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La espiritualidad del zapatismo: Zapata vive

El caudillo del surEl caudillo del sur / 1990 / Alejandro Aranda / Xilografía / 38:5x23 cm.

En el imaginario colectivo, la historia de Zapata encuentra otras lecturas gracias a las variaciones que surgen del mito. La posibilidad de que se haya librado de la traición en Chinameca, escapando hacia Arabia, arriba con fuerza en las narraciones orales, quizá porque aún desprende atisbos de esperanza.


 

“¡Zapata vive, la lucha sigue!” ha sido el grito de guerra de innumerables movimientos sociales en Morelos y en todo el territorio nacional y aún allende sus fronteras. Parece la negación a la derrota o la advertencia de que en cada rebelión cabalga el Libertador. Sin embargo, en las tierras del sur se cuenta una historia distinta que niega el asesinato ocurrido el 10 de abril de 1919 en la exhacienda de Chinameca.

Zapata no murió. “Entonces, ¿Zapata vive?”, preguntó el académico Víctor Hugo Sánchez Reséndiz a don Antonio Reyes, un hombre mayor de Nepopualco, en Totolapan, región de Los Altos en Morelos, zona zapatista: “No, cómo cree”, respondió haciendo pensar al investigador: “vaya, un anciano que no cree en mitos”. Sin embargo, repuso el viejo: “Él estaría ya muy viejo, tendría más de cien años. No’mbre, él murió como a los 70 años”.

La narración se recupera del libro De rebeldes fe, una investigación de Sánchez Reséndiz publicada en 2006. Este sociólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y doctor en desarrollo rural por la Metropolitana, Unidad Xochimilco, dedicó varios años a recuperar la memoria histórica del mito que persiste en toda la zona zapatista de que Emiliano no murió.

La historia tiene variantes según la zona, pero básicamente niega que las tropas al mando de Jesús Guajardo hayan masacrado a Emiliano Zapata en la exhacienda de Chinameca el 10 de abril de 1919, como establece la historia oficial. Contiene una serie de elementos que la cultura local ha recuperado en otras historias de “héroes culturales”, como les llama Sánchez Reséndiz.

En entrevista, cuenta que según la historia de la no muerte de Zapata, cuando Guajardo y Pablo González fraguaban la traición, los militares ocupaban a mujeres de las comunidades para que les hicieran la comida y echaran las tortillas. Una de estas mujeres, cuyo nombre no se sabe, escuchó el plan que tramaban los federales. Discretamente, ésta escapó y contó al Libertador del Sur el plan para asesinarlo.

Así que un compadre suyo, quizás alguien de su palomilla, tomó su lugar en la cita con Guajardo en Chinameca. Según Sánchez Reséndiz no hay claridad de quién ocuparía el lugar del Caudillo, aunque algunos autores hablan de un señor de apellido Cortés que provenía del poblado de Tepoztlán.

Zapata no habría muerto en Chinameca, según la versión popular, y más bien habría huido a Arabia con otro de sus compadres. Según Sánchez Reséndiz, durante la época hubo una importante inmigración árabe y judía a Morelos, hasta el momento no existe una cuantificación de la misma. Aún hoy, en la zona sur de la entidad hay familias con apellidos Salomón, Assad, Atala, Abdalá. En el libro De rebeldes fe, se reproduce una carta que fue localizada en el Fondo Emiliano Zapata del Archivo General de la Nación, en la que Moisés Salomón, quien formaba parte de una familia migrante a la zona, le escribe a su compadre Zapata:

Jojutla, enero 26 de 1915.

Señor general Don Emiliano Zapata

Tlaltizapán

Estimadísimo compadre:

Contesto su apreciable mensaje de fecha 17 de los corrientes y su no menos atento del 22 del mismo (manifestándole) haber entregado al Coronel Teófilo López, la cantidad de $175.44 cs. que sirvió Ud, ordenarme se le entregaran.

Si necesita Ud. alguna otra cantidad de dinero, tendré sumo gusto y sincera satisfacción en atender sus respetables órdenes.

Con muchos deseos de que se conserve Ud. y su amable familia bien de salud, me es altamente satisfactorio ponerme a sus órdenes, quedando como siempre, de Ud.

Atte. Afmo compadre y s.s.

[Firma] Moisés Salomón

La historia de la no muerte de Zapata también habla de los cuestionamientos de la gente que lo conocía, quienes afirman que el cadáver no tenía la cicatriz que lucía el Libertador, menos aún el hecho de que uno de los dedos de su mano había sido cortado con una reata de lazar toros, mientras que el cuerpo exhibido en Cuautla tenía los 10 dedos de las manos intactos, entre otras señas.

Dice Sánchez Reséndiz: la interpretación de esta historia es la que se aplica a otros “héroes culturales”, lo que la gente hace es descreer de la historia oficial para “derrotar a la muerte. Zapata derrota a la muerte. Se vuelve un héroe cultural que no muere, porque los héroes culturales vuelven. Y no quiere decir que Zapata va a volver viejito. El Libertador va a volver. La no muerte de Zapata anuncia a uno nuevo.

El Zapatismo de abajo

Estas historias ocurren en un marco de espiritualidad que cruza los pueblos de la región cultural conocida como el Sur, la base de la zona de influencia zapatista que rebasa las fronteras político administrativas del territorio morelense. “El zapatismo, al ser un movimiento desde abajo, no es un movimiento político, en el sentido de que, quien encabeza y dirige y le da cuerpo, no es un grupo político a la usanza tradicional. No. Es un levantamiento desde abajo”, dice el académico Sánchez Reséndiz.

“Hay que recordar, Zapata es un representante de su pueblo. Un representante comunitario que tenía una encomienda. Cuando Zapata dice: ‘es que yo no puedo traicionar a mi pueblo, me debo a mi pueblo’, no es en un plan de mártir, es más bien un ‘a ti te elegimos y tú cumples, porque eres el representante’. Eso me lo ha dicho mucha gente”, explica. Y agrega que seguramente Zapata pasó por todo el sistema de cargos de la zona. “Tenemos algunos indicios, como que le gustaba la danza de los moros y cristianos, que participaba en los toros (jaripeo). Ha quedado en la historia de que era un buen charro. Y sí lo era, pero se ha perdido de vista que los toros no eran nada más un espectáculo, sino que los toros estaban insertos en el circuito comunitario”.

Los toros eran parte de las fiestas patronales, no cómo un mero espectáculo sino como una práctica ritual que incluía el hecho de visitar a los dueños y pedir el préstamo de los toros formalmente: los toros que usaban no eran exclusivos para el jaripeo, “eran los toros que regularmente utilizaban para el trabajo en el campo, para las yuntas y demás. Entonces, quienes se encargaban de la organización de la fiesta patronal tenían que ir personalmente a pedir el toro, con todos estos rituales de cortesía que se acostumbraban en el Sur: ‘¿nos permite su toro?’, echarse una copita, hacer todo este ritual”.

Así que “Zapata estaba inmerso en ese sistema ritual. Zapata tenía su palomilla, como todos los jóvenes de la época. Una palomilla que lo cuidaba. Hay quien menciona de hecho, que los primeros que se sumaron al levantamiento son los integrantes de su palomilla. Porque la palomilla es la que te cuida, la que está contigo, la que te sigue, te hace bulla, pero también es la que te entierra”.

El levantamiento de los pueblos surianos “pone en juego todo su bagaje cultural. Eso sigue pasando. Lo vimos en Tepoztlán cuando la lucha contra el club de golf (en 1997). Ese también fue un movimiento desde abajo muy masivo. ¿Qué hacían en el cambio de guardia en los accesos al pueblo?, era por barrio y cada uno llegaba con su estandarte, con el estandarte de su santo patrón. Entonces, hay muchas fotos en la que los zapatistas portan su estandarte. ¿Con qué entran los zapatistas a la Ciudad de México? Con el estandarte de la Guadalupana”.

Rebelarse no sólo implica para los zapatistas la acción libertaria, sino una afirmación cultural. “Por ejemplo, los zapatistas pelean por tierras, montes y aguas. ¿Qué es un monte para los pueblos?, no es un accidente geográfico. Es un lugar sagrado. En todos los montes están los aires, en todas las aguas están los aires a los que les tienes que hacer una oración con todo este sentido de ofrenda. Con un sentido espiritual. Los aires son los custodios de la naturaleza”.

Y “cuando dices tierras, montes y aguas estás hablando de un territorio, no solamente productivo, sino un territorio sagrado. Y esa sacralidad no tenían que explicarla, todo mundo lo sabía. Las aguas a las que les tienes que hacer una oración porque si no te da un aire. Claro, por eso les llevamos la ofrenda. Todavía existe en muchos pueblos la costumbre de llevar la ofrenda al ojo de agua, al manantial, la fiesta patronal en torno al agua”, explica. El zapatismo pone en juego todo esto, porque ellos “no estaban disputando que Madero llegara a la Presidencia, estaban disputando su territorio, que es vida”.

“Parte de su bagaje cultural también son sus héroes culturales. Por ejemplo, hay un personaje en la mitología cultural de esta zona que se llama Agustín Lorenzo, que en algunas zonas surianas se considera como un antecedente de Zapata. Es un personaje de la época independentista. Un personaje mítico que se combina con personajes reales como Pedro Ascencio Alquisiras en Guerrero. Todavía hay representaciones teatrales de su leyenda en algunas zonas de Morelos y del norte de Guerrero”.

Así que la lucha fue un mecanismo para preservarse como pueblos. Fue una reafirmación cultural, según explica el académico, en todos los sentidos. No sólo en la parte de la religiosidad popular, sino también de otras expresiones artísticas, como la música. La muestra de ello que aún persiste es el corrido suriano, cuya “época de oro es la de la revolución, en donde además se reafirman sus lazos comunitarios, regionales, y por eso, a pesar de la guerra genocida de los gobiernos, los pueblos no fueron destruidos”, debido a esas expresiones culturales y artísticas.

Porque, además, “el corrido suriano tiene una riqueza literaria enorme. Los corridistas andaban de pueblo en pueblo, iban e interpretaban y la gente los escuchaba. La gente que cantaba corridos también hizo la Revolución mexicana. Hay una riqueza literaria, son los mismos que hicieron el Plan de Ayala. Un señor, Margarito Sánchez, cuenta que Emiliano Zapata llegó a Jumiltepec, en los Altos de Morelos, y pidió ‘las sagradas escrituras’. Entonces él se acercó siendo niño y su padre le dijo: ‘no, vete, vete’. Pero Zapata respondió que no, ‘que lo dejara, porque él va a contar lo que escuche’”.

Porque estas historias hablan del espíritu de mandar obedeciendo de Zapata. “Hemos encontrado una serie de historias en las que Zapata hace un recorrido por los pueblos y dialoga con ellos. Hace una especie de consulta para luego hacer el Plan de Ayala. Tengo historias que hablan de eso en el oriente de Morelos. Cuando Zapata pide las sagradas escrituras, nos damos cuenta de que el Plan de Ayala tiene referencias bíblicas”.

Sánchez Reséndiz habla de los zapatistas como portadores de una “enorme religiosidad popular. En las fotografías que existen, los zapatistas portaban su sombrero y en él una imagen de su santo patrono. Por eso los militares decían que los zapatistas eran mochos. Tenían valores, como el respeto. La palabra respeto era algo que se decía constantemente en las comunidades: tenías respeto a la comunidad, a la asamblea, a las tradiciones, a los mayores. La palabra respeto aparecía muy vinculada a preservar el pueblo. Por eso ahora se dice que ya no hay respeto, pero es en este sentido”. ❧

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Jaime Luis Brito
Jaime Luis Brito
Periodista y colaborador del PUECC.
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