Memoria y poesía, dos elementos clave que permiten visibilizar el horror, trayendo de los límites del silencio aquellos testimoniales que reescriben la historia, que salvan del territorio del olvido a los olvidados, como lo hace el libro El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (Ediciones Era, 2016), en cuyas páginas se compone un panorama retrospectivo de quienes salieron a la calle a resignificar la paz, el consuelo, la comunidad y la búsqueda por la justicia, en medio de un vendaval de violencia que aún padece México. En esta entrevista a uno de sus editores, la memoria funge como el cimiento esencial en la construcción del presente, que siempre es el futuro, y la poesía como el último refugio de la resistencia. Por el silencio de los ausentes, aquí la voz de los poetas.
¿Cómo definirías el horror que vive México?
Este país vive una crisis profunda de identidad. Ha dejado de reconocerse como una casa común, si es que alguna vez lo fue. La Independencia y la Revolución fueron, quizá, los dos grandes deseos de hacer del país una misma casa, habitable, amable, pero definitivamente no se logró; al contrario, se convirtió en un espacio en disputa y esa disputa se rige por el predominio global de una idea individualista, no colectiva, no común, llena de ausentes, que desprecia la solidaridad y la fraternidad, y se ha transformado en un mundo más violento. La falta de la prevalencia del bien común sobre el bien privado y la conversión de lo que yo llamaría una ideología de Estado, una ideología abarcadora, devastadora, se ha convertido en el gran motivo para que sólo la ganancia personal, la explotación del otro y la riqueza a partir del sufrimiento ajeno, transformen la ausencia y el dolor en cotidianidad. La minería, el capitalismo salvaje y el narcotráfico son formas de dominio, de una enorme violencia que requiere estrategias violentas para imponerse, y eso ha acarreado un mar de sangre y de dolor.
“Están aquí/ entre nosotros/ los desaparecidos de México/ A veces parecen invisibles/ pero están aquí/ no pueden irse…” Este poema (“Los nuestros”), que publicaste en el libro del Movimiento por la Paz con justicia y dignidad (MPJD), un poema con una poética cruda, incluso confrontativa, es distinto a otros que podemos encontrar en poemarios como Comer sirena o Naturaleza y hechos. ¿Cómo llegó a ti?
Los poemas van apareciendo. Yo no escribo poesía planificada y, por lo mismo, no podría decir que he decidido escribir un poema que confronte o no. Casi siempre los poemas aparecen como una irrupción, como un rompimiento del orden diario y la lógica de trabajo y de vida cotidiana; una irrupción que tiene la necesidad de decir para entender. Decimos para darle forma a las visiones, de otra forma no podríamos relacionarnos con lo de afuera; la necesidad de nombrar las cosas y los hechos tiene que ver con un deseo de fijar, y a través de fijar el mundo en palabras, tratar de entender. Desde luego, el deseo no se cumple, la realidad es mucho más compleja, nos sobrepasa a cada instante, es más desgarradora cada vez. Pero ese poema en particular tiene que ver con la empatía; esos desaparecidos de México son nuestros desaparecidos. El poema es una necesidad de acompañar y participar en un dolor y en experiencias verdaderamente terribles que viven cotidianamente muchas personas en nuestro país.
¿Cuál es el papel de la poesía en tiempos de masacre?
Creo que la poesía es nuestra compañera: es esa voz que nos acompaña en la vida y nos va contando lo que sabemos, incluso dándole voz a lo que no queremos nombrar. No es que sirva para algo en ese sentido; más que dar un servicio, es absolutamente necesaria, sobre todo en tiempos de masacre. Es una necesidad que tiene que ver con esa urgencia humana de nombrar la vida misma, por buscar la forma de lo incógnito, ya sea de la belleza o del horror, del amor o de la tragedia.
Desde la poesía y la cultura en general, has militado en las causas que te parecen urgentes; sabemos que eres parte del MPJD. ¿Cómo llegaste a este movimiento?
En algunos momentos de mi juventud tuve cierta militancia. Me eduqué en el partido comunista y participé en la legalización de pasar de la clandestinidad del partido comunista a la legalidad; estuve algún tiempo en el partido socialista unificado de México. La vena estaba ahí desde siempre. Llegué al MPJD por Javier Sicilia, una de las personas que me formaron en la poesía y en otras cuestiones. Lo conocí en 1980 o 1981, en un taller de poesía, y a través de ese taller y del diálogo constante me animé a escribir poesía y por lo que, de alguna manera, lo sigo haciendo.
Javier y yo teníamos largas discusiones sobre la legitimidad de ciertas ideas socialistas (las mías) y de la ética libertaria del cristianismo (las de él). Un día yo estaba en mi casa, tomando café, y de pronto escuché a Carmen Aristegui dar la noticia de que habían matado al hijo del poeta, al hijo de mi amigo. Sentí un puñetazo en el pecho, en el corazón; lo único que se me ocurrió fue tomar un autobús a Cuernavaca para acompañarlo en el sepelio y abrazarlo. “Gracias por venir, no me dejes solo”, me dijo. No podía hacerlo, en un momento tan doloroso, caótico, indignante. Estábamos ahí un grupo de personas, pensando qué íbamos a hacer. Y de repente, cómo es la vida, empezamos a adquirir compromisos sencillos, reuniones, diálogos que nos permiten entender esa tragedia en un contexto más amplio, pensando que quizás ese enorme dolor podría ser un factor que hiciera estallar un acto de dignidad colectiva necesaria. Así, un día me vi en reuniones, después en una manifestación, luego caminando, tomando la palabra.
Me encontré en el movimiento como nació: caminando de Cuernavaca a la Ciudad de México y después a Juárez. El desgarrador dolor de Javier se repetía. Existía en todo el país una narrativa exacerbadamente idéntica de un caso a otro, en la que había un ser violentado o una autoridad omisa o cómplice, una impunidad absoluta, un desgarramiento social, un desaliento colectivo, y encontré que eso podía, digamos, ser el fermento de un “¡basta, hasta aquí!”, que, si no salvaría a todas esas víctimas de su dolor, al menos sí impediría la existencia de más víctimas, de más historias echadas al olvido. Considero a este movimiento de víctimas como uno de los más generosos del país. Su lucha no es para salvarse o salvar a los seres que perdieron, sino para detener el dolor, para no reproducirlo, para decir: basta.
Desde su irrupción, el MPJD, como en su momento el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, ha tenido una poética particular para nombrar al mundo, a las atrocidades, al desamparo y al dolor. ¿Qué papel tiene la palabra poética en la construcción de las resistencias?
Creo que tienes razón, son dos movimientos que hacen uso de la palabra poética y que plantean una discusión desde una dimensión poética que no significa una forma de evasión, como han intentado hacerlo parecer otros actores, sino de profundizar en el contenido de las palabras y en el propio de las razones y las demandas.
El movimiento zapatista fue una irrupción poética muy importante. Describía una narrativa política que no estaba presente desde hacía mucho tiempo; una dimensión poética que echo de menos en el zapatismo actual. El movimiento por la paz con un poeta a la cabeza repuso esa perspectiva, la cual nos mostró los límites de la prosa política, sociológica y antropológica. El MPJD plantea una nueva manera de interpretar lo que pasa y le da un sentido también a la propia rectificación ética que proponen.
Lo que el MPJD revela es que hay una pertinencia de la poesía. La poesía como forma de resistencia. La palabra política está falta de sentido, y ante el vaciamiento de la política y de su narrativa, asoma la palabra poética como una necesidad de expresión y una forma de conocimiento.
Creo que sí, que éstos son dos momentos de alta poética colectiva y social, no porque hayan escrito en otros tiempos una crítica social, sino porque se veía desde la poesía y la interpelación de la poesía; es más profunda, toca otros espacios, nos acerca de una manera más íntima al dolor del otro. Las dimensiones poéticas están ahí, salvo que pocos pueden verlas. En ese sentido, tu pregunta me lleva también a pensar en mis orígenes, en la dimensión poética de la guerra civil española, una intervención violenta, autoritaria, que se da justo en un momento de renacimiento poético, en medio de la Generación del 27 y ese nuevo siglo de oro de la poesía española. Podemos ver cómo viaja esa dimensión poética, la vemos llegar a América Latina de la mano de César Vallejo o Pablo Neruda, por nombrar a algunos.
Lo que el MPJD revela es que hay una pertinencia de la poesía. La poesía como forma de resistencia. La palabra política está falta de sentido, y ante el vaciamiento de la política y de su narrativa, asoma la palabra poética como una necesidad de expresión y una forma de conocimiento necesario para interpretar lo que vivimos, para no olvidarnos, para no enterrarnos vivos.
Javier Sicilia y tú decidieron editar un libro sobre el MPJD con un doble propósito: dar claridad a un movimiento que nació del dolor de las víctimas y documentar. Podemos encontrar fotografías de los recorridos, reflexiones y cartas de personajes que de alguna manera han trastocado el corazón de nuestro país. ¿Por qué lo editaron cinco años después?
Por la necesidad de mantener el ejercicio de la memoria. La memoria en nuestro país es el principal refugio frente a la barbarie. El 2 de octubre no se olvida. Como frase emblemática, se ha convertido en un saber colectivo; no olvidar es fundamental. Recuperar el sentido y recuperar los lazos que nos unen, recuperar la dignidad, en la medida en que recordemos.
Al igual que el MPJD irrumpió con la palabra, muchas voces hablaron en diarios, discursos, entrevistas, poemas, tomaron la palabra, una toma de palabra diversa, desde Enrique Krauze, hasta Adolfo Gilly, Diego Enrique Osorno, Clara Jusidman, Javier, desde luego… en fin, muchas y diversas voces sostienen el movimiento; voces que se escuchan con sus propios ecos. Recuperar ese universo de voces y tratar de darles un orden, un espacio donde habitar, donde resguardar la memoria, es una parte importante del MPJD.
Este libro no es una recopilación de testimonios, sino un espacio de reflexión, de periodismo, de crítica, de poesía, fundamentalmente; responde a una visión o interpretación de lo que fue el movimiento, más allá de los protagonistas. El libro es un ejercicio colectivo de reflexión frente al horror que vivimos y, más importante aún, es sobre el poder de la dignidad. La naturaleza del bien es justamente la solidaridad, y en este título encontramos un ejercicio de solidaridad.
Has tocado el tema de la memoria un par de veces durante la entrevista, ¿qué significa la memoria, dónde habita, cómo se sostiene, según Eduardo Vázquez?
La memoria es la casa común que podemos construir entre todos. La memoria como un lugar en el que cabemos, es el territorio donde asistimos para conocernos, para entendernos, para recuperarnos del horror. Es un cimiento fundamental en la construcción del presente que siempre es el futuro. Siempre que construimos presente construimos futuro, y creo que todos los actos de memoria llevan un grado de responsabilidad. Los llamados a darle vuelta a la página en el caso de los 43 de Ayotzinapa, o en el caso de la derecha española y su constante oposición a la memoria histórica porque consideran que reaviva la violencia y abre las heridas, opinan que el olvido es mejor. Los responsables y aspirantes a dictadores siempre apostarán por el olvido, porque en la memoria está la construcción de la ética, y ésta es un acto de memoria, irrenunciable.
“Porque nosotros sabemos bien que nombrar a los muertos es una forma de no abandonarlos, de no abandonarnos”, le dice el subcomandante Marcos a Javier Sicilia. Hay casos en los que existe una notable oposición a la memoria, como los que mencionas. En este sentido, ¿qué representan las fosas clandestinas de Tetelcingo en el territorio del olvido?
No lo conozco a fondo, yo creo que todo lo que tenga el país está lleno de fosas, incluso el monumento que hizo Felipe Calderón e Isabel Miranda de Wallace es una fosa común, un espacio sin nombre, sin identidad, sin memoria. Creo que hay que abrir todas las fosas del país porque todos nuestros muertos deben tener nombre y debe reponerse su historia. Decíamos que la ética se funda en la memoria; no podemos construir una ética de futuro si olvidamos a todos nuestros muertos o los ocultamos, o si dejamos que los olviden.
¿Qué significa para ti el MPJD?
Me parece un espacio muy importante de libertad. El MPJD, a diferencia de otras experiencias que tuve en mi juventud durante la militancia comunista, es un espacio de autoadscripción en el que no se exige una conversión a ciertas ideas, una aceptación de ciertos roles, ni mucho menos la imposición de ciertas jerarquías. Me parece que es un espacio enormemente autogestivo y libertario, un espacio que desde el dolor es profundamente creativo. Es una expresión de la generosidad y dignidad de este país, una, no la única desde luego, que se planteó desde el principio no convertirse en un instrumento, es decir, no ser útil para ganar una elección, un sindicato o para imponer a un funcionario, sino un espacio de verdad en el que se puede ir a dar lo mejor de nosotros, y eso es lo que hace al MPJD muy especial, como el propio libro, que desde luego es una creación colectiva. El movimiento es también un ejercicio de memoria. ❧
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