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La edición digital: un asunto de interés público

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Con la presencia de los lectores electrónicos y las páginas de Internet, el trabajo del editor ha tenido que explorar nuevas formas de labrar un texto, formas que resignifican su propio oficio. La reproducción de lo escrito, a través de la virtualidad, adquiere alcances masivos. ¿La lectura es, por tanto, un proceso más democrático? Este ensayo, escrito por un bibliófilo y editor, busca algunas respuestas.


1.

La discusión en torno del texto electrónico sigue vigente en el medio editorial y cultural del orbe. El asunto ha atravesado los encuentros profesionales, los espacios de formación, la academia, los medios de comunicación e incluso los tribunales. Es un tema de interés público que rebasó las preocupaciones de un gremio.

¿Qué se discute y qué está en juego, quiénes son los actores que participan y los que se están quedando fuera, cuáles sus intereses?, son preguntas básicas que habría que responder con ánimo divulgativo para dar cuenta del debate y de su trascendencia para la vida cultural y social de nuestro tiempo. Este texto es un ajuste personal de cuentas en este sentido: un ejercicio de reflexión cuyo objetivo es esbozar un acercamiento panorámico a esas cuestiones.

Particularmente tengo interés en la dimensión sociopolítica y de conflicto que trae consigo el desarrollo y uso del texto electrónico, y que tuvo uno de sus momentos más polémicos en la digitalización de acervos bibliográficos impresos. Al poner de relieve este aspecto se observa un terreno problemático, diverso y complejo, determinado por un contexto histórico específico y protagonizado por actores de distinta naturaleza.

Asumir una perspectiva de este tipo me parece una tarea intelectual necesaria dado que permite establecer una distancia crítica con respecto a aquellos discursos sobre la tecnología que suelen plantear, al menos, algunas de las siguientes proposiciones: 1) la tecnología es neutra, 2) la tecnología evoluciona por sí misma, autorreferencialmente, o 3) la tecnología es progreso.

Al respecto Cédric Biagini y Guillaume Carnino, en su texto El libro en la tormenta digital, nos advierten: “Una tecnología nunca es neutra: no depende de los usos, buenos o malos, que se le den; ambos terminan siempre por ser concomitantes. Una tecnología abre un mundo nuevo que posee sus propias cualidades y defectos en comparación con el antiguo: hay que pensar, pues, las grandes tendencias […] y las formas de vida que ella induce” 1Cédric Biagini y Guillaume Carnino, “El libro en tormenta digital. ¿Tener una biblioteca en el bolsillo?”, en periódico Le Monde diplomatique, versión de Chile, 2009, consultado en: www.lemondediplomatique.cl/El-libro-en-la-tormenta-digital.html .

Más aún, la tecnología es un campo de actividad humana estructurado socialmente, atravesado por relaciones de poder. Los grupos involucrados están en constante lucha por la legitimidad de su papel en el campo, así como por el control de los resultados y los beneficios de su práctica. Es decir, el avance tecnológico, en cuanto manifestación de la institucionalidad humana, necesariamente responde a causas e intereses sectoriales que se enfrentan para imponerse unos sobre los otros. Esta búsqueda de dominio apunta a la producción y circulación de bienes y servicios en el mercado, pero fundamentalmente a la definición de las categorías que validan estas acciones y sus productos como necesarios e insustituibles en este mismo mercado.

Entrada principal de una biblioteca publica en Estados Unidos, 1930.

2.

Mirar y pensar las grandes tendencias, tal como lo sugieren Biagini y Carnino, puede permitirnos entender más certeramente los efectos del surgimiento y expansión del texto electrónico en el mundo del libro. Para ello, hay que situar el texto electrónico en el contexto más amplio de lo que se conoce como la “revolución digital”: una revolución técnica cuyos inicios formales pueden encontrarse en los años sesenta del siglo XX y que desde entonces transforma el rostro de la cultura de nuestras sociedades dándole la forma de una pantalla, la presencia de lo virtual y la naturaleza de lo digital.

En un ensayo pionero sobre el tema, “Del códice a la pantalla: trayectorias de lo escrito”, y desde una perspectiva de la historia de la cultura escrita, Roger Chartier nos proporciona una descripción de este cambio: “[Consiste en] la transformación radical de las modalidades de producción, de transmisión y de recepción de lo escrito. Disociados de los soportes en los que tenemos la costumbre de encontrarlos (el libro, el periódico), los textos estarían de ahora en adelante consagrados a una existencia electrónica: compuestos en el ordenador o digitalizados, escoltados por procedimientos telemáticos, llegan a un lector que los aprehende en una pantalla”2Roger Chartier, “Del códice a la pantalla: las trayectorias del texto”, en revista Libros de México, núm. 37, México, Cepromex / Caniem, octubre-diciembre, 1994, pp. 5-16..

Con respecto a la innovación técnica que significó la imprenta de Gutenberg, la revolución que hoy experimentamos va más allá de una nueva forma de reproducción de lo escrito. Antes que esto, lo que cambia en primer lugar es el soporte de lo escrito: del códice a la pantalla, un paso que tiene como único antecedente en el mundo occidental la sustitución del volumen por el códice. Con ello cambia también la lectura: los modos de acceso, consulta e interpretación de lo escrito. Vale la pena, no obstante la extensión de la cita, recordar lo escrito por Chartier:

Leer sobre la pantalla no es leer en un códice. La representación electrónica de los textos modifica totalmente su condición: sustituye la materialidad del libro con la inmaterialidad de textos sin lugar propio; opone a las relaciones de contigüidad, establecidas en el objeto impreso, la libre composición de fragmentos manipulables indefinidamente; a la aprehensión inmediata de la totalidad de la obra, hecha visible por el objeto que la contiene, hace que le suceda la navegación en el largo curso de archipiélagos textuales en ríos movientes. Estas mutaciones ordenan, inevitablemente, imperativamente, nuevas maneras de leer, nuevas relaciones con lo escrito, nuevas técnicas intelectuales. Si las revoluciones precedentes de la lectura sobrevinieron cuando no cambiaban las estructuras fundamentales del libro, no sucede lo mismo en nuestro mundo contemporáneo. La revolución iniciada es, ante todo, una revolución de los soportes y las formas que transmiten lo escrito3Op. cit.

En este mismo ensayo, el autor francés sugiere un aspecto que quiero hacer explícito: la institucionalidad y la dinámica social deseables que plantea la revolución del texto electrónico y que son necesarias para encauzarla positivamente en beneficio de ciertos valores intelectuales y formas de convivencia de la civilización humana.

Cuando Chartier habla de la posibilidad de concretar, mediante la digitalización del libro, el sueño de una biblioteca universal que ponga a disposición de toda la humanidad el patrimonio que representa la cultura escrita, está hablando fundamentalmente de que en ello prime el interés público. Una biblioteca virtual de este tipo debería ser una institución pensada para servir a la comunidad, y en cuanto institución que implica un ejercicio del poder, las decisiones y procesos para llevarla a cabo deben considerar el respeto a los derechos, la diversidad y la complejidad de los actores que puedan hallarse involucrados: los autores, la industria editorial, las empresas de nuevas tecnologías, las instituciones públicas, los lectores.

Es, pues, un asunto de democracia, no de dominio, por más que en ello exista la posibilidad de hacer negocio, que no es criticable por sí misma siempre y cuando no avasalle ni menoscabe significados y herencias culturales que de hecho han permitido la creación y desarrollo de las nuevas tecnologías, así como su difusión masiva. La libre circulación del conocimiento que puede servir como herramienta para pensar, problematizar y transformar la realidad, es una de estas herencias que pueden estar en riesgo de imponerse un modelo de vida digital que apueste exclusivamente a la rentabilidad económica, en un mercado en el que lo redituable es el espectáculo y el entretenimiento.

En su momento, el historiador norteamericano Robert Darnton planteaba que la digitalización de los libros constituía una etapa de la democratización del saber. Pero también advertía: “es tiempo de actuar, si queremos que el canal cambie para beneficio de todos. Necesitamos acciones de Estado para prevenir el monopolio y la interacción entre las bibliotecas para promover un programa común. Digitalizar y democratizar no es una fórmula fácil, pero es la única que servirá si en verdad queremos concretar el ideal de una república de las letras, que alguna vez pareció irremediablemente utópico”4Robert Darnton, “Las bibliotecas y el futuro digital”, conferencia magistral presentada en el Congreso Internacional del Mundo del Libro, 7 de septiembre de 2009..

 

Digitalización de periódicos en microfilm

3.

Aunque parezca una obviedad decirlo, los protagonistas de la revolución digital y el texto electrónico son gente real con identidades, posiciones, intereses y estrategias de acción para conseguir sus propósitos. Elementos específicos que pueden ser reconocidos, analizados y discutidos en términos de lo que mejor conviene a todas las partes, es decir, en términos de interés público. Me parece que esto se omite u olvida ante el revuelo que causa la novedad tecnológica y que produce una especie de fascinación por las aplicaciones y los dispositivos posibles, y por la veta de negocio que todo ello representa, y que hace a un lado la reflexión y la crítica en torno a las grandes tendencias o los fenómenos de fondo.

En un primer momento la discusión en torno al texto electrónico y la digitalización del libro se centró en el tema de la desaparición del libro impreso con la llegada del libro digital. Ahora esa discusión es irrelevante: el libro digital, nacido así o proveniente de la digitalización de un texto impreso, es una realidad que será perfeccionada con el tiempo, que tiene sus propias virtudes y defectos, y que convive con el libro impreso como pueden convivir personas o mundos diferentes en la vida cotidiana, predominando uno u otro. En una entrevista, Robert Darnton lo pone en claro: “La historia lo muestra: un medio no desplaza a otro. Ahora sabemos que la publicación de manuscritos continuó después de Gutenberg, hasta principios del siglo XVIII. […] La radio no desplazó a los periódicos, así como la televisión tampoco eliminó la radio o el cine. Creo que más bien llegaremos a un nuevo equilibrio, una nueva ecología de lo escrito”5Roger Chartier, Robert Darnton y otros, “El futuro del libro” (dossier), en revista Letras Libres, mayo, México, 2009, pp. 66-75, consultado en: www.letraslibres.com/index.php?art=13769 .

Me parece que, además de la dimensión meramente tecnológica de esta nueva ecología de lo escrito, la discusión debe dirigirse hacia el tema de las mediaciones y los mediadores, en el entorno digital, que llevan el texto electrónico del autor al lector. Para el caso de la edición tradicional, hay que recordar que “aunque se respete el texto en su literalidad, el lector accede a él a través de formas que no responden a la voluntad del autor, sino que son el fruto de distintos procesos de mediación dirigidos a transformar el texto en un libro”6 Chartier, Op. cit..

En lo que respecta a la edición digital, también existen procesos de mediación que no por tener una naturaleza distinta dejan de ser tales. Aun cuando en el caso de Internet se dice que puede haber una comunicación directa y espontánea entre el autor y el lector, en realidad existen empresas y especialistas, proveedoras y administradoras de software, cuyos criterios, plataformas y plantillas informáticos estructuran y presentan los contenidos de cierta manera, estableciendo por ejemplo una extensión y una vigencia de lo publicado que condicionan su lectura y valoración.

 

En el prólogo al libro Introducción a la edición digital, Alejandro Pisanty Baruch y Ernesto Priani Saisó señalan que cuando se habla en el contexto de este tipo de edición de “una desintermediación, entendida como la desaparición de intermediarios entre los usuarios de Internet y los contenidos y servicios de información, lo que se observa en la realidad es un masivo reajuste entre los intermediarios tradicionales, de los cuales en efecto muchos desaparecerán al no poder cumplir una función útil”. Y concluyen que el desafío del editor, en este sentido, es ser más efectivo que la comunidad de usuarios en “reunir autores, orientar una línea editorial clara, y organizar y presentar los contenidos en una forma accesible, atractiva y comprensible a los nuevos lectores”7Isabel Galina y Cristian Ordoñez, Introducción a la edición digital, UNAM, México, 2007, pp. 11-30. . .

En el panorama actual, un tipo de mediadores en la edición digital se describe por lo dicho por Robert Darnton en relación con Google y su proyecto de digitalizar el patrimonio cultural impreso mundial: “Como cualquier negocio, su primera obligación es producir ganancias para sus accionistas, sin preocuparse por el bienestar del público”. Y es justo este público quien en general se encuentra fuera, por ejemplo, de los acuerdos legales para normar esta digitalización: bibliotecas, escuelas, universidades, ciudadanos ordinarios, “todo aquél que lee libros pero que no pertenece al grupo de los dueños del copyright8Darnton, op. cit..

Creo que parte importante de la polémica que aún origina el libro digital, se debe por supuesto a la transformación que representa para la cultura escrita, pero también al cambio que significa para la cadena productiva del libro y sus consumidores. Y el punto a discusión aquí, en lo que respecta a la industria editorial, es inevitablemente sociopolítico y debe ser planteado con toda claridad: en el mundo digital, ¿serán sustituidos los profesionales de libro tradicionales por otros actores, como en realidad sucede ya?, ¿qué papel jugaran unos y otros? En suma, ¿quiénes serán los nuevos heraldos de la cultura escrita de nuestro tiempo? Ésta es la verdadera batalla y en definitiva se trata de una batalla no sólo económica, sino de visiones del mundo, es decir, de categorías culturales que operan en el plano de la acción. Y yo termino como comienzo, con preguntas. ❧

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