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El éxtasis de María Baranda

baranda-071María Baranda. Foto de Fundación La Fuente

Estas páginas evocadoras, escritas desde la intimidad a la que un lector tiene acceso a partir de la obra del autor, nos dibujan a una María Baranda niña que va descubriendo la belleza de la literatura infantil, y que en la actualidad encuentra un punto de inspiración en la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz. Con esta publicación, Voz de la tribu celebra a una de las poetas más apasionantes de la literatura mexicana, cuyos libros Moradas imposibles y Fábula de los perdidos le valieron recientemente el Premio Jaime Sabines-Gatien Lapointe, concedido por el Seminario de Cultura Mexicana y el Festival Internacional de Poesía de Trois-Rivières (FIP) de Quebec.


Por los ojos de María Baranda han pasado, una a una, las palabras que anidadas en el misterio y tejidas con el péndulo del tiempo se acrisolaron en miles de poemas, propios y ajenos, mundos contemporáneos y tangibles y mundos de dimensiones incorpóreas, donde la esencia y el espíritu de los seres que en alguna época se materializaron son indestructibles y, en consecuencia, eternos.

María no ha sustentado su existencia sólo de alimentos que, transformados en nutrientes, sangre y oxigeno dan cauce natural y silencio a los ciclos sistemáticos de nacimiento y muerte de las células, entidades medulares para el soporte funcional de los órganos que definen la vida, sino también de la sustancia y esencia de los poemas abrevados en los que ha encontrado, en sosiego y con un silencio más profundo que el de la dinámica de las células, abrigo en los múltiples nichos metafísicos. Algunos de estos poemas, como la Piedra de Rosetta, están codificados en el lenguaje que hace posible los viajes astrales en las dimensiones intangibles.

Decodificar este lenguaje es un privilegio de unos cuantos iniciados que, con pasión, se entregan a la poesía. María ya experimentó los frutos de desentrañar ese código. Todo sucedió durante una fresca noche de invierno, mientras ella esperaba en su casa a unos amigos. Para mitigar un poco la ansiedad que provoca la espera, tomó al azar de entre los anaqueles que casi cubren en su totalidad las paredes de su estudio, un libro que resultó ser un compendio de la obra de Sor Juana Inés de la Cruz. Pronto la lectura de la poesía de la Décima Musa la absorbió y, lentamente, sus sentidos se liberaron de las anclas de los sensores corporales que alertan ante los sonidos, las imágenes y las temperaturas que rompen con la normalidad. De la mano de los minutos, la frescura de la noche se tornó fría. Pero a esas alturas de la lectura, María estaba inmersa en un ritual poético en el que su cuerpo, en camino al Nirvana, sólo percibía con sutileza las resonancias de su propia voz.

Cuando las palabras que tejen los poemas son leídas en completo silencio, están únicamente a merced del lector solitario. Pero esa noche, en la voz de María, los versos adquirieron vida propia y se escucharon familiares y extraños a la vez. Respetando la cadencia y los matices que la propia poesía dictaba, y con la fortuna de ser emitidos con una entonación apropiada, los versos poco a poco impregnaron al estudio un ambiente de misticismo en el que era posible oler el incienso, sentir la humedad del Convento de San Jerónimo y palpar las encuadernaciones de piel de los libros que decoran el fondo del retrato de Sor Juana Inés de la Cruz, pintado por Miguel Cabrera en 1750.

María es de esa clase de lectoras de poesía que tienen la cadencia y el ritmo para llegar a los versos que al ser pronunciados con el corazón funden los espíritus del lector y del autor. Así quedó demostrado aquella noche de invierno, cuando María Baranda logró esa conexión durante la lectura de poesía de la Décima Musa. En pleno éxtasis, desprendió su cuerpo astral y traspasó el umbral que separa los espacios físicos y metafísicos. Entonces, guiada por la sonoridad de los sonetos en un instante divino, María se encontró en comunión armónica con Sor Juana Inés de la Cruz; vibrando su misma sintonía, se hicieron coro para pronunciar al unísono el último verso del prodigioso “Primero sueño”. Instantes después, el eco de esas voces se desvaneció entre el cálido frío que esa noche arropaba la casa de María Baranda.

Ella acurrucó ese frío y, bajo su amparo, lo transfiguró en sutiles e intensas palabras que fueron tejiendo un maravilloso poema que salió al mundo la mañana siguiente. Mentiría si dijera que sé cuál fue ese poema, pero tengo la certeza de que fue fruto del diálogo con la poetisa y los pequeños detalles que le hablaron sobre el misterio de la vida, lo asombroso de lo inédito y la admiración por la naturaleza. María destiló su experiencia en magistrales pincelazos de metáforas, estrofas y frases sencillas pero contundentes, que fueron impregnando de poesía las hojas primigenias de nuevos libros. Libros que aletean sus páginas para surcar, una y otra vez, como diligentes mariposas, ágiles golondrinas o poderosas águilas, los etéreos espacios cuánticos; para llegar a los afortunados lectores que somos tocados por su poesía magnética, sin duda germinada en su espíritu, pero también acompañada del aliento de sus poetas favoritos, entre ellos: Andrée Chedid, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz y José Carlos Becerra; además de su imprescindible Dylan Thomas, con quien, en un pasaje de su peregrinaje por la poesía, aprendió a dialogar con su infancia y a potenciar sus sentidos para cimentar su poética. Fabienne Bradu, conocedora de la obra de María Baranda, revela que gran parte de la afinidad poética entre esta “mística” poetisa y Dylan Thomas, reside en que ambos ejercen con magistral sutileza la capacidad poética de “develar y volver a develar, o mejor dicho, en velar develando”, el misterio de la realidad a la que estamos atados los simples mortales.

La poesía, aunque lo parece, no es simple locura, es el misterio de la magia, el poder de la imaginación y el impulso de la alucinación para sondear dimensiones desconocidas, extrañamente muy cercanas, casi adheridas a nuestra cotidianidad. Sobre el lugar común de esa cotidianidad, y más allá de éste, Fabienne Bradu nos dice que María Baranda y Dylan Thomas comparten en su poesía “el otro lugar encantado, hecho de voces, imágenes, alucinaciones que los reúne independientemente de las palabras que cada uno escoge para encararlas”.

Esas palabras son las semillas del ritual poético que María Baranda asume para afrontar la contradicción de la poesía; sólo así es posible vivir en comunión con la dualidad de la existencia: la vida lleva consigo la muerte, el día necesita el reposo y la vigilia de la noche, la plenitud del amor conlleva la soledad y el vacío de la ausencia, lo blanco se desvanecería en el vacío de los colores si no existiera el negro, y, de manera irremediable, el mal y el bien se suceden en una lucha eterna. Esa experiencia poética ha llevado a María Baranda a vivir con intensidad los alucinantes viajes que le permiten ver el ruido de las pisadas que hacen crujir las hojas secas, palpar la humedad de la tierra bendecida por el llanto de la lluvia, escuchar el nítido sonido del silencio y “alcanzar la música del poema”.

Desde niña, María Baranda aprendió que las páginas de los libros no son mudas, que las palabras de los libros son estáticas en apariencia, pero en realidad son inquietas y siempre están dispuestas a jugar y a dejarse llevar por la imaginación de los lectores. Eso lo sabe muy bien porque desde niña, impulsada por su imaginación, recreaba algunas de las historias clásicas de la literatura infantil. Esos juegos y sus retornos poéticos a su infancia, con el tiempo la llevaron a escribir una obra por la que actualmente es reconocida como una autora imprescindible en la literatura infantil. Este reconocimiento es un privilegio cimentando en su convicción de que: “Al escribir para niños ahora intento contactar con esa ávida lectora que fui. Creo que nunca se vuelve a leer, a escuchar, a jugar, a asombrase como entonces. Encontrar el tono justo para escribir a los niños no es sencillo, pero es un privilegio. Son lectores muy exigentes. Y desde ahí hay que escribirles. Con el mismo rigor que se hace en los libros para adultos”.

Cuernavaca, Morelos
21 de septiembre de 2015

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