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El zapatismo y los nuevos movimientos sociales

10603090_371703662980760_1112260523_nFotografía de Enrique TorresAgatón

ENTREVISTA A HERMANN BELLINGHAUSEN

Quizá sea Hermann Bellinghausen, el que como poeta y periodista conozca mejor que nadie el proceso profundo del zapatismo. En esta entrevista que concedió para Voz de la tribu, Bellinghausen habla, a partir del zapatismo, de lo que los movimientos sociales que comienzan a aparecer en el mundo dicen frente al desmoronamiento del Estado y de la economía moderna. Su análisis traza un derrotero de lo que la vida política y social puede ser cuando la gente comienza a tomar en sus manos la responsabilidad que le ha cedido a un Estado que ha dejado de responder por ella. Entre sus obras hay que mencionar, además de sus espléndidos reportajes periodísticos, La hora y el resto, Crónica de multitudes y La entrega, y sus recientes poemarios Ver de memoria y Trópico de la libertad.


NOS ENCONTRAMOS, HERMANN, en un parteaguas histórico y civilizatorio cuya característica es el desmoronamiento de las instituciones, en particular, del Estado que nació de la Revolución Francesa, y de esa cosa que ese mismo Estado no ha dejado de proteger: el capitalismo. Esas dos instituciones, que han señoreado al mundo desde, quizás, el siglo xvii, se están resquebrajando de manera brutal. De sus fracturas han comenzado a emerger varios movimientos que, para llamarlos de algún modo, podríamos definir como antisistémicos. Para mí, el fundamental, por lo que ha logrado construir al margen del Estado, es el zapatismo. Lo siguen después, para hablar de México, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad –con sus características de reivindicación de las víctimas de la guerra de Calderón y su búsqueda de paz– y el #YoSoy132 –que tomó el camino de buscar la reforma de los medios y evitar el fraude electoral–, la Primavera Árabe, Los indignados y los Occupy, recientemente, en México, las policías comunitarias, que ya existían, y las autodefensas que empiezan a surgir por todas partes –para nombrar a los más conocidos–. ¿Qué dirías frente a ellos? ¿Podríamos decir que son el inicio de lo nuevo que empieza a surgir de las grietas de las instituciones que se resquebrajan? Podríamos tener esa esperanza. Sobre todo porque no se ven en el horizonte otras alternativas que tengan vida propia. En este sentido, creo que el zapatismo es el referente originario de esos movimientos.

Para entenderlo y entenderlos, leamos este parteaguas histórico y civilizatorio en dos niveles que se entrecruzan. Primero, la globalización, la mundialización, la caída de las fronteras, a partir de las nuevas formas de la comunicación que trajo Internet; segundo, el surgimiento de movimientos locales que se expresan en términos propios, que se vuelven nacionales y, a causa del primer nivel, se internacionalizan. Por ejemplo, el movimiento de Egipto nació de lo que la gente de Egipto realmente necesitaba en Egipto, pero apoyado por las comunidades de otros países; que acabara en nueva dictadura es otro problema. Los zapatistas, sin embargo, fueron los primeros en hacerlo. Aunque nacieron de lo que los pueblos indios de la región de Chiapas necesitaban, se convirtieron en un movimiento de liberación nacional de dimensiones internacionales. No sé si ellos mismos se dieron cuenta de lo que habían desencadenado. Pero, cuando en medio de las burlas salieron rumbo a la Ciudad de México y llegaron al Zócalo, no sólo lo encontraron repleto, sino que simultáneamente estaban en los ojos y los oídos de todo el mundo.

Mujeres simpatizantes del EZLN. Fotografía de Oriana Eliçabe

Lo local, mediante los medios de comunicación, se volvió internacional. Ellos fueron los primeros que interconectaron los dos niveles: se internacionalizaron sin dejar de mantener su realidad local. Los propios comunicados del subcomandante Marcos repetían constantemente que era necesario que a partir de la lucha zapatista cada lugar hiciera su propia lucha local, nacional, en sus propios términos, de acuerdo con sus propias necesidades y en sus propios lugares. La razón es tan evidente que nadie hasta entonces la había visto: por más que haya una globalización cada sitio tiene sus propias necesidades históricas. Por más que parezca que ya no hay fronteras y que lo que sucede en China involucra al mundo entero, tenemos que saber que lo que sucede en México tiene características propias que son absolutamente diferentes a las de China, incluso diferentes de región en región. Todos tenemos enfermedades regionales y nacionales que nos tienen en estado terminal a causa de la globalización, el libre comercio, la internacionalización del crimen. Pese a ello, los fenómenos siguen siendo nacionales y locales. Hablemos, por ejemplo, de la democracia, un fenómeno mundial, que tiene sus propias características en México. El fin del PRI no representó una transición a la democracia, sino un paso a una democracia que no sólo llegaba de manera tardía –la democracia ya estaba en crisis en los países verdaderamente democráticos–, sino, por lo mismo, vencida. Todos los movimientos que empiezan a surgir entonces la cuestionan, porque en realidad esa democracia vencida es poder negado a la gente, poder robado a la democracia que se disfraza de congresos, de instituciones, es decir, de formas de control del viejo poder para el que en realidad la gente no importa. La única manera de romper eso y conquistar una verdadera democracia es que la gente la haga por sí misma. Los movimientos sociales son, en este sentido, lo mejor que tenemos frente a la crisis civilizatoria. Sobre todo cuando, como en el zapatismo, logran materializarse en algo, en términos comunitarios, de gobierno, de territorios, de una filosofía de la vida y de la vida pública que, hasta la fecha, son únicos en el mundo. No todos los movimientos tienen, por desgracia, esos recursos. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), por ejemplo, no tiene una territorialidad, pero ha demostrado que es necesario juntar a la gente y movilizarla para que suceda algo importante. No juntarla como lo hace el poder en estadios y en plazas, sino de manera verdaderamente seria y democrática. El poder, por desgracia, nos sigue ganando. Hace ya tiempo, en la época de Halloween, ganamos el Récord Guiness del mayor número de zombis. Lo traigo a colación por que en ese momento álgido del país salieron nueve mil personas a un acto absolutamente intrascendente en su frivolidad, pero no salieron esos mismos nueve mil u otros tantos a manifestarse en la Bolsa de Valores junto al profesor Edur Velazco, que en esos días ayunaba por el aumento del presupuesto para la educación –la educación de esos mismos jóvenes– hasta casi morir. Podríamos decir, entonces, que esos nueve mil son literalmente zombis que representan una cultura de la devastación. Nosotros y los movimientos sociales tenemos que buscar que esas movilizaciones sucedan, pero con un contenido, no con la expresión frívola de la muerte.

¿Dirías entonces que quizás, a la larga, las formas que se construirán tendrán que ver con las formas organizativas que nos ha mostrado el zapatismo? ¿Si las movilizaciones sociales pudieran, como lo ha hecho el zapatismo, llenar de contenidos propios la protesta, podríamos llegar a sociedades locales confederadas o anarquistas que nada tengan que ver con los zombis o con la capacidad del poder para concentrar y controlar a las masas y reducirlas a muertos vivientes, dóciles a un consumo devastador?

Hablar de anarquismo es difícil. Es una palabra demasiado deslegitimada y manoseada. Esto puede parecer una digresión, pero quiero hacerla. Hace tiempo vi una exposición de Abraham Pisarro, el pintor precursor de los impresionistas. Era un anarquista. Tenía, contra lo que se piensa de ellos, familia, vivía en el campo y fue el primero que vio a la gente. Hasta entonces los pintores veían a los reyes, a los personajes de la Corte, pero no a la gente común.

«Nosotros podemos marchar por las calles defendiendo la naturaleza, pero somos inermes frente al poder… Ellos no; ellos están en la naturaleza y la preservan».

Pissarro, sin embargo, los vio desde su anarquismo, un anarquismo que en aquella época se respetaba, porque quien lo profesaba era gente de paz, gente autónoma, libre. Hoy, sin embargo, la palabra “anarquismo” se ha cargado de un tremendo contenido negativo, a causa de los anarquistas fascistas y de los anarquistas de izquierda que fueron muy violentos. La prensa ha magnificado ese imaginario y ha cargado con ese horror a los punks, que, sin embargo, son de los movimientos urbanos más saludables, de los movimientos que han sabido decir “no”, aunque sea de manera intuitiva. Dicho esto, podríamos decir, que los zapatistas tienen un sesgo anarquista en el sentido de Pisarro: no sólo visibilizaron a los que nadie veía, sino que con ellos crearon nuevas formas de vida social. Los indígenas, a partir del movimiento zapatista, tienen en este sentido ventajas no sólo sobre otros movimientos de la misma dignidad, sino sobre la cultura occidental. Frente al surgimiento expansivo de los transgénicos, ellos, a diferencia de todos nosotros, tienen, porque resguardaron su tradición y la sacralidad de la naturaleza, una opción. Nosotros podemos marchar por las calles defendiendo la naturaleza, pero somos inermes frente al poder de, por ejemplo, Monsanto. Ellos no; ellos están en la naturaleza y la preservan. Frente a un mundo que se volvió indigno, ellos pusieron, como alguna vez dijo Marcos: “La bota en la mesa”. En un día, una bola de “pelados”, que nadie sabía quienes eran, transformaron el ritmo del país. No sólo pusieron, como dije, la problemática indígena en el centro del debate nacional, sino que en el momento en el que ya no había reparto agrario, en el momento en el que el TLC se miraba como una panacea, aparecieron para deslocalizar todo y evidenciar que el TLC nos dañaría alimentariamente a todos. Veinte años después, lo que revelaron ha resultado más que cierto. El único beneficiario es el proteccionismo estadounidense y las grandes trasnacionales. Abrimos todo para confirmar, como lo está haciendo la política de Enrique Peña Nieto con las reformas estructurales, nuestra realidad de traspatio. Los indios, a diferencia de los economistas, de los políticos, de los planificadores, etcétera, dialogaron con la realidad y lograron preservar sus maneras de ser y de producir.

Cuando fui a Ecuador y me metí en la selva amazónica encontré un poco lo mismo, aunque expresado en las categorías regionales y culturales de la Amazonia: comunidades que pusieron un coto a la lógica arrasadora del progreso y tienen su propio gobierno, igual que los zapatistas. Sin embargo, a diferencia de los zapatistas, que siguen sin ser reconocidos por el gobierno, en las comunidades amazónicas, el gobierno negocia con ellas porque tiene que hacerlo. En Ecuador, a diferencia, de México, se han dado procesos democráticos reales. Se han dado también en Venezuela, en Bolivia, en Chile y en Argentina. Allí la sociedad se movilizó y transformó las formas de poder de una manera que no ha sucedido en México. Aunque en esos sitios estén los mismos problemas acarreados por el neoliberalismo y la globalización, se han dado procesos sociales que caminan en el sentido de lo que hablamos al inicio de nuestra conversación. Esto, en México, no ha sido posible porque tenemos gobiernos terribles que mantienen fracturado al país. Lo que nos lleva a la pregunta de ¿qué es la democracia?

Aquí nos la quieren vender como el juego de los partidos que en realidad es un negocio y una simulación. Eso no es la democracia. La democracia tiene que nacer de procesos que se abren, como en Bolivia. Evo Morales, con todos los defectos que podamos criticarle, abrió esos procesos, que en México no se han abierto un milímetro. Nuestro proceso, a diferencia del boliviano, no va, por desgracia, hacia adelante. Vivimos en un país muy dañado, en el que entre más tiempo pase más tiempo nos llevará reponernos. Por eso creo que la única opción que tenemos son los movimientos sociales.

Hablas de la tradición indígena, cuya fuerza radica en que tiene una profunda memoria histórica y una territorialidad que, como en el caso de la amazonia ecuatoriana que citas, marca límites al gobierno y al mercado. ¿Cómo llenar de esa fuerza y de ese contenido a los movimientos urbanos? ¿Cómo pueden ocupar territorialidad y dignidad porque su malestar es de alguna manera el mismo que el de los pueblos indios?

Hay también en los movimientos urbanos una profunda tradición. Recordemos, para seguir con México, los terremotos de 1985. Fue un momento en el que la gente se organizó y rebasó al gobierno, al grado que el propio gobierno tuvo que echarse para atrás y dejar funcionar libremente a la gente. Eso, de alguna forma, hizo despertar a las tradiciones indígenas que forman parte de nuestra cultura. Repentinamente, la ciudadanía urbana –ordenada por las tradiciones occidentales de gobierno que han creado a los individuos– se organizó de la noche a la mañana en una maravillosa colectividad que respondía a un problema terrible. Nunca, con excepción del movimiento zapatista y de ese momento, he visto a la gente decirle a un soldado: “Échate para atrás”. Luego vino Cuauhtémoc Cárdenas, en 1988, y volvimos a ver en las movilizaciones una recuperación de la ciudad, de los espacios públicos como una especie de propiedad colectiva. Creo que hay, en este sentido, que recuperar lo bueno de las movilizaciones de nuestro pasado urbano. El 68, por ejemplo, que en un principio pareció una derrota, a la larga resultó una victoria. Los movimientos que le siguieron, y que serían impensables sin él, no permitieron que en México, a pesar de todo, haya habido una verdadera dictadura: tenemos medios independientes –aunque las televisoras sigan siendo monopólicas–, los zapatistas se rebelaron, existen también el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), aunque les maten gente, y el #YoSoy132 que tomó el camino de la democratización de los medios televisivos, pero que se entrampó en los procesos electorales. En el fondo, el gobierno y los poderes fácticos no han podido vencer ni al 68 ni al 85 ni al 88 ni al 94 ni al 2011, aunque lo quieren y lo desean, porque todo eso pone en entredicho su supervivencia como dueños del poder.

Fotografía de Enrique TorresAgatón

Además de esos movimientos, en el Centro-Sur de México hay una profunda tradición comunitaria que debemos recuperar para sobrevivir al desastre y salvar al país. En el norte esa tradición no existe o es prácticamente inexistente. Es el caso de Monterrey que, cuando le cae la desgracia, no puede articularse como comunidad porque su cultura es la de la competencia, es decir, la de la rivalidad. Por eso, la caravana del MPJD que hicieron en el norte fue muy distinta a la que hicieron en el Sur. En el norte encontraron un camposanto de muertos y desaparecidos, de gente desesperada y de gobiernos que se hacen pendejos. En el sur, sobre todo en Oaxaca, en Guerrero, a pesar del horror, y en Chiapas, encontraron movimientos, gente que tiene alternativas y que las está llevando a cabo. No es gente que sólo cuenta a sus muertos sino que tiene propuestas, que quiere cosas bien concretas.

Lo que puede salvar a México es que esos movimientos sociales y la memoria histórica de los movimientos que nos antecedieron, convenzan a los que están fracturados y fragmentados. Se necesitan millones de personas para cambiar al país. En México, la gente más civilizada es la que ahora se moviliza. Lo demás, como lo estamos viviendo, es barbarie. Vasconcelos colocaba la frontera de la civilización mexicana allí donde empezaba la carne asada, es decir, en el norte. Ahora la barbarie se ha dispersado por todo el territorio, la barbarie que representan las hordas de zombis que rompieron el Récord Guiness. Sin embargo, hay otro México que continúa manteniendo viva la cultura y la civilización. Es el de sus movimientos sociales.

Sin embargo, ese México, a pesar de que se mueve y mantiene viva la cultura, no logra mover a otros dentro de la misma sociedad, que tienen también una profunda conciencia cultural. ¿A qué atribuyes esa parálisis?

Al miedo. El miedo paraliza. La fuerza de los zapatistas radicó, entre otras cosas, en que perdieron el miedo. Salieron sabiendo que los iban a matar. Yo vi cómo les pegaban y nunca retrocedían. Siempre, llevando a sus muertos, iban hacia adelante. Frente a eso, frente a ese valor y a esa dignidad moral, el gobierno tuvo que detenerse. Por eso reconquistaron sus territorios. Ellos, cuando se decía que ya no había nada que repartir de la tierra, hicieron una espléndida reforma agraria. Crearon sistemas de producción colectiva y gobiernos colectivos, sin desprenderse de la nación. Si hay quienes pueden decirse mexicanos son ellos. Los gobiernos que tienen la bandera, el himno, las instituciones son, a diferencia de los zapatistas y de los movimientos sociales de la nación, los peores enemigos del país.

Es que ese estado hobbsiano, centralizador, controlador, violento, que ha entrado en crisis y se desmorona, siempre ha entendido a las autonomías como desmembramientos, como formas de la balcanización. Quienes lo administran no pueden concebir otra forma de la nación. Sin embargo, vuelvo a lo que te preguntaba más atrás, si lo que surgirá de este desmoronamiento no serán formas nacionales basadas en localidades autonómicas confederadas, con sus particularidades, como el zapatismo, pero dentro de una misma nación. Ya lo pensaba Gandhi en su Programa Constructivo de la India: una India de 700 mil aldeas confederadas. Ahora también lo han comenzado a pensar y a proponer personas como Abdullah Ocalan, uno de los líderes del Partido de los Trabajadores del Kurditán, que ha dejado de luchar por un estado kurdo y ha abandonado el marxismo-leninismo para hablar de un municipalismo libertario, de una “autonomía democrática” kurda dentro de Turquía1.

En este sentido el zapatismo es una bofetada al Estado que dijo que lo que los zapatistas querían era dividir al país, que eran extranjeros, gente extraña a la nación. Pero Salinas y Camacho tuvieron, al final, que aceptar su condición de mexicanos. Con esto no estoy diciendo que los indios sean el centro de un cambio. Digo simplemente que han sido maestros de una nación que perdió el rumbo y de una alternativa frente a un modelo de Estado que se desmorona. Los pueblos indios son minoría, es verdad, pero son la mejor minoría que tenemos frente a la crisis civilizatoria. En medio de todo lo que tienen en contra –pienso en Ostula o en Cherán– están planteando alternativas radicales en las que el dinero deja de ser importante y se plantan sin miedo frente a quienes los asesinan y los niegan. Los zapatistas, en este sentido, han creado formas económicas ajenas al dinero, a la producción y al consumo desmesurados. Son economías que, contra la economía moderna, basada en la escasez y la explotación de todo, retornan a su realidad original: “El cuidado de la casa”. Mientras los presupuestos de las Juntas de Buen Gobierno eran de un millón o de dos millones de pesos, los de los municipios oficiales eran, por el contrario, 100 veces más altos. Las economías zapatistas son libres, dignas, autónomas y florecientes a una escala proporcional, es decir, buena y sana; no dependen del control gubernamental de las dádivas ni de la pobreza modernizada. Son economías que le dan una salida a la crisis mundial y al país. Contra lo que pensaba Arturo Warman y Ernesto Zedillo, no han balcanizado a México, le han propuesto un rumbo. Quien, por el contrario, está balcanizando a la nación y construyendo un verdadero Estado paralelo es el crimen organizado, que es una forma ilegal de la economía que defiende el propio Estado. Este Estado en crisis no es, por lo tanto, el aliado de la gente. Es, por el contrario, su enemigo. Se niega a aceptar que se puede ser mexicano de muchas maneras. El caso del asesinato de Nepomuseno Moreno, parte del mpjd, es muy claro al respecto: lo asesinó la policía coludida con el crimen. Su asesinato llevaba un mensaje muy cabrón: “Dejen de moverse”; “dejen de buscar a México”. Es señal también de que nos tienen miedo y de que vamos por buen camino.

Lo terrible es que todo eso produce, como decías, miedo entre la gente y parálisis. Una especie de aceptación del horror, de normalización del crimen.

Tienes razón y eso nos puede destruir. Si no creamos redes de solidaridad locales y no nos tomamos en serio que tenemos que cambiar, no encontraremos una verdadera salida democrática que permita salvar al país. Esas redes no dependen del Estado, sino, como lo han mostrado los zapatistas, de nosotros mismos. El problema es que lo que los partidos, los medios de comunicación y los poderes fácticos continúan vendiéndonos como democracia son las elecciones. Esa idea nos creó un problema muy serio a quienes las criticamos. La intolerancia contra quienes, como ustedes, lo hicieron y proponen otras salidas se hizo sentir y aún se hace sentir. Cierta izquierda, incluso, nos quiere convencer de que el movimiento de López Obrador es un movimiento ciudadano. Lo cual es muy relativo. El gran fracaso histórico del prd es que nunca quiso ser un partido de movimientos civiles, sino un partido político –lo que ahora quiere volverse Morena–. Y eso sigue siendo la dirigencia del PRD, a pesar de que digan lo contrario. Su estructura es burocrática, con gente privilegiada que pertenece al club de los gobernantes. Por ello, las elecciones que acaban de pasar, que Javier Sicilia calificó de ignominiosas, nada tuvieron que ver con la gente y, en consecuencia, con la democracia. A la clase política, del partido que sea, que ha hecho del gobierno una manera de vivir –se gana mucho dinero allí–, no le conviene que ganemos, no le conviene que haya una verdadera democracia. Su interés es el de las complicidades que le permita seguir viviendo de la simulación democrática. En Estados Unidos, los Occupy hablaban del 1% –yo diría que es un poco más–. Eso es para las élites políticas y los poderes fácticos que la acompañan, la democracia, y las masas que volverán a ir a las urnas sólo votarán para mantener la existencia de esa élite, no para que ellas puedan gestionar algo. Por eso los zapatistas, por boca del comandante Tacho, dijeron hace años: “No nos levantamos en armas para que ganara el PRD”. Estamos hablando de un momento en el que el prd era otra cosa muy distinta a lo que ahora es. De hecho, en esa época, a pesar de lo que dijo Tacho, los zapatistas por única vez apoyaron a Cárdenas y a su candidato en Chiapas, es decir, por única vez apoyaron las elecciones. Después las combatieron y se opusieron a ellas. Ahora, más bien, están al margen de ellas. La razón es que el zapatismo es un proceso que llegó a una conquista autonómica. La gente cree que ya no existen los zapatistas. Pero ellos están allí con sus conquistas. En el fondo ganaron porque funcionan como una realidad y una organización distinta, una organización nueva en su articulación tradicional, que funciona donde nada, en el orden del Estado y de las economías neoliberales, funciona. Todavía, el 8 de mayo de 2011, para apoyar al MPJD salieron de sus comunidades decenas de miles que se desbordaron por las calles de San Cristóbal. Nadie más lo puede hacer en México. Han logrado un respeto a toda prueba. Si en este momento los golpearan tienen suficientes recursos para defenderse. Hay, en este sentido, que agregar algo: el proceso zapatista es un proceso que sigue siendo resguardado por un ejército. Ningún otro movimiento tiene eso, un ejército que lo defienda. Habría también que nombrar, a partir de la experiencia zapatista, a la policía comunitaria de Guerrero, de Ostula o de Cherán o las autodefensas.

Por desgracia, Ostula está en tierra de nadie, y sus muertos, como don Trino hacia finales de 2011 –a algunos del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad casi los matan junto con él–, como lo han sido los muertos, desaparecidos y secuestrados que generaron las autodefensas, son producto del narcotráfico, de autoridades vinculadas con el  crimen y del desgobierno de Michoacán. La policía comunitaria de Guerrero, al igual que la comunidad de Cherán, ha logrado, a diferencia de Ostula, ser un contrapeso.

«…el zapatismo es un proceso que llegó a una conquista autonómica. La gente cree que ya no existen los zapatistas. Pero ellos están allí con sus conquistas».

Es, sin embargo, terrible que hayan tenido que llegar a los extremos del despojamiento y del asesinato, para juntarse. En muchos lugares, ya todo es Cherán u Ostula y si no salimos juntos a defendernos todo va a acabarse. Ellos son, como los zapatistas, un ejemplo. Otro movimiento muy importante e interesante fue el de la Asociación Popular de Pueblos de Oaxaca (APPO), un movimiento territorial. Lo que hicieron fue algo único. Crearon una especie de Comuna al estilo de la Comuna de París en 1871, un proceso autogestivo que hizo que el gobierno de la capital de Oaxaca dejara por largo tiempo de ser gobierno. El Palacio de Gobierno quedó abandonado. El edificio del Congreso, que acababan de inaugurar, estaba tomado por ese movimiento. Tomaron los poderes y la ciudad. Fue un movimiento que, focalizado en la capital, era absolutamente estatal. Yo recorrí muchos municipios de Oaxaca que estaban afiliados a la APPO y que se autonomizaron; llegaron a ser 20. El problema de la appo es que no logró dar el siguiente paso. A diferencia de los zapatistas o de la policía comunitaria de Guerrero, no tuvo un proceso que permitiera lo que habían ya casi logrado: una forma alternativa de gobierno. Me explico. Cuando después del levantamiento zapatista el EZLN se replegó a la selva, se establecieron varios cercos: el cerco militar del gobierno y con él las zonas grises, las rojas. Pero en medio de ese cerco, los zapatistas hicieron el suyo propio y a través de él comenzaron a controlar militarmente grandes territorios donde hay todo tipo de gente. Allí comenzaron a darse cuenta, sin saberlo, que se habían vuelto gobierno: la gente recurría a ellos para dirimir problemas. Aprendieron entonces a ser gobierno. Dos años después del levantamiento ya tenían formas de gobierno democráticas. La razón es que desde antes del levantamiento habían aprendido a autogobernarse y a ser personas verdaderamente libres. A diferencia de la APPO los zapatistas no se levantaron para liberarse. Ya eran libres y buscaron liberarnos a nosotros. Habría que volver a mirarlos y aprender su lección en estos tiempos donde todo comienza a desmoronarse. Transformarnos implica una larga pedagogía, un proceso que tiene que ver con reaprender lo que significa no la buena vida, sino la vida buena. No queremos, como lo pregona la clase política y el neoliberalismo, vivir mejor. Lo que queremos es aprender a vivir bien. Los zapatistas han sido, en este sentido, pioneros de eso nuevo que está emergiendo y que se expresa de otras maneras en otras partes, en otras regiones, en otros países: movilizaciones de la gente, al margen de los partidos, al margen de las Iglesias, al margen de las instituciones del poder. La cosa es no desanimarse, organizarse y no detenerse. Es una lucha de largo plazo y de largo alcance.

Me viene a la memoria una frase de Gandhi que tiene que ver de alguna forma con el zapatismo: “El bien anda a paso de caracol”.

La desgracia es que los otros están destruyendo todo muy rápidamente. Una bomba nos manda a todos inmediatamente al carajo. Pero hay que seguir andando. Los zapatistas, para volver a la frase de Gandhi, hicieron sus Caracoles, que no se refieren tanto al caracol del jardín, sino –paradójicamente, porque no conocen el mar, al ser hombres y mujeres de montaña– al caracol marino. Ellos dicen: “El caracol del mar de los caracoles de nuestros sueños”. Algo así como: “Los ríos al norte del futuro”, de los que habla el poeta Paul Celan. Un nombre tan barroco como las espirales del caracol y que tiene que ver con converger en algo. Todo está conectado en un caracol. Todo en él son trayectorias que van de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro. Hablan de la profundidad de la persona, muy ausente en nuestro mundo.

¿Podríamos entonces concluir que nos encontramos en un parteaguas civilizatorio en el que los movimientos sociales emergentes anuncian lo nuevo y de los que el zapatismo es el rostro hasta ahora más acabado? ¿Podríamos decir que ellos hablan de una ciudadanización del Estado, hacia la construcción de un tejido de redes sociales que generen formas de gobierno confederadas?

Escuela Primaria Rebelde Autónoma Zapatista

Están generando una transformación, teniendo una influencia en el Estado. Eso es indudable. Yo no soy un teórico de la política, pero creo que allí se puede ver una transición a otra cosa que no podemos visualizar. Por ahora, no podemos evitar al Estado y para enfrentarlo tenemos que movernos en esa doble lectura que es el hoy: lo local y lo mundial. Los zapatistas y los movimientos sociales son fuertes porque desde lo local están apoyados por mucha gente de la comunidad mundial. Vamos a ver cambios inimaginables que tendrán que ver con procesos de autonomía y de producciones locales, incluso de producciones alimentarias familiares, como empezar a sembrar en azoteas y a volver a ciertas formas del trueque, a una vida buena y no mejor. No va a ver de otra. Hace años conocí una granja en el centro de Los Ángeles, en una zona como la Industrial Vallejo. Una maravilla que funcionaba muy bien. Tenemos que aprender, contra el socialismo real, que no podemos construir una buena sociedad sin la libertad de los hombres. Esa libertad es, contra la lógica del poder, siempre menos, siempre independencia individual y comunitaria. La democracia, contra las elecciones, debe ser la democracia de la gente y será siempre distinta a la del control del Estado, a la de la asepsia del poder. Yo no creo que haya una sola democracia, sino miles, como lo muestran los movimientos sociales. La democracia debe estar llena de adjetivos y de pronombres, tantos como la gente que las hace en sus procesos comunes. Hay que crear comunidades dentro de las naciones.❧


1 En relación a esto véase el artículo de Roberto Ochoa, “Nuevos caminos de civilidad”, en Conspiratio 15, “En busca de la democracia perdida”, Jus, México, 2012.
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