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Piedra de amor, sol de eternidad: El círculo de Octavio Paz

46_octavio_paz_02Octavio Paz

El amor –dijo Octavio Paz en La llama doble– está compuesto de contrarios pero que no pueden separarse y que viven sin cesar en lucha y reunión con ellos mismos y con los otros. Estos contrarios, como si fuesen los planetas del extraño sistema solar de las pasiones, giran en torno a un sol único. Este sol también es doble: la pareja.


Octavio Paz nunca ocultó sus obsesiones literarias, al contrario: las maceró largamente en todos los caldos que su pluma abarcaría. Entre los rasgos que definen a este personaje emblemático del siglo XX destaca su pasión por las ideas que supo transfigurar en poesía, y sus temas recurrentes que supo metaforizar en su obra ensayística.

De ida y vuelta por los géneros que cultivó, básicamente el ensayo y la poesía, Paz nos transmitió su biografía espiritual. En ella se asientan dos instintos fundamentales: la búsqueda del amor y la búsqueda de la eternidad.

Dos son las obras representativas que encarnan la unión de ambas búsquedas y hallan, cada una con su propia voz expresiva, una posible vía de redención. No es de extrañar que primero hubiera aparecido en un largo poema de temprana madurez, para luego, décadas más tarde, ser trasmutada al corpus ensayístico casi testamentario de la última etapa de su vida. Me refiero a Piedra de sol y La llama doble, respectivamente.

Trataré de seguir a nuestro autor en su ida y vuelta, como remando junto a Heráclito en ese mismo río de aguas diferentes.

La inocultable biografía

Octavio Paz no necesitó escribir expresamente una autobiografía, como la mayoría de sus congéneres. Su obra es la más fidedigna autobiografía que pudiera esperarse de un escritor.

Alfonso Reyes ya nos advierte que “en ocasiones, los testimonios más directos se esconden detrás de un párrafo que sólo contiene, en apariencia, ideas y conceptos abstractos” 1Alfonso Reyes. “La biografía oculta”, La experiencia literaria, México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 108.. Por otro lado, Gabriel García Márquez, en varias de las entrevistas que concedió al publicar sus memorias, reconoció que las había escrito con el mismo espíritu con el que escribía sus cuentos y novelas, pues andando la vida ya no distingue uno la frontera entre la realidad y la ficción. Lo mismo han confesado diversos autores: el recuerdo se vuelve recreación o la imaginación resulta la desembocadura de un recuerdo olvidado.

Las dos obras entreveradas y consideradas para este trabajo, son, a mi entender, hitos en la revelación de esa autobiografía inocultable que va más allá del anecdotario cotidiano y se hinca en los momentos significativos del autor.

Octavio Paz
La aciaga enemistad

Paz ha amado, sin duda, ha gozado y sufrido esa pasión. Ha salido de ella. Pero sólo en ella se reconoce, se acepta, se integra. Quiere recuperarla. No hay forma de hacer retroceder al tiempo para volver a atraparla. El tiempo es el enemigo. El tiempo es, a la vez, eminentemente humano. El hombre está hecho de tiempo. El hombre es, en sí, resultado y testimonio del tiempo. Paz, como hombre, como ser humano, es su propio enemigo. Hay que “matar” el tiempo o hay que “morir” como ser humano. ¿Es posible, uno o lo otro? Y el amor, ¿qué papel juega en esta aciaga enemistad?

 “Detente, momento… ¡eres tan bello!”, canta Goethe en uno de los momentos cumbres de la literatura; “reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer, y tu tic-tac me recuerda, mi irremediable dolor…”, canta la vena popular. “Entre la pena y la nada… prefiero la pena”, dice William Faulkner en Las palmeras salvajes. Antonio Machado se duele en los versos del dolor de amor que ya no siente:

 

En el corazón tenía

la espina de una pasión,

logré arrancármela un día,

ya no siento el corazón.

Aguda espina dorada…

¡Quién te pudiera sentir

en el corazón clavada!

 

Piedra que ilumina

La publicación de Piedra de sol, en 1957, cuando Octavio Paz tiene cuarenta y tres años de edad, representa una primera iluminación.

Para Jorge Luis Borges el universo todo es, apenas, una alusión a la persona amada. Así, Piedra de sol, con toda su simbología, tanto clásica como mesoamericana, sus referencias eruditas, sus móviles espacios geográficos, sus acotaciones históricas y anecdóticas, se nos revela como esa alusión borgiana a la persona amada. Más que eso, es la desesperada búsqueda por recuperar el momento en que el universo era esa alusión, porque existía una persona amada que lo denotara enteramente.

El poema abre y cierra con los mismos versos que, a su vez, se abren y se cierran para volver a abrirse y cerrarse en ese signo de las expectativas que representan los dos puntos: lo que no tiene fin, lo que, de alguna manera, habrá de continuar.

La repetición es una forma de infinitud. Es la perfección del círculo. El sol es circular, tiene la forma de una piedra, pues toda piedra tiende a esa circularidad para conformarse enteramente como tal, separada, diferenciada como objeto único frente a los demás.

Iniciar el poema, pero no terminarlo, encabalgar lo primeros versos en los últimos, ser la serpiente que se muerde la cola en una persecución sin fin. Tener la posibilidad de sentir, de decir: “y llega siempre:”2 Octavio Paz. Piedra de sol, México, pp. 217-233..

¿Qué es aquello que “llega siempre”? Más que la memoria, pues la memoria separada de la sensación es sólo un esqueleto, la vivencia atrapada en los versos. Sí, escribir es una forma de redención amorosa. Cada vez que yo lea “y llega siempre:”, está, efectivamente, llegando:

 

un caminar tranquilo

de estrella o primavera sin premura,

(…)

una presencia como un canto súbito,3Idem .

para llevarme de nuevo al instante en que descubro al universo convertido en mera alusión a la persona amada. Ahí donde:

todo se transfigura y es sagrado,

            es el centro del mundo cada cuarto,

            es la primera noche, el primer día,

            el mundo nace cuando dos se besan,4Ibid, p. 226

 

sólo entonces, ocurre el milagro:

            amar es combatir, si dos se besan

            el mundo cambia, encarnan los deseos,

            el pensamiento encarna, brotan alas

            en las espaldas del esclavo, el mundo

            es real y tangible, el vino es vino,

            el pan vuelve a saber, el agua es agua,

            amar es combatir, es abrir puertas,

            dejar de ser fantasma con un número

            a perpetua cadena condenado

            por un amo sin rostro;

                         el mundo cambia

            si dos se miran y se reconocen,

            amar es desnudarse de los nombres:5Ibid, p. 227

así, sin frontera que los separe, ni siquiera la del nombre, los dos pueden fundirse en uno y sentir que:

            rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma

            perdemos nuestros nombres y flotamos

            a la deriva entre el azul y el verde,

            tiempo total donde no pasa nada

            sino su propio transcurrir dichoso,6Ibid, p. 229

 

entonces, es posible recobrar:

            nuestra unidad perdida, el desamparo

            que es ser hombres, la gloria que es ser

                                   (hombres

            y compartir el pan, el sol, la muerte,

            el olvidado asombro de estar vivos;7Ibid, p. 227

El tiempo, el aciago enemigo, no las tiene todas consigo: el amor le abre una rendija para entrar en ese “tiempo total” que permite a los amantes la experiencia de la fusión, la unidad. La unidad es, pues, una forma de eternidad. Los místicos lo saben. Los amantes, aunque sólo entre pares, también son capaces de jugarle esa trampa al enemigo.

Octavio Paz
El parpadeo de una llama en la oscuridad

La unidad trae consigo su propia destrucción, pues dura sólo un instante. La unidad es un parpadeo de eternidad. Abres lo ojos y, otra vez:

            no hay redención, no vuelve atrás el tiempo,

            los muertos están fijos en su muerte

            y no pueden morirse de otra muerte, 8Ibid, p. 230

           

sólo queda remitirse al milagro, buscar de nuevo la unidad, volver a entrar en ese instante eterno para vencer al enemigo, aunque el triunfo se evapore en el mismo momento en que se obtiene.

            La unidad exige, primero, la conciencia del otro. En Piedra de sol está apuntada hacia el final, que a su vez, será la base del nuevo principio:

            soy otro cuando soy, los actos míos

            son más míos si son también de todos,

            (…)

            no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,

            (…)

            hambre de ser, oh muerte, pan de todos,9Ibid, p. 231

 

de este modo, Paz introduce, un elemento más en la unidad: la noción del otro. No sólo tú y yo, también el hecho de saberlo, aceptarlo, convocarlo, conforman la llave que abre los dos puntos en la trama del tiempo.

Esa especie de trinidad es la resultante de la fusión de dos, casi paráfrasis tanto teológica como biológica. Es, también, la materia prima de la cosmovisión amorosa que el autor habrá de ofrecernos como summum de su trayectoria intelectual en La llama doble. Esta obra, dedicada al análisis del amor, desde la historia de la cultura, es, no sólo “traducción” a ideas de Piedra de sol, sino también una suerte de testamento, el legado que nos ofrece para seguir buscando, como él, arder para siempre, aunque sea sólo un instante, en una llama doble.

Conclusión

Mucho se ha reflexionado sobre este poema desde diversos ángulos críticos. Alicia Correa, especialista en la obra de Paz, ha realizado un deslumbrante análisis lingüístico que me recuerda la insoslayable frase de Alfonso Reyes: “El poeta no debe confiarse demasiado en la poesía como estado de alma, y en cambio debe insistir mucho en la poesía como efecto de palabras”10Op. cit. “Jacob o idea de la poesía”, p. 90.. En dicho análisis, la doctora Correa nos demuestra que la base lingüística es clave para sustentar el juicio crítico de una obra literaria. No abundaré en este territorio, pues rebasaría los parámetros del presente texto.

Entre sus fuentes, se ha señalado al Cantar de los cantares de la Biblia y por ende, al Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. También se le ha comparado con Muerte sin fin de José Gorostiza, entre otras obras y autores.

Sólo quiero agregar una nota más al respecto, no precisamente por sus similitudes, sino por sus diferencias, con Jaime Sabines, particularmente en Algo sobre la muerte del Mayor Sabines. Tanto éste como Piedra de sol son poemas largos, sobre la imposibilidad de detener el tiempo; en Sabines, no vuelve más “el polvo de oro de la vida”, verso con el que cierra definitivamente su elegía; en Paz, como en Quevedo, “polvo será, mas polvo enamorado”. Paz, además, pone énfasis en la universalidad de la poesía que nos permite reconocer al otro, a la pareja, desembocadura y a la vez principio del amor. Así lo aclara en La llama doble: el amor es un sol vivo, en constante transmutación de sus contrarios: a la fatalidad la vuelve elección voluntaria; a la servidumbre, la reviste de libertad. Es, en última instancia, la respuesta humana para poder mirar de frente a la muerte. Sabines, pues, siente lo que vive, Paz vive lo que piensa.

Mi impresión es que en estos dos libros que no son sino anverso y reverso de una sola cara, acaso, la más auténtica de Octavio Paz, encontramos al mismo al hombre, al poeta y al pensador, en suma, a ese junco abatiéndose ante el vendaval, por al fin, “junco que piensa”, como propone Pascal mirar la grandeza humana en la entraña de su propia fragilidad. ❧

 


BIBLIOGRAFÍA
Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. (Madrid, Alianza Editorial, 2002, impreso)
Biblia. Cantar de los cantares. (Impreso en Gran Bretaña, Sociedades Bíblicas Unidas, Antigua versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602) y otras revisiones: 1862 y 1909. Impreso en 1973)
Correa, Alicia. Piedra de sol de Octavio Paz: análisis       lingüístico de los versos 408 a 434. (Este documento escrito me fue facilitado por la propia Alicia Correa en su seminario sobre Octavio Paz, en el Posgrado en Literatura de la UNAM, ciudad de México, en los semestres correspondientes al año 2004; forman parte de un artículo/ponencia de su autoría; desgraciadamente no hay actualmente manera de recabar los detalles bibliográficos de los mismos)
De la Cruz, San Juan. Cántico espiritual. http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/c/Cruz,%20San%20Juan%20de%20la%20-%20El%20Cantico%20espiritual.pdf
Faulkner, William. Las palmeras salvajes. (Madrid, Siruela, 2007, libro impreso)
García Márquez, Gabriel. Vivir para contarla. (México, D.F., Diana, 2002, impreso)
Goethe, Wolfgang. Fausto. (Madrid, Alianza Editorial, 2006, impreso)
Gorostiza, José. Muerte sin fin. https://www5.uva.es/guia_docente/uploads/2012/441/41777/1/Documento9.pdf
Machado, Antonio. Poesía. (Madrid, Alianza Editorial, 2009, impreso)
Paz, Octavio. La llama doble. (Barcelona, Seix Barral, 2001, impreso)
Piedra de sol. http://lya.fciencias.unam.mx/gfgf/ga20082/material/piedra_de_sol.pdf
Pascal, Blas. Pensamientos. (Madrid, Alianza Editorial, 2004, impreso)
Quevedo, Francisco de. Poesía selecta. (Barcelona, S.A. PPU, 1989, impreso)
Reyes, Alfonso. La experiencia literaria. (México, D.F., Colección popular, Fondo de Cultura Económica, 1962, impreso) 
Sabines, Jaime. Algo sobre la muerte del Mayor Sabines. http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=33&Itemid=31&limit=1&limitstart=2

 

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Ethel Krauze
Ethel Krauze
Escritora mexicana y promotora de la escritura hecha por mujeres.
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