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Gustavo Sainz: punto de encuentro

Hablar de Gustavo Sainz es referirse a un permanente experimentador de las letras. Su narrativa directa fue para muchos autores un parteaguas que renovó la manera de escribir novela en México. A los 25 años, irrumpió en las letras con Gazapo, su primera obra. Sainz tuvo un lugar indispensable en la literatura de los sesenta, y hoy lo recordamos a cinco meses de su fallecimiento.


Fallecido a los setenta y cuatro años de edad, el 26 de junio de este año, en Bloomington, Indiana, aquejado de la enfermedad de Alzheimer, este entrañable escritor representa, sin duda, un punto de encuentro entre generaciones de escritores, entre géneros literarios, entre las múltiples aristas del oficio de escritor, entre las simpatías y las diferencias de los críticos, entre la vida en México y un exilio voluntario que fue desdibujándolo en el panorama del nuevo siglo.

Pocos estudiantes están ahora al tanto de la obra de Gustavo Sainz, reducido a unas líneas catalogadoras como miembro de la generación de “la onda”, nombre con el que se conoce a un grupo de jóvenes que comenzaron a publicar en los años sesenta del siglo pasado, a partir del título de un ensayo de Margo Glantz: “Onda y escritura, jóvenes de 20 a 33”, en 1971.

Se le asocia con Parménides García Saldaña, José Agustín, René Avilés Fabila, entre otros. Ninguno aceptó el mote y ninguno se considera parte de un grupo o de un estilo. En realidad, cada uno forjó su propio lenguaje, se entregó a sus propias obsesiones y desarrolló un camino de manera singular.
Los unía, claro, la edad, el México en proceso de modernización, la liberación sexual, el sueño de la revolución social, la vivacidad de un lenguaje al desnudo, desmitificador de la retórica y el anquilosamiento de la hipocresía y la mochería con las que una parte de la sociedad mexicana arropaba su discurso. En contraste, profesionalizaron el ejercicio de la literatura y se dedicaron a diferenciarse en su producción que, salvo en el caso de García Saldaña, muerto tempranamente, ha sido larga, consistente, madurándose libro a libro.

La figura de Gustavo Sainz en las letras de nuestro país es, al mismo tiempo, la del hijo desobediente de la tradición literaria que le precede, inaugurándose como protagonista-personaje-autor sin ambages ideológicos ni manieristas; es el “hermano mayor” y maestro formador de las generaciones literarias que le sucedieron, en su cátedra universitaria, en sus talleres literarios, en el interés de despertar vocaciones, recomendar lecturas, construir plataformas de publicaciones y becas para que los jóvenes pudieran florecer; es el funcionario que preside la dirección de literatura del INBA, promoviendo presentaciones, lecturas y foros para acercar a los autores con los lectores y hacer de la literatura un acto público, social; es su propio agente de negocios y sabe hacer de su oficio un modus vivendi que termina llevándolo a las universidades de Estados Unidos que pagan lo que jamás podría recibir en México como escritor; es el bibliófilo contumaz de una creciente biblioteca, perseguidor de específicos volúmenes que lo llenan de alegría infantil; es el hombre de una sola sonrisa permanente que contesta de frente lo que le pregunten.

Es el escritor que aterrizó su gazapo en obsesivos días circulares, y se encontró con la princesa del Palacio de hierro, disfrazado de compadre lobo. Los fantasmas aztecas lo llevaron a un paseo en trapecio y se volvió un muchacho en llamas. Brindó a la salud de la serpiente y construyó un retablo de inmoderaciones y heresiarcas. Conoció a la muchacha que tenía la culpa de todo y dio un salto de tigre blanco. Entonces, clamó: quiero escribir pero me sale espuma, una novela virtual (atrás, arriba, adelante, abajo y entre), con tinta sangre del corazón, a troche y moche, aunque tenga las batallas de amor perdidas y sólo me quede el tango del desasosiego.

Sus obras, cuyos títulos surcan el párrafo anterior un horizonte de 23 años (1965-2008) siguen siempre un ímpetu propio, una búsqueda, un experimento con la expresión, con el lenguaje, con la imposible y perseguida forma literaria que convierta el fenómeno en palabras.
Su obra no pertenece a esta nueva molicie del mercado global editorial que busca hacer de la literatura un producto confortable, divertido, con historias que provoquen emociones momentáneas de palomitas de maíz, perfectamente intercambiable.

Ante esta moda de autores hechizos de pasarela que espejean como pavo reales alrededor del mundo, es imponderable traer de vuelta a escritores como Gustavo Sainz al panorama de las letras mexicanas de hoy.

Murió sin su última voluntad: haber logrado regalar su biblioteca de más de 75 mil volúmenes, al gobierno de Saltillo. Es inaudito.

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Ethel Krauze
Ethel Krauze
Escritora mexicana y promotora de la escritura hecha por mujeres.
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