Guillermo Palma
Construcción de Mundos Alternativos Ronco Robles (COMUNARR)
El proceso de resistencia del pueblo rarámuri, la manera en que se está oponiendo en este tiempo… Estamos siendo colonizados por otros modelos de pensamiento. Esto avanza y cada vez es más difícil seguir siendo rarámuri, como nos lo han pedido nuestros ancestros. El pueblo rarámuri no fue sometido nunca; ahora estamos siendo invadidos biológicamente, pero por algo que no alcanzamos a ver. Todavía hay mucha resistencia en cuanto a la manera de vivir en este espacio, a la pesca, la caza, la agricultura y todo lo que conocimos andando con nuestros abuelos, con nuestros papás y mamás; aprendimos también a ser buenas personas, a ser un buen rarámuri, decimos nosotros, y eso es fuerte todavía en mi cultura.
El lazo o el vínculo que tenemos con nuestro territorio es muy fuerte; es muy raro que un rarámuri emigre a Estados Unidos a buscar el sueño americano, a pesar de que estamos muy cerca de la frontera. El rarámuri emigra a la ciudad a completar un poquito lo que a su comunidad le falta, y regresa. Esto nos mantiene fuertes, fortalecidos. Esta resistencia muchas veces no es comprendida porque no tenemos el concepto desarrollista que nos ha traído la cultura.
Hay una experiencia en cuanto a la educación que se nos ha impuesto; a los jóvenes, a los niños de tres años ya se les obliga a ir a una escuela, para encerrarlos en cuatro paredes y enseñarles lo que deben aprender. Muchas veces la comunidad no es tomada en cuenta para decir qué es lo que debe aprender el niño. Se habla de una educación indígena en la que se aprovechan a los mismos rarámuris para ocupar esos espacios, las plazas de educación indígena.
Después de 40 años, quizás un poco más, de esta alfabetización, en gran parte de la Sierra Tarahumara se ha perdido mucho el ser rarámuri en las comunidades. Cualquiera puede ir a las comunidades y preguntar: “¿Cuándo se empezó a perder la lengua?” “Hace como 45 años”, responden. Coincide con la llegada de la escuela. ¿Y el maestro quién era?, un rarámuri de quién sabe de qué lugar, que hablaba en nuestra lengua, que nos entendía, pero las clases nos las daba en español. Entonces el propio pueblo rarámuri, los propios maestros rarámuris, también formados con una manera distinta de administrar el conocimiento, de enseñar, han hecho que nosotros mismos olvidemos lo que somos.
A pesar de eso, seguimos resistiendo, seguimos aprendiendo uno del otro, compartiendo saberes. Hay raíces en los pueblos que no se alcanzan a ver desde afuera, pero nosotros las vemos porque las construimos, las tenemos cimentadas, y ésas no son fáciles de cortar porque son invisibles. Solamente el que está en la raíz, sabe que ahí está la raíz, sabe cuál es su función y cómo fortalecerla. ¿Quién debe fortalecer a las comunidades? Nosotros mismos. Desde recuperar la historia, conservar la que todavía queda, procurar que nuestros hijos crezcan con esto que es una necesidad de proteger el entorno, hasta cuidar la relación con el ser humano, la relación con el resto del mundo.
Decimos también que el mundo nos está hablando, pero muchos no sabemos escuchar. Algo nos está diciendo. Ya no llueve, pero seguimos contaminando. Son modos distintos de resistir, muy propios, y que cada pueblo debe construir desde su origen primigenio; a veces nos metemos, como pueblos indígenas, como rarámuris, a resistir de una manera que no conocemos, con las leyes del blanco que no conocemos, y resulta una lucha muy desgastante.
Creo que a las autonomías y las resistencias hay que construirlas desde lo que somos, y enriquecernos con los demás. Creo que es importante fortalecer la intraculturalidad antes de entrar a la interculturalidad, porque si no es así, si mi cultura está débil y me meten en un espacio intercultural, las culturas más fuertes nos van a absorber. También la interculturalidad es peligrosa.
Fabián Bonilla
Vecinos Unidos Zona Poniente, Belén de las Flores
Quisiera plantear un tema que tiene que ver con la configuración y con la construcción de megaproyectos en la Ciudad de México.
Nosotros en los años 80 vivimos una especie de primavera ciudadana, que inicia con la indignación por las explosiones en San Juanico, en el 84; por la solidaridad frente al terremoto del 85; con el movimiento universitario en el 87; con la movilización de los ciudadanos ante las elecciones del 88. Una enorme emergencia ciudadana, barrial, popular, se dio en la Ciudad de México y las zonas periféricas a ésta. Sin embargo, entre 1988 y 1994 se obtuvo una respuesta a esta movilización, a partir de la configuración de la ciudad como un proyecto neoliberal. La regencia de Manuel Camacho Solís dio acceso a una estrategia urbanística que modificaría el paisaje, pero no sólo es de gobiernos neoliberales; no sólo es De la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, sino también es el gobierno democrático de izquierda. Este proceso tiene un momento simbólico con el inicio de la construcción de la Torre Mayor, en Chapultepec, en 1997, presentada por quien era el jefe de gobierno entonces, Cuauhtémoc Cárdenas, pero quien la inaugurará en 2003 será Andrés Manuel López Obrador.
A partir del deseo por dinamizar la catástrofe que es Santa Fe, un espacio que está colapsando en su totalidad, actualmente nos preguntamos: ¿qué es lo que quieren hacer ahora? Montar este megaproyecto, que es por un lado la ampliación de la autopista México-Toluca, la introducción del tren interurbano México-Toluca, la construcción del viaducto elevado; y por otro, la ampliación de la línea 9, de la línea 12 hacia Observatorio, la construcción de una zona comercial en el Metro Observatorio, la edificación de un estacionamiento para los trabajadores de Santa Fe que puedan subirse al tren y llegar a sus lugares de trabajo… Pero, ¿qué pasa? Hemos estado aquí desde hace décadas –mi abuelo llegó a este espacio traído por su padre, que era un guardabosques–. Lo que estamos haciendo es reinventarnos, configurándonos de nuevo como comunidad.
Estamos poniendo el dedo sobre la llaga para rechazar esos proyectos, porque no sólo es un proyecto que de alguna manera va a agilizar la circulación. Lo que estamos viendo es precisamente la problemática, todas las complejidades que tiene.
Mi familia vive en un lugar que se llama Belén de las Flores, una colonia que se creó a partir de la configuración de una exhacienda que producía trigo, edificada en 1700. Tenemos agua, bosque, pero para el poder y los medios eso se llama barranca, entonces hay que sacar a la gente de la barranca porque hay que salvarle la vida. Nosotros decimos no, éste es nuestro espacio, éste es nuestro lugar; ahí estamos, ahí están enterradas nuestras familias. Nos estamos oponiendo precisamente a esta situación de despojo, que también es uno simbólico. Hemos organizado asambleas desde que empezamos a tomar conciencia de la situación, y ahora está ocupada por granaderos. Como vecinos, somos gente que está preocupada, que está generando las voces de demanda, de exigencia, de consenso…
Armando García
San Francisco Xochicuautla
San Francisco Xochicuautla, hasta diciembre de 2007, era una comunidad como todas, a lo mejor sin desarrollo, con servicios básicos, escuelas, agua, luz, pero, como cualquier comunidad, tenemos nuestras necesidades. Ese año, en nuestro traspatio, descubrimos con tristeza a gente de una empresa que dice pertenecer a Autovan, S.A. de C.V. Ingenieros trabajando, haciendo trabajos técnicos del suelo. Como todos ustedes, y como cualquier ser humano, si ven a una persona detrás de su casa le preguntan: “¿Qué estás haciendo?, ¿quién te lo permitió?” Así lo hicimos varios de los vecinos, porque nunca fuimos notificados por usos y costumbres. Cuando se nos explica que es un proyecto, una carretera, una autopista de cuota, pues nos llama la atención y decimos: “¿Por qué aquí?”, estamos hablando de una zona boscosa. La curiosidad nos reúne por usos y costumbres en asambleas para exigir a los que son nuestros representantes, a la delegación, que nos den una explicación de por qué están haciendo estos trabajos sin que ninguno de nosotros como vecinos estemos enterados. Se hicieron cuatro asambleas hasta 2010, por usos y costumbres, donde chicos y grandes han tenido voz y voto; celosos de nuestro territorio, de nuestras costumbres, decidimos decir no a ese proyecto. Estamos hablando de asambleas convocadas a libre demanda, y en donde todos participamos.
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Vemos con tristeza que el gobierno, al saber que no puede manipular a toda una comunidad para obtener el consentimiento del paso de ese proyecto, opta por un registro de comuneros. Somos catalogados como una comunidad comunal. Desde 1952, el gobierno federal nos otorga 1, 901 hectáreas, pero hasta 2010 se acuerda –ahora sí– de que somos comuneros y hace un registro de nuestro núcleo. A través de las leyes agrarias, ellos van a poder trabajar en menor cantidad, porque nuestra comunidad representa 4, 600 personas, que son difíciles de convencer, pero si tomo a 10% a lo mejor les meto un poquito de maíz en sus bolsillos y los convenzo. Hay gente que piensa que con el dinero que les dieron van a hacer el negocio de su vida. Desafortunadamente, como comuneros, las leyes agrarias no nos dan la propiedad total de las tierras. Nos llaman concesionarios, pero eso lo tenemos desde tiempos ancestrales, desde los abuelos incluso; la herencia de la tierra ha sido transferida de generación en generación. No poseemos ni un registro de alguna propiedad que esté pagando predial, porque así eran las costumbres desde la época colombina; cuando al indio no se le podía ver en la ciudad, se le mandó a vivir al cerro.
A partir de 2010, el registro de comuneros y las asambleas convocadas por éstos ya no se hacen por usos y costumbres; ahora, en cada convocatoria, mandan granaderos a cuidar el orden, algo que no se veía antes de ese año. Quienes tenemos un poquito de conciencia y sabemos que el desarrollo no es destruir, sino construir, solicitamos que esas asambleas no tuvieran validez. Las impugnamos, y ni siquiera poniéndonos trampas lograron los requisitos que por ley debieron haber reunido durante esas asambleas. El poder es el poder. A punta de pistola nos mandan a los trabajadores custodiados por granaderos para hacer todo el daño que se han logrado hasta hoy, y quienes se opongan simplemente detenlos, mételos a la cárcel, dales su calentadita y después los sueltas.
Hemos sido 22 personas a las que nos han detenido, a las que nos han privado de nuestra libertad, entre ellos su servidor, y escúchenlo bien, como autoridad no valí ni un comino cuando me detuvieron; fue una violación aquí y en cualquier parte del mundo, aun siendo autoridad. El problema creció. La sociedad se dividió en tres partes: los poquitos que están a favor, los muchos que a lo mejor están pero que ni les va ni les viene porque no les afecta nada y otros poquitos que hemos resistido ya durante años.
Metieron su proyecto por una zona boscosa, en donde nosotros, como otomíes, tenemos lugares sagrados; por una zona en donde está la captación del agua que nutre los mantos acuíferos, agua que va y se vierte al sistema Cutzamala, que viene y nutre a la Ciudad de México. Son 22 kilómetros de bosque, pulmón prioritario de ambas ciudades, tanto de Toluca como de México. Es eso por lo que nosotros, como pueblo, estamos luchando. Primero, por nuestra pérdida de territorio, pues no debe ser de esa forma; segundo, por la pérdida de cultura, porque nos han quitado nuestros lugares sagrados, tampoco debería ser así, y tercero, porque gracias a ese proyecto, a estas alturas, la división social crece.
Valiana Aguilar Hernández
Maya peninsular
Pensarnos y sentirnos como tejido es una tarea que nos han encomendado las abuelas y abuelos, porque al hacerlo seguimos resistiendo.
Como indígenas, hemos caminado la vida, la resistencia y la rebeldía con dos pies, y así lo hemos hecho durante más de 500 años. Las comunidades han tratado de mantener la soga unida. La resistencia no sólo significa aguantar los golpes que cada día nos da este sistema de muerte y destrucción, sino también construir la vida con dignidad. La rebeldía consiste en no aceptar lo que nos imponen, en tener esa necedad y terquedad de seguir siendo lo que somos, de pensarnos como un tejido.
Sabemos que nos quieren quitar todo, nuestra madre Tierra, nuestra lengua, nuestra forma de ser y vivir, para imponernos su desarrollo, destrucción y capitalismo patriarcal; nos quitaron tanto, incluso el miedo. Lo que no sabían es que tenemos unas raíces tan grandes y profundas que llegan hasta nuestros corazones. Nuestro tejido ahí seguirá por esa rebeldía. La resistencia es pensarnos en nuestros caminos, seguir siendo lo que somos, continuar construyendo en rebeldía y con dignidad.
Un hombre mayor de la comunidad de Cherán nos contó que cuando los españoles llegaron a estas tierras nos ofrecieron espejos, y que a partir de ese momento comenzó el despojo, la violencia, el sufrimiento y el dolor. Pero que eso ha cambiado, ahora nos vemos en un mismo espejo para compartir nuestra rabia, dignidad y rebeldía, para seguir construyendo la vida. Eso es lo que hemos venido haciendo, tejiéndonos, reflejando nuestros sentipensares, compartiendo nuestras luchas, nuestras formas de construcción, porque sabemos que no hay un solo camino para la construcción de un mundo nuevo. Lo que queremos es lo que nos han compartido las compañeras y compañeros zapatistas, un mundo donde quepan muchos mundos.
Como indígenas, lo vivimos en la siembra de la milpa, donde cada variedad que sembramos no se pelea con la otra, sino que se complementan y todas son necesarias al mismo tiempo.
Hemos visto también que la raíz de este sistema de odio a la vida es el patriarcado, el cual ha tratado de romper nuestro tejido. Los hombres, porque reproducen el sistema sin darse cuenta y son igualmente oprimidos y violentados; las mujeres, porque nos destruye, nos explota, nos oprime, nos desaparece. Todos hemos sentido esto en nuestras raíces. Por eso es importante mencionar cómo, ante el horror que vivimos y la destrucción de nuestra madre Tierra, las mujeres y algunos hombres somos quienes nos buscamos y nos encontramos en este tejido, quienes salimos a defender y construir la vida, y decimos juntos: ¡ya basta!
Esta frase tiene mucho impacto, porque lo sentimos y vivimos en nuestras acciones colectivas, donde reproducimos lo mismo que el sistema capitalista-patriarcal nos ha hecho: luchar por el poder, la dominación, la destrucción, en lugar de estar construyendo la vida, defendiéndola, tejiéndola. En todo el mundo estamos viendo ejemplos de esta rebeldía, desde los compañeros zapatistas, las mujeres de Kobane, las dignas madres y padres de Ayotzinapa, en Cherán, Palestina, y así podríamos nombrar las miles de luchas.
En la construcción de este tejido, pensamos que resistir es como respirar: no podemos dejar de hacerlo porque morimos. Resistir es defender nuestra casa común. Resistir es tener esa rebeldía de creer que la leyenda que nos cuentan nuestros abuelos mayas de la soga que unía a los pueblos, que los españoles cortaron, sigue ahí y tenemos que unirla. La resistencia es tener la esperanza de que podemos seguir tejiéndonos. Resistencia y rebeldía también es seguir exigiendo que aún nos faltan 43 y miles más.
Pedro Chávez
Cherán Keri
Queremos manifestar, primero, que la resistencia en Cherán no surge por gusto, sino como una necesidad más de los pueblos originarios; es un proceso largo de resistencia a este coloniaje, que se da desde 1492. A partir de 2011, el pueblo de Cherán pone la mirada sobre las raíces y dice: “La lucha, el movimiento y la resistencia tienen que darse con base en algo que es nuestro, que es nuestra cosmovisión y forma de resistencia a este modelo de muerte; y decimos que a pesar de lo ocurrido en 1492, con todo este sistema de colonización, del sistema educativo castellanizador, de toda una aniquilación, pareciera que la cultura no quiere llegar a la muerte”.
Se empezó con una resistencia en 2011 por defender lo que nos dejaron nuestros papás, que son los bosques. Y entonces resurgió un llamado ético, un llamado de esa parte del amor a la vida, y nació el movimiento en defensa de la casa común, que es la madre Tierra. A partir de 2011, Cherán se manifiesta ante la devastación criminal que se da no solamente con los bosques, sino también en la naturaleza en general; manifestarse ante la crisis que hay en nuestro estado y en el país, en busca de la seguridad y la justicia.
La madre Tierra hace el llamado. La madre Tierra da signos de alerta y eso nos convierte en sujetos sociales no sólo pensantes, sino también de acción. Hablar de un proceso de resistencia no es solamente hablar de la lucha que ocurre contra los talamontes, contra el crimen organizado, contra un sistema de muerte, sino además de cómo nos manifestamos y hacemos nuevas formas de vida. Si hay prácticas que nos definen, son la relación y el amor, y no sentirnos dueños de la naturaleza, sino parte de ella. Esta necesidad se da en un contexto donde, en primer lugar, lo que está en mayor riesgo es la defensa o el cuidado de la casa común. Una cuestión que es grave y que nos preocupa en la actualidad es un epistemicidio de los pueblos originarios. Si bien los datos no nos ayudan en la parte de la lucha de los pueblos originarios, sí reflejan una esperanza. La parte que menos se ha explotado es donde viven más relacionados con la madre Tierra, con el ser humano, pues son las partes donde no se ha invadido de manera total, como en los pueblos originarios.
2011 fue un año de resistencia, que surge a través de las mujeres y los jóvenes; ése es otro dato que nosotros queremos visibilizar: las mujeres y los jóvenes son los que finalmente ponen la pauta para definir los modos de resistencia. Lucha de resistencia. Algunos teóricos, y lo decimos con todo respeto, lo pueden definir de diferentes maneras, premodernidad, comunalidad, modo de vivir, colectividad. Nosotros decimos que es una necesidad ante algo que sentimos propio, pero ante todo es una responsabilidad.
Decían los compañeros en 2011, cuando por primera vez tomamos la palabra en esta lucha de resistencia: “La comunidad nos está llamando a ser buenos comuneros, a responder al llamado del comunero, a defender el territorio, pero sobre todo a no caer en esta indiferencia e individualidad que nos ha hecho el sistema”. Hoy tenemos un llamado que nos hace la madre Tierra. Resistir no es fácil, resistir ante el Estado, resistir ante el crimen organizado, resistir ante el hambre de la propia comunidad que tiene la necesidad de hacer uso de la naturaleza… Lo que hacemos es no dejar aislada ninguna lucha en defensa de la casa común. Defenderla desde estas partes.
Esta resistencia se da hoy, o se retoma, de manera más contundente que el 15 de abril, y se da por algo común: la defensa de los bosques. A partir de ahí, lo que nosotros hacemos, que define este modelo de resistencia, pudiera traducirse en algunos ejes: uno, defender algo común, de todo sujeto, no nada más de los de Cherán; dos, lo que nos decían nuestros abuelos: los partidos llegaron a dividirnos, y por definición de la palabra, parten, y si nos parten, nos debilitan; y tres, no puede haber justicia cuando no se sirve de manera desinteresada: lo tenemos que hacer en colectivo. En Cherán no hay un presidente, hay un consejo.
La responsabilidad es resistir, pero no lo vamos a lograr solos, por eso estamos aquí con ustedes. Estamos haciendo este modo de resistencia. No puede quedarse de manera aislada en este contexto, en este infierno neoliberal. Pareciera que es una noche eterna que no quiere amanecer. Pensamos que esas pequeñas chispitas del amanecer empiezan desde estos espacios. Agradecemos que la mirada se esté poniendo también en los pueblos originarios. Aunque a veces cometemos más errores que aciertos, parece que estamos recuperando nuestras raíces, y las raíces dicen: no podemos matar a la propia vida, que es a la par nuestra madre naturaleza.
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