El festival cultural de diversidad sexual y género “Diversidad Somos”, que se lleva a cabo en Morelos, es uno de los esfuerzos más notables del país que –desde la reflexión e interculturalidad en torno a la equidad de género– busca una sociedad más justa y libre de violencia. Entre sus actividades, cuenta con un concurso de ensayo; con el presente texto, la escritora Montserrat Ocampo Miranda ganó el primer lugar de la segunda edición.
Si se atuvieran a la propia experiencia, sentirían siempre que eso no es lo que quieren, que no hay nada más aburrido y pueril e inhumano que el amor, pero, que al mismo tiempo, es bello y necesario.
Virginia Woolf
El desafío del matrimonio igualitario desde dos historias centenarias
En temas de matrimonio igualitario existen aún muchos vacíos de tipo histórico, social, político y, por supuesto, religioso. Los prejuicios radicales y la desinformación extendida se han encargado de crear una atmósfera en la que predomina el recelo, y cuya base deductiva se encuentra situada en el aire, en la especulación y en los falsos argumentos.
El exhaustivo trabajo de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Transgénero, Travesti e Intersexual (LGBTTTI) ha sido también informar a la sociedad sobre sus derechos, a través de su defensa y reconocimiento. Sin embargo, la democratización de la opinión pública ha convertido los foros de debate en tendenciosas y tergiversadas disputas que oscilan entre lo moral, lo formativo y lo “natural”, excluyendo de manera tajante la importancia socio-cultural de los grupos minoritarios.
Como una revisión antropológica, el vínculo conyugal se considera un lazo entre dos personas que pertenecen a la sociedad, quienes por ley adquieren obligaciones y derechos. La actual apertura reconoce también esta definición para uniones del mismo sexo. Pero la libertad de los derechos civiles homosexuales no habría sido posible si hace cientos de años no hubiesen existido otras uniones pioneras en su carácter.
Existe evidencia de relaciones homosexuales en los barcos piratas. Algunos sociólogos han expuesto que dentro de las tripulaciones existía algo denominado “homosexualidad situacional”. Es decir que, al no haber mujeres a bordo de los barcos, los hombres establecían relaciones de tipo sexual entre ellos. Sin embargo, esta explicación resulta pueril en un sentido, pues cae en prejuicios heteronormativos que aluden a la exclusión de género bajo una pobre explicación social.
Por otra parte, existen estudios serios basados en tesis académicas, como el de B. R. Burg, quien en su libro Sodomía y tradición pirata (1983), establece que en siglo XVII las relaciones homosexuales entre bucaneros no estaban condenadas ni eran mal vistas. Generalmente, un pirata de mayor rango podía tomar como pareja a un nuevo tripulante, a modo de protección y tutela. A esta unión se le llamó matelotage, término que deriva del francés matelot, es decir: marinero. El vínculo entre ambos hombres permitía la asociación de propiedades, el respaldo mutuo a la hora de las batallas, así como el cuidado recíproco cuando resultaban heridos en combate o caían enfermos.
En esta simbólica unión, los piratas podían intercambiar anillos de oro, así como firmar contratos maritales en los que se estipulaban que en caso de morir uno de ellos, el otro podía heredar todos sus bienes y beneficios, como un sucesor legítimo.
Estas bodas, si bien, podían ocurrir como una costumbre ya establecida en la que un pirata podía casarse con otro pirata, pese a tener una esposa (en tierra, nunca a bordo), también podían tener un carácter emocional. El matelotage era un vínculo estrecho, en el que un hombre juraba honor y lealtad hacia otro hombre, por lo que una relación sentimental entre ellos era tan posible como el hecho de que podían mantener relaciones sexuales.
Es bien sabido que los códigos piratas se protegían de la ley, sin embargo, los marineros eran muy cuidadosos a la hora de cumplir sus propios estatutos. El matelotage es uno de los primeros ejemplos de tolerancia y de relaciones libres del juicio social. Nadie se atrevía a cuestionar que una relación entre un pirata y su protegido estuviese mal o fuese prohibida. La unión era importante e indiscutible.
Los vínculos afectivos entre parejas del mismo sexo en el siglo XXI son, en efecto, incuestionables. La comunidad LGBTTTI requiere que sus derechos y obligaciones sean los mismos que de las parejas heterosexuales. A diferencia del siglo XVII, las uniones homosexuales ya no pueden ser cuestionadas por asuntos de intereses económicos o políticos. La unión entre personas del mismo sexo es una realidad visible y asumida socialmente.
Aquellos beneficios del matelotage son, acaso, los mismos que hoy en día goza el matrimonio en parejas heterosexuales, así como las del mismo sexo, como la unión de bienes y propiedades y el cuidado mutuo. Términos que, probablemente, resultan sorprendentes en el contexto del siglo XVII y la historia de bucaneros.
Sin embargo, las libertades piratas nunca han sido ejemplos de ilustre comportamiento. Por lo que tampoco resulta conveniente idealizar el código del matelotage, o cualquier código que promueva la violencia o el ultraje. Si bien los piratas podían ser muy tolerantes con las relaciones homosexuales, no podemos estar seguros, al cien por ciento, que todas ocurrieron bajo mutuo consentimiento.
La historia se ha encargado de satanizar o desalentar algunos casos de relaciones homosexuales que sí tienen como base una relación afectiva. Tal es el ejemplo de Elisa y Marcela, quienes fueron apresadas en 1901 por haber contraído matrimonio en secreto.
A inicios del siglo XX la legitimización de las relaciones homosexuales era un asunto impensable, por lo que Elisa y Marcela, jóvenes españolas enamoradas, decidieron unirse en matrimonio de manera secreta. Aunque ya vivían juntas en un pequeño pueblo coruñés, se encontraban inmersas en una sociedad normativa que negaba cualquier clase de unión homosexual. Querían casarse, de manera tradicional, por la iglesia; era parte de la regla social, así que fingieron una ruptura para que Elisa pudiese salir del pueblo. Meses más tarde, Marcela aseguró que iba a casarse con un joven de nombre Mario, primo de Elisa, en quien finalmente había hallado un compañero para toda la vida.
El supuesto primo Mario no era nadie más que Elisa, vestida de hombre, quien aprovechó esos meses de distancia para adoptar las costumbres varoniles y poder convencer al resto de la sociedad de que efectivamente era un muchacho. Incluso, se hizo bautizar en la iglesia como Mario y fue así que, finalmente, pudo contraer nupcias con Marcela, legalmente.
Pero la mentira no duró demasiado. Pronto se descubrió que Mario no existía, que en realidad había sido Elisa disfrazada de hombre todo ese tiempo. Ambas mujeres fueron apresadas durante dos semanas y luego puestas en libertad, obligando a Elisa a asumir su rol y vestirse como mujer.
La historia de Elisa y Marcela es controversial, no sólo por la humillación póstuma que sufrieron al ser el primer matrimonio homosexual del siglo XX, sino también por la insistencia social de que ambas debían cumplir con su género sin libertad de ejercer su preferencia sexual.
Aún existe la desigualdad velada, el machismo políticamente correcto, entre otros eufemismos que intentan suavizar la violencia intrínseca en la sociedad. El papel de la mujer todavía se encuentra bajo sombras que intentan menospreciarlo, infantilizando la figura femenina…
De hecho, fue gracias a la presión social que ambas decidieron casarse en primer lugar. La pareja estaba consciente de que su contexto socio-cultural se regía por ciertas normas y ellas querían seguirlas, de tal manera que esto legitimara su unión, sin importar cómo consiguieran hacerlo. Haber mentido a la iglesia no resultó tan grave como haberse mentido a sí mismas. Elisa no era un hombre, pero para poder casarse con Marcela tuvo que fingir ser uno.
Esta obsesión por ser parte de la norma las llevó incluso a concebir un bebé. Al año siguiente de la boda, Marcela quedó embarazada de Mario. A esas alturas, ya todos conocían el engaño, incluso los titulares del periódico habían anunciado el caso como “Novios de contrabando”, por lo que nadie podía creer que esto fuese posible. Sin embargo, tanto Elisa como Marcela ya no se preocuparon por dar explicaciones, ambas continuaron con su relación de pareja, juntas y, a partir de entonces, en absoluta discreción.
Pero el desconocimiento de la historia de ambas mujeres es sólo parte del anonimato con el que se ha querido minimizar las relaciones lésbicas en el marco histórico. Sin duda, la homosexualidad está cimbrada por casos de discriminación y sexismo, pero el lesbianismo, específicamente, está apabullado por cosas peores.
La libertad femenina ha tenido que abrirse camino a pasos agigantados, pero no siempre afortunados. Aún existe la desigualdad velada, el machismo políticamente correcto, entre otros eufemismos que intentan suavizar la violencia intrínseca en la sociedad. El papel de la mujer todavía se encuentra bajo sombras que intentan menospreciarlo, infantilizando la figura femenina, atribuyéndole la incapacidad de cuidar de sí misma o de ser altamente funcional para la sociedad.
Es posible que la historia entre Elisa y Marcela haya sido borrada de la evidencia, como un lesbianismo etéreo del que es mejor no saber nada. Los historiadores e investigadores han hecho un esfuerzo por rescatar y recapitular el primer caso de matrimonio homosexual en el siglo XX, pero los testimonios se han perdido con el tiempo y la huida de ambas mujeres.
Sin duda, aún existen incidencias respecto a la homosexualidad, y por ende al matrimonio igualitario. La complejidad de sus factores, así como las diferentes directrices de la sociedad, suelen disponer un escenario ríspido y poco amable para la diversidad.
Lo cierto es que gracias a la aprobación del matrimonio civil entre personas del mismo sexo, casos como el matelotage o el matrimonio secreto de Elisa y Marcela, serán sólo parte de la historia. Como una suerte del pasado que no tiene por qué volver a repetirse.
La legalización del matrimonio homosexual evitará la segregación y el odio, que son actos inhumanos.
Las condiciones están dadas. La sociedad está avanzando, pese a que existan todavía discursos de rechazo hacia una equidad de derechos y obligaciones civiles, en la que todos los individuos puedan ser protegidos y aceptados sin importar su preferencia sexual.
La libertad para que dos hombres o dos mujeres se unan legítimamente no debe estar condicionada por nada más que el amor y los códigos de éste. ❧