Con la llegada de Internet, la página adquirió una condición inmaterial; algunos de sus efectos son conocidos, pero otros aún permanecen en la incógnita. A propósito del nuevo rostro virtual que tiene ahora Voz de la tribu, este ensayo ilustra las ideas de Iván Illich sobre las mutaciones de una tecnología: la tecnología del alfabeto, del siglo XII al XXI.
La revista Voz de la tribu deja de ser una publicación sobre papel para transformarse en una digital, es decir, un ensamble de páginas sin soporte material. Ahora bien: la palabra página es el diminutivo de la palabra latina pagus, que significa campo, pedazo de suelo, terruño de un pueblo, en otros términos, lo más concreto y material que haya. Decir página sin soporte material es literalmente decir campo sin suelo, una contradicción en los términos. En alemán, el adjetivo bodenlos, sin suelo, significa enorme, desprovisto de medida y hasta abominable. Hoy, la página se ha vuelto “desmedida”, “sin soporte material”, “sin suelo”.
El modelo de página tipográfica –término usado aquí en el sentido de ordenada para la vista más que para el oído–, ha cambiado poco desde su creación en los albores del siglo XIII hasta su desmaterialización en las pantallas de las computadoras a partir de 1980. La primera página compuesta con caracteres móviles, impresa por Gutenberg hacia 1540, no modificó radicalmente el orden “tipográfico” de la página tal como fue definido por la revolución escribal de fines del siglo XII1Sobre esta revolución, ver Iván Illich, “El texto y la universidad. La idea y la historia de una institución única”, trad. del alemán por Jean Robert, Voz de la tribu, núm. 1, Cuernavaca, pp. 5-13.. En palabras de Illich, esta revolución creó el objeto apto para ser impreso tres siglos más tarde: el texto. ¿Cuál es el objeto, la “cosa” que llamamos texto? “La aplicación de las reglas escribales del siglo XII permitió –con secuencias reordenadas de letras– crear un fantasma arquitectónico abstracto sobre el vacío de la página”2Iván Illich, “Du livre au texte”, chapitre 7 de Du lisible au visible. Sur l’Art de lire de Hugues de Saint-Victor, París: Cerf, 1991, p. 137-147, sin versión española, las traducciones son mías.. Los pasos hacia una pérdida progresiva de materialidad del libro no son difíciles de seguir: en el siglo XIII, el papel sustituyó el pergamino y el libro adoptó el formato que es aun el de los volúmenes que llenan los estantes de nuestras bibliotecas. La imprenta quitó todo significado a la distinción entre original y copia y la desmaterialización de la página culminará en la pérdida de todo soporte material en la era digital.
Pero cuando Illich habla de “un fantasma arquitectónico sobre el vació de la página” se refiere a algo más fundamental que a esta marcha progresiva hacia la desmaterialización. Con la revolución escribal del siglo XII, “[l]a página perdió su calidad de mantillo o de terruño en el que las palabras se arraigaban” y el texto nuevo pudo ser “una ficción que se desliza en la superficie del libro y que toma vuelo hacia una existencia autónoma”3Op. cit., p. 142.. Illich habla de una separación o de una autonomización del texto de la página. “De ahora en adelante, el texto será una ‘cosa’ distinta del libro, un objeto que se puede visualizar, hasta con los ojos cerrados”4Op. cit.. Antes de la revolución escribal del siglo XII, el libro era generalmente un comentario de la Escritura o de la Naturaleza. A partir de ella, se transforma en un signo del espíritu. Al tiempo que el texto se desarraiga simbólicamente de las páginas del manuscrito, “la letra rompe su liga milenaria con el latín”5Op. cit. y aparece en textos en lenguas vernáculas en las que podemos ver el origen de las “lenguas nacionales” de Europa. Se manifiesta entonces un fenómeno que George Steiner6George Steiner, Alter Babel califica de “bookishness”, asociado a una nueva actitud frente a la lectura o, mejor dicho, a una nueva forma de lectura, la lectura libresca. En poco más de un siglo, se pasó de la lectura de los dos libros de Dios, la Escritura y la Naturaleza, a la lectura del texto-espejo-del-pensamiento, que es la esencia de la lectura libresca. Esta nueva actitud frente a la lectura fue la condición de dos grandes corrientes de la cultura occidental: la novela y la ciencia (digamos: Cervantes –1547-1616– y Descartes –1596-1650).
Detrás de la última desmaterialización de la página en la pantalla de las computadoras, hay una mutación mucho más fundamental: la transformación del texto en estructura gráfica de la información. Ésta podría ser el fin de la literatura y de la ciencia a la vez, pero, que sepa, ningún historiador fuera de Illich ha reflexionado sobre esta posible catástrofe. “La ceguera de los historiadores a las mutaciones del texto libresco se funda en el postulado estructuralista de que todo lo que existe es, en cierta forma, un texto”7Op. cit., p. 141. Olvidan la historicidad del texto y el lugar muy particular del texto libresco en la historia del texto alfabético. “La lectura libresca tiene un origen histórico y hay que admitir hoy que su supervivencia es un deber moral, fundado intelectualmente sobre la comprensión de la fragilidad histórica del texto libresco”.
Lo que nos interesa discutir es el cambio que afecta una tecnología prototípica, la de la página visible sobre el papel que, desde el medioevo tardío, conformó la mentalidad libresca.
Los que hemos decidido sufrir reflexivamente esta metamorfosis, nos interrogamos sobre su significado cultural. Consideramos que es signo de un giro nuevo en la historia social del alfabeto. Es decir que no queremos discutir de gustos y de preferencias personales por la “lectura sobre papel” o por “la lectura en pantalla”. Puede ser que tales preferencias tengan que ver con la edad –pareciera que los más viejos prefieren el papel y los más jóvenes la pantalla– pero son irrelevantes a la profundidad de la mutación cultural que se manifiesta desde un tercio de siglo y se va acelerando. Lo que nos interesa discutir es el cambio que afecta una tecnología prototípica, la de la página visible sobre el papel que, desde el medioevo tardío, conformó la mentalidad libresca. Todo debate sobre preferencias generacionales transitorias sería una cortina de humo velando la profundidad de la mutación de la que la desmaterialización de la página es sólo un síntoma.
Quizá sea oportuno mencionar una coincidencia: el primer número de Voz de la tribu como publicación en papel empezaba con el artículo de Iván Illich sobre el texto y la universidad. Describía la aparición simultánea, en el siglo XII en Francia, de una nueva tecnología de la escritura y de una nueva etología de la lectura que transformaron la página auditiva de los monasterios en página óptica e inauguraron así una actitud enteramente nueva hacia el libro y la lectura. Esta nueva forma de leer justificó la creación de una nueva institución para practicarla: la universidad. Esta edición trata de interpretar el fin de la época de publicación en papel en la perspectiva del fin de la época de la lectura libresca, lo que debería invitar a los historiadores a hacerse una interrogación sobre el destino de la universidad en la edad de la desmaterialización del texto.
Desde su invento en la edad de Homero, las dos docenas de signos del alfabeto –única escritura enteramente fonética por hacer una distinción clara entre vocales y consonantes– han sufrido relativamente pocos cambios en la variación de los soportes y la arquitectura de su composición en el rollo, en la página o, ahora, en la pantalla, literalmente una no-cosa. La mutación de la página a partir del siglo XII es de una amplitud que pocos historiadores han reconocido. Las dos docenas de letras latinas se agruparon para formar palabras visibles, es decir que se generalizó el hábito de separar las palabras. En la escritura continua, generalmente practicada antes del siglo XII, el ojo del lector seguía la pista de las líneas dándoles voz, y su sentido se le revelaba cuando se oía a sí mismo. La página era entonces un instrumento acústico comparable con una partitura musical. Como (casi) siempre se leía en voz alta, la mayor parte de los oyentes leían con los oídos. El conocimiento de las letras no era una condición imprescindible de la práctica de la lectura. La lectio estaba hecha “para los oídos”. Saber leer con los ojos no era considerado una proeza técnica, ni tampoco sólo saber leer con los oídos era un motivo de discriminación social. No había “analfabetos”. La revolución escribal de los siglos XII y XIII, al generalizar la lectura silenciosa, evidenció a los que no sabían leer con los ojos y volvió pensable un nuevo tipo de discriminación social.
Lo que demuestra la historia de la lectura desde el siglo XII es un movimiento continuo de desencarnación. Illich, que había estudiado teología, no quiso hablar de ello como teólogo, sino como historiador. Occidente, la cultura nacida de la fe en la encarnación del verbo, es actualmente el más desencarnado de todos los mundos de los cuales existen registros. En tanto historiador, Illich quiere atraer nuestra atención sobre pasos significativos de esta marcha hacía la desencarnación.
Propongo que nos detengamos en la coexistencia de tres maneras de leer: la lectio divina, la lectio spiritualis y la lectio scholastica a principio del siglo XII y en el monopolio de la lectio scholastica a partir del siglo XIII. En 1126, el maestro del studium augustinum de Paris, Hugo de San Victor, había formulado una nueva doctrina en la que podemos ver un parteaguas: “Hay tres formas de lectura: con mis ojos, con los tuyos y en la contemplación silenciosa”8Iván Illich, “Lectio divina dans la haute Antiquité et l’Antiquité tardive”, La perte des sens, París: Fayard, (1993) 2004, pp. 163-185, sin versión en castellano, las traducciones son mías, p. 164.. Antes, leer un libro era como tocar un instrumento. El lector despertaba el textus y encarnaba con su voz y los gestos de todo su cuerpo las voces paginarum, las voces que dormían en las páginas. Leer era entonces cantar la página en las siete horas monásticas en las cuales el canto de la comunidad se confundía con las voces paginarum.
Después de este parteaguas, en la lectura durante la contemplación silenciosa, “se atribuye a la mirada la capacidad de descifrar una formación visible”9Op. cit., p. 165.. La palabra textus, cuyo sentido original evoca un tejido, se vuelve, en el siglo XII, el nombre de un instrumento óptico.
Se ha cumplido una mutación del sentido del verbo leer y ha adquirido otro “que no aparecerá en todo su horror antes de nuestra generación, donde las computadores se leen mutuamente”
Innovaciones técnicas, como la separación de las palabras, permitieron generalizar la lectura silenciosa, propia de lo que se llamará lectio scholastica y que se practicará en los nuevos espacios abiertos, las universidades. La lectio divina fue ocultada por la lectio spiritualis y la lectio scholastica ocularo-céntrica. La interpretación analítica del encodamiento de conceptos tomará el lugar de la lectura practicada como consonancia armónica y solemne.
Illich considera que esta ruptura en la historia de la lectura es el eslabón faltante del origen de la modernidad occidental. Hoy, parece natural que el primer sentido de “texto” sea el de un arreglo visible de palabras y que la lectura sea su desciframiento. “El texto, a pesar de su referencia a una textura, se volvió intangible. Ha perdido sus voces, es mudo y abstracto, separado del oído y de la lengua del lector”. Se ha cumplido una mutación del sentido del verbo leer y ha adquirido otro “que no aparecerá en todo su horror antes de nuestra generación, donde las computadores se leen mutuamente”10Op. cit., p. 166.. La grieta que se manifestó en el tiempo de las cruzadas “es ahora un abismo sin fondo”11Op. cit.. “Leer se ha vuelto un puente fantasma entre encarnación y desencarnación: el proyecto cultural de la modernidad”12Op. cit., p. 167.. El acto de leer amenaza hoy con volverse la expresión de “la voluntad frenética de abstraer una semblanza de concreción de funciones, de editar un anónimo genético en alguien susceptible de interpretación”13Op. cit.. La nube de estas certidumbres difíciles de poner en cuestión “impide recobrar el sentido auditivo de la lectio divina en el alba del medio-evo”. Y recobrar este sentido es esencial para definir una actitud ética, una hexis frente a la desmaterialización terminal del texto a principio del siglo XXI. Lo que está en cuestión no es el que prefiera leer sobre papel mientras tú prefieres leer en pantalla, sino el reconocimiento de una pluralidad de modos de leer amenazada por el monopolio de un modo único y compulsivo.
En su discurso, durante la celebración del vigésimo aniversario de la universidad de Brema, en octubre de 1991, Illich expresó su fe en la capacidad de la universidad de autorreformarse. Su práctica de años como conferencista universitario (diez en Penn State, más de diez en Brema) puede proyectar luces sobre su concepto de reforma. En las universidades de Pennsylvania y de Brema –como lo intentó también en Kassel, en Oldenburg, en Marburg–, Illich tuvo un proyecto de subversión de la universidad: quería desplazar su centro de gravedad de las aulas a salones situados cerca de una buena biblioteca y equipados con una pequeña cocina y una reserva de buenos vinos. En estas universidades firmó contratos de no más de medio-semestre anual en cada una, en el que se comprometía a animar un solo seminario semanal. En ambas, rentaba una casa próxima a la universidad en la que tenía mesa abierta los fines de semana. En general, daba su tarde de seminario en aulas de la universidad los viernes para permitir que los debates iniciados en el aula se prolongaran en las living room conversations de su casa los fines de semana. En tanto a la relación entre la forma de componer y leer páginas y el estilo de la universidad, la esencia de su proyecto no era restituir a la página su soporte material, sino restablecer la relación rota entre scientia y amicitia. Ciencia sin amistad no es más que una gestión de la información, un bien escaso por excelencia cuya acumulación promueve a “capitalistas del saber”. La práctica de la amistad en la universidad requiere cierta pobreza voluntaria que disminuya la presión de la escasez sobre el conocimiento. Bajo tales auspicios, la disciplina universitaria puede fomentar el reflorecimiento de una diversidad de formas de leer y romper el monopolio de la codificación informática de abstracciones sobre el saber. ❧
Referencias
- Iván Illich, “Le texte et l’université: idée et histoire d’une institution unique”, París: Esprit. Actualité d’Ivan Illich, Août-septembre, 2010, p.p. 172-184, traducción al castellano citada en la nota 1.
- Barbara Duden, “Illich, seconde période”, París, Esprit. Actualité d’Ivan Illich, op. cit., pp. 136-157, sin versión en castellano, las traducciones son mías.
1 Comment
Un resumen muy completo acerca de la obra de Illich que sin duda, te deja con algún impulso de leer más a fondo de este tema muy hablado y, sin embargo, abordado desde una perspectiva muy distinta a la que el autor quiere tratar y, claro está, influenciar a su lector.