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El género vernáculo: un concepto heurístico

BarbaraDudenBarbara Duden. Fotografía por ORF/ Ursula Hummel-Berger.

Contra muchas antropólogas, Iván Illich afirmó que el género no se compone de una “dualidad” (mujer-hombre), sino de una correspondencia primordial en la percepción de la realidad. No creía en la existencia de un género universal y, por tanto, optó por llamarle vernáculo, buscando una nueva categoría y un sentido renovado de la concepción social de la palabra.


La mancha ciega de Carl Polanyi

Recuerdo una conversación en la cocina de Iván Illich en Ocotepec, a principio de la década de 1970. Me hablaba de la autonomización de la economía que Polanyi calificaba de disembedding1 Carl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, México: Fondo de Cultura Económica, 2003. . Me decía: “No puedo rebasar su posición”. Un muro parecía cerrarle el paso. Polanyi había descrito la marcha a la modernidad, desde el siglo XV, como un proceso de desincrustación o desempotramiento (disembedding en inglés) de esferas separadas (la política, la religión, la educación, la ciencia pura y sobre todo la esfera de la cual Polanyi describirá la autonomización: la economía), a partir de un tejido general polivalente. Bajo el nombre de disembedding, había logrado describir el “deshilachamiento” de esta textura, pero no tenía conceptos para hablar de lo que precedía: un entramado social y cultural de correspondencias, en el que todo ser era lo que era por su correspondencia con otro, de la misma manera en que la orilla derecha de un río sólo es orilla porque existe la orilla izquierda. En otras palabras, Polanyi había podido describir el rompimiento de este entramado de correspondencias y la constitución correlativa de esferas separadas. Pero no había logrado entender en qué telar ni de qué hilo estaba hecho este entramado. Había descrito un proceso histórico de “desincrustación” (disembedding) y había visto en él la esencia de la modernización, pero no había logrado hablar de la situación previa, en que las cosas eran mutuamente complementarias y estaban incrustadas. Para usar las palabras de Polanyi: había equiparado la modernización a un proceso que llamó dis-embedding, pero no había dado pistas sobre lo que había sido el estado anterior de “embeddedness”, de imbricación mutua de las cosas.

Illich tuvo temprano la intuición de que, en la situación previa a la emergencia de las esferas sociales que caracterizan la modernidad, cada cosa recibía su ser de otra que le correspondía, de “otro” que le era a la vez muy diferente y casi idéntico, un poco como en la frase de una mujer zapatista, que Illich nunca oyó, y que decía: “Somos iguales porque somos diferentes”. A partir de la intuición de alguien radicalmente diferente de uno y al mismo tiempo “casi lo mismo”, Iván Illich se sintió finalmente capaz de dar un paso más allá de Polanyi. Primero, Illich calificó al entramado de correspondencias previo a la modernización como una asimetría mutuamente constitutiva y, luego de una conversación con un amigo matemático, lo llamó disimetría mutuamente constitutiva. Pese a que no corresponde estrictamente a la genealogía del concepto, nos quedaremos con esta segunda expresión. La relación madre-hijo puede servir de ejemplo: el hijo constituye a la madre como madre, y la madre al hijo. El historiador Illich llegó a pensar que, en el mundo previo a lo que Polanyi llamó la “gran transformación”, toda meditación sobre el ser requería una sensibilidad a correspondencias que podrían llamarse “cósmicas”, entendiendo que, para los griegos, la palabra kosmos podía referirse a relaciones disimétricamente constitutivas, como las que existen entre el microcosmos y el macrocosmos. El microcosmos es el cuerpo y el macrocosmos lo que llamamos universo, visible como el cielo nocturno, que da sus orientaciones al mundo que habitan los cuerpos. Joseph Rykwert, el gran historiador de la arquitectura2Ver en este número el artículo “El ‘género neutro’ y la nueva precariedad de la condición femenina” amigo de Iván Illich, confirmó esta intuición “cósmica” definiendo al edificio, en todas las tradiciones premodernas de las que tenía conocimiento, como lugar de una danza del cuerpo –representado por la columna– sobre un escenario definido por sus orientaciones cósmicas3Joseph Rykwert, The Dancing Column: on Order in Architecture, Cambridge, Londres: MIT Press, 1996..

Correspondencias complementarias mutuamente constitutivas

Lo que Illich colocó en el lugar de la mancha ciega de Polanyi es algo que podríamos llamar una teoría de las complementariedades constitutivas de la realidad concreta. A principio de 1980, el género fue para él el paradigma de estas relaciones de complementariedad, que lo involucraron en controversias y polémicas que tendré que comentar brevemente. Años más tarde retomará esta reflexión bajo el nombre de proporcionalidad (en griego: analogía). La proporcionalidad es el sentido de lo adecuado, de la buena medida, de lo que se corresponde, de la mezcla justa de los humores en el cuerpo, de la relación entre el microcosmos y el macrocosmos. En la arquitectura clásica, como nos lo recordaba Joseph Rykwert, el edificio es el quiasma en el que el cosmos se proyecta sobre el cuerpo y éste se orienta en el cosmos.

Si Illich se hubiera contentado con formular su visión de las correspondencias complementarias como filósofo, hubiera sido leído como un gran erudito, amigo y colega del profesor Rykwert en la Universidad de Pennsylvania. Pero a Illich no le interesaba hacer una carrera universitaria. Tenía un proyecto subversivo del orden de la universidad: quería desplazar el centro de gravedad de las aulas hacia salones de convivencia equipados con una reserva de vino y ubicados cerca de una buena biblioteca. No podía concebir lo que los antiguos llamaban scientia fuera de la práctica de la amistad. Reprochaba a la ciencia el haberse transformado en un conjunto de bienes escasos, de “informaciones” desprovistas de las correspondencias mutuas que constituyen todo lo que es concreto. Lo conocí bien, pero más de un tercio de siglo después de los eventos penosos que no podré evitar comentar, aún me pregunto a qué urgencia respondió el aterrizaje de su percepción en torno a las complementariedades en un terreno tan controvertido como las relaciones simultáneamente injustas y envidiosas entre mujeres y hombres, a fines del siglo XX. Creo tener parte de la respuesta. En la década de 1970, Illich se había concentrado en los efectos “materiales” del modo industrial de producción, es decir, en lo que las herramientas desmedidas hacen al medio ambiente y a la gente. Al final de este decenio empezó a interesarse en lo que las herramientas industriales dicen, en otras palabras, en sus efectos simbólicos. Llegó a la conclusión de que los efectos simbólicos de las herramientas e instituciones industriales son aún más destructivos que sus efectos materiales. Ésta es la razón por la cual dedicó los últimos veinte años de su vida al estudio de las percepciones de los cinco sentidos corporales. Llegó a pensar que la pérdida progresiva de la diferencia entre las percepciones de las mujeres y de los hombres fue uno de los mayores daños simbólicos de la industrialización. Sin que yo pueda elaborar un argumento en tan poco espacio, expreso mi convicción personal de que la igualación de los modos femeninos y masculinos de percibir, de hablar y de pensar, precondición de una sociedad industrializada necesariamente unisex, aceleró la destrucción de las capacidades de subsistencia de los pueblos y los volvió dependientes de cada vez más mercancías y servicios. El Estado y el Mercado libraron una guerra a la subsistencia de la gente que llevó a un paroxismo en la sociedad moderna. Su característica principal fue la igualación formal de las mujeres y los hombres. Lo que a la postre generó formas inéditas de desigualdad4Ver en este número el artículo “El ‘género neutro’ y la nueva precariedad de la condición femenina”, p. 5, sobre las desigualdades inauditas generadas por las nuevas leyes de igualación de las mujeres y de los hombres promulgadas en los países miembros de la Unión Europea. .

Illich había seguido con esperanzas las primeras fases de los movimientos feministas, particularmente del “Movimiento de las Mujeres” de Alemania. Durante una larga estancia en Berlín, discutió las ideas que plasmará en El género vernáculo con Barbara Duden, una prominente pensadora y activista de este movimiento.

Para Illich, el género era el prototipo de disimetrías mutuamente constitutivas sin las cuales no hay realidad concreta. Lo usó como clave heurística para explorar la historia. Contra muchas antropólogas, afirmó que el género no es una “dualidad” más entre muchas (mujer-hombre, frío-caliente, vida-muerte, tierra-cielo, noche-día…) sino una correspondencia primordial en la percepción de la realidad. Es obviamente una forma de concebir la relación entre las mujeres y los hombres, pero es una relación histórica, propia de los mundos premodernos y en extinción en nuestra época. Hoy prevalece otra forma de relación entre hombres y mujeres que Illich llamaba el sexo. No tardó mucho en percatarse de que, lo que Karl Polanyi llamó la gran transformación, corresponde a una progresiva extinción del género y al auge del sexo. Entonces lo llamó el género vernáculo para recalcar que nunca hubo un género universal, el mismo en todas partes, sino que siempre era propio de un territorio, de un suelo particular, de un valle, de un pueblo. En cambio, el sexo es tan universal, deslocalizado, que es lo mismo en todas partes como lo son la economía y su axioma fundamental, la escasez. Es la razón por la cual llamó al sexo económico.

Bajo la égida del género vernáculo, las mujeres y los hombres eran lo suficientemente diferentes para que no pudieran envidiarse mutuamente. En el régimen del sexo económico, las diferencias significativas entre hombres y mujeres –entre sus cuerpos, sus formas de ver y de decir el mundo– han sido tan erosionadas que se pueden envidiarse mutuamente, competir por los mismos poderes y por el acceso a las mismas herramientas fuera de género, unisex.

Defino la ruptura con el pasado, descrita por otros como la transición al modo de producción capitalista, como el paso de la égida del género al régimen del sexo. Considero que la desaparición del género vernáculo es la condición imprescindible del desarrollo del “capitalismo” y de un estilo de vida totalmente sometido a la mercancía industrial […].

[E]mpleo el término “género” en un sentido nuevo, con el fin de designar una dualidad que anteriormente era tan evidente que no se denominaba, y que en la actualidad nos resulta tan lejana que frecuentemente se confunde con el sexo. El “sexo” es el resultado de la polarización de las características comunes que, desde el final del siglo XVIII, se atribuyen a todos los seres humanos5 Iván Illich, El género vernáculo, Obras reunidas, II, México: Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 181. .

Entonces lo llamó el género vernáculo para recalcar que nunca hubo un género universal, el mismo en todas partes, sino que siempre era propio de un territorio, de un suelo particular, de un valle, de un pueblo.

Solamente quiero dejar claro que, en tanto concepto heurístico, el género vernáculo, o mejor dicho, su progresiva desaparición y el auge del sexo económico, es una manera de hablar de la marcha a la modernidad, a partir de leves indicios desde el siglo XII –cierta transformación de la página manuscrita6Ver Iván Illich, “El texto y la universidad. La idea y la historia de una institución única”, Voz de la tribu, Número 1, Cuernavaca, agosto de 2014, pp. 5-13., el “individualismo” del peregrino–, masivamente a partir del siglo XV, época de grandes descubrimientos, de conquistas-invasiones, de los inicios del Estado y del Mercado modernos y de su guerra contra la subsistencia de la gente común.

Las siete conferencias de Illich en Berkeley

En 1982, Iván Illich fue invitado a presentar siete conferencias en la Universidad de California de Berkeley. Ocupó la posición prestigiosa y bien pagada de Regents Lecturer. Con sus honorarios, rentó la casa del profesor Nishi, un teólogo que pasaba un año sabático en Japón. Invitó a un grupo internacional –del cual formé parte– a compartir esta casa con él. Las respetables profesoras de la universidad que conocieron la casa por haber sido invitadas a desayunar no tardaron en referirse a nosotros como “los groupies de Illich”. Describieron el espíritu de la casa como una atmósfera de carnaval, de constante happening. Como científicas, dijeron haber observado cómo Illich imponía su dominio mental a sus “seguidores”. Estaban dispuestas a resistir a lo que veían como una fascinación fatal. La lingüista Robin Lakoff fue más tajante: el libro El género vernáculo presenta “all the salient features of modern propaganda, as examplified in classics of the genre, like Mein Kampf7Cito la versión literal de las palabras –que no quiero traducir– de Lakoff, publicadas el año siguiente en Feminist Issues: A Journal of Feminist Social and Political Theory, 3, núm. 1, primavera de 1983, p. 15. . Prestamos atención, dijo una de ellas, hasta la mitad de la serie de conferencias. Luego nos sentimos decepcionadas y pronto, justamente enojadas. A principios de noviembre de 1982, bajo el título de Symposium, se llevó a cabo una sesión final de las conferencias sobre El género vernáculo en un gran auditorio de la universidad, lleno hasta reventar. En el podio estaba dispuesta una mesa alrededor de la cual se sentaron siete profesoras, y cada una recibió veinte minutos para expresar sus críticas. Illich no fue invitado a sentarse a la mesa y tuvo que ocupar un sillón abajo del podium. Se le otorgaron, para contestar las críticas de las siete profesoras, diez minutos en total. Según la historiadora italiana, Gianna Pomata, otra invitada a la casa Nishi, las profesoras reunidas en un simulacro de tribunal, no trataron de entrar a fondo en los argumentos de Illich. Por esto, si queremos reconsiderar el argumento de El género vernáculo a través de la neblina intelectual generada hace treinta y cinco años, tenemos ahora que “poner el libro sobre la mesa”.

La manzana de la discordia

Hace unos treinta años, el editor mexicano de El género vernáculo me pidió que revisara la segunda parte del libro titulada simplemente “Notas”, que constaba de 119 notas al pie de página, en letras pequeñas. Cuando Valentina Borremans me regaló la versión francesa del libro8 Iván Illich, Œuvres complètes, II, París, Fayard, 2005. , en la que el argumento principal ocupa 105 páginas, mientras que en la versión española son 119 notas –una serie de 125 pequeños ensayos ocupando 102 páginas–, me di cuenta de que estábamos en presencia de dos libros cortos que pueden ser leídos independientemente, pero que, en una segunda lectura, reciben su consistencia de correspondencias mutuas. En otras palabras, la misma estructura de la obra refleja la “disimetría mutuamente constitutiva” que es su tema. El “primer libro” es la exposición sucinta del argumento que pudiéramos resumir así: en todas las épocas anteriores a la modernidad, la economía fue contenida por la cultura, que Illich no concibe sino como una configuración del género particular a un lugar y un tiempo. Lo que caracteriza la sociedad moderna es que, en ella, la economía contiene la cultura y extingue el género. Este cambio es la mayor metamórfosis, transformación o catástrofe cultural de todos los tiempos. Pone la modernidad radicalmente aparte de todas las épocas anteriores.

Iván Illich en 1980
Percepciones antagónicas

David Caley, coautor con Illich de Los ríos al norte del futuro9Editado en cualquier lugar de los Altos de Morelos, impresión con fines educativos y culturales y sin ánimo de lucro. Los eventuales interesados pueden dirigirse a la dirección siguiente: jeanrobert37@gmail.com. , ha emitido la hipótesis de que la mayoría de las profesoras de la universidad de Berkeley que enjuiciaron a Illich se oponían ante todo a su percepción de la modernidad. Resumiendo la lectura de Cayley: en el pasado, hombres y mujeres estaban bajo el yugo de la naturaleza. Hoy, en cambio, liberados de la naturaleza, están bajo el yugo del mercado. El mercado es una creación humana y, por lo tanto, se puede cambiar. Está en nuestras manos alterar de fondo la relación entre mujeres y hombres modificando la economía de mercado. Los alimentos pueden comprarse preparados. La ropa de confección es elegante, y cuando es necesario, térmica. Los departamentos modernos son estéticos y confortables. Hay tanta oferta de servicios de todo tipo –de guardería, de cuidados a padres enfermos, de limpieza de departamentos, de tintorería– que no hay razones para que las mujeres no entren masivamente al mercado del trabajo y ganen tanto como los hombres con capacidades iguales10En Alemania, entre 1970 y el inicio de la gran “reforma” legal de los 2000, las mujeres ganaban en promedio 19% menos que los hombres a calificaciones iguales. No tengo aún datos contundentes sobre el agravamiento o por el contrario, la reducción, de esta desigualdad desde la promulgación de las nueves leyes de igualación. . En los hogares modernos, todas las tareas de manutención se pueden repartir de manera igual entre hombres y mujeres. Lejos de generar nuevas desigualdades, la modernidad, con toda su oferta, nunca vista antes, de bienes materiales y de servicios, es una extraordinaria oportunidad de igualdad que nos toca aprovechar. En ojos de Cayley, las profesoras que impusieron a Illich un simulacro de juicio tenían una visión del presente radicalmente opuesta a la suya. La violencia verbal en la que algunas de ellas cayeron refleja su voluntad de defender el orden del que eran parte. Fueron ciegas en torno a un aspecto de El género vernáculo que, en 1989, la historiadora alemana Beate Wagner-Hasel entendió así:

[El género vernáculo] es la elaboración de una concepción de la sociedad no organizada a priori alrededor de las categorías del derecho, de la economía y de la política, de las distinciones entre la cultura y la sociedad o entre el dominio privado y el dominio público que predeterminan las distinciones institucionales típicas de nuestras sociedades altamente impregnadas de derecho11 La traducción es mía. Beate Wagner-Hasel, “Das Private wird politisch. Die Perspektive ‘Geschlecht’ in der Altertumswissenschaft” (“Lo privado se vuelve político. La perspectiva ‘género’ en Historia Antigua”, en Ursula Becher et. al., ed., Weiblichkeit in geschichtlicher Perspektive (La femenidad en perspectiva histórica), Frankfurt a. M., 1989, pp. 11-50..

 Si nosotros los modernos nos hemos vuelto incapaces de entender una sociedad organizada sin  otros principios que los del derecho, la economía, la política o la distinción entre lo privado y lo público, es que hemos perdido el sentido del género, en tanto organizador del espacio y del tiempo. Según Illich, “el género fue sustituido por la educación”. Con lo cual fue negado y cayó, casi por completo, en el olvido.

Para Iván Illich, la percepción del género vernáculo –y de lo que nos queda de él– es fundamentalmente ambigua. Es la sensibilidad para algo que puede ser a la vez radicalmente diferente de uno y, locamente, casi igual12Ver Iván Illich y David Cayley, The Rivers North of the Future, Toronto: House of Anansi Press, capítulo 17, p. 198. En la traducción castellana aún clandestina Los ríos al norte del futuro, p. 237: Illich: “Bueno, en matemática, uno le llama a esto disimetría. No es falta de simetría, no es asimétrico, sino disimétrico, enteramente diferente pero casi igual”. Caley: “¿Correspondiente pero no lo mismo?” Illich: Correspondiente en todo, pero en todo siempre ligeramente fuera de marca, un poco “no del todo correcto”. En alemán tengo una expresión bien simple para describirlo: rücken quiere decir mover, verrücken significa poner “fuera de foco”. La gente que está verrückt está loca, lo sabes también por el yiddish. Así que Dios creó un mundo que, en su forma suprema, está […] verrückt. Tal es la esencia del mundo que Dios ha creado (Risas).. Por falta de esta sensibilidad, las olas de feminismos “de la igualdad” y “de la diferencia” que se suceden desde la década de 1970, oscilan entre reivindicaciones igualitarias y afirmaciones de diferencias irrevocables. Parece ser que, para los legisladores europeos que quieren imponer leyes de igualación de los géneros a todos los países miembros de la Unión, el péndulo se detuvo temporalmente del lado de la “igualdad”. El artículo de Barbara Duden, reseñado en este número de Voz de la tribu, pasa en revista las nuevas desigualdades generadas por esta voluntad de igualación.

La oscilación del péndulo feminista entre un extremo igualitario y otro, que afirma las diferencias entre hombres y mujeres contiene, como en una cápsula, el argumento de El género vernáculo: percibir lo que queda de él requiere una apertura a las ambigüedades, al “enteramente diferente y casi igual”. ❧

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