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La democracia de todos

voteManifestantes en Selma, Alabama,1965. Fotografía de Bruce Davidson

Una de las voces más importantes para hablar de la democracia en México es, sin duda, Pablo González Casanova, quien en 2003 fue condecorado por la Unesco con el Premio Internacional José Martí por su defensa de la identidad de los pueblos indígenas. En el presente número de Voz de la tribu reeditamos este excelente texto que se pronunció durante una conferencia del XXI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, celebrado en São Paulo, Brasil, en 1997, que, por su agudeza y análisis, adquiere relevancia en nuestros días y aporta puntos significativos a la discusión conceptual de la palabra democracia.


TENEMOS DOS PROBLEMAS CON las utopías. Por un lado, es muy importante tener utopías: frente al desencanto, frente a la desesperanza, frente al conformismo, es importantísima la utopía. Pero hay otro problema no menos importante: tenemos que realizar la utopía… por lo menos en algo, en “alguito”, como me dijo un campesino tzotzil. Es este problema el que me interesa en relación con la democracia. La democracia es una utopía. “El gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”, como dijo Lincoln, o “La democracia para todo el pueblo”, como dijo el subcomandante Marcos, es una utopía. Nada más lejano a la realidad.

El problema es que todas las democracias han sido excluyentes y que la falta de una democracia influyente explica el fracaso de casa uno y de todos los proyectos humanistas. Parece, así, que la democracia incluyente no sólo es una utopía, sino también es un camino para que se cumplan las utopías que no se cumplieron, y que en la edad moderna están bellamente expresadas por las palabras libertad, igualdad, fraternidad, ese lema de la Revolución francesa que nos aprendimos en la primaria.

Parto, así, del siguiente postulado: la explicación general del fracaso de las utopías democráticas es que, para alcanzar sus objetivos, sus defensores fueron incapaces de construir una democracia no excluyente. Es más, ni siquiera se plantearon el problema en el terreno teórico, menos en el práctico. Usaron el término democracia con una connotación excluyente, tanto cuando quisieron impulsar la democracia como cuando propusieron impugnarla.

Hoy estamos todos tan acostumbrados a pensar en términos de una democracia excluyente como algo lógico y natural, que cuando usamos el término nunca nos imaginamos un gobierno de todo el pueblo. En nuestro subconsciente colectivo tenemos un concepto oligárquico de la democracia: un concepto elitista. Sólo nuestra conciencia moral y política nos lleva a plantear la democracia de todos como una utopía que sea una solución.

El postulado sostiene que la libertad sólo se alcanza con una democracia no excluyente, y que una política menos injusta sólo se alcanza con la democracia incluyente, y que un mundo menos violento y menos autodestructor sólo se puede alcanzar con una democracia incluyente.

Ese postulado exige muchas precisiones. Para acercarnos a ellas creemos que es conveniente empezar por ver qué variaciones ha tenido la democracia excluyente y qué lecciones nos deja para concebir un paradigma de democracia incluyente. También consideramos que es necesario revisar las limitaciones que las ciencias sociales han mostrado, o los legados que contienen y que pueden ser útiles para estudiar hoy los problemas y alternativas de la democracia incluyente. En este terreno voy a tocar puntos muy sensibles para nosotros, como ideólogos y como investigadores, pues las limitaciones y posibilidades de los paradigmas político-sociales y de los paradigmas político-científicos parecen llevar a una especie de metamorfosis de la investigación y de la lucha, que sólo pensar en ella, parece una especie de provocación y de invitación al divorcio ideológico, y requiere algunas consideraciones.

Fotografía de Il manifesto

La metamorfosis de los paradigmas nos lleva a un nuevo paradigma político-social y de la investigación en ciencias sociales. Para un esclarecimiento mínimo del significado de esta proposición, me serviré del método narrativo –hoy de moda, y con razón–. Dos ejemplos me permitirán precisar el juicio sobre el paradigma alternativo, emergente y necesario. Uno de ellos está relacionado con la plática que tuve hace unos días con un viejo ferrocarrilero que estudia marxismo; otro, con la crítica que Rossana Rossanda, antigua directora de Il manifesto, le hizo al subcomandante Marcos a propósito de un artículo que éste publicó en Le Monde Diplomatique, y desde ahora quiero advertir que no estoy de acuerdo con Rossana Rossanda.

Quienes construyen la democracia definen y delimitan el concepto y la realidad. Los esclavistas construyeron la democracia griega y excluyeron a los esclavos y a las mujeres. Los burgueses de las repúblicas hanseáticas y de las islas británicas declararon que sólo ellos eran ciudadanos.

Los complejos militares transnacionales de nuestro tiempo identifican la democracia con el libre mercado que dominan. Sus teóricos, como Ludwig von Mises y Milton Friedman, consideran a Augusto Pinochet un héroe de la democracia y a Fidel Castro como un tirano.

El pensamiento conservador y neoconservador de nuestro tiempo se apropia del pensamiento liberal y neoliberal para forjar una democracia elitista y excluyente que acaba con las concesiones sociales a que la burguesía se vio obligada durante el ascenso de las luchas obreras en la metrópolis y de las luchas de liberación nacional en las colonias.
Por todas partes, la política liberal y conservadora estableció desde el siglo XIX y en el “corto siglo XX” sistemas electorales de una democracia limitada en la participación, la representación y la toma de decisiones. El proyecto liberal, a la hora de gobernar, se opuso todo lo que pudo a la democracia electoral universal y sentó las bases de una “abstención” estructural y “funcional”. Su proyecto correspondió a actividades discontinuas de una ciudadanía que votara de vez en cuando, y a gobiernos oligárquicos y dependientes que hasta hoy no pueden atender los intereses más elementales de las mayorías. El liberalismo realmente existente fue el primer fracaso de las utopías libertarias e igualitarias de los siglos XVII y XVIII.

La democracia también ha sido definida por la socialdemocracia. La contribución principal de la socialdemocracia consistió en luchar por el sufragio universal y por la participación de los obreros organizados en los gobiernos, con incrementos en el gasto público y en la acumulación de capital social y estatal. La socialdemocracia aceptó, sin embargo, pactar con los complejos empresariales, políticos y militares dominantes, para limitar la democracia y la justicia social. Contribuyó a limitarlas a los países y centros metropolitanos, muchas veces a expensas de los países y poblaciones dependientes y coloniales. Tras el triunfo mundial del neoliberalismo, en los años setenta y ochenta, la presencia de la socialdemocracia se ha visto seriamente mermada. Importantes organizaciones, líderes y gobernantes socialdemócratas han aceptado aplicar las políticas neoliberales de ajuste y “adelgazamiento” del Estado, en las actividades y responsabilidades sociales. Los países hegemónicos, cuyo comercio con países del Sur es importante, han podido mantener las políticas sociales del “Estado benefactor” (según ha probado recientemente Göran Therborn), al beneficiarse de una relación de intercambio que les es favorable. Pero incluso en esos países hay una política de acoso y freno a los trabajadores industriales y a los sectores medios.

Hasta hoy la socialdemocracia sigue definiendo los límites de la justicia y de la democracia –a escala mundial y en cada nación– dentro de espacios metropolitanos y a expensas de los espacios dependientes. En cualquier caso, y con todas sus limitaciones, la definición socialdemócrata de la democracia no puede confundirse con la liberal y neoliberal, ni siquiera cuando se emplea el término liberal a la manera anglosajona. Incluso entonces vale la pena distinguir a los actores socialdemócratas de los liberales, pues si éstos expresan de una manera más natural la política conservadora del “libre mercado” oligopólico y del sistema capitalista, los socialdemócratas representan un movimiento histórico que intentó controlar el mercado y limitar y hasta eliminar al capitalismo por medio de reformas. En realidad, ese movimiento fue cooptado y refuncionalizado por el sistema en luchas sucesivas.

Una tercera definición de democracia aparece vinculada al nacionalismo revolucionario de los países dependientes, cuya rica expresión va desde Sun Yat-sen y la Revolución china de 1905 hasta la Revolución nicaragüense de 1979, con organizaciones y movimientos de las más variadas ideologías, algunos ciertamente influidos y hasta dominados en largos periodos por el marxismo-leninismo. La definición de la democracia por el nacionalismo revolucionario toma ciertos elementos de la socialdemocracia y del Estado asistencialista; vincula la democracia representativa y la participativa y acoge en ocasiones el pluralismo ideológico y político. En muchos casos trata de imponer la ideología oficial invocando los proyectos de independencia nacional y de justicia social en los que tiende a predominar la lógica estatista y la lógica para la construcción del Estado-nación, ambas combinadas con fenómenos de corrupción y acumulación privada de capital por las altas burocracias.

En la lucha por el poder del nacionalismo-revolucionario se mantienen y rehacen el caudillismo y el caciquismo autoritarios. Los Estados respectivos tienden a caer en políticas más populistas que populares. Redefinen las desigualdades e injusticias con garantías, prestaciones y concesiones a las clientelas de los jefes y caudillos y a los núcleos de trabajadores organizados, principalmente a los urbanos; favorecen sobre todo a los nuevos ricos que después de un tiempo se asocian a las transnacionales.

Nacionalismo revolucionario, populismo y clientelismo construyen conceptos y realidades en naciones, pueblos y democracias con marginación y exclusión de las mayorías de los habitantes. Utilizan el clientelismo, el corporativismo y la participación para fortalecer el corporativismo populista con sus políticas sociales de beneficencia. En las estructuras representativas y participativas, la democracia difícilmente obedece a los modelos formales del liberalismo. Partidos, parlamentos, soberanías y autonomías –como en el liberalismo realmente existente– quedan sometidos a élites regionales y locales y a sus respectivas clases políticas. Tal vez su principal diferencia sea que aumenta el número de beneficiarios y la importancia de las negociaciones sociales cuando se les compara con el “antiguo régimen”.

La definición de la democracia por el nacionalismo revolucionario toma ciertos elementos de la socialdemocracia y del Estado asistencialista; vincula la democracia representativa y la participativa, y acoge en ocasiones el pluralismo ideológico y político.

El nacionalismo revolucionario y el populismo tienden a identificar la democracia con el partido surgido de la guerra liberadora contra el tirano y el imperio. En ocasiones, el partido y el Estado asumen la representación popular y nacional, aunque sólo incluyan a sus clientelas y a las corporaciones populares y obrerocampesinas que los apoyaron, y dejen fuera a la mayoría de los campesinos y trabajadores, que en general son los más pobres y oprimidos. El autoritarismo personal y el institucional transforman a los líderes en nuevos patrones y empresarios. Así se rehace la separación de los gobiernos y sus pueblos. Los propios movimientos surgidos del nacionalismo revolucionario derivan en gobiernos populista-empresariales que inician el endeudamiento externo de los setenta y llevan a la crisis de pagos de los ochenta y noventa. De las filas de los gobiernos populistas surgieron los dirigentes que implantaron la política neoliberal.

Como la socialdemocracia, el nacionalismo revolucionario es otro caso de cooptación y recuperación de movimientos sociales que dieron, en general, poca importancia a la democracia, tal como la definen los liberales, y menos aún a una democracia participativa, representativa y no excluyente de carácter universal. La estructuración final del poder político social y económico en los gobiernos populares y populistas es predominantemente clientelista, dirigida por jefes y mafias que organizan Estados y sociedades “duales” con participantes y marginados de la acumulación y el consumo, entre grandes opresiones, discriminaciones y represiones mantenidas y renovadas.
Los comunistas y marxistas-leninistas también construyeron y definieron la democracia con sendos límites y sorprendentes exclusiones. Oscilaron entre la crítica a la “democracia” en general, a la que identificaron con la definición liberal y burguesa de sistemas de gobierno útiles a los intereses y a la dominación del capital, y la exaltación de una “democracia popular” o “democracia socialista”, de la que ocultaron las estructuras de poder autoritario e incluso totalitario que realmente imperaban.

Al final, el “totalitarismo” marxista-leninista expresó una reflexión vacía, una investigación dogmática, una interpretación carente de sentido y una educación para no saber pensar y actuar. Cuando se acabó el teatro, la cultura oficial se deshizo de sus falsedades deshaciendo a sus países.

La toma de decisiones “soberanas” o “de última instancia”, basadas en una lógica de “seguridad”, se identificó, desde Engels, con la expresión poco feliz de “dictadura del proletariado”. Su legitimidad para la defensa de los intereses y la seguridad de las mayorías pronto se perdió en los países comunistas. Lejos de imponer la dictadura de los obreros como soberanos que decidieran “en última instancia”, en realidad cada vez fue más clara la dictadura de la “nomenklatura” contra los obreros, campesinos y habitantes a los que decían encabezar como sus vanguardias. El autoritarismo personal y de grupo llegó a ser tan fuerte que hasta los peligros y amenazas reales del imperialismo y de la contrarrevolución perdieron significado. La reorganización de las nuevas oligarquías, jefaturas y mandones se hizo con la ideología marxista-leninista como retórica, entre procesos de corrupción y acumulación privada que llegaron a excluir a la mayoría de los trabajadores.

Los excluyeron de la representación y elección de políticas genuinas, aunque durante largo tiempo los hicieron beneficiarios de prestaciones y concesiones acordadas con una lógica paternalista autoritaria revestida de símbolos revolucionarios. Al final, el “totalitarismo” marxista-leninista expresó una reflexión vacía, una investigación dogmática, una interpretación carente de sentido y una educación para no saber pensar y actuar. Cuando se acabó el teatro, la cultura oficial se deshizo de sus falsedades deshaciendo a sus países.

El proceso de los comunistas en el poder llevó en unas cuantas décadas a la desestructuración y reconstrucción de desigualdades entre los cuadros y las bases entre los distintos pueblos de la URSS y del bloque soviético. Algo muy semejante ocurrió y ocurre en China y Vietnam. Solamente en Cuba se mantuvo la vinculación de cuadros y bases, primero por una moral política que viene de grandes corrientes a las que Martí representó, y después por una reestructuración de la lucha “comunista” en torno a la emancipación nacional con bases populares.

La participación democrática del pueblo cubano en las decisiones aumentó mucho con la educación y organización de las bases, también como parte de una política de seguridad nacional y de justicia social acordada por la mayoría del propio pueblo. Tras la crisis del marxismo-leninismo, éste fue redefinido desde posiciones morales y nacionales, como señala Armando Hart. La dirección del proceso se entroncó en un marco teórico y cultural más amplio que el marxismo-leninismo, el del pensamiento libertario e independentista. A partir de ambos, diseñó una lucha de inserción en la “globalidad” con defensa de las victorias sociales y emancipadoras, y con proyectos de una apertura democrática que, limitada por el bloqueo estadounidense con su lógica de intervención y guerra, expresa sin embargo la práctica concreta de lucha del pueblo trabajador por la defensa de las políticas sociales y de la independencia nacional, claramente amenazadas. La definición democrática de la realidad cubana sigue siendo superior a su definición teórica. Y aunque el concepto de democracia se analiza cada vez más, todavía no ocupa el lugar que merece ni por sus aportaciones al pueblo cubano ni por lo que puede constituir como legado para el nuevo proyecto de democracia universal.

En ninguno de los movimientos históricos señalados surgió una teoría que planteara como paradigma científico-político un movimiento universal de democracia no excluyente y plural que comprendiera la variedad y unidad de quienes habitan el planeta. La construcción y el concepto de democracia siempre se han propuesto a partir de paradigmas que se han dicho “conservadores”, “literales”, “socialdemócratas”, “nacionalista-revolucionarios”, “comunistas” o “marxistas-leninistas”. Hoy neoliberales y neoconservadores se adjudican la definición de la democracia y dogmatizan sobre ella como parte de un mercado global cada vez más reducido y excluyente, como fenómenos parasitarios y depredadores, intervencionistas y ecocidas, que amenazan –sin el menor lugar a dudas– la vida en la Tierra.

II Encuentro de los pueblos zapatistas con los pueblos del mundo, 2007. Fotografía de Börries Nehe

Sólo en un pequeño rincón del mundo, conocido como la Lacandona, un movimiento armado de indios mexicanos plantea el nuevo proyecto de democracia universal y con ironía lo llama “intergaláctico”. Al esbozarlo, parte de una de las culturas más antiguas y ricas de la humanidad: la maya. Al mismo tiempo, muestra un conocimiento admirable de la cultura occidental y de la filosofía moderna y posmoderna. Entre sus líderes se cuentan intelectuales del más alto nivel, algunos revolucionarios, posmodernos y constructivistas. Uno dijo: “No tenemos que conquistar el mundo. Sólo tenemos que construirlo…”. La construcción de conceptos y realidades se lleva a cabo con la mayor seriedad y con la mayor alegría, mezclando géneros literarios y filosóficos, persuasión y educación, comunicación de choza o de caverna e Internet. Se trata de un fenómeno rigurosamente “emergente” que tal vez aparezca en muchas partes del planeta. En todo caso, es el heredero más profundo de las luchas por la democracia como gobierno de las mayorías, con respeto del pluralismo religioso, político, ideológico, cultural y con la participación y representación de los pueblos y las etnias en la toma efectiva de decisiones del gobierno.

Las teorías acerca de la democracia con justicia social y dignidad, de la “democracia de todos”, como la llaman los zapatistas, incluyen planteamientos científicos y humanísticos superiores a los de cualquier otra teoría sobre la organización del poder y la sociedad en las ciudades, los pueblos, las naciones y el mundo. Pero para hacer efectivas sus virtudes es necesario reconocer una y otra vez que nunca, hasta ahora, se ha pensado con profundidad y con seriedad en una democracia universal, planetaria y no excluyente, menos en su posible estructuración, difusión y consolidación. Hacerlo va más allá del legado y la perspectiva de las ciencias sociales, hacia la construcción y creación, en la teoría y la realidad, de un nuevo paradigma histórico de democracia universal no excluyente, con connotaciones morales y prácticas, humanistas y científicas, utópicas y políticas; con reestructuraciones de los intereses particulares y de los generales; con mediaciones e interacciones propios de un sistema de sistemas o red de redes autodirigidos y autocreadores, que se comuniquen desde varias civilizaciones y con ellas.

Para acercarse a esos objetivos, el recurso a la teoría y a la metodología de las ciencias sociales implica reformular tres grandes corrientes: el empirismo, la dialéctica, en su versión histórica y social, conocida como marxismo, y el constructivismo. Es más, para lograr esos objetivos parece indispensable reubicar a las corrientes anteriores, y lo que es válido en ellas, en un nuevo paradigma científico y político.

La democracia ha sido motivo de estudios empíricos, dialécticos y constructivistas. Pero no cabe duda de que las limitaciones ideológicas y prácticas de los movimientos político-ideológicos que no hicieron de “la democracia de todos” un objetivo central han entorpecido las propias investigaciones, y que éstas por su parte entrañan problemas teórico-metodológicos que es necesario considerar.

Las entidades autónomas y las redes que integren deberán ser capaces de enfrentar y vencer los intereses que determinan los fenómenos de depredación, parasitismo, explotación, marginación, discriminación, exclusión, empobrecimiento y destrucción de los recursos naturales… 

El empirismo y el estructural-funcionalismo dominaron el panorama mundial de las ciencias sociales en la posguerra. Sus estudios sobre distribuciones, sobre correlaciones, sobre tendencias y variaciones en los fenómenos electorales, políticos y democráticos respetaron en todo los dogmas del mercado y del Estado y redujeron su propia problemática a definir los sistemas políticos y electorales, sin que aparecieran nunca como objeto especial de estudio los intereses de clase y el obstáculo esencial que para la democracia constituye el sistema de acumulación capitalista.

La dialéctica marxista tuvo serios obstáculos para el estudio y manejo de las mediaciones: ni previó la magnitud y alcance de las mediaciones del capitalismo ni acordó una importancia central a la construcción democrática de sus propias mediaciones. Desde finales del siglo XIX se vio obligada a reconocer la capacidad de recuperación e integración del sistema, la fuerza de las mediaciones de la burguesía en la lucha de clases y hasta la necesidad de crear mediaciones democráticas a las fuerzas proletarias. Pero, en general, quienes se acercaron a estos problemas no fueron escuchados o fueron derrotados, mediatizados y hasta eliminados.

En el constructivismo pre y posmodemista predomina el análisis social de los sistemas autorregulados y autocreadores. A veces se ocupa de la dialéctica de la negociación y de la distribución del excedente, aunque lo hace entre argumentaciones u observaciones generalmente accesorias. Tampoco da importancia central a las luchas por el excedente ni repara en las limitaciones de sistemas autorregulados que están insertos en tendencias y leyes que rigen al sistema social del capitalismo global hoy dominante1, un sistema que, por cierto, no se autorregula, y que si se halla “al fin de las certidumbres”, no por eso deja de estar dominado por “la ley del sistema” y sus desequilibrios lineales y no lineales.

En todo caso, al plantearse la democracia universal no excluyente como un problema central de las ciencias sociales, se tiene que ir más allá del análisis de las tendencias de las ciencias sociales y de sus legados. Se requiere analizar la construcción del concepto de democracia universal no excluyente a un rango de complejidad y articulación superior al de las teorías y experiencias anteriores.

Los valores de libertad y de justicia social, de tolerancia y de solidaridad o fraternidad habrán de precisarse como parte de un proyecto universal de democracia de todos, con mediaciones que deben fomentarse y crearse desde la sociedad civil: historia y proyecto tendrán que ir profundizando en las variantes humanistas, religiosas, laicas, idealistas y materialistas que se dan en las distintas regiones del mundo y en el interior de cada región. Historia y proyecto plantearán los problemas de respetar los valores universales y el derecho a las diferencias, y de crear redes de acción social y política con entidades autónomas capaces de autorregulación, de autorreparación, de autoadaptación, de autorréplica, de autorrecreación. Las entidades autónomas y las redes que integren deberán ser capaces de enfrentar y vencer los intereses que determinan los fenómenos de depredación, parasitismo, explotación, marginación, discriminación, exclusión, empobrecimiento y destrucción de los recursos naturales no renovables (y renovables), así como de las “cosas vivientes y autoconscientes” a que los seres humanos quedan reducidos en un sistema mundial cosificador. Las redes de entidades autónomas y sus integrantes tendrán que dar prioridad a los peligros de mediatización y cooptación potencial de individuos y clientelas.

La lucha de crecientes y variadas unidades autónomas con articulaciones funcionales entre sí tendrá que enfrentar, en formas políticas de espacios democráticos cada vez más amplios, esa estrategia que aparece abiertamente en la guerra de baja intensidad y que combina la destrucción física y la destrucción política y moral de individuos y poblaciones. Mantener una moral alta será tan importante como preparar a pueblos enteros a pensar y actuar con un pensamiento crítico y una voluntad férrea. Cuba y el nuevo despertar de los pueblos indios en nuestra América son dos grandes ejemplos al respecto.

La construcción del concepto de democracia universal no excluyente, por lógico y necesario que parezca, se ve a menudo de tal modo inalcanzable que se le llega a abandonar. Los “desencantados” justifican su abandono con rechazo de la utopía; otros pretenden desecharlo con un frío razonamiento de “realismo político”. A menudo el rechazo coincide con una orgullosa aceptación de “milagros económicos” en que los motivos de la esperanza no se aclaran. Sólo se dice que de la construcción neoliberal saldrá, al fin, una solución social verdadera y naturalmente democrática. Eso es falso. Es una de esas grandes ilusiones del Banco Mundial y sus expertos, que contradicen 500 años de historia. Más que el milagro de una especie de neoliberalismo democrático y social se dará un proceso complejo de luchas por la democracia, la libertad, la igualdad, la autonomía, y con ellas por la justicia social contra la exclusión, el empobrecimiento, la depredación, el parasitismo y la explotación. A la múltiple lucha corresponderá la construcción, desde todos los rincones de la Tierra, de un sistema universal democrático incluyente. Las ciencias sociales tendrán que estudiar, más que hasta ahora, los variados caminos, prácticas y opciones de las redes estructurantes y sus organizaciones.

¿Qué papel juegan en la nueva lucha por una nueva democracia mundial no excluyente los Estados adelgazados, las naciones acosadas, las clases sociales contrahechas, los ciudadanos empobrecidos y las sociedades civiles emergentes? ¿Qué papel jugarán las luchas políticas por la democracia de todos y las luchas contra las distintas formas de exclusión? ¿Cómo enfrentarán las sociedades civiles las respuestas de los mercados y los Estados, y cómo construirán sus alternativas entre luchas?

La continuidad del modelo hoy dominante lleva a situaciones de inseguridad individual, familiar, comunitaria, nacional y estatal. Estimula la proliferación de guerras internas. Renueva las acciones externas expansionistas e intervencionistas características de la larga historia colonial e imperialista. Combina unas y otras con el nuevo proceso de globalización transnacional. Refuncionaliza en el mundo entero “la trampa global de la pobreza”, de la represión y la antidemocracia, de la explotación y la depredación. Sobre todas esas luchas hay abundantes datos que nos proporciona el propio sistema dominante, y muchas denuncias a las que nadie hará caso mientras la nueva teoría de la-verdad-como-expresión-de-la-fuerza (y la razón) no sea corroborada.

La alternativa de una democracia universal que construya mallas de poder en expansión podrá darse desde algunos Estados-nación, como Cuba, pero también se dará desde movimientos locales –como el de la Lacandona– y provinciales –como el estado de Kerala, en la India–, o en el interior de los grandes Estados periféricos y centrales –y entre éstos tal vez sean pioneros Italia y Francia. Conservar y ampliar esas mallas, núcleos o redes no resultará fácil ni como construcción y lucha, ni como guerra y negociación. Los escenarios prácticos alternativos constituyen una importante tarea de investigación dialogal entre las ciencias y los movimientos sociales. De diálogos y dialécticas surgirán tal vez las utopías realizables.

Por lo pronto tenemos que darnos cuenta de que las ciencias sociales ya no serán nunca como fueron antes de la crisis del marxismo-leninismo, del empirismo y del nacionalismo revolucionario. Un nuevo paradigma político y científico hará del conocimiento orientado al objetivo de la democracia universal el atractor más importante para plantear y resolver problemas. Las teorías anteriores, incluido el marxismo-leninismo, ocuparán un lugar en el nuevo paradigma, pero ninguna será el modelo revolucionario universal para plantear y resolver los problemas.

A fin de aclarar tan “dura” tesis, usaré dos ejemplos y recurriré a la forma narrativa, una forma, por cierto, que se halla de moda y que es particularmente útil para que la gente sepa de qué está uno hablando y a qué hechos concretos, a qué juicios de los cercanos, se refieren las reflexiones generales que uno emplea. Empiezo con la historia del ferrocarrilero. Hace unos días fui a dar una conferencia en el Instituto de Estudios de la Revolución Democrática, que dirige el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Un viejo ferrocarrilero se acercó y me dijo que desde su jubilación está estudiando marxismo. Cuando terminé mi conferencia, el ferrocarrilero tomó la palabra y explicó lo que es el modo de producción capitalista; después de lo cual, me preguntó: “¿Cómo en un sistema así se puede tan siquiera soñar con la democracia?” Yo le contesté con mucho respeto: “Me parece –le dije– que cuando razonamos en el determinismo tenemos la posibilidad de pensar. Primero, en un determinismo sin alternativa, y segundo, en un determinismo con alternativa. El determinismo sin alternativa nos lleva a posiciones conservadoras, aunque empleemos un lenguaje revolucionario. La alternativa hoy –añadí– es una revolución democrática, preferentemente pacífica, que va a enfrentar obstáculos y violencias y que oscilará entre el conflicto y el consenso, mientras construye la alternativa”.

La democracia en México, de Pablo González Casanova, Ediciones Era, 1965

El marxismo de los modos de producción no nos sirve. Nos sirve más el de la acumulación capitalista, y todavía más el de la explotación y sus mediaciones políticas y sociales. El planteamiento que hizo el ferrocarrilero puede ser muy útil para recordamos a tiempo cierto tipo de luchas que afectarán a los intereses creados y que se darán como luchas por el excedente, en favor y en contra de los actuales “sistemas de acumulación y distribución”. El resultado de esas luchas no está predeterminado; es más, librar esas luchas no quedará en el campo del determinismo ni en el del voluntarismo; tampoco estará condenado a caer en el reformismo o en el ultraizquierdismo. La mejor forma de plantearlas consistirá en construir, en la teoría y en la realidad, la alternativa que combine reformas y revoluciones, y que replantee la gran problemática de las organizaciones y las luchas vinculadas a los sistemas autorregulados, a sus posibilidades y límites en un universo social en que el orden precede al desorden y éste al orden en un movimiento y una dialéctica que son más complejos e interactivos que los de cualquier paradigma anterior, político o científico.

Un caso claro de regresiones a polémicas del tiempo pasado es el de Rossana Rossanda, antigua directora de Il manifesto. Como ustedes saben, el subcomandante Marcos publicó un artículo en Le Monde sobre “El rompecabezas mundial” y el movimiento de los zapatistas. Rossana Rossanda acusó al “Sub” de leninista y de castrista. Dijo que todo revolucionario latinoamericano es leninista casi por naturaleza. Pareció plantear esa característica como “la vicenda revoluzionaria latinoamericana”, como una especie de destino psicológico o biológico. Lo que es peor, quiso regresar a las viejas polémicas de los intérpretes fieles de los textos sagrados revolucionarios, que defienden a Marx contra Lenin o contra Fidel Castro… En realidad, el problema es totalmente distinto: consiste en ver cómo la globalidad subsume al colonialismo y al imperialismo en sus formas de dominación y explotación, de exclusión, de represión, negociación y mediación; y en considerar, sobre todo, aquellos legados históricos y aquellas experiencias actuales, que sirvan para imaginar y construir una utopía realizable, la cual por todas las evidencias sólo parece ser la de una “democracia de todos” que a escala regional y universal sea respetuosa de las religiones, ideologías, etnias y géneros.

La verdad es que si el paradigma para el planteamiento y la solución de problemas científicos y políticos es el de la democracia universal no excluyente, esa lucha se va a dar en una globalidad que ha reestructurado y subsumido al colonialismo y al imperialismo, y en ella seremos leninistas, hasta sin saberlo, cuando juntemos a los trabajadores y a los pueblos para defendernos, y seremos castristas, por voluntad propia y legado martiano o zapatista, para aprender a resistir los más crueles embates de la “globalización” durante los próximos 50, 100 o 500 años.

Al mismo tiempo, el paradigma central de nuestra investigación y de nuestra acción será el de la democracia universal no excluyente, y en ese paradigma estudiaremos la dialéctica de la historia con sistemas autorregulados y autocreadores, a sabiendas de que es necesario el conocimiento de las “nuevas ciencias” dominantes, no sólo el de las rebeldes para la construcción de un “mundo hecho de muchos mundos”, que nos saque del universo desordenado y caótico en que vivimos y nos permita construir otro universo capaz de estructurar un interés general hecho de muchos intereses generales… todo con la inteligencia de que no estamos seguros de poder o de no poder construirlo.❧

 


1. El problema está planteado indirectamente y a otro nivel de abstracción en Humberto R. Maturana y Francisco J. Varela, Autopoiesis and Cognition: The Realization of the Living, Dordrecht, Reidel, 1972, p. 110.
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