Durante muchos años, las comunidades morelenses se han mantenido al pie de la lucha por la defensa de sus tierras, que han sido contempladas –en varios casos tomadas– arbitrariamente por las autoridades para llevar a cabo proyectos inmobiliarios, minas de tajo y termoeléctricas. Más allá de una geografía, el territorio representa un núcleo de identidad que los pueblos buscan reivindicar con una digna resistencia. En este texto conocemos algunas de las causas.
El territorio tiene un gran significado para la población del estado de Morelos. Territorio como una visión del todo, que proviene desde la concepción indígena ancestral, a la que en cada etapa de la historia y dadas las circunstancias de los momentos se le ha dado diferente interpretación, seguramente, por una falta de entendimiento de lo que los mayores quisieron decirnos.
Durante la Revolución, los zapatistas estamparon en sus leyes comunitarias su idea de territorio, al referirse a éste como tierras, aguas y montes, dando a entender que también hablaban de identidad cultural, idioma y organización comunitaria.
Don Feliciano Mejía Acevedo, nacido en 1899 y fallecido en 2008, quien de niño fue mensajero del general Zapata y que al final de su vida sobrevivió vendiendo figuras de animales hechas con ramas y troncos, comentaba que para cortar una rama tenía que pedirle permiso al hermano árbol y a la madre tierra, como un reducto de las ceremonias indias de sus antepasados. Con las líneas naturales de la madera, que respetaba al momento de intervenir, sus piezas tomaban la forma de animales, personas o seres fantásticos.
En la década de los ochenta y noventa, en Morelos se buscó despojar de territorio al pueblo de Tepoztlán, con proyectos turísticos que buscaban “atraer inversión para el estado”. Las asambleas comunitarias de ese municipio norteño rechazaron el despojo de su territorio comunal, el teleférico, el periférico, el tren escénico y el club de golf “El Tepozteco”; el rechazo popular y el empuje de la lucha apoyada por diferentes pueblos y organizaciones del ámbito estatal, nacional e internacional, lograron la cancelación de los mismos.
En ese devenir de los años, con el sustento de la reforma al artículo 27 y el sismo de 1985, que devastó la Ciudad de México y obligó a una gran cantidad de población buscar abrigo en Morelos, prosperó el cambio de uso de suelo en territorio morelense, sobre todo en los territorios ejidales, donde se generaron diversas colonias alrededor de las ciudades, principalmente en Cuernavaca, Jiutepec, Temixco, Xochitepec, Cuautla y Jojutla.
Zonas amplias de las actuales colonias Progreso Jardín Juárez, La Joya, Álvaro Leonel, Calera Chica, Tres de Mayo, Pro Hogar, alrededor de Tejalpa y Jiutepec, así como los alrededores de la colonia Rubén Jaramillo, Nueva Morelos, Azteca y Pueblo Viejo, sobre todo en la Unidad Morelos y Aeropuerto, entre muchas más, fueron convirtiendo a los municipios de Cuernavaca, Jiutepec, Temixco, Xochitepec, Emiliano Zapata, en la gran zona metropolitana de la ciudad capital de Morelos.
Al mismo tiempo, crecieron variadas unidades habitacionales que vinieron a impactar en la cotidianidad de las comunidades y cabeceras municipales. Tal es el caso de Tezoyuca, Tejalpa y sobre todo Xochitepec, donde se construyeron más de cincuenta mil departamentos; en el corredor de Jojutla-Tequesquitengo; en el norte de Cuautla, las unidades habitacionales para militares, la unidad habitacional Santa Inés; otras en las cercanías de Tlayecac, municipio de Ayala, por mencionar algunas.
En este mismo periodo, los balnearios, restaurantes y hoteles, todos en tierras ejidales, crecieron con el amparo del gobierno y moldearon el sentir campesino, y se proyectó una creciente especulación de la tierra.
Todavía en la primera década de este siglo, los grandes negocios inmobiliarios crecieron con el apoyo gubernamental: fueron construidos más de treinta mil departamentos en el corredor de Atlacholoaya y Santa Rosa Treinta. Esta amenazante industria fue detenida por el valeroso pueblo de Tetelpa en Zacatepec, ya que se pretendían construir otras ocho mil viviendas en las faldas del Cerro de la Tortuga, de un centro ceremonial y de una farmacia viva de esta comunidad. La asamblea general comunitaria acordó no permitir este despojo e instalaron un campamento en los terrenos que Casas ARA y luego Casas GEO habían adquirido fraudulentamente.
Durante el gobierno perredista en Morelos, se detonó una gran confrontación contra los pueblos y comunidades cuando se impuso con prepotencia la construcción de una termoeléctrica en Huexca y un gasoducto sobre la zona de contingencia ambiental, los cuales pretendían apropiarse de las aguas del río Cuautla, violentando toda normativa agraria, ambiental, económica y política; de la misma manera, se devastó el territorio comunal de Tepoztlán con la ampliación de la autopista en el tramo La Pera-Oacalco; asimismo, manipularon y compraron a las autoridades agrarias en el poniente de Morelos para favorecer la instalación de una minería a tajo abierto.
Esta última escalada en contra de los territorios comunales y ejidales, presenta una confrontación abierta contra la población y sus usos y costumbres, al tiempo que oculta ese otro despojo de territorios que las inmobiliarias han llevado a cabo de una manera silenciosa en los últimos treinta años en nuestro estado de Morelos. Esos mismos que se adueñan de grandes cantidades de agua, perforando pozos exclusivos, generan que aumente significativamente la contaminación de mantos freáticos con aguas negras, así como los cientos de toneladas de basura que no tienen ningún tratamiento e inundan montes, tierras de agostaderos y tierras de cultivo.
El crecimiento de las áreas urbanas en tierras de uso agrario, hace crecer también la visión urbana en la sociedad, tanto de los habitantes de ciudades como de las nuevas generaciones de las comunidades; una visión que parte del hecho de poner cemento donde hay tierra como señal de “progreso”, y de descalificar la organización comunitaria y los rasgos de identidad, para hacerlos ver como algo atrasado, como parte del pasado que hay que borrar.
En este contexto en el que la lucha actual de los pueblos y comunidades se enfrenta a una reconfiguración, no sólo del entorno geográfico sino también de su cosmogonía, hay que reinventarse a sí mismo para interactuar con las nuevas formas de la vida social, económica y política, sin enterrar los elementos principales de su ancestralidad. No para apostarle a vivir en el pasado, sino para construir con esa fortaleza un futuro más digno y de justicia, con base en la autonomía del territorio ejidal o comunal, que busca resignificarse ante las nuevas generaciones. ❧
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AaJunio de 2018
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