contra el maltrato animal, permite fomentar entre los alumnos, docentes y administrativos un nivel de colaboración nunca antes visto, además de “[…] actuar ética, comunicativa y cooperativamente para contribuir a resolver los problemas”. También se promueve la innovación y la creatividad, ya que no basta con hacer recorridos caninos para dejar alimento y agua a nuestros perros universitarios, los miembros de UCMA están creando lazos con asilos de animales, protectoras independientes, veterinarios, para promover esterilizaciones gratuitas dentro del municipio de Cuernavaca, así como la tenencia responsable de las mascotas.
A pesar de todo lo antes mencionado, muchos podrán decir que estas acciones no sirven de nada, ya que siempre habrá un animal abandonado o víctima del abuso humano; sin embargo, todo gran cambio inicia con pequeños actos compasivos. Al final, los detalles son los que dan forma a nuestra existencia, son los que impactan en la vida de alguien. Recordemos el cuento sufi sobre las estrellas de mar, en el cual un escritor observaba cómo un joven recogía a los animales que quedaron varados en la playa, para devolverlos al océano, ya que la marea había bajado demasiado y muchas estrellas iban a morir. Entonces el escritor mencionó al joven que no tiene sentido hacer esto, primero, porque es su destino: morirán y así serán alimento para otros, además, debía haber miles de estrellas en la playa y nunca tendría tiempo de salvarlas a todas. “El joven miró fijamente al escritor, cogió una estrella de mar de la arena, la lanzó con fuerza por encima de las olas y exclamó: Para ésta… sí tiene sentido”. ❧
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