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Entretejiéndonos por la vida, por nuestra casa común

Los colores del maíz, así como los colores que pintan los campos, son tan diversos como nosotros: los seres humanos. Durante más de 500 años hemos luchado para que esos colores no se desdibujen de nuestros corazones. Porque esa diferencia nos hace más fuertes al momento de vivir y luchar con dignidad. Ha habido tiempos en que se ha impuesto una visión homogénea para la vida, pero nos hemos dado cuenta de que no se trata de vencer, sino de convencer, que somos diferentes y en nuestra diferencia podemos encontrar fortaleza.

Cuando se hablaba de tejido en esta iniciativa, no podía dejar de pensar en mi familia. Soy y vengo de generaciones de mujeres tejedoras, de sueños y de esperanzas también. La historia de nuestro tejido empieza con un pensamiento del corazón, uno que sobresaltaba antes de iniciar nuestra primera reunión, la pregunta que giraba y giraba en mi pensamiento era una sencilla pero, a la vez, muy compleja. Era sobre cómo platicarle a mi abuela, una mujer que apenas sabe leer y escribir, que se dedica a tejer hamacas, qué era eso del diálogo intercultural. Pensaba e imaginaba cómo podría hacerlo, hasta que comprendí una parte de lo que es ella: una mujer de acción, que hace lo que siente y piensa, que no lo deja ahí, al vacío. Así que pensé: tal vez podría decirle que nos imagine como hilos de sus hamacas, de diferentes colores, tamaños, formas, pero hilos al fin. Hilos que, de pronto, empiezan a tejerse juntos, al mismo tiempo, para acomodarse en el lugar que deben ir, sin hacer más importantes a algunos ni menos a otros: todas, todos, tejiéndose, tejiéndonos. Que al final nuestro tejido sea algo real, tangible, con forma, en el que todos los hilos tengan que amarrarse fuerte para que no se deshagan.

Y seguía pensando: tal vez habría algunos hilos que se soltaran o parecieran no encajar en el tejido, pero como sabemos que todos son necesarios para que se sostenga la hamaca, tendríamos que encontrar la solución para no soltarnos, ya que lo importante es cómo nos entretejemos para no perecer.

Nuestros abuelos cuentan que hace mucho tiempo en el cenote de un pueblo se encontraba un baúl que tenía adentro una soga. Cuando los españoles llegaron, se adueñaron del baúl y por curiosidad extendieron la soga para ver de qué tamaño era; estuvieron sacando y sacando la soga, pero ésta no tenía fin, por lo que se fastidiaron y empezaron a meterla de nuevo. Se dieron cuenta de que por más que intentaban guardar la soga no cabía de nuevo en el baúl, así que decidieron cortarla, y la soga sangró. Cada vez que la cortaban lo hacía. Se percataron de que tenía vida, así que la guardaron en el baúl. A partir de ese momento empezaron las divisiones y los pleitos en los pueblos. Cuentan las abuelas y abuelos que esa soga era la soga que unía a los pueblos y mantenía la armonía. Ellos nos dejaron la encomienda de anudar de nuevo los hilos de la soga.

Creemos y sentimos que ahora es el momento de unirnos no sólo los pueblos, sino también todos los que pertenecemos a nuestra casa común. Los abuelos nos hicieron esta encomienda, que debemos realizar. Esperamos que éste pueda ser un espacio para hacerlo.

Así es como nos imaginamos esto, así es como lo sentimos: ahora es el tiempo de tejernos por nuestra casa, por la vida. ❧

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