(INSPIRADA EN LAS «COLUMNAS DANZANTES», DE JOSEPH RYKWERT)1
Traducción del inglés por Héctor Peña, revisado por Jean Robert
Para entender en qué momento cambió la relación del cuerpo con el entorno, Iván indagó en la formación de Occidente como cultura y como civilización. Este interés lo compartió con Barbara Duden, quien en la presente entrega escribe sobre su experiencia con él durante la búsqueda de resonancias sensoriales de la carne.
Para Joseph Rykwert
CAPTATIO BENEVOLENTIAE:
LA AMBIGÜEDAD DE LA
«HISTORIA DEL CUERPO»
EN LOS AÑOS OCHENTA trabajé con Iván Illich en una bibliografía anotada del tamaño de un libro, reunimos lo que se había escrito sobre la “historia del cuerpo”2. Revisamos todo tipo de guías y catálogos bibliográficos e históricos, pero en ninguno de sus índices aparecía la palabra “cuerpo” como tema. Esto cambió: dos decenios después, abundan los títulos registrados con el encabezado “cuerpo”. Ahora, los estudios históricos tratan sobre la configuración del cuerpo por la acción humana, por el poder, la moda, la moral, la medicina o los muebles; la literatura dirige su atención a la representación “del cuerpo” en la escultura, la pintura, la danza, el vestido y los tatuajes. La representación, el simbolismo y la interpretación del cuerpo, así como el reconocimiento de sus funciones, se han vuelto temas legítimos de estudio histórico. De usar nuestros criterios anteriores para ponerla al día, esta bibliografía aumentaría notablemente en tamaño. Pero desde entonces nuestros juicios han cambiado y tengo que reconocer que la mayor parte de la nueva obra publicada es sutilmente opuesta a la historiografía que habíamos propuesto y esperado estimular.
A pesar del título de esta bibliografía, ya desde ese momento no nos interesaba la historia del cuerpo tal como lo describen las ciencias, es decir, la historia de una entidad u objeto identificable desde el exterior, sino el estudio disciplinado del soma, la carne experimentada interiormente. Pero entonces no teníamos un término para definir nuestra búsqueda. Años más tarde decidimos llamar heterosomática a esta búsqueda de las resonancias sensoriales de la carne, específicas de una época, acuñando este neologismo para dar un nombre a nuestra creciente convicción de que el soma de una época es el sentido único de la proporción, moldeado por el género3.
Sostenemos que, en última instancia, la historia es una sucesión (y algunas veces un recubrimiento) de distintas épocas somáticas. En cada una de éstas, la gente se ha encarnado de forma distinta. El balance sinestésico (la importancia relativa de cada uno de los sentidos interiores y exteriores) no es lo único que cambia: no existe un ojo ni un oído ni una comprensión a-histórica. Más que el cuerpo, la carne de décadas pasadas es lo que debería ser “materia” para el historiador –en el doble sentido que tiene la palabra inglesa matter (“lo material” y “lo que importa”: la carne de épocas pasadas es lo que debería importar al historiador)–4. La “materia” de la que están hechas las fuentes del historiador, ya sean las palabras, las habilidades o la forma que toman las emociones, es la carne de esa época. Y esta carne no es la de un “humano” abstracto. Siempre está conformada por el género propio de esa época.
Iván Illich y varios amigos junto con él vimos la historia del cuerpo como un antídoto a la propagación de una biologización de las humanidades. Queríamos enfatizar el carácter radicalmente encarnado de la historia, enraizado más profundamente de lo que la biología presenta como una reconstrucción social periódica de la ideología sobre genes y fenotipos invariantes. Buscábamos hacer lo opuesto a lo que se hace de manera habitual, que es reducir el cuerpo en sus variantes culturales a “hechos” biológicos. Queríamos entender la carne como fuente del cosmos de una época. Y el cosmos es la proporción adecuada porque entra en armonía en determinada época.
En la historia occidental, la armonía estaba encarnada en la krasis de los fluidos interiores. Es aquí donde los estudios del historiador y filósofo de la arquitectura Joseph Rykwert adquieren relevancia para nosotros. Para él5, el edificio era la llave para descifrar esta relación histórica que llamamos proporcionalidad –la bisagra entre el microcosmos (el cuerpo humano) y el macrocosmos–. Seguimos la ruta trazada por Rykwert, que le permitió estudiar las sucesivas interpretaciones de la relación mutua entre el edificio y el cuerpo, buscando una correspondencia de proporcionalidad análoga entre carne y sangre.
LA KRASIS DE LOS HUMORES
Introduzco la palabra krasis porque la entiendo como el complemento de “orden” en el sentido que los historiadores de la arquitectura dan a esta palabra. El vocablo griego krasis deriva de kratér, la vasija para beber en comunidad que es central en cualquier symposion, en cualquier encuentro para hablar y beber juntos. Krasis es la palabra para la mezcla apropiada de agua, vino y especias a la temperatura adecuada para una reunión.
Durante años, he estudiado los protocolos de consulta establecidos por un médico alemán protestante de la época barroca tardía, el doctor Johannes Pelagius Storch (1681-1751)6. Las mujeres del siglo XVIII que fueron sus pacientes estaban abrumadoramente preocupadas por los flujos internos de su cuerpo. Cuando se referían a lo que más les importaba7, siempre hablaban en términos de fluidos, no de formas. Las mujeres definían su bienestar en términos de humores más que de órdenes visibles como las columnas en arquitectura. Para ellas, la proporción, la correspondencia, la armonía y el bienestar correspondían a una percepción propia, una autocepción basada consistentemente en la krasis experimentada de los humores.
Desde la antigüedad hasta bien entrado el siglo XVIII, las mujeres hablaban de su carne como de eso que rebosa y se arremolina y chorrea; eso que tiene fluctuaciones, flujos y reflujos; eso que molesta cuando se hincha y se alivia cuando circula. Su percepción era kinestésica. En todas las fuentes, las mujeres se quejan de la desorientación de sus flujos. Van a ver al médico, esperando una lisis, una disolución de cualquier estancamiento y una reorientación de sus flujos internos. Se quejan de la desproporcionalidad de sus humores, nunca de deformidades. Joseph Rykwert me sugirió una palabra para expresar esta conformidad de los flujos con su género: ¿por qué no hablar de la carne “iónica” de las mujeres? Ellas –quisiera poder decir “nosotras”– pueden ser mujeres precisamente por esta capacidad conforme con su género para disfrutar de la mezcla armoniosa de humores, la krasis en la copa del ser.
Esta analogía entre la historia de los órdenes vitruvianos y la de la krasis galénica me permite sugerir que la de la arquitectura y la de los humores se complementan una con la otra. Y, si esto es verdadero, resulta que esta analogía es la llave para un entendimiento histórico de la heterosomática.
EL SOMA DE LAS MUJERES
Mi propia ruta a través de la historia del cuerpo comenzó por la historia de las mujeres en Alemania alrededor de 1720.8 Empezó con una sorpresa por lo obvio: que esta historia sólo hace sentido si los mundos pasados se entienden en términos de experiencias anteriores del cuerpo. Al inicio, mi acercamiento al tema fue convencional. Me enfoqué en las definiciones sociales, médicas y, a veces, teológicas, las representaciones artísticas y las normas éticas que definían el estatus del cuerpo de mujer. Añadí nuevas evidencias a la investigación que se había puesto en marcha sobre la leche materna, el flujo menstrual, los estremecimientos durante la concepción, el estatus social de los primeros movimientos del bebé durante el embarazo y del reposo en casa después del parto.
Lentamente, comencé a buscar fuentes en las que las mujeres no expresaran su conocimiento, sino su experiencia de la carne. Hasta entonces, la formación social de la autocepción de las mujeres había determinado mi acercamiento. Ahora comencé a inquirir sobre la constitución del macrocosmos que habitan las mujeres a través de la percepción somática conforme con su género y microcosmos carnal. Las fuentes obvias para este tipo de investigación eran las relativamente escasas cartas, diarios y algunos rituales y rezos. Con el tiempo, expandí mi base documental: aprendí a filtrar las voces de las mujeres en los textos de autores hombres, la mayoría médicos, en los que estaban insertas las quejas de las mujeres. Y, a medida en que lo hacía, mi asombro iba en aumento. Mientras escuchaba con más cuidado, me parecía más claro que la carne expresada por las quejas de estas mujeres a su médico no estaba relacionada con esos órganos sólidamente anatómicos que me había acostumbrado a dar por hecho. Empecé a especular sobre la historia como un relato de las formas de encarnación del macrocosmos y del microcosmos propias de cada época. Empecé a ver la complementariedad disimétrica mutuamente constitutiva de hombres y mujeres, lo que llamamos “género”, en analogía con la concepción del edificio como expresión del “cosmos” de una época, a la que Joseph Rykwert ya me había introducido a través de su interpretación de los rituales de fundación de las ciudades antiguas9.
GEBLÜT: HUMORES
No fue fácil entender el paso de la con-templatio (la visión de la forma de la ciudad en el cielo) a la con-sideratio (su alineación con las estrellas, su orientación) y a la circum-vallatio (la demarcación circular entre la ciudad y el mundo) –fases principales del encarnamiento de una nueva ciudad en el ritual de fundación etrusco–, a la experiencia cotidiana de una misma y su propia biología –literalmente el propio curriculum vitae– de la que hablaban las mujeres sencillas de Eisenach al médico del pueblo. Se trata del paso de la íntima relación proporcional entre la ciudad y el mundo a la experiencia cotidiana de las mujeres y los flujos de su microcosmos interior en su proporcionalidad con los macrocósmicos. Una dificultad consistió en que la mayor parte de lo que expresaban se refería a una noción que me resulta extraña: su geblüt10. Esta palabra es anticuada y obsoleta en alemán. Ciertamente no se refiere a nada que se experimente en la actualidad. Sin embargo, a inicios del siglo XVIII, era la palabra clave con la que las mujeres designaban la carne vivida: la autopercepción o autocepción de su propio cuerpo como una experiencia vivida interiormente. Para entender esta noción, no basta una traducción a un vocablo moderno. Me vi forzada a expandir mi capacidad de disciplinada perplejidad porque tuve que afrontar la música del geblüt. Debí aceptar que un modo fundamental de percepción –ahora extinto– estaba bastante vivo en Alemania a principios del siglo XVIII.
Cuando un médico galénico diagnosticaba el “humor” de un paciente, usaba esa palabra para definir una proporcionalidad. El “buen humor” era el balance de jugos apropiado para la constitución única de una persona.
Hacia 1720 la redefinición hidráulica de la sangre propuesta por William Harvey había entrado a las academias e incluso a las universidades europeas. La transición de la patología humoral a una patología entitativa y “solidista” –que asocia las enfermedades con entidades patológicas fijas y partes sólidas del cuerpo– estaba en marcha. La fisiología se volvía la interacción funcional de los órganos. Sin embargo, los médicos practicantes que he estudiado se relacionaban con la realidad “cósmica” más que “fisiológica” de la carne dolorosa o agobiada que describían sus pacientes. Los médicos no sólo escuchaban las quejas de las mujeres sobre su geblüt con evidente empatía, sino también veían su propia labor como la de balancear desarmonías humorales, no eliminar enfermedades entitativas. La medicina, para ellos, todavía se ocupaba de los patrones profundos del geblüt. Era un arte preocupado aún por la “mezcla arqui-humoral”.
PATOLOGÍA HUMORAL
Cuando un médico galénico diagnosticaba el “humor” de un paciente, usaba esa palabra para definir una proporcionalidad. El “buen humor” era el balance de jugos apropiado para la constitución única de una persona. Un geblüt saludable se refería a un temperamento armónico de los ánimos. Por eso el geblüt aun en el centro de las prácticas terapéuticas alemanas a principios del siglo XVIII no puede traducirse como “sangre”. Se refería a un equilibrio complejo de aspectos sanguíneos, coléricos, flemáticos y melancólicos. La salud era “buena” cuando la proporción de componentes de fuego, aire, agua y tierra era concordante.
Geblüt no es lo que mandamos al laboratorio para análisis. La sangre es sólo uno de los constituyentes del geblüt; resulta un elemento de un poliedro policromático, el aspecto rojo de la materia afín a la linfa amarilla, la reuma blanca y la bilis negra. Fuera de armonía, privado de su dinámica líquida, el sanguis se vuelve algo sin concordancia: el negro cruor de la muerte. La “mente” hipocrática tan bien descrita por Ruth Padel11, con su concepción euclidiana cualitativa y no cuantitativa de la proporcionalidad, y la filosofía galénica de la salud estaban bien y con vida en Eisenach, la ciudad donde practicaba el doctor Storch, alrededor de 1720.
LA PÉRDIDA DE LA
PROPORCIONALIDAD EN
LA FILOSOFÍA OCCIDENTAL
Owsei Temkin (uno de los fundadores de lo que se ha convertido en el campo de la historia de la medicina) escribió un libro llamado Galenism, en el que afirma que un análisis cuidadoso muestra que la herencia médica de la filosofía antigua fue tripartita y que se podrían aún distinguir en ella las vetas platónica, aristotélica y galénica12. De estas tres, la galénica transmitió las teorías relacionadas con la proporcionalidad. Luego, la tradición islámica cultivó y llevó a maduración el cuerpo unificado del hikmat, una “ciencia” que mantiene inextricablemente mezcladas la filosofía (falsafa) y el estudio de la ley con la medicina, todavía definida como “práctica iónica” (unani). En la alta Edad Media, la medicina occidental se separó de la facultad de filosofía; el estudio de la proporcionalidad dejó de ser un desafío en ontología para volverse una cuestión de práctica matemática, musical, arquitectónica, pero sobre todo médica. Con este retiro hacia la medicina, el Galeno (130-216) filósofo se hizo médico. Sus doctrinas de la proporcionalidad entre los humores siguieron siendo el pilar de la teoría antropológica y la base del arte de curar hasta el siglo XVIII. Aún en 1724, en su Conspectus Medicinae, Johannes Juncker, profesor de medicina en Halle, trató la medicina entera como el arte de diagnosticar y balancear la proporcionalidad humoral.
La patología humoral usualmente se estudia como una etapa en la historia del progreso de la medicina, no como un aspecto particular de la teoría y práctica de la vida con el supuesto de la complementariedad disimétrica, la correspondencia cósmica y la proporcionalidad humoral. En consecuencia, la conclusión de la teoría humoral como un factor cultural primordial me parece –como a otros– que marca el “fin de una gran tradición”. Considerar el fin del cuerpo humoral en la última parte del siglo XVIII contra este trasfondo puede arrojar luz sobre la transición de la proporcionalidad cualitativa a la cuantitativa. Creo que ésta es la inversión (per-versión en el sentido literal) fundamental y significativa, aunque menos explorada, en el camino hacia la “modernidad” y sus secuelas.
Cuando nos adentramos en el estudio de la historia del cuerpo, no teníamos una idea clara de los avisperos onto-históricos que estábamos perturbando. Permítanme mencionar tres puntos que conectan los aspectos arqui-humorales y arqui-tectónicos de la historia de la krasis cósmica:
• Lo primero que debería recalcar el historiador es la cualidad “armónica” de la percepción tradicional del cuerpo. El cuerpo, el soma, la carne que se manifiesta en las fuentes en las que me baso es una proporcionalidad encarnada y experimentada, no la suma total de componentes orgánicos, como lo es para nosotros. Cuando es tratada por los historiadores de la medicina, la patología humoral es generalmente entendida como una tradición teórica en la medicina académica. Los historiadores raras veces aprecian que esta elaboración teórica reflejaba una percepción cultural del cuerpo que daba forma a las costumbres y las normas, los gestos, el lenguaje y el ritual. El cuerpo como realidad tetra-humoral experimentada es parte del humus del que crecieron cultura tras cultura. Podemos compararlo con el magma que subyace a la percepción del macrocosmos y del microcosmos en los 2,500 años que son accesibles al historiador europeo. Las mujeres que se quejaban con su médico, cuando buscaban ayuda, le explicaban su achaque como una desarmonía del geblüt. En los textos del siglo XVII, una y otra vez me encontré con una mujer envejeciendo que atribuía su miseria a que su geblüt se había desbalanceado, lo que le causaba desorientación. El geblüt se había hecho bolas en sus entrañas, en lugar de fluir libremente; se había coagulado en el sitio equivocado, detrás de la oreja, por ejemplo. Otras mujeres que me encontré en mis fuentes iban a ver al doctor para quejarse de la irritante predominancia de bilis negra o de “frío” en su sangre, atribuyendo su origen a algún accidente que había alterado permanentemente su balance, que podía tratarse de haber visto una casa en llamas o haber oído un trueno aterrador en la infancia.
• La proporcionalidad no sólo era armónica, sino también orientada. Me refiero a ésta como armónica para enfatizar que la relación entre los humores no podía ser reducida a medidas (es decir, a entidades cuantitativamente aditivas), sino que debía captarse en el espíritu de las reglas de la armonía de Euclides (330?-216? a. C.) y Arquímedes (287?-212? a. C.). Éstas se aplican a los órdenes de la arquitectura y a la teoría de géneros en la música griega o gregoriana, o a la geometría practicada como una manipulación imaginativa de figuras contra un trasfondo óntico. Al decir que esta proporcionalidad también está “orientada”, doy un paso más allá hacia un mundo de percepciones distintivamente diferentes. Me refiero, en cuanto a la patología humoral, a algo como la diferencia que Joseph Rykwert hace entre la contemplatio (la visión del templum o forma ideal de una ciudad por fundar) y su consideratio (su alineación con las estrellas, su orientación). En innumerables instancias, he encontrado registros en los que las mujeres se quejan de la dirección equivocada que ha tomado su geblüt: lo que debería estar ascendiendo está descendiendo, lo que es apropiado del lado correcto se ha movido al opuesto. Estoy tentada a hablar de este cuerpo galénico revelado en las palabras de mujeres ordinarias como un tensor de flujos orientados. La orientación y la proporcionalidad han desaparecido de la autocepción moderna.
• La proporcionalidad orientada se percibe principalmente como un fenómeno háptico (táctil), no óptico. Esto es tan verdadero para el marco de referencia del paciente como para el del médico. A las autorreferencias hápticas del paciente les corresponde la empatía háptica del médico. Éste emite sus juicios y forma sus prescripciones basado en el reporte de la mujer sobre su orientación kinestésica; juzga la constitución de su paciente por intuición inmediata de su porte y aura. A partir de ahí, diagnostica el desorden humoral de la paciente mediante una anamnesis, es decir, escuchando con atención la historia que ella cuenta. El médico barroco casi nunca tocaba o desvestía a una paciente: para él la práctica de la medicina era una habilidad conversacional, una retórica háptica que presuponía una percepción igualmente háptica del médico.
Las historias recopiladas por el doctor Storch de Eisenach sobre la leche materna, el menstruo y las excreta, la concepción, el embarazo y el alumbramiento son expresiones de eventos percibidos hápticamente en un flujo orientado y proporcionado de los fluidos del cuerpo, el cuerpo de la gran tradición de la proporcionalidad. Reconozco mi deuda hacia Joseph Rykwert, cuyos estudios de los órdenes de la arquitectura y sus resonancias con el género me inspiraron. El paralelo, o mejor dicho la analogía (que en griego significa proporcionalidad) entre la transición de la patología humoral a la patología solidista y la pérdida del sentido de un orden cósmico en la arquitectura, es más que una suposición educada. Es una hipótesis apoyada por una audaz historiografía a la que Joseph Rykwert nos invita y en la que su magnum opus sobre los rituales de fundación como encarnación de la proporcionalidad entre el microcosmos y el macrocosmos nos puede servir de guía. ❧